miércoles, 20 de febrero de 2013

El Camino de las lágrimas Cap 5-6


CAPÍTULO 5

ETAPAS DEL CAMINO

Imaginemos que alguien se lastima. Supongamos que un joven sano jugando al fútbol descalzo con sus amigos en un campo.
Corriendo un pase para meter un gol pisa algo filoso, una piedra, un pedazo de vidrio, una lata vacía y se lastima. El joven sigue corriendo, alcanza la pelota y a pesar del dolor que siente al afirmar el pie para patear le pega a la pelota con todas su fuerza venciendo al arquero y ganando el partido. Todos festejan. Un compañero le advierte de la mancha roja que deja en el pasto en cada pisada. El joven se sienta en un banco y al mirarse la planta del pie se da cuenta del tajo sangrante que tiene cerca del talón.
¿Cómo sería la evolución normal y saludable para esta herida?
¿Cuáles son las etapas por las que va a pasar esta herida?
Tal como vimos, muchas veces, en un primer momento todo ocurre como si no pasara nada. El muchacho sigue corriendo la pelota, la señora sigue cortando el pan con el cuchillo filoso y el carpintero no nota que se lastimó hasta que una gota de sangre mancha la madera. En ese primer instante, muchas veces, ni siquiera hay sangre; el cuerpo hace una vasoconstricción, achica el calibre de los vasos sanguíneos, inhibe los estímulos nerviosos y establece un período de impasse, un mecanismo de defensa, más fugaz cuanto mayor sea la herida.
Inmediatamente aparece el dolor agudo, intenso y breve, a veces desmedido, que es la primera respuesta concreta del cuerpo que avisa que algo realmente ha pasado.
Y después la sangre, que brota de la herida en proporción al daño de los tejidos.
La sangre sigue saliendo hasta que el cuerpo naturalmente detiene la hemorragia. En la herida se produce un tapón de fibrina, plaquetas y glóbulos: el coágulo, que sirve entre otras cosas para que la herida no siga sangrando..Cuando está el coágulo hecho, empieza la etapa más larga del proceso. El coágulo se retrae, se seca, se arruga, se vuelve duro y se mete para adentro. El coágulo se transforma en lo que vulgarmente llamamos "la cascarita".
Pasado un tiempo, los tejidos nuevos que se están reconstruyendo de lo profundo a lo superficial empujan "a
cascarita" y la desplaza hacia afuera hasta que se desprende y cae.
La herida de alguna manera ya no duele, ya no sangra, está curada; pero queda la marca del proceso vivido: la cicatriz

Etapas de Sanación de una herida.

1- Vasoconstricción.
2- Dolor agudo.
3- Sangrado.
4- Coágulo.
5- Retracción del coágulo.
6- Reconstrucción fisular.
7- Cicatriz.

