CAPÍTULO 5
ETAPAS DEL CAMINO
Imaginemos que alguien se lastima.
Supongamos que un joven sano jugando al fútbol descalzo con sus amigos en un
campo.
Corriendo un pase para meter un gol
pisa algo filoso, una piedra, un pedazo de vidrio, una lata vacía y se lastima.
El joven sigue corriendo, alcanza la pelota y a pesar del dolor que siente al
afirmar el pie para patear le pega a la pelota con todas su fuerza venciendo al
arquero y ganando el partido. Todos festejan. Un compañero le advierte de la
mancha roja que deja en el pasto en cada pisada. El joven se sienta en un banco
y al mirarse la planta del pie se da cuenta del tajo sangrante que tiene cerca
del talón.
¿Cómo sería la evolución normal y
saludable para esta herida?
¿Cuáles son las etapas por las que va
a pasar esta herida?
Tal como vimos, muchas veces, en un
primer momento todo ocurre como si no pasara nada. El muchacho sigue corriendo
la pelota, la señora sigue cortando el pan con el cuchillo filoso y el
carpintero no nota que se lastimó hasta que una gota de sangre mancha la
madera. En ese primer instante, muchas veces, ni siquiera hay sangre; el cuerpo
hace una vasoconstricción, achica el calibre de los vasos sanguíneos, inhibe
los estímulos nerviosos y establece un período de impasse, un mecanismo de
defensa, más fugaz cuanto mayor sea la herida.
Inmediatamente aparece el dolor agudo,
intenso y breve, a veces desmedido, que es la primera respuesta concreta del
cuerpo que avisa que algo realmente ha pasado.
Y después la sangre, que brota de la
herida en proporción al daño de los tejidos.
La sangre sigue saliendo hasta que el
cuerpo naturalmente detiene la hemorragia. En la herida se produce un tapón de
fibrina, plaquetas y glóbulos: el coágulo, que sirve entre otras cosas para que
la herida no siga sangrando..Cuando está el coágulo hecho, empieza la etapa más
larga del proceso. El coágulo se retrae, se seca, se arruga, se vuelve duro y
se mete para adentro. El coágulo se transforma en lo que vulgarmente llamamos
"la cascarita".
Pasado un tiempo, los tejidos nuevos
que se están reconstruyendo de lo profundo a lo superficial empujan "a
cascarita" y la desplaza hacia
afuera hasta que se desprende y cae.
La herida de alguna manera ya no
duele, ya no sangra, está curada; pero queda la marca del proceso vivido: la
cicatriz
Etapas de Sanación de una herida.
1- Vasoconstricción.
2- Dolor agudo.
3- Sangrado.
4- Coágulo.
5- Retracción del coágulo.
6- Reconstrucción fisular.
7- Cicatriz.
Este es más o menos el proceso
evolutivo normal de una herida cortante. Si esto no sucede, algo puede estar
funcionando mal.
Quiero decir, si un paciente ante una
herida cortante más o menos importante no sangra, está mal. Uno podría pensar
"mirá que suerte, no perdió sangre"; a veces puede no ser una gran
suerte, un herido en estado de shock no sangra y podría morir.
Y por supuesto cuanto más grande es la
herida, más larga, más tediosa y más peligrosa es cada etapa. Siempre es así,
cuánto más grande es la herida, más tarda en cicatrizar y más riesgo hay de que
algo se complique en algún momento de la evolución. Si nos estancamos en
cualquiera de estas etapas siempre vamos a tener problemas.
De todas maneras no traigo esto para
explicar cómo evoluciona una herida cortante sino porque hace poco me sorprendí
al darme cuenta de la enorme correspondencia que existe entre las etapas que
cada uno pude deducir por su propia experiencia con lastimaduras y la situación
aparentemente compleja de elaborar un duelo.
Un duelo es, como hemos dicho, la
respuesta normal a un estímulo, un hecho que nos hiere y que llamamos
pérdida..Porque la muerte de un ser querido es una herida, dejar la casa
paterna es una herida, irse a vivir a otro país es una herida, romper un
matrimonio es una herida. Cada pérdida funciona, en efecto, como una
interrupción en la continuidad de lo cotidiano, como una cortadura es una
interrupción en la integridad de la piel.
Si entendimos cómo se sana una herida,
vamos a tratar de deducir juntos qué pasa con la elaboración de un duelo. Por
esta coherencia del ser humano veremos que los pasos que sigue la sanación
emocional son básicamente los mismos, no se llaman igual, pero como vamos a
ver, con un poco de suerte, quizás resulten equivalentes. Vamos a tomar como
ejemplo de pérdida la situación de muerte de un ser querido.
Cuando nos enteramos de la muerte de
alguien muy querido lo primero que sucede es que decimos "no puede ser".
Pensamos que debe ser un error, que no puede ser, decimos internamente que no,
pensamos que es demasiado pronto, que no estaba previsto, que en realidad "estaba
todo bien"...
Esta primera etapa se llama la etapa
de la incredulidad.
