En la crisis del compromiso
comunitario
Cuál es el contexto en el
cual nos toca vivir y actuar. Hoy suele hablarse de Un «exceso de diagnóstico»
que no siempre está acompañado de propuestas Superadoras y realmente
aplicables. Por otra parte, tampoco nos serviría una mirada puramente
sociológica, que podría tener pretensiones de abarcar toda la realidad con su
metodología de una manera supuestamente neutra y aséptica.
Discernimiento
evangélico.
Es la mirada del discípulo misionero, que se «alimenta
a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo» No es función del Papa ofrecer un
análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea, pero aliento a
todas las comunidades a una «siempre vigilante capacidad de estudiar los signos
de los tiempos». Se trata de una responsabilidad grave, ya que algunas
realidades del presente, si no son bien resueltas, pueden desencadenar procesos
de deshumanización difíciles de revertir más adelante.
Algunos desafíos del mundo
actual.
La humanidad vive en este momento un giro histórico, que
podemos ver en los adelantos que se
producen en diversos campos. Son de alabar los avances que contribuyen al
bienestar de la gente, como, por ejemplo, en el ámbito de la salud, de la
educación y de la comunicación. Sin embargo, no podemos olvidar que la mayoría
de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con
consecuencias funestas.
Algunas patologías van en
aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas
personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir
frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la
inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir
con poca dignidad.
No a una economía de
la exclusión.
Así como el mandamiento de «no matar» pone un
límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir
«no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. Hoy todo
entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde
el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes
masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin
horizontes, sin salida. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la
calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas
esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo
que de ninguna manera nos altera.
No a la nueva
idolatría del dinero
La adoración del antiguo
becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva despiadada en el fetichismo del dinero y en
la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente
humano. Mientras las ganancias de unos
pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos
del bienestar de esa minoría feliz.
No a un dinero que
gobierna en lugar de servir.
Tras esta actitud se
esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios.
La ética suele ser mirada
con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana,
porque relativiza el dinero y el poder.
Una reforma financiera que
no ignore la ética requeriría un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes
políticos, a quienes exhorto a afrontar este reto con determinación y visión de
futuro, sin ignorar, por supuesto, la especificidad de cada contexto. ¡El
dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero
tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben
ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos.
No a la inequidad que
genera violencia.
Hoy en muchas partes se
reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la
inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible
erradicar la violencia.
Los mecanismos de la
economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el
consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido
social.
Algunos desafíos
culturales.
Evangelizamos también cuando tratamos de
afrontar los diversos desafíos que puedan presentarse. A veces éstos se
manifiestan en verdaderos ataques a la libertad religiosa o en nuevas
situaciones de persecución a los cristianos, las cuales en algunos países han
alcanzado niveles alarmantes de odio y violencia.
En la cultura predominante, el primer lugar
está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo
superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia. En muchos
países, la globalización ha significado un acelerado deterioro de las raíces
culturales con la invasión de tendencias pertenecientes a otras culturas,
económicamente desarrolladas pero éticamente debilitadas
La fe católica de muchos
pueblos se enfrenta hoy con el desafío de la proliferación de nuevos
movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros que carecen
proponer una espiritualidad sin Dios.
El proceso de
secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de
lo íntimo.
La familia atraviesa una crisis cultural
profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la
familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se
trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir
en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a sus
hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva
que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la
sensibilidad de cada uno.
Desafíos de las
culturas urbanas.
La nueva Jerusalén, la Ciudad santa, es el
destino hacia donde peregrina toda la humanidad. Es llamativo que la revelación
nos diga que la plenitud de la humanidad y de la historia se realiza en una ciudad.
Necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una
mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en
sus plazas. La presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y
grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los
ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de
verdad, de justicia.
En la ciudad, lo religioso
está mediado por diferentes estilos de vida, por costumbres asociadas a un
sentido de lo temporal, de lo territorial y de las relaciones, que difiere del
estilo de los habitantes rurales.
Nuevas culturas continúan
gestándose en estas enormes geografías humanas en las que el cristiano ya no suele
ser promotor o generador de sentido, sino que recibe de ellas otros lenguajes,
símbolos, mensajes y paradigmas que ofrecen nuevas orientaciones de vida,
frecuentemente en contraste con el Evangelio de Jesús. Una cultura inédita late
y se elabora en la ciudad.
Se impone una evangelización que ilumine los
nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que
suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se gestan los
nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más
profundos del alma de las ciudades. No hay que olvidar que la ciudad es un
ámbito multicultural.
La Iglesia está llamada a
ser servidora de un difícil diálogo. Por otra parte, aunque hay ciudadanos que
consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y
familiar, son muchísimos los «no ciudadanos», los «ciudadanos a medias» o los «sobrantes
urbanos».
La dimensión social de la
evangelización.
Evangelizar es hacer presente en el mundo el
Reino de Dios. Pero «ninguna definición parcial o fragmentaria refleja la
realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización, si no es con
el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla».
Las repercusiones comunitarias y sociales del kerigma.
El kerigma tiene un
contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la
vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio
tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad.
Confesar a un Padre que ama infinitamente a
cada ser humano implica descubrir que «con ello le confiere una dignidad infinita».
La evangelización procura cooperar
también con esa acción liberadora del Espíritu. El misterio mismo de la
Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo
cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. Desde el corazón del Evangelio
reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción
humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción
evangelizadora.
No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis
y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará, Con la
medida con que midáis, se os medirá»
El Reino que nos
reclama.
El Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata
de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre
nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de
dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden
a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el
Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura»
El Reino que se anticipa y crece entre
nosotros lo toca todo y nos recuerda aquel principio de discernimiento que
Pablo VI proponía con relación al verdadero desarrollo: «Todos los hombres y
todo el hombre». Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la
vida humana, de manera que «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo
tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las
dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la
convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar
extraño»147. La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico,
siempre genera historia.
La enseñanza de la
Iglesia sobre cuestiones sociales.
Las enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones
contingentes están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y pueden ser objeto
de discusión, pero no podemos evitar ser concretos –sin pretender entrar en
detalles– para que los grandes principios sociales no se queden en meras generalidades
que no interpelan a nadie.
La tierra es nuestra casa
común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del
Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe
quedarse al margen en la lucha por la justicia». Todos los cristianos, también
los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo
mejor.
185. A continuación
procuraré concentrarme en dos grandes cuestiones que me parecen fundamentales
en este momento de la historia. Las desarrollaré con bastante amplitud porque considero
que determinarán el futuro de la humanidad. Se trata, en primer lugar, de la
inclusión social de los pobres y, luego, de la paz y el diálogo social.
La inclusión social de los pobres
De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre
cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo
integral de los más abandonados de la sociedad.
Unidos a Dios
escuchamos un clamor
Cada cristiano y cada
comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y
promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad;
esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y
socorrerlo. La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota
de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual
no se trata de una misión reservada sólo a algunos: «La Iglesia, guiada por el
Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el
clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas».
.
La solidaridad es una reacción espontánea de
quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los
bienes como realidades anteriores a la propiedad privada.
A veces se trata de escuchar el clamor de
pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque «la paz se
funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de
los derechos de los pueblos».
Necesitamos crecer en una
solidaridad que «debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos
artífices de su destino» así como «cada hombre está llamado a desarrollarse».
Fidelidad al
Evangelio para no correr en vano.
El imperativo de escuchar
el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las
entrañas ante el dolor ajeno. Releamos algunas enseñanzas de la Palabra de Dios
sobre la misericordia, para que resuenen con fuerza en la vida de la Iglesia.
Más gráficamente aún lo
expresa el Eclesiástico: «Como el agua apaga el fuego llameante, la limosna
perdona los pecados» (3,30). La misma síntesis aparece recogida en el Nuevo Testamento:
«Tened ardiente caridad unos por otros, porque la caridad cubrirá la multitud
de los pecados» (1 Pe 4,8
Es un mensaje tan claro,
tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna hermenéutica eclesial tiene
derecho a relativizarlo. Esto vale sobre todo para las exhortaciones bíblicas
que invitan con tanta contundencia al amor fraterno, al servicio humilde y generoso,
a la justicia, a la misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino de
reconocimiento del otro con sus palabras y con sus gestos.
A veces somos duros de
corazón y de mente, nos olvidamos, nos entretenemos, nos extasiamos con las inmensas
posibilidades de consumo y de distracción que ofrece esta sociedad.
El lugar privilegiado
de los pobres en el Pueblo de Dios.
El corazón de Dios tiene un sitio preferencial
para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9).
Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación
vino a nosotros a través del «sí» de una humilde muchacha de un pequeño
pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un
pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue
presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían
permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7); creció en un
hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan.
198. Para la Iglesia la
opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural,
sociológica, política o filosófica. La nueva evangelización es una invitación a
reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino
de la Iglesia.
El pobre, cuando es amado,
«es estimado como de alto valor»,168 y esto diferencia la auténtica opción por
los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los
pobres al servicio de intereses personales o políticos. Sólo desde esta
cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de
liberación.
Puesto que esta Exhortación se dirige a los
miembros de la Iglesia católica quiero expresar con dolor que la peor
discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La
inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a
Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la
celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración
en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente
en una atención religiosa privilegiada y prioritaria.
Nadie debería decir que se
mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más
atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos,
empresariales o profesionales, e incluso eclesiales.
Economía y distribución del ingreso.
La necesidad de resolver las causas
estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática
de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una
enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas
crisis.
La dignidad de cada persona
humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica,
pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un
discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo
integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta
que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que
se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las
fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta
que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. La cómoda
indiferencia ante estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de
todo significado. La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que
se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir
verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más
accesibles para, todos los bienes de este mundo.
Cualquier comunidad de la
Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse
creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y
para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable
de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la
mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones
infecundas o con discursos vacíos.
Cuidar la fragilidad.
Jesús, el evangelizador por
excelencia y el Evangelio en persona, se identifica especialmente con los más
pequeños (cf. Mt 25,40). Los más frágiles de la tierra. Pero en el
vigente modelo «exitista» y «privatista» no parece tener sentido invertir para
que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida.
Los migrantes me plantean
un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente
madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en
lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas
síntesis culturales.
Siempre me angustió la
situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas.
Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: « ¿Dónde
está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está
ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de
prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que
trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los
distraídos. Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión,
maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores
posibilidades de defender sus derechos.
Entre esos débiles, que la
Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que
son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar
su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la
vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo.
La sola razón es suficiente
para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana,
Hay otros seres frágiles e
indefensos, que muchas veces quedan a merced de los intereses económicos o de
un uso indiscriminado. Me refiero al conjunto de la creación. Los seres humanos
no somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas.
Pequeños pero fuertes en el
amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados
a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos.
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