Este es más o menos el proceso evolutivo normal de una herida cortante. Si esto no sucede, algo puede estar funcionando mal.
Quiero decir, si un paciente ante una herida cortante más o menos importante no sangra, está mal. Uno podría pensar "mirá que suerte, no perdió sangre"; a veces puede no ser una gran suerte, un herido en estado de shock no sangra y podría morir.
Y por supuesto cuanto más grande es la herida, más larga, más tediosa y más peligrosa es cada etapa. Siempre es así, cuánto más grande es la herida, más tarda en cicatrizar y más riesgo hay de que algo se complique en algún momento de la evolución. Si nos estancamos en cualquiera de estas etapas siempre vamos a tener problemas.
De todas maneras no traigo esto para explicar cómo evoluciona una herida cortante sino porque hace poco me sorprendí al darme cuenta de la enorme correspondencia que existe entre las etapas que cada uno pude deducir por su propia experiencia con lastimaduras y la situación aparentemente compleja de elaborar un duelo.
Un duelo es, como hemos dicho, la respuesta normal a un estímulo, un hecho que nos hiere y que llamamos pérdida..Porque la muerte de un ser querido es una herida, dejar la casa paterna es una herida, irse a vivir a otro país es una herida, romper un matrimonio es una herida. Cada pérdida funciona, en efecto, como una interrupción en la continuidad de lo cotidiano, como una cortadura es una interrupción en la integridad de la piel.
Si entendimos cómo se sana una herida, vamos a tratar de deducir juntos qué pasa con la elaboración de un duelo. Por esta coherencia del ser humano veremos que los pasos que sigue la sanación emocional son básicamente los mismos, no se llaman igual, pero como vamos a ver, con un poco de suerte, quizás resulten equivalentes. Vamos a tomar como ejemplo de pérdida la situación de muerte de un ser querido.
Cuando nos enteramos de la muerte de alguien muy querido lo primero que sucede es que decimos "no puede ser". Pensamos que debe ser un error, que no puede ser, decimos internamente que no, pensamos que es demasiado pronto, que no estaba previsto, que en realidad "estaba todo bien"...
Esta primera etapa se llama la etapa de la incredulidad.
Y aunque la muerte sea una muerte anunciada, de todas maneras hay un momento donde la noticia produce un shock.
Hay un impasse, un momento de negación y cuestionamiento donde no hay ni dolor; la sorpresa y el impacto nos llevan a un proceso de confusión donde no entendemos lo que nos están diciendo. Por supuesto que cuanto más imprevista, más inesperada, sea la muerte, cuánto más asombrosas sea la situación, más profunda será la confusión, más importante será el tiempo de incredulidad y más durará.
Esto tiene un sentido, el mismo que tiene en la herida la situación de impasse, esto es "economizar" la respuesta cicatrizadora si la cosa no tiene importancia y es algo que va a pasar rápidamente ; bien, la psiquis también se protege hasta evaluar...por las dudas...por si fue un error...por si acaso sea yo el que haya entendido mal. Nos protegemos desconfiando de la realidad, entrando en confusión para permitirnos la distancia de esta situación.
No se puede pasar directamente de la percepción a la acción o de la percepción al contacto, va a tener que existir un proceso, va a tener que pasar un tiempo. Y este tiempo que hace falta se logra forzando mediante este pequeño congelamiento del shock la no-respuesta.
Así que la primera cosa que va a pasar es que la persona va a tener un momento donde va a estar absolutamente paralizada en su emoción, en su percepción, en su vivencia y lo que va a tener es un momento de negación, de desconfianza, un tiempo de impasse entre la parálisis y el deseo de salir corriendo hacia un lugar donde esto no esté pasando, la fantasía de despertar y que todo sea nada más que un sueño.
Esta etapa puede ser un momento, unos minutos, unas horas o días como sucede en el duelo normal, o puede volverse una negación feroz y brutal. En los niños esta historia funciona a veces con un riesgo absoluto; y mientras el mundo y su familia están evolucionando el chico está como si no hubiera pasado nada, está paralizado en esta situación, en realidad negando todo lo acontecido porque no saber por dónde metabolizarlo. A veces pasa, en medio de un velatorio, con un chico que tiene 10,12,15 años y a veces más y está como si nada. Uno piensa que debería ser totalmente consciente de lo que está pasando y entonces pregunta:
-¿No quería a su abuelo, a su madre, a su hermano?
-Lo quería muchísimo, estamos todos muy sorprendidos.
Está en esta etapa de la incredulidad, a veces en situación de negación patológica y muchas otras en una normal respuesta de defensa frente a lo terrible, un intento no demasiado consciente de NO enloquecer.
Lo llamo "de negación" con fines didácticos aunque en realidad en este momento lo fundamental no es la negación sino un estado confusional. La persona en cuestión no entiende nada, no sabe nada de lo que pasa y aunque aparezca a veces muy conectado no tiene cabal registro de lo que está sucediendo.
Cuando se consigue traspasar esa etapa de incredulidad no tenemos más remedio que conectarnos con el agudo dolor del darnos cuenta.
Y el dolor de la muerte de un ser querido en esta etapa es como si nos alcanzara un rayo. Después de todos nuestros intentos para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la conciencia junta de que otro murió. Y entonces la situación nos invade, nos desborda, nos tapa, de repente un golpe emocional tan grande desemboca en una brusca explosión.
Esta explosión dolorosa es la segunda etapa del duelo normal.
Es la etapa de la regresión.
¿Y por qué la llamamos "regresión?
Porque lo que en los hechos sucede es que uno llora como un chico, uno patalea, uno grita desgarradoramente, demostraciones para nada racionales del dolor y absolutamente desmedidas. 
Actuamos como si tuviéramos cuatro o cinco años. NO hay palabras concretas, no decimos cosas que tengan sentido, lo único que hacemos es instalarnos en estado continuo de explosión emocional. Intentar razonar con nosotros en ese momento es tan inútil como sería explicarle a un niño de cuatro añitos por qué su ranita fue aplastada por un auto.
En esta etapa tampoco hay ninguna posibilidad de quien está de duelo nos escuche. El de la primera etapa porque estaba en shock por la noticia, negando, evitando y confundido; este otro porque está desbordado por sus emociones, absolutamente capturado por sus aspectos más primarios, sin ninguna posibilidad de conectarse, en pleno dolor irracional.
Así como en la herida física de pronto el dolor me avisó y me di cuenta de que me había lastimado, y cuando supe empecé a sangrar, así mismo cuando las emociones desbordadas empiezan a salir para afuera, empiezo a sangrar.
Y la sangre que sale no es la de la tristeza. Es el primer sangrado, la tercera etapa, la que empieza tras tener conciencia de lo que pasó: se llama la etapa de la furia.
Ya he llorado, ya he gritado, ya he moqueado, ya me arrastré por el piso, ya hice todo lo irracional que me conectaba al dolor infinito, ya intenté negar lo que pasaba y ahora irremediablemente, a veces más rápido y otras más lento, a veces con más tiempo y a veces con menos, llega un momento de furia.
Furia es bronca, mucha, mucha, mucha bronca. A veces muy manifiesta como bronca y otras veces disimulada, pero siempre hay un momento en el que nos enojamos.
¿Con quién? Depende....A veces nos enojamos con aquellos que consideramos responsables de la muerte: los médicos que no lo salvaron, el tipo que manejaba el camión con el que chocó, el piloto del avión que se cayó, la compañía aérea, el señor que le vendió el departamento que se incendió, la máquina que se rompió, el ascensor que se cayó, etc., etc. Nos enojamos con todos para poder pensar que tiene que haber alguien a quien responsabilizar de todo esto.
O nos enojamos con Dios. Si no encontramos a nadie y aún encontrándolo nos ponemos furiosos con Dios y empezamos a cuestionarlo.
O quizás nos enojamos con la vida, literalmente con la vida, con la circunstancia, con el destino. Y empezamos a putear y reputear la vida que nos arrebata al ser querido.
Lo cierto es que con Dios, con la vida, con uno mismo, con el otro, con el más allá, con alguien, siempre hay un momento en el que conectamos con la furia. Ahora con este y después con el otro.
O no. En lugar de eso o además de eso nos enojamos con el que murió. Nos ponemos furiosos porque nos abandonó, porque se fue, porque no está, porque nos dejó justo ahora, porque se muere en el momento que no era el adecuado, porque no estábamos preparados, porque no queríamos, porque nos duele, porque nos molesta, porque nos fastidia, porque nos complica, porque nos jode, porque nos caga, porque, porque, sobre todo porque nos dejó solos de él, solos de ella.
A veces si muere mi mamá, me enojo con mi papá porque sobrevivió. Me enojo con el hermano mayor de mi viejo, porque él vive y mi papá se murió.
Sea con el afuera, sea con las circunstancias, sea con Dios, con la religión, con el vecino, sea con el que no tiene nada que ver o con quien sea, me enojo.
Me enojo con cualquiera a quien pueda culpar de mi sensación de ser abandonado.
No importa si es razonable o no, el hecho es que me enojo.
Pero, ¿cómo puede ser que yo me enoje?
La verdad es que yo sé que los otros no son culpables de esto que los acuso. Lo que pasa es que la furia tiene una función, como la tiene el sangrado..Esta furia está allí para producir algunas cosas, como la sangre sale para permitir el proceso que sigue.
La furia tiene como función anclarnos a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y preparanos para lo que sigue; tiene como función terminar con el desborde de la etapa anterior pero también intentar protegernos, por un tiempo más, del dolor de la tristeza que nos espera.
Para que pare la sangre habrá que taponar la herida con algo.
Algo que sea justamente el resultado del sangrar. Porque si el paciente siguiera sangrando se moriría. Si el paciente siguiera furioso se moriría agotado, destrozado por la furia.
Algo tendrá que parar esta sangre, algo tendrá que actuar como tapón, como si fuera un coágulo. Este derivado construido de la misma sustancia de la furia que la reemplaza y la frena se llama culpa.
En el proceso natural de la elaboración de un duelo aparece tarde o temprano una etapa de la culpa. Nos empezamos a sentir culpables. Culpables por habernos enojado con el otro (se murió y yo encima puteándolo). Culpables por enojarnos con otro. Culpables con Dios. Culpables por no haber podido evitar que se muriera. Y empezamos a decirnos estas estupideces:
...por qué le habré dicho que vaya a comprar eso...
...si no le hubiera prestado el auto...
...si yo no le hubiera pagado el pasaje no podría haber ido a Europa...
...debería haberlo mandado al médico...
...si lo hubiera presionado un poco más se habría salvado...
...si yo hubiera estado entonces no habría muerto...
...quizás me llamó y yo no estaba...