Y aunque la muerte sea una muerte
anunciada, de todas maneras hay un momento donde la noticia produce un shock.
Hay un impasse, un momento de negación
y cuestionamiento donde no hay ni dolor; la sorpresa y el impacto nos llevan a
un proceso de confusión donde no entendemos lo que nos están diciendo. Por
supuesto que cuanto más imprevista, más inesperada, sea la muerte, cuánto más
asombrosas sea la situación, más profunda será la confusión, más importante
será el tiempo de incredulidad y más durará.
Esto tiene un sentido, el mismo que
tiene en la herida la situación de impasse, esto es "economizar" la
respuesta cicatrizadora si la cosa no tiene importancia y es algo que va a
pasar rápidamente ; bien, la psiquis también se protege hasta evaluar...por las
dudas...por si fue un error...por si acaso sea yo el que haya entendido mal.
Nos protegemos desconfiando de la realidad, entrando en confusión para
permitirnos la distancia de esta situación.
No se puede pasar directamente de la
percepción a la acción o de la percepción al contacto, va a tener que existir
un proceso, va a tener que pasar un tiempo. Y este tiempo que hace falta se
logra forzando mediante este pequeño congelamiento del shock la no-respuesta.
Así que la primera cosa que va a pasar
es que la persona va a tener un momento donde va a estar absolutamente
paralizada en su emoción, en su percepción, en su vivencia y lo que va a tener
es un momento de negación, de desconfianza, un tiempo de impasse entre la
parálisis y el deseo de salir corriendo hacia un lugar donde esto no esté
pasando, la fantasía de despertar y que todo sea nada más que un sueño.
Esta etapa puede ser un momento, unos
minutos, unas horas o días como sucede en el duelo normal, o puede volverse una
negación feroz y brutal. En los niños esta historia funciona a veces con un
riesgo absoluto; y mientras el mundo y su familia están evolucionando el chico está
como si no hubiera pasado nada, está paralizado en esta situación, en realidad
negando todo lo acontecido porque no saber por dónde metabolizarlo. A veces
pasa, en medio de un velatorio, con un chico que tiene 10,12,15 años y a veces
más y está como si nada. Uno piensa que debería ser totalmente consciente de lo
que está pasando y entonces pregunta:
-¿No quería a su abuelo, a su madre, a
su hermano?
-Lo quería muchísimo, estamos todos
muy sorprendidos.
Está en esta etapa de la incredulidad,
a veces en situación de negación patológica y muchas otras en una normal
respuesta de defensa frente a lo terrible, un intento no demasiado consciente
de NO enloquecer.
Lo llamo "de negación" con
fines didácticos aunque en realidad en este momento lo fundamental no es la
negación sino un estado confusional. La persona en cuestión no entiende nada,
no sabe nada de lo que pasa y aunque aparezca a veces muy conectado no tiene
cabal registro de lo que está sucediendo.
Cuando se consigue traspasar esa etapa
de incredulidad no tenemos más remedio que conectarnos con el agudo dolor del
darnos cuenta.
Y el dolor de la muerte de un ser
querido en esta etapa es como si nos alcanzara un rayo. Después de todos
nuestros intentos para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la
conciencia junta de que otro murió. Y entonces la situación nos invade, nos
desborda, nos tapa, de repente un golpe emocional tan grande desemboca en una
brusca explosión.
Esta explosión dolorosa es la segunda
etapa del duelo normal.
Es la etapa de la regresión.
¿Y por qué la llamamos
"regresión?
Porque lo que en los hechos sucede es
que uno llora como un chico, uno patalea, uno grita desgarradoramente,
demostraciones para nada racionales del dolor y absolutamente desmedidas.
Actuamos como si tuviéramos cuatro o
cinco años. NO hay palabras concretas, no decimos cosas que tengan sentido, lo
único que hacemos es instalarnos en estado continuo de explosión emocional.
Intentar razonar con nosotros en ese momento es tan inútil como sería
explicarle a un niño de cuatro añitos por qué su ranita fue aplastada por un
auto.
En esta etapa tampoco hay ninguna
posibilidad de quien está de duelo nos escuche. El de la primera etapa porque
estaba en shock por la noticia, negando, evitando y confundido; este otro porque
está desbordado por sus emociones, absolutamente capturado por sus aspectos más
primarios, sin ninguna posibilidad de conectarse, en pleno dolor irracional.
Así como en la herida física de pronto
el dolor me avisó y me di cuenta de que me había lastimado, y cuando supe
empecé a sangrar, así mismo cuando las emociones desbordadas empiezan a salir
para afuera, empiezo a sangrar.
Y la sangre que sale no es la de la
tristeza. Es el primer sangrado, la tercera etapa, la que empieza tras tener
conciencia de lo que pasó: se llama la etapa de la furia.
Ya he llorado, ya he gritado, ya he
moqueado, ya me arrastré por el piso, ya hice todo lo irracional que me
conectaba al dolor infinito, ya intenté negar lo que pasaba y ahora
irremediablemente, a veces más rápido y otras más lento, a veces con más tiempo
y a veces con menos, llega un momento de furia.
Furia es bronca, mucha, mucha, mucha
bronca. A veces muy manifiesta como bronca y otras veces disimulada, pero
siempre hay un momento en el que nos enojamos.
¿Con quién? Depende....A veces nos
enojamos con aquellos que consideramos responsables de la muerte: los médicos
que no lo salvaron, el tipo que manejaba el camión con el que chocó, el piloto
del avión que se cayó, la compañía aérea, el señor que le vendió el departamento
que se incendió, la máquina que se rompió, el ascensor que se cayó, etc., etc.
Nos enojamos con todos para poder pensar que tiene que haber alguien a quien
responsabilizar de todo esto.
O nos enojamos con Dios. Si no
encontramos a nadie y aún encontrándolo nos ponemos furiosos con Dios y
empezamos a cuestionarlo.
O quizás nos enojamos con la vida,
literalmente con la vida, con la circunstancia, con el destino. Y empezamos a
putear y reputear la vida que nos arrebata al ser querido.
Lo cierto es que con Dios, con la
vida, con uno mismo, con el otro, con el más allá, con alguien, siempre hay un
momento en el que conectamos con la furia. Ahora con este y después con el
otro.
O no. En lugar de eso o además de eso
nos enojamos con el que murió. Nos ponemos furiosos porque nos abandonó, porque
se fue, porque no está, porque nos dejó justo ahora, porque se muere en el
momento que no era el adecuado, porque no estábamos preparados, porque no
queríamos, porque nos duele, porque nos molesta, porque nos fastidia, porque
nos complica, porque nos jode, porque nos caga, porque, porque, sobre todo
porque nos dejó solos de él, solos de ella.
A veces si muere mi mamá, me enojo con
mi papá porque sobrevivió. Me enojo con el hermano mayor de mi viejo, porque él
vive y mi papá se murió.
Sea con el afuera, sea con las
circunstancias, sea con Dios, con la religión, con el vecino, sea con el que no
tiene nada que ver o con quien sea, me enojo.
Me enojo con cualquiera a quien pueda
culpar de mi sensación de ser abandonado.
No importa si es razonable o no, el
hecho es que me enojo.
Pero, ¿cómo puede ser que yo me enoje?
La verdad es que yo sé que los otros
no son culpables de esto que los acuso. Lo que pasa es que la furia tiene una
función, como la tiene el sangrado..Esta furia está allí para producir algunas
cosas, como la sangre sale para permitir el proceso que sigue.
La furia tiene como función anclarnos
a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y
preparanos para lo que sigue; tiene como función terminar con el desborde de la
etapa anterior pero también intentar protegernos, por un tiempo más, del dolor
de la tristeza que nos espera.
Para que pare la sangre habrá que
taponar la herida con algo.
Algo que sea justamente el resultado
del sangrar. Porque si el paciente siguiera sangrando se moriría. Si el
paciente siguiera furioso se moriría agotado, destrozado por la furia.
Algo tendrá que parar esta sangre,
algo tendrá que actuar como tapón, como si fuera un coágulo. Este derivado
construido de la misma sustancia de la furia que la reemplaza y la frena se
llama culpa.
En el proceso natural de la
elaboración de un duelo aparece tarde o temprano una etapa de la culpa. Nos
empezamos a sentir culpables. Culpables por habernos enojado con el otro (se murió
y yo encima puteándolo). Culpables por enojarnos con otro. Culpables con Dios.
Culpables por no haber podido evitar que se muriera. Y empezamos a decirnos
estas estupideces:
...por qué le habré dicho que vaya a
comprar eso...
...si no le hubiera prestado el
auto...
...si yo no le hubiera pagado el
pasaje no podría haber ido a Europa...
...debería haberlo mandado al
médico...
...si lo hubiera presionado un poco
más se habría salvado...
...si yo hubiera estado entonces no
habría muerto...
...quizás me llamó y yo no estaba...
¿Para qué hacemos esto?
Sabemos lo que se viene, y estamos
intentado defendernos.
Estas fantasías omnipotentes intentan
salvarnos de la sensación de impotencia que seguirá después.
Culparnos es una manera de decretar
que yo lo habría podido evitar, una injusta acusación por todo aquello que no
pudimos hacer...
por no haberte contado lo que nunca
supiste, por no haberte dicho en vida lo que hubiéramos querido decirte, por no
haberte dado lo que podíamos haberte dado,.por no haber estado el tiempo que
podíamos haber estado, por no haberte complacido en lo que podíamos haberte
complacido por no haberte cuidado lo suficiente,
por todo aquello que no supimos hacer
y que tanto reclamabas.
Y como no puedo enojarme con vos
porque me privaste del tiempo de hacerlo y porque la etapa de furia ya pasó,
estoy coagulando para salirme de la bronca, cargando con el peso de la culpa.
Pero la culpa también es una excusa,
también es un mecanismo.
La culpa es, como ya lo he dicho
tantas veces, una versión autodirigida del resentimiento, es la retroflexión de
la bronca
Por eso digo que está configurada de
la misma sustancia que la furia, como el coágulo es de la misma sustancia de la
sangre.