¿Para qué hacemos esto?
Sabemos lo que se viene, y estamos intentado defendernos.
Estas fantasías omnipotentes intentan salvarnos de la sensación de impotencia que seguirá después.
Culparnos es una manera de decretar que yo lo habría podido evitar, una injusta acusación por todo aquello que no pudimos hacer...
por no haberte contado lo que nunca supiste, por no haberte dicho en vida lo que hubiéramos querido decirte, por no haberte dado lo que podíamos haberte dado,.por no haber estado el tiempo que podíamos haber estado, por no haberte complacido en lo que podíamos haberte complacido por no haberte cuidado lo suficiente,
por todo aquello que no supimos hacer y que tanto reclamabas.
Y como no puedo enojarme con vos porque me privaste del tiempo de hacerlo y porque la etapa de furia ya pasó, estoy coagulando para salirme de la bronca, cargando con el peso de la culpa.
Pero la culpa también es una excusa, también es un mecanismo.
La culpa es, como ya lo he dicho tantas veces, una versión autodirigida del resentimiento, es la retroflexión de la bronca
Por eso digo que está configurada de la misma sustancia que la furia, como el coágulo es de la misma sustancia de la sangre.
La culpa no dura porque es ficticia y cuando se queda nos estanca en la parte mentirosa omnipotente y exigente del duelo.
Pero si no hacemos algo que nos detenga, naturalmente aparece la retracción del coágulo, como pasa con la herida. Voy metiéndome para adentro, voy volviéndome seco. Y llego a una etapa, la quinta, desde lo subjetivo la más horrible de todas, la etapa de la desolación.
La etapa de la desolación es la de la verdadera tristeza.
Esta es la etapa más temida. Tanto que gran parte de lo anterior pasó para evitar esto, para retrasar nuestra llegada aquí. Aquí es donde está la impotencia, el de darnos cuenta de que no hay nada que podamos hacer, que el otro está irremediablemente muerto y que eso es irreversible.
Piense yo lo que piense y crea yo lo que crea.
Crea yo en el mundo por venir o no, en el mundo de después o no, en el mundo eterno o no.
Crea yo o no que en algún lugar está mirándome y que nos vamos a encontrar, lo cierto es que en este lugar no hay nada que yo pueda hacer. Y esto me conecta con la impotencia.
Y como si fuera poco aquí está también nuestro temido fantasma, el de la soledad. La soledad de estar sin el otro, con los espacios que ahora quedaron vacíos.
Conectados con nuestros propios vacíos interiores..Conectados con la certeza de que hemos perdido algo definitivamente.
No hay muchas cosas definitivas en el mundo, salvo la muerte.
Continuará...

Y ahora, damos cuenta de todo esto. Después de recorrer todo este camino, tenemos que retraernos, ponernos para adentro, darnos cuenta de esta sensación, la sensación de eternidad de su ausencia. Nos damos cuenta de que las cosas no van a volver a ser como eran y no sabemos con certeza pronosticar de qué manera van a ser. Y tomo absoluta conciencia... y siento la sensación de ruina... como si fuera una ciudad desvastada...
como si algo hubiera sido arrasado dentro de mí... como si yo fuera lo que queda de una ciudad bombardeada. (Me acuerdo de las imágenes de Varsovia después de la destrucción de los nazis, nada en pie, sólo escombros) Así me siento... como si de mi interior sólo hubieran quedado escombros. Este es el momento más duro del camino. En honor a esta etapa se llama el camino de las lágrimas. esta es la etapa de la tristeza que duele en el cuerpo, la etapa de la falta de energía, de la tristeza dolorosa y aplastante. No es una depresión, si bien se le parece, claro que se le parece ¿En qué? En la inacción. La depresión aparece justamente cuando me declaro incapaz de transformar mi emoción en una acción. A veces los deprimidos no están tristes, están deprimidos, pero no están tristes. Y éstos están tristes, no sé si están deprimidos, quizás sí, quizás no, pero lo que seguro están es desesperados... Están verdaderamente desesperados. Pero no es la desolación de la sinrazón. Cuando nos encontramos con estas personas y las miramos a los ojos, nos damos cuenta de que algo ha pasado, de que algo se ha muerto en ellos. Y es bien triste acompañar a alguien que está en este momento. Es triste porque comprendemos y sentimos.
Porque nos "compadecemos" de lo que le pasa, quiero decir "padecemos con" esa persona. Es lógico que así sea porque quien se ha muerto en realidad es este pedacito de la persona que de alguna manera llevaba adentro. Los intentos para salirse de esta situación tan desesperante son infinitos. Sin necesidad de que nos estemos volviendo locos para nada, puede ser que en esta etapa tengamos algunas sensaciones y percepciones extrañas: a.. despertar en la noche sintiendo la voz del difunto que nos habla. b.. escuchar la puerta como si entrara c.. creer que alguien que vimos en el subte era la persona que ya no está d.. sentir el ruido en la cocina, como cuando cocinaba los panqueques que siempre hacía e.. escuchar en la calle misteriosamente la música que siempre escuchaba. f.. asistir a la extraña aparición de esa billetera que nunca estuvo aquí... Y aunque sepamos que no es cierto tenemos la impresión de que en realidad el otro está entre nosotros. Impresión que lleva a muy buen negocio a los espiritistas y a toda esta gente siniestra que aprovecha estos momentos, sabiendo que quien está de duelo está sumamente vulnerable. Se trata de verdaderas seudoalucinaciones, que si bien son normales no dejan de obligarnos a pensar dónde anda nuestra salud mental. Si vuelvo a la que fue la casa de mi abuela y percibo su olor, esto no tiene ningún misterio, es el olor del lugar que asocio con mi abuela.
Ahora bien, si yo voy a un lugar donde sé que mi abuela nunca estuvo y reconozco su olor, debe ser que hay un aroma que me hace acordar al de mi abuela, y no porque mi abuela esté por ahí, si se me ocurre pensarlo así posiblemente mi situación emocional me esté jugando una mala pasada. Una seudoimaginación no es una alucinación: yo sé que lo que estoy percibiendo no es, pero lo estoy percibiendo. Uno tiene la sensación, aunque sabe que es su cabeza la que está haciendo la trampa. Es muy fuerte pasar por estos momentos y muchos llegan a asustarse. Durante el camino de las lágrimas algunas personas tienen tanto deseo de que sea cierto que el otro está cerca que quisieran poder percibirlo. O revuelven la casa una y otra vez buscando en algún lugar solitario la carta que el muerto debe haber dejado, el mensaje que escribió para mí, la explicación de lo inexplicable que me da ahora que no está.
Están tan deseosos y tan necesitados que a veces podrían enredarse en creer cualquier cosa. Incluso pueden por supuesto creerles a quien les diga que es posible conectarse con la persona muerta. Un momento de tristeza, de visiones, de creencias, de miedos y de incertidumbres. Un tiempo muy expuesto al engaño de los estafadores de ilusiones. Y así sucede, lamentablemente, demasiadas veces. Lo malo de esta etapa de desolación es que es desesperante, dolorosa, inmanejable. Lo bueno es que pasa, y que mientras pasa,.nuestro ser se organiza para el proceso final, el de la cicatrización , que es el sentido último de todo el camino. Pero cómo podría prepararme para seguir sin la persona amada si no me cierro a vivir mi proceso interno, cómo podría reconstruirme si no me retiro un poco de lo cotidiano. Eso hacen la tristeza y el dolor por mí, me alejan, para poder llorar lo que debo llorar y preservarme de más estímulos hasta que esté preparado para recibirlos, me conectan con el adentro para poder volver al afuera a recorrer los dos últimos tramos del camino de las lágrimas: el de la fecundidad y el de la aceptación.
Ahora podemos comparar los esquemas para confirmar la correspondencia más completa.