La culpa no dura porque es ficticia y
cuando se queda nos estanca en la parte mentirosa omnipotente y exigente del
duelo.
Pero si no hacemos algo que nos
detenga, naturalmente aparece la retracción del coágulo, como pasa con la
herida. Voy metiéndome para adentro, voy volviéndome seco. Y llego a una etapa,
la quinta, desde lo subjetivo la más horrible de todas, la etapa de la
desolación.
La etapa de la desolación es la de la
verdadera tristeza.
Esta es la etapa más temida. Tanto que
gran parte de lo anterior pasó para evitar esto, para retrasar nuestra llegada
aquí. Aquí es donde está la impotencia, el de darnos cuenta de que no hay nada
que podamos hacer, que el otro está irremediablemente muerto y que eso es
irreversible.
Piense yo lo que piense y crea yo lo
que crea.
Crea yo en el mundo por venir o no, en
el mundo de después o no, en el mundo eterno o no.
Crea yo o no que en algún lugar está
mirándome y que nos vamos a encontrar, lo cierto es que en este lugar no hay
nada que yo pueda hacer. Y esto me conecta con la impotencia.
Y como si fuera poco aquí está también
nuestro temido fantasma, el de la soledad. La soledad de estar sin el otro, con
los espacios que ahora quedaron vacíos.
Conectados con nuestros propios vacíos
interiores..Conectados con la certeza de que hemos perdido algo
definitivamente.
No hay muchas cosas definitivas en el
mundo, salvo la muerte.
Continuará...
Y ahora, damos cuenta de todo esto.
Después de recorrer todo este camino, tenemos que retraernos, ponernos para
adentro, darnos cuenta de esta sensación, la sensación de eternidad de su
ausencia. Nos damos cuenta de que las cosas no van a volver a ser como eran y
no sabemos con certeza pronosticar de qué manera van a ser. Y tomo absoluta
conciencia... y siento la sensación de ruina... como si fuera una ciudad
desvastada...
como si algo hubiera sido arrasado
dentro de mí... como si yo fuera lo que queda de una ciudad bombardeada. (Me
acuerdo de las imágenes de Varsovia después de la destrucción de los nazis,
nada en pie, sólo escombros) Así me siento... como si de mi interior sólo
hubieran quedado escombros. Este es el momento más duro del camino. En honor a
esta etapa se llama el camino de las lágrimas. esta es la etapa de la tristeza
que duele en el cuerpo, la etapa de la falta de energía, de la tristeza
dolorosa y aplastante. No es una depresión, si bien se le parece, claro que se
le parece ¿En qué? En la inacción. La depresión aparece justamente cuando me
declaro incapaz de transformar mi emoción en una acción. A veces los deprimidos
no están tristes, están deprimidos, pero no están tristes. Y éstos están
tristes, no sé si están deprimidos, quizás sí, quizás no, pero lo que seguro
están es desesperados... Están verdaderamente desesperados. Pero no es la
desolación de la sinrazón. Cuando nos encontramos con estas personas y las
miramos a los ojos, nos damos cuenta de que algo ha pasado, de que algo se ha
muerto en ellos. Y es bien triste acompañar a alguien que está en este momento.
Es triste porque comprendemos y sentimos.
Porque nos "compadecemos" de
lo que le pasa, quiero decir "padecemos con" esa persona. Es lógico
que así sea porque quien se ha muerto en realidad es este pedacito de la
persona que de alguna manera llevaba adentro. Los intentos para salirse de esta
situación tan desesperante son infinitos. Sin necesidad de que nos estemos volviendo
locos para nada, puede ser que en esta etapa tengamos algunas sensaciones y
percepciones extrañas: a.. despertar en la noche sintiendo la voz del difunto
que nos habla. b.. escuchar la puerta como si entrara c.. creer que alguien que
vimos en el subte era la persona que ya no está d.. sentir el ruido en la
cocina, como cuando cocinaba los panqueques que siempre hacía e.. escuchar en
la calle misteriosamente la música que siempre escuchaba. f.. asistir a la
extraña aparición de esa billetera que nunca estuvo aquí... Y aunque sepamos
que no es cierto tenemos la impresión de que en realidad el otro está entre
nosotros. Impresión que lleva a muy buen negocio a los espiritistas y a toda
esta gente siniestra que aprovecha estos momentos, sabiendo que quien está de
duelo está sumamente vulnerable. Se trata de verdaderas seudoalucinaciones, que
si bien son normales no dejan de obligarnos a pensar dónde anda nuestra salud
mental. Si vuelvo a la que fue la casa de mi abuela y percibo su olor, esto no
tiene ningún misterio, es el olor del lugar que asocio con mi abuela.
Ahora bien, si yo voy a un lugar donde
sé que mi abuela nunca estuvo y reconozco su olor, debe ser que hay un aroma
que me hace acordar al de mi abuela, y no porque mi abuela esté por ahí, si se
me ocurre pensarlo así posiblemente mi situación emocional me esté jugando una
mala pasada. Una seudoimaginación no es una alucinación: yo sé que lo que estoy
percibiendo no es, pero lo estoy percibiendo. Uno tiene la sensación, aunque
sabe que es su cabeza la que está haciendo la trampa. Es muy fuerte pasar por
estos momentos y muchos llegan a asustarse. Durante el camino de las lágrimas
algunas personas tienen tanto deseo de que sea cierto que el otro está cerca
que quisieran poder percibirlo. O revuelven la casa una y otra vez buscando en
algún lugar solitario la carta que el muerto debe haber dejado, el mensaje que
escribió para mí, la explicación de lo inexplicable que me da ahora que no
está.
Están tan deseosos y tan necesitados
que a veces podrían enredarse en creer cualquier cosa. Incluso pueden por
supuesto creerles a quien les diga que es posible conectarse con la persona
muerta. Un momento de tristeza, de visiones, de creencias, de miedos y de
incertidumbres. Un tiempo muy expuesto al engaño de los estafadores de
ilusiones. Y así sucede, lamentablemente, demasiadas veces. Lo malo de esta
etapa de desolación es que es desesperante, dolorosa, inmanejable. Lo bueno es
que pasa, y que mientras pasa,.nuestro ser se organiza para el proceso final,
el de la cicatrización , que es el sentido último de todo el camino. Pero cómo
podría prepararme para seguir sin la persona amada si no me cierro a vivir mi
proceso interno, cómo podría reconstruirme si no me retiro un poco de lo
cotidiano. Eso hacen la tristeza y el dolor por mí, me alejan, para poder
llorar lo que debo llorar y preservarme de más estímulos hasta que esté
preparado para recibirlos, me conectan con el adentro para poder volver al
afuera a recorrer los dos últimos tramos del camino de las lágrimas: el de la
fecundidad y el de la aceptación.
Ahora podemos comparar los esquemas
para confirmar la correspondencia más completa.
Herida Duelo *
Vasoconstricción = Incredulidad *
Dolor agudo = Regresión *
Sangrado = Furia *
Coágulo = Culpa *
Retracción del coágulo = Desolación *
Reconstrucción tisular = Fecundidad *
Cicatriz = Aceptación
En el final mismo de esta etapa de
desolación empezamos a sentir cierta necesidad de dar, muchas veces darle algo
al que se fue. Desde el punto de vista psicológico profundo quizás tenga que
ver con el deseo de escaparnos de ese odioso cepo de la impotencia que siempre
termina incomodándome. Salimos de este lugar donde sentimos que no podemos
hacer nada. Esta sensación inexplicable, seguramente tiene que ver con mis lazos
vitales con el mundo de lo que amo.
Seguramente está muy lejos de ser la
salida, pero es el principio de ella, un intento de resolver en mi cabeza lo
que no puedo resolver en los hechos. Este principio de salida se llama
identificación y me acerca al establecimiento de la etapa de fecundidad De la
desolación se empieza a salir identificándonos con algunos aspectos del muero,
focalizando transitoriamente algunas características para poder hacerlas mías.
Cuando el
proceso es normal sucede como una
revaloración un poco exagerada de las virtudes reales del ausente y da lugar a
la razonable crítica posterior. Hablando de un chico que se murió puedo decir
"era tan lindo, el más inteligente del grado, era maravilloso y estaba
llamado a grandes cosas" Pero si sigo diciendo que era la encarnación de
lo perfecto, que era el más lindo niño que nunca existió y que era demasiado
para este mundo y por eso Dios lo quería con él, estoy perdido. Erré el camino
y la revaloración se transformó en idealización. Ya no estoy viendo las cosas.
No hay nada peor que confundir valorar con idealizar; una me permite elaborar
el dolor, al otra lamentablemente es una manera de no salirse de él. Después de
haber penado y llorado la ausencia me doy cuenta de que me alegra escuchar un tango
cuando antes yo nunca escuchaba tangos, que me empieza a gustar cocinar, como a
ella le gustaba, o que empiezo a disfrutar de los paseos al aire libre,
que en realidad nunca aceptaba compartir
y empiezo a probar los dulces caseros que ella dejó y que tanto le gustaban y
termino diciendo "pobres los viejos que siempre criticaba y ahora aquí
estoy yo haciendo lo mismo". Esta es la cuota de identificación
irremediable con el que no está. Que empieza cuando me doy cuenta de en cuántas
cosas éramos parecidos y termina cuando sin darme cuenta empiezo a hacer cosas
para parecerme. El proceso de identificación es un puente a lo que sigue. ¿Por
qué es un puente para empezar a salir? Porque sin identificación no puede haber
fecundidad. ¿Qué es fecundidad?
Es empezar a hacer algunas cosas
dedicadas a esa persona, o por lo menos con conciencia de que han sido
inspiradas por el vínculo que tuvimos con ella. Voy a transformar esa energía
ligada al dolor en una acción. Este es el principio de lo nuevo.