Herida Duelo *
Vasoconstricción = Incredulidad *
Dolor agudo = Regresión *
Sangrado = Furia *
Coágulo = Culpa *
Retracción del coágulo = Desolación *
Reconstrucción tisular = Fecundidad *
Cicatriz = Aceptación

En el final mismo de esta etapa de desolación empezamos a sentir cierta necesidad de dar, muchas veces darle algo al que se fue. Desde el punto de vista psicológico profundo quizás tenga que ver con el deseo de escaparnos de ese odioso cepo de la impotencia que siempre termina incomodándome. Salimos de este lugar donde sentimos que no podemos hacer nada. Esta sensación inexplicable, seguramente tiene que ver con mis lazos vitales con el mundo de lo que amo.
Seguramente está muy lejos de ser la salida, pero es el principio de ella, un intento de resolver en mi cabeza lo que no puedo resolver en los hechos. Este principio de salida se llama identificación y me acerca al establecimiento de la etapa de fecundidad De la desolación se empieza a salir identificándonos con algunos aspectos del muero, focalizando transitoriamente algunas características para poder hacerlas mías. Cuando el
proceso es normal sucede como una revaloración un poco exagerada de las virtudes reales del ausente y da lugar a la razonable crítica posterior. Hablando de un chico que se murió puedo decir "era tan lindo, el más inteligente del grado, era maravilloso y estaba llamado a grandes cosas" Pero si sigo diciendo que era la encarnación de lo perfecto, que era el más lindo niño que nunca existió y que era demasiado para este mundo y por eso Dios lo quería con él, estoy perdido. Erré el camino y la revaloración se transformó en idealización. Ya no estoy viendo las cosas. No hay nada peor que confundir valorar con idealizar; una me permite elaborar el dolor, al otra lamentablemente es una manera de no salirse de él. Después de haber penado y llorado la ausencia me doy cuenta de que me alegra escuchar un tango cuando antes yo nunca escuchaba tangos, que me empieza a gustar cocinar, como a ella le gustaba, o que empiezo a disfrutar de los paseos al aire libre, que  en realidad nunca aceptaba compartir y empiezo a probar los dulces caseros que ella dejó y que tanto le gustaban y termino diciendo "pobres los viejos que siempre criticaba y ahora aquí estoy yo haciendo lo mismo". Esta es la cuota de identificación irremediable con el que no está. Que empieza cuando me doy cuenta de en cuántas cosas éramos parecidos y termina cuando sin darme cuenta empiezo a hacer cosas para parecerme. El proceso de identificación es un puente a lo que sigue. ¿Por qué es un puente para empezar a salir? Porque sin identificación no puede haber fecundidad. ¿Qué es fecundidad?
Es empezar a hacer algunas cosas dedicadas a esa persona, o por lo menos con conciencia de que han sido inspiradas por el vínculo que tuvimos con ella. Voy a transformar esa energía ligada al dolor en una acción. Este es el principio de lo nuevo.
Esta es la reconstrucción de lo vital, este es el comienzo: lograr que mi camino me lleve a algo que de alguna manera se vuelva útil para mi vida o para la de otros. Inspirados en la estructura original de los grupos de autoayuda que se expandieron por el mundo a partir de la exitosa experiencia de Alcohólicos Anónimos, se han creado infinidad de grupos autogestionados, grupos de personas que comparten lo que les ha pasado. Hay grupo de padres que han perdido un hijo, grupo de huérfanos, grupos de familiares accidentados, grupo de gente que sufre de la misma enfermedad que yo sufro. "Grupos de tarea" que se ocupan de brindar ayuda a aquellos que atraviesan un momento del camino que ellos ya recorrieron y que son la materialización de esto que estoy llamando duelo. La transformación del duelo sólo doloroso y aislado en una historia que le dé un sentido adicional a la propia vida. Si esto se puede hacer entonces se llegará a la aceptación. La última etapa del camino de las lágrimas, el equivalente de la cicatrización, es la etapa de la aceptación. Aceptación quiere decir dos cosas. La primera es discriminarse. La palabra no es linda, pero no hay otra Discriminarse de la persona que se murió, separarse, diferenciarse, asumir sin lugar a dudas que esa persona murió y yo no. Quiere decir que el muerto no soy yo. Quiere decir, la vida terminó para ella o para él, pero no terminó para mí.
Quiere decir resituarse en la vida que sigue. La segunda cosa que quiere decir aceptar es "interiorizar". Recuerden, venimos de la identificación (Él era como yo) y de la discriminación (pero no era yo). Y sin embargo yo no sería quien soy si ni siquiera lo hubiera conocido. Algo de esa persona quedó en mí. Esto es la interiorización. La conciencia de lo que el otro dejó en mí y la conciencia de que por eso siguen vivas en mí, las cosas que aprendí, exploré y viví. Lacan dijo algo fantástico respecto del duelo: "Uno llora a aquellos gracias a quienes es." Y a mí me parece increíblemente sabio este pensamiento, esta idea Gracias a algunas personas yo soy quien soy, sea yo consciente o no del proceso. De hecho, todos los seres que quiero en el mundo han tenido que ver con esto que yo soy hoy y por eso los lloraré cuando no estén Y aclaro que esto no sucede sólo con el fallecimiento de alguien. Siempre que lloro por una pérdida, aún en el caso de un divorcio (o sobre todo en el caso de un divorcio) lloro por perder lo que, me guste o no, ha sido determinante en que yo me haya transformado en lo que soy. Cuando decíamos al principio del libro que no importa el tiempo compartido, que no importa si te sacaron esto que llorás o no, si lo dejaste por algo mejor o por nada, señalábamos que el dolor de la pérdida es por la despedida de aquello, persona, cosa, situación o vínculo que ha sido fundamental en mi manera de ser. Y aquí termina el camino ¿Por qué? Porque me doy cuenta de todo lo que esa persona me dio  y de que no se lo llevó con ella, me doy cuenta de que puedo tener dentro mío lo que esa persona dejó en mí y encuentro que esta es una manera de tener a la persona conmigo. Entonces descubro que ya no tengo que seguir cargando con el cadáver por la vida. La discriminación y la interiorización me permitirán aceptar la posibilidad de seguir adelante, a pesar de que como en todas las heridas también quedará una cicatriz. ¿Para siempre? Para siempre. ¿Entonces no se supera? Se supera pero no se olvida. Cuando el proceso es bueno las cicatrices ya no duelen y con el tiempo se mimetizan con el resto de la piel y casi no se notan, pero están ahí. Cuando yo hablo de esto me toco el muslo izquierdo y digo "acá está, esta es la cicatriz de la herida que me hice cuando me lastimé, yo tenía diez años". ¿Me duele? No, ni siquiera cuando me toco. No me duele. Pero si uno mira de cerca la cicatriz está.
Continuará...