Esta es la reconstrucción de lo vital,
este es el comienzo: lograr que mi camino me lleve a algo que de alguna manera
se vuelva útil para mi vida o para la de otros. Inspirados en la estructura
original de los grupos de autoayuda que se expandieron por el mundo a partir de
la exitosa experiencia de Alcohólicos Anónimos, se han creado infinidad de
grupos autogestionados, grupos de personas que comparten lo que les ha pasado.
Hay grupo de padres que han perdido un hijo, grupo de huérfanos, grupos de
familiares accidentados, grupo de gente que sufre de la misma enfermedad que yo
sufro. "Grupos de tarea" que se ocupan de brindar ayuda a aquellos
que atraviesan un momento del camino que ellos ya recorrieron y que son la
materialización de esto que estoy llamando duelo. La transformación del duelo
sólo doloroso y aislado en una historia que le dé un sentido adicional a la
propia vida. Si esto se puede hacer entonces se llegará a la aceptación. La
última etapa del camino de las lágrimas, el equivalente de la cicatrización, es
la etapa de la aceptación. Aceptación quiere decir dos cosas. La primera es
discriminarse. La palabra no es linda, pero no hay otra Discriminarse de la
persona que se murió, separarse, diferenciarse, asumir sin lugar a dudas que
esa persona murió y yo no. Quiere decir que el muerto no soy yo. Quiere decir,
la vida terminó para ella o para él, pero no terminó para mí.
Quiere decir resituarse en la vida que
sigue. La segunda cosa que quiere decir aceptar es "interiorizar".
Recuerden, venimos de la identificación (Él era como yo) y de la discriminación
(pero no era yo). Y sin embargo yo no sería quien soy si ni siquiera lo hubiera
conocido. Algo de esa persona quedó en mí. Esto es la interiorización. La
conciencia de lo que el otro dejó en mí y la conciencia de que por eso siguen
vivas en mí, las cosas que aprendí, exploré y viví. Lacan dijo algo fantástico
respecto del duelo: "Uno llora a aquellos gracias a quienes es." Y a
mí me parece increíblemente sabio este pensamiento, esta idea Gracias a algunas
personas yo soy quien soy, sea yo consciente o no del proceso. De hecho, todos
los seres que quiero en el mundo han tenido que ver con esto que yo soy hoy y
por eso los lloraré cuando no estén Y aclaro que esto no sucede sólo con el
fallecimiento de alguien. Siempre que lloro por una pérdida, aún en el caso de
un divorcio (o sobre todo en el caso de un divorcio) lloro por perder lo que,
me guste o no, ha sido determinante en que yo me haya transformado en lo que
soy. Cuando decíamos al principio del libro que no importa el tiempo
compartido, que no importa si te sacaron esto que llorás o no, si lo dejaste
por algo mejor o por nada, señalábamos que el dolor de la pérdida es por la
despedida de aquello, persona, cosa, situación o vínculo que ha sido
fundamental en mi manera de ser. Y aquí termina el camino ¿Por qué? Porque me
doy cuenta de todo lo que esa persona me dio
y de que no se lo llevó con ella, me doy cuenta de que puedo tener
dentro mío lo que esa persona dejó en mí y encuentro que esta es una manera de
tener a la persona conmigo. Entonces descubro que ya no tengo que seguir
cargando con el cadáver por la vida. La discriminación y la interiorización me
permitirán aceptar la posibilidad de seguir adelante, a pesar de que como en
todas las heridas también quedará una cicatriz. ¿Para siempre? Para siempre.
¿Entonces no se supera? Se supera pero no se olvida. Cuando el proceso es bueno
las cicatrices ya no duelen y con el tiempo se mimetizan con el resto de la
piel y casi no se notan, pero están ahí. Cuando yo hablo de esto me toco el
muslo izquierdo y digo "acá está, esta es la cicatriz de la herida que me
hice cuando me lastimé, yo tenía diez años". ¿Me duele? No, ni siquiera
cuando me toco. No me duele. Pero si uno mira de cerca la cicatriz está.
Continuará...
ETAPAS DEL DUELO NORMAL.
Parálisis
1. Incredulidad
Negación Confusión
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Llanto explosivo
2. Regresión Berrinche
Desesperación
-------------------------------------------------------------------------------
3. Furia Con el causante de la muerte
Con el muerto por abandono ----------------------------------------------------
------------------------ ----
4. Culpa Por no haberlo podido salvar
Por lo que no hicimos ---------------------------------------------------
------------------------- ----
Impotencia Desasosiego
5. Desolación
Seudoalucinaciones Idealización Idea
de ruina
----------------------------------------------------------------------------
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6. Fecundidad
Acción dedicada Acción inspirada
----------------------------------------------------------------------------
----
7. Aceptación
Discriminación Interiorización
----------------------------------------------------------------------------
DESPUÉS DEL RECORRIDO
Un duelo ha sido elaborado cuando la persona es capaz de pensar en el
fallecido sin el dolor intenso. Cuando es capaz de volver a invertir sus
emociones en la vida y en los vivos. Cuando puede adaptarse a nuevos roles.
Cuando aunque sea por un instante experimenta gratitud. Sin embargo aún en
ese momento queda algo más para los duelos. Una post-cicatrización El tiempo
después. He recorrido el camino de punta a punta ¿por qué falta algo? Porque el
que elabora no olvida la pérdida después de terminado el proceso de duelo.
Cuando llega el cumpleaños del que se
fue, o el aniversario de bodas, o el cumpleaños del nieto, o la Navidad, en
cada uno de esos momentos se revive la historia y la cicatriz enrojece apenas y
hasta vuelve a doler un poquito. Se trata de las "Reacciones de
aniversario" según los libros y que yo prefiero llamar "El recuerdo
de la cicatriz", porque todo sucede como si no fuera yo sino el recuerdo
de la cicatriz lo que me recuerda el pasado. Si bien es cierto que cada año las
cicatrices hablan en voz más tenue, a veces pasa mucho tiempo hasta que dejan
de recordarnos lo perdido. Supongo que hay algunas cicatrices más memoriosas
que duelen para siempre. ¿Cuánto dura un duelo normal? ¿Existe un tiempo normal
de duelo? Los libros dicen que sí y los pacientes dicen que no. Y yo he
aprendido a creerle a los pacientes. La verdad es que si existe un tiempo es
tan variable y está sujeto a tantas circunstancias que de todas maneras es
impredecible. Cada uno tiene sus propios tiempos.
Lo que sí creo es que existen tiempos
mínimos. Pensar que alguien puede terminar de elaborar el duelo de un ser
querido en menos de un año es difícil, si no mentiroso. ¿Y por qué digo menos
de una año caprichosamente? Porque en un año suceden la mayoría de las primeras
veces Y las primeras veces son siempre dolorosas y porque aunque suene estúpido
cada primera vez es la primera vez sin él o sin ella. El primer año suele ser
aunque nos pese un doloroso catálogo de estrenos de nuevos duelos. Y cada uno
de esos estrenos opera como un pequeño túnel del tiempo...por él uno vuelve una
y otra vez a la vivencia pasada. Aunque por suerte, cada vez sabe más del
camino de retorno. Casi siempre la segunda Navidad es menos dolorosa que la
primera. El primer mes es terrible, los primeros seis meses son muy difíciles,
el primer año es bastante complicado y después empieza a hacerse más suave. No
hay que olvidar que si he vivido casi toda mi vida reciente sabiendo que otro
existía, vivir el duelo de su ausencia implica empezar una nueva historia. Por
lo dicho (del síndrome de las primeras veces) yo diría que un duelo por la
muerte de un ser querido nunca podría durar menos de un año y posiblemente si
algo no lo interrumpe no dure mucho más allá de dos años y medio.
También creo que si después del primer
año uno sigue clavado en el lugar del primer día, quizás sea una buena idea
pedir ayuda. A veces es imprescindible que alguien me acompañe en el proceso
aunque más no sea para mostrarme por dónde está la salida del laberinto. Los
grupos de pares no aportan dato científico, ni funcionan bajo supervisión
terapéutica. No tienen intención profesional pero operan desde el maravilloso
lugar del cuento zen. Cheng-hu se encontraba perdido en el laberinto. De la
cámara principal salían cincuenta caminos distintos. Le había llevado una
semana explorar nueve de ellos. - A menos que tenga suerte -se dijo-, moriré
antes de encontrar el camino correcto. No terminaba de pensar esto cuando se
encontró con Shin-tzu. No se conocían pero Cheng creyó en Shin era la respuesta
a su ruego. - Que suerte que te encuentro –dijo Cheng- estoy perdido entre
tanto camino. Tú podrás decirme cuál conduce a la salida. - Yo también estoy
perdido -dijo Shin –Qué mala suerte -se quejó el primero-, encuentro a alguien
y no me sirve de nada - ¿Por qué dices que no te sirvo? –preguntó Shin -
Dijiste que estabas perdido.. -contestó Cheng, como si fuera obvio su
razonamiento - Me imagino que habrás recorrido algunos caminos sin poder salir.
Yo he recorrido por mi parte doce caminos que no conducen a ninguna parte,
juntos los dos sabemos mucho más del laberinto que antes de encontrarnos y eso
es indudablemente mejor que nada. Predecir cuánto tiempo nos tomará completar
el proceso de recuperación es difícil. Algunos podrán hacerlo en unos meses,
para otros se requerirán años. La cantidad de tiempo invertido, depende de
muchas variables que interfieren y crean distintos patrones. La intensidad de
apego al difunto (tipo de relación), intensidad del shock inicial,
presencia/ausencia de la aflicción anticipatoria (cuando la persona tiene
tiempo de afligirse previamente a la muerte del ser querido; por ej. en casos
de enfermedad crónica y muerte esperada), las características del superviviente
(personalidad propensa a la aflicción, o insegura, ansiosa con baja estima;
excesivos autorreproches; enfermedad mental previa, o incapacidad física;
duelos previos sin resolver, incapacidad para expresar sentimientos), crisis
concurrentes (problemas graves que se presenten simultáneamente), obligaciones
múltiples (crianza de los hijos, dificultades
económicas,etc.), disponibilidad de
apoyo social, características de la muerte (muerte súbita, muerte anticipada),
situación socioeconómica y religiosidad son algunos de los factores que
influyen en la duración del duelo. Así, es probable que todos nos recuperemos
en tiempos diferentes. Dice la gente que hace terapia sistémica que nuestra
vida opera como un sistema donde cada engranaje se relaciona con otros; si
sacamos un engranaje, por pequeño que sea, todo el sistema cambia. Los
pacientes que están de duelo dicen: "Nada es igual que antes" Y
tienen razón. Resituarse significa saber qué voy a hacer con la nueva situación
desde los lugares más espirituales y emocionales, y desde los lugares más banales
y materialistas.