ETAPAS DEL DUELO NORMAL.

Parálisis
1. Incredulidad
Negación Confusión ------------------------------------------------------------------------------- Llanto explosivo
2. Regresión Berrinche
Desesperación -------------------------------------------------------------------------------
3. Furia Con el causante de la muerte Con el muerto por abandono ----------------------------------------------------
------------------------ ----
4. Culpa Por no haberlo podido salvar Por lo que no hicimos ---------------------------------------------------
------------------------- ---- Impotencia Desasosiego
5. Desolación
Seudoalucinaciones Idealización Idea de ruina ---------------------------------------------------------------------------- ----
6. Fecundidad
Acción dedicada Acción inspirada ---------------------------------------------------------------------------- ----
7. Aceptación
Discriminación Interiorización ----------------------------------------------------------------------------

DESPUÉS DEL RECORRIDO

Un duelo ha sido elaborado cuando la persona es capaz de pensar en el fallecido sin el dolor intenso. Cuando es capaz de volver a invertir sus emociones en la vida y en los vivos. Cuando puede adaptarse a nuevos roles. Cuando aunque sea por un instante experimenta gratitud. Sin embargo aún en ese momento queda algo más para los duelos. Una post-cicatrización El tiempo después. He recorrido el camino de punta a punta ¿por qué falta algo? Porque el que elabora no olvida la pérdida después de terminado el proceso de duelo.
Cuando llega el cumpleaños del que se fue, o el aniversario de bodas, o el cumpleaños del nieto, o la Navidad, en cada uno de esos momentos se revive la historia y la cicatriz enrojece apenas y hasta vuelve a doler un poquito. Se trata de las "Reacciones de aniversario" según los libros y que yo prefiero llamar "El recuerdo de la cicatriz", porque todo sucede como si no fuera yo sino el recuerdo de la cicatriz lo que me recuerda el pasado. Si bien es cierto que cada año las cicatrices hablan en voz más tenue, a veces pasa mucho tiempo hasta que dejan de recordarnos lo perdido. Supongo que hay algunas cicatrices más memoriosas que duelen para siempre. ¿Cuánto dura un duelo normal? ¿Existe un tiempo normal de duelo? Los libros dicen que sí y los pacientes dicen que no. Y yo he aprendido a creerle a los pacientes. La verdad es que si existe un tiempo es tan variable y está sujeto a tantas circunstancias que de todas maneras es impredecible. Cada uno tiene sus propios tiempos.
Lo que sí creo es que existen tiempos mínimos. Pensar que alguien puede terminar de elaborar el duelo de un ser querido en menos de un año es difícil, si no mentiroso. ¿Y por qué digo menos de una año caprichosamente? Porque en un año suceden la mayoría de las primeras veces Y las primeras veces son siempre dolorosas y porque aunque suene estúpido cada primera vez es la primera vez sin él o sin ella. El primer año suele ser aunque nos pese un doloroso catálogo de estrenos de nuevos duelos. Y cada uno de esos estrenos opera como un pequeño túnel del tiempo...por él uno vuelve una y otra vez a la vivencia pasada. Aunque por suerte, cada vez sabe más del camino de retorno. Casi siempre la segunda Navidad es menos dolorosa que la primera. El primer mes es terrible, los primeros seis meses son muy difíciles, el primer año es bastante complicado y después empieza a hacerse más suave. No hay que olvidar que si he vivido casi toda mi vida reciente sabiendo que otro existía, vivir el duelo de su ausencia implica empezar una nueva historia. Por lo dicho (del síndrome de las primeras veces) yo diría que un duelo por la muerte de un ser querido nunca podría durar menos de un año y posiblemente si algo no lo interrumpe no dure mucho más allá de dos años y medio.
También creo que si después del primer año uno sigue clavado en el lugar del primer día, quizás sea una buena idea pedir ayuda. A veces es imprescindible que alguien me acompañe en el proceso aunque más no sea para mostrarme por dónde está la salida del laberinto. Los grupos de pares no aportan dato científico, ni funcionan bajo supervisión terapéutica. No tienen intención profesional pero operan desde el maravilloso lugar del cuento zen. Cheng-hu se encontraba perdido en el laberinto. De la cámara principal salían cincuenta caminos distintos. Le había llevado una semana explorar nueve de ellos. - A menos que tenga suerte -se dijo-, moriré antes de encontrar el camino correcto. No terminaba de pensar esto cuando se encontró con Shin-tzu. No se conocían pero Cheng creyó en Shin era la respuesta a su ruego. - Que suerte que te encuentro –dijo Cheng- estoy perdido entre tanto camino. Tú podrás decirme cuál conduce a la salida. - Yo también estoy perdido -dijo Shin –Qué mala suerte -se quejó el primero-, encuentro a alguien y no me sirve de nada - ¿Por qué dices que no te sirvo? –preguntó Shin - Dijiste que estabas perdido.. -contestó Cheng, como si fuera obvio su razonamiento - Me imagino que habrás recorrido algunos caminos sin poder salir. Yo he recorrido por mi parte doce caminos que no conducen a ninguna parte, juntos los dos sabemos mucho más del laberinto que antes de encontrarnos y eso es indudablemente mejor que nada. Predecir cuánto tiempo nos tomará completar el proceso de recuperación es difícil. Algunos podrán hacerlo en unos meses, para otros se requerirán años. La cantidad de tiempo invertido, depende de muchas variables que interfieren y crean distintos patrones. La intensidad de apego al difunto (tipo de relación), intensidad del shock inicial, presencia/ausencia de la aflicción anticipatoria (cuando la persona tiene tiempo de afligirse previamente a la muerte del ser querido; por ej. en casos de enfermedad crónica y muerte esperada), las características del superviviente (personalidad propensa a la aflicción, o insegura, ansiosa con baja estima; excesivos autorreproches; enfermedad mental previa, o incapacidad física; duelos previos sin resolver, incapacidad para expresar sentimientos), crisis concurrentes (problemas graves que se presenten simultáneamente), obligaciones múltiples (crianza de los hijos, dificultades