Significa asumir que quizás tenga que
ocuparme también de manejar dinero, los bienes, las inversiones, que el otro
manejó con mi aval desinteresado, cómodo e incondicional durante toda nuestra
vida en común. Significa que tendré que ocuparme de la casa, de la familia, de
los trámites de sucesión y de mi nuevo proyecto de vida. Significa ocuparme de
cosas que no me gustan en un momento donde no tengo ganas. Es una tarea
horrible, pero la tengo que hacer mientras me ocupo como puedo del lugar que le
voy a dar a la imagen interiorizada de lo perdido.
Así que estos son los objetivos del
duelo: Elaborar Resituarse Reubicar Tres obstáculos que vencer, porque sin
hacer alguna de estas tareas terminaremos cargando un cadáver sobre la espalda
en un camino cuesta arriba. Rituales, empezar a soltar Indudablemente hay cosas
que ayudan al recorrido y otras que lo dificultan. Entre la que lo hacen más
fácil están los ritos. A lo largo de casi toda la vida fui un anti-ritualista.
Siempre los ritos me parecieron absurdos, sobre todo aquellos que rondaban la
muerte. La verdad es que la humanidad ha ido deshaciéndose de los ritos y
volviéndose cada vez más aprensiva respecto a la muerte. La muerte tiene entre
nosotros esta connotación tabú, lo prohibido y a la vez venerado de las cosas
de las que no se puede ni hablar ni tocar. No menos de tres o cuatro veces por
mes alguien llama al despacho para hacer una consulta del estilo de: "
Murió fulano (tío, suegra, ex esposo), ¿debe ir el hijo al funeral o no?
"El abuelo ha muerto, ¿se debe permitir a los chicos estar en el
velatorio? "La madre de los sobrinos ha muerto ¿qué hay que decirles a los
niños? Como si se dudara si conviene que los chicos sepan que la muerte es
verdad. Como si fuera conveniente mentirle una eternidad falsa para que no se
entere porque es muy chiquito y sufre. Lo que nosotros estamos produciendo al
ocultar la muerte a nuestros chicos no tiene nombre, no podemos llegar a medir
las consecuencias de sugerir que la inmortalidad es una posibilidad. Y esto tiene
que ver con el habernos alejado de los ritos. Los ritos están diseñados para el
aprendizaje y la adaptación del hombre a diferentes cosas. Entre ellas, para
que el individuo acepte la muerte y acepte la elaboración del duelo. Los ritos
tienen que
ver con la función de aceptar que el
muerto está muerto y con la legitimación de expresar públicamente el dolor, lo
cual, como vimos, es importantísimo para el proceso. Los ritos, aprendí, son
importantes. Un día un paciente me contó que iba al cementerio todos los
domingos. Ella visitaba la tumba de su marido muerto. Recuerdo que le
preguntaba (nada ingenuamente) "Doña Raquel, ¿hace falta que vaya todos lo
domingos?¿No puede dejar de ir alguna semana?. Ella me dijo: "No es que lo
contradiga, doctor, yo sé que Ud. me quiere ayudar, pero no funcionaría. Yo
quise hacer eso, antes de venir a verlo a Ud., traté de dejar de ir, pero si no
voy el domingo al cementerio, después me siento mal toda la semana". Me
puse serio y sentencié "Usted se siente mal cuando no va porque se siente
culpable". Raquel comprensivamente me dijo: "No, doctor,.qué me voy a
sentir culpable...mi marido hace dos años que murió, no me siento culpable.
Sabe qué pasa, yo voy ahí, me siento un rato, lloro, me quedo hablándole unos
minutos y después me voy. Fuera del domingo yo no lloro más en toda la semana.
Pero cuando dejo de ir, ando llorando por todos lados, El cementerio me da un
lugar y un espacio para llorar." A mí me impresionó, y me hizo entender
que estaba equivocado.
Designar un espacio, un momento y un
lugar para conectarse con el dolor funciona de verdad. Un rito que ordena y
protege.
Un rito que aporta un lugar serio y un
tiempo sincero donde expresar, para no tener que expresarlo en cualquier lugar
y en cualquier momento. esto es la historia. La historia de poder soltar.