económicas,etc.), disponibilidad de apoyo social, características de la muerte (muerte súbita, muerte anticipada), situación socioeconómica y religiosidad son algunos de los factores que influyen en la duración del duelo. Así, es probable que todos nos recuperemos en tiempos diferentes. Dice la gente que hace terapia sistémica que nuestra vida opera como un sistema donde cada engranaje se relaciona con otros; si sacamos un engranaje, por pequeño que sea, todo el sistema cambia. Los pacientes que están de duelo dicen: "Nada es igual que antes" Y tienen razón. Resituarse significa saber qué voy a hacer con la nueva situación desde los lugares más espirituales y emocionales, y desde los lugares más banales y materialistas.
Significa asumir que quizás tenga que ocuparme también de manejar dinero, los bienes, las inversiones, que el otro manejó con mi aval desinteresado, cómodo e incondicional durante toda nuestra vida en común. Significa que tendré que ocuparme de la casa, de la familia, de los trámites de sucesión y de mi nuevo proyecto de vida. Significa ocuparme de cosas que no me gustan en un momento donde no tengo ganas. Es una tarea horrible, pero la tengo que hacer mientras me ocupo como puedo del lugar que le voy a dar a la imagen interiorizada de lo perdido.
Así que estos son los objetivos del duelo: Elaborar Resituarse Reubicar Tres obstáculos que vencer, porque sin hacer alguna de estas tareas terminaremos cargando un cadáver sobre la espalda en un camino cuesta arriba. Rituales, empezar a soltar Indudablemente hay cosas que ayudan al recorrido y otras que lo dificultan. Entre la que lo hacen más fácil están los ritos. A lo largo de casi toda la vida fui un anti-ritualista. Siempre los ritos me parecieron absurdos, sobre todo aquellos que rondaban la muerte. La verdad es que la humanidad ha ido deshaciéndose de los ritos y volviéndose cada vez más aprensiva respecto a la muerte. La muerte tiene entre nosotros esta connotación tabú, lo prohibido y a la vez venerado de las cosas de las que no se puede ni hablar ni tocar. No menos de tres o cuatro veces por mes alguien llama al despacho para hacer una consulta del estilo de: " Murió fulano (tío, suegra, ex esposo), ¿debe ir el hijo al funeral o no? "El abuelo ha muerto, ¿se debe permitir a los chicos estar en el velatorio? "La madre de los sobrinos ha muerto ¿qué hay que decirles a los niños? Como si se dudara si conviene que los chicos sepan que la muerte es verdad. Como si fuera conveniente mentirle una eternidad falsa para que no se entere porque es muy chiquito y sufre. Lo que nosotros estamos produciendo al ocultar la muerte a nuestros chicos no tiene nombre, no podemos llegar a medir las consecuencias de sugerir que la inmortalidad es una posibilidad. Y esto tiene que ver con el habernos alejado de los ritos. Los ritos están diseñados para el aprendizaje y la adaptación del hombre a diferentes cosas. Entre ellas, para que el individuo acepte la muerte y acepte la elaboración del duelo. Los ritos tienen que
ver con la función de aceptar que el muerto está muerto y con la legitimación de expresar públicamente el dolor, lo cual, como vimos, es importantísimo para el proceso. Los ritos, aprendí, son importantes. Un día un paciente me contó que iba al cementerio todos los domingos. Ella visitaba la tumba de su marido muerto. Recuerdo que le preguntaba (nada ingenuamente) "Doña Raquel, ¿hace falta que vaya todos lo domingos?¿No puede dejar de ir alguna semana?. Ella me dijo: "No es que lo contradiga, doctor, yo sé que Ud. me quiere ayudar, pero no funcionaría. Yo quise hacer eso, antes de venir a verlo a Ud., traté de dejar de ir, pero si no voy el domingo al cementerio, después me siento mal toda la semana". Me puse serio y sentencié "Usted se siente mal cuando no va porque se siente culpable". Raquel comprensivamente me dijo: "No, doctor,.qué me voy a sentir culpable...mi marido hace dos años que murió, no me siento culpable. Sabe qué pasa, yo voy ahí, me siento un rato, lloro, me quedo hablándole unos minutos y después me voy. Fuera del domingo yo no lloro más en toda la semana. Pero cuando dejo de ir, ando llorando por todos lados, El cementerio me da un lugar y un espacio para llorar." A mí me impresionó, y me hizo entender que estaba equivocado.
Designar un espacio, un momento y un lugar para conectarse con el dolor funciona de verdad. Un rito que ordena y protege.
Un rito que aporta un lugar serio y un tiempo sincero donde expresar, para no tener que expresarlo en cualquier lugar y en cualquier momento. esto es la historia. La historia de poder soltar. Mientras lo tengo conmigo, lo tengo. Cuando no lo tengo, no lo tengo más. ¿Se va a ir?...¿es su decisión?... está muy bien. ¿Se va a quedar?...¿es su decisión?...está muy bien. Pero cuando esté conmigo a mí me gustaría que esté conmigo. Esto es, intensamente, comprometidamente. Vivo mi relación con mis amigos con toda la intensidad. Y si un día mis amigos se van, seguramente voy a decirles "no quiero" y seguramente me van a decir "me voy a ir igual"... y yo voy a soltar. Uno de mis mejores amigos en el mundo está viviendo en Nueva York Y la verdad que fue muy dolorosa su partida. Han pasado veinte años, nos vemos muy poco, hablamos de vez en cuando por teléfono, lo sigo amando, quizás más que antes, pero ahora...lo puedo soltar...y saber que está conmigo. Si pudiéramos ver esto, ver la continuidad en nosotros. Si pudiéramos darnos cuenta de lo trascendentes que somos, quizás podríamos vivir las pérdidas con otra mentalidad, desde otro lugar, con una nueva actitud, con la curiosidad y la excitación que tiene frente a lo nuevo aquel que no le teme. Si el camino no se recorre por completo porque el caminante decide quedarse en algún lugar del recorrido, si se tarda más tiempo del razonable en llegar a destino o si pierde el rumbo en un desvío hablamos de duelo patológico. Duelo patológico Continuará......

DUELO PATOLÓGICO


Cuando voluntaria o involuntariamente se interrumpe el proceso de duelo normal, la herida nunca llega a cicatrizar.
El duelo patológico siempre se debe a alguna de estas cuatro cosas:

* el proceso de duelo nunca empieza o
* se detiene morbosamente en alguna de las etapas o
* progresa hasta alguna de ellas y rebota infinitamente hacia alguna interior o
* se atasca intentando evitar una etapa

lo que determina diferentes tipos de duelos enfermizos.

Algunos de ellos son:

El duelo ausente: Si el que debe vivir el proceso se defiende tanto o sufre un shock tan grande que no puede salir de la primera etapa
El duelo conflictivo: Cuando el proceso está sirviendo para otra cosa, por ejemplo para no responsabilizarse de la vida que le queda por vivir.
El duelo retrasado: Casi siempre ligado a un conflicto interno emocional. Por ejemplo cuando los sentimientos que tiene frente a esta muerte son tan ambivalentes que no sabe si alegrarse o entristecerse.
El duelo desmedido: Cuando la expresión emocional se desborda, a veces excediendo los límites de la integridad propia o de terceros.
El duelo crónico: Cuando el proceso se recicla infinitamente sin terminar nunca.
Algunos duelos patológicos resultan de la combinación o alternancia de alguno de ellos.
Es necesario dejar establecido que lo enfermizo no aparece POR el duelo sino CON el duelo y es siempre la expresión de una patología previa, es decir hay algo que está complicado desde antes y que sale a la luz con el proceso de duelo.
Todas las reacciones de mala adaptación al duelo requieren una terapia compleja cuando coexisten con trastornos psiquiátricos importantes.
Los trastornos más comunes asociados a complicaciones en el proceso de duelo son:

* depresión grave
* abuso de drogas y alcohol
* trastornos psicosociales de integración.* anormal relación con la pérdida
* ideas recurrentes de la propia muerte
* duración anormal de los síntomas
* ausencia de pena.

Dado que a veces el que está en la situación no puede diagnosticar el desvío del camino adecuado habrá que ocuparse de resolver la dificultad empezando por ayudar a quien padece esta patología, por lo menos a darse cuenta de lo que pasa y a recibir ayuda profesional.
De hecho, las secuelas mencionadas arriba revisten importancia y deben ser tratadas con enfoques psicoterapéuticos y a veces con medicamentos.

¿Siempre la ausencia de duelo es patológica?
"Cuando me divorcié estaba tan satisfecha de haberme separado que no recuerdo haberme sentido de duelo"
"Después de que mi abuelo estuvo en terapia intensiva casi un año, su muerte fue más una bendición que una desgracia"
Frases como estas son usuales en un consultorio psicoterapéutico sobre todo acompañadas de sentimientos de culpa.
Cuando sostienen esa culpa en el tiempo se vuelven:
"LOS QUE SE SIENTEN MAL PORQUE NO SE SIENTEN MAL"
Muchas veces en una separación no hay duelo ostensible y en algunos casos no es una patología, porque el verdadero duelo se hizo antes de la decisión final.
Lo mismo pasa con las agonías prolongadas cuando lo que más se siente muchas veces es el cierre, porque el proceso de duelo se va viviendo mientras el enfermos se muere.
Otra veces el enfermo sufre enormemente y entonces, sin que medie ninguna distorsión en los que quedan, la muerte combina el dolor de la pérdida con una cuota de doble alivio inevitable, alivio por el final del sufrimiento que padecía el enfermo y también del propio dolor al verlo sufrir.
En todos estos casos no se trata de verdaderos duelos ausentes sino de duelos anticipados.
El camino del duelo es siempre el mismo, cambian los tiempos, cambia la intensidad, cambia el acento en alguna de estas facetas pero siempre hay un duelo frente a una pérdida. Si no lo hay y no lo hubo anticipadamente, un mecanismo de defensa está bloqueando la conexión con el dolor.
Es también bastante clásico recibir la consulta de una madre que se lamenta de que su esposo no la acompaña en el dolor de la muerte del hijo de ambos. La verdad es que debo admitir que los hombres siempre estamos intentando defendernos del dolor como podamos y como la sociedad nos avala la dedicación absoluta a nuestro rol de proveedores incansables en general escapamos hacia el trabajo.
Al comienzo una defensa puede ser aceptable; sin embargo si se mantiene reprimido demasiado tiempo, el dolor tenderá a expresarse de otras formas: mal humor, reacciones violentas, somatización, adicciones, etc.
En la otra punta de los que no se animan a entrar están los que no se animan a salir.
Estos dolientes caminantes de las lágrimas no están dispuestos a dejar ir la presencia ausente de lo que no está. Como en muchos casos que no se permiten soltar lo pasado y asumir la sensación de soledad que conlleva la pérdida.

Etapas de un duelo crónico.
Continuará...

ETAPAS DE UN DUELO CRÓNICO


Así como en cualquier lugar que se interrumpa el proceso de cicatrización la herida no se sana, en cualquier lugar que se interrumpa el duelo la cicatriz no se produce y el duelo no sana.
Todo el proceso consiste en que el cuerpo pueda llegar a la retracción del coágulo, ¿recuerdan?. Porque ahí es donde empieza el proceso de regeneración de los tejidos, cuando el coágulo se achica y los bordes de la herida se acercan, el tejido nuevo empieza a surgir desde abajo y el daño va camino a sanar.
Algo que no dijimos es que en este momento la herida pica. Ha dejado de doler, pero cuando el coágulo se empieza a retraer pica. El escozor es un dolor chiquitito, pero un dolor al fin y todos tenemos el impulso de rascarnos.
Pero cuidado. Porque si uno se arranca la cascarita, la herida empieza a sangrar y estamos otra vez atrás.
Este es el duelo patológico, el duelo de las heridas que nunca cicatrizan. En el hospital uno ve hombres y mujeres que vienen con heridas que tienen dos o tres años, y uno no entiende por qué pero pregunta y descubre lo que pasa: cada vez que llegan a la casa se arrancan la cascarita, porque les molesta, porque les pica, porque queda fea. Y vuelven a empezar.
Nunca deja que la herida cicatrice.
Cuidado con escaparse una y otra vez del dolor y la desolación.
Cuidado con no querer vivir esto, porque si para escapar de esta etapa arrancamos la cascarita volviendo atrás, el duelo puede hacerse crónico.
Pasan quince años, veinte y cada vez que uno llega a la desolación, le teme tanto que huye hacia la bronca, escapa a la negación, se vuelve un niño, se queda en la culpa, corre hacia atrás, a cualquier lado con tal de no pasar por esta tristeza infinita, con tal de no enfrentarse con el alma en ruinas. Y si no hacemos algo para que se termine el círculo vicioso volvemos una y otra vez para atrás y cambiamos el dolor por el sufrimiento
y nos instalamos en él.
¿Y qué hay que hacer?
Más bien se trata de lo que no hay que hacer.
No hay que rascarse, hay que animarse a vivir el dolor de la etapa de la tristeza desolada y dejar que el río fluya confiando en que somos lo suficientemente fuertes para soportar el enorme dolor de la pena.
Hablo de seguir peleando hasta llegar al final del camino ...
Yo creo que deberíamos ocuparnos, darnos cuenta, buscar la manera, encontrar los lugares, descubrir el cómo, hallar las personas, buscar los caminos para conectarnos con las mejores cosas que tenemos.
Y las mejores cosas que tenemos son la lucha y el deseo de seguir adelante.
Las ganas de vivir la vida que a pesar de enfrentarnos con dolores y temores, repito, vale la pena ser vivida.
Hemos visto como detrás de un duelo ausente o detrás de un sufrimiento eterno puede esconderse la decisión de no vivir el duelo. La huida negadora y el cambio de dolor por sufrimiento son dos de los tres desvíos en los que uno se puede perder en el camino de las lágrimas. El tercer "rebusque", para no terminar de soltar al que no está, es la idealización.
Este desvío está un poquito después de haber pasado por la desolación y se confunde con el sendero correcto de la identificación. Idealizar al que se murió es creer que nadie hacia esto como él, que en aquello era maravilloso, en lo otro sensacional, y que lo poco que hacía mal no lo recuerdo porque en realidad no tenía importancia. Pero lo que hacía bien era espectacular y cuando no estaba haciendo nada bueno era en realidad porque yo no lo notaba. Como Gardel, que según la leyenda, cada día canta mejor. Esta es la necesidad de eternizar al que murió para que no nos abandone, para no discriminarse, para no soltarlo. Una salida peligrosa, un verdadero escape hacia adelante, porque abre la posibilidad de quedarnos estancados en la idea de que ya no haga falta terminar con el duelo, porque idealizando su memoria puedo mantenerlo vivo.
El desagradable nombre técnico de este proceso es momificación de lo perdido.
Como las películas de terror, embalsamar el cadáver para sentarlo a la mesa y servirle la comida todos los días, para decir acá está. Este es el lugar de papá, de la abuela o del tío Juan y donde nunca nadie más se sentó.
La salida ahora es aceptar que el que se murió era en muchos sentidos maravilloso y en algunos otros una mierda, nos guste o no, estamos dispuestos a admitirlo o no, todos tenemos un aspecto oscuro y un poco "mierdoso" en nuestra manera de ser (si el tuyo es pequeño e insignificante, tus amigos y tu familia son muy afortunados)
Tiene que ver con aceptar que cada uno de nosotros tiene aspectos bárbaros y aspectos siniestros, que cada uno de nosotros tiene tiene una parte buena y una parte jodida. Tiene que ver con darse cuenta de que cada persona, cada cosa, cada situación, cada lugar, tiene cosas que me gustan y cosas que no me gustan.
¿Por qué cuando ya no está pasa a tener nada más que las que me gustaban?
De pronto todos los defectos, todas las cosas horribles que detestaba eran mínimas, todo aquello por lo que puteaba no parece importante, y todo lo bueno es único, espectacular e incomparable...
Bien, eso es idealizar..Idealizar tiene que ver con negar todo lo malo que tenía lo perdido y con sobrevalorizar lo bueno. En las personas de alguna manera se relaciona con no ver lo humano, con endiosar al que se fue.
He visto, de verdad, cosas siniestras respecto a la idealización como negar intensamente algunos aspectos deplorables y nefastos del que se murió. Aspectos por los cuales, esa misma persona deseó que al otro lo pisara un camión.
La idealización funciona desde muchos lugares, poniéndole al otros cosas que en realidad no tenía y sacándole sus peores miserias. Idealizar es deshumanizar, y también, como con los vivos es una manera de no aceptar. Si te acepto, debería despedirte, debería aceptar que no estás.
En cambio si te idealizo, no hace falta, te pongo en un plano superior para poder quitarte lo terrenal y entonces renunciar a separarme momificándote, santificándote, haciendo de tu recuerdo un culto. Y lo que sucede en muchos casos es que la familia entera idealiza. Y aparentemente está todo bien porque finalmente coincidimos, pero la verdad es que tampoco sirve, y tarde o temprano, la mentira de la inmaculada esencia queda al descubierto, o peor aún, se sostiene y nadie podrá nunca relacionarse sin comparar al que llegue a la casa con la imagen perfecta del que murió.
Lamentablemente la muerte no hace nada para mejorar lo que era el que murió y esto es así, más allá de todas las creencias de la elevación del espíritu y la purificación de las almas. Me parece importantísimo poder perdonar al difunto pero no olvidar quién fue en vida. Perdonar en todo caso es cancelar sus deudas, pero no es olvidar que no las pagó.
La idea es seguir luchando y peleando para llegar al lugar de contacto genuino con la imagen real. Al lugar de la aceptación, aunque aceptar la pérdida nos parezca imposible.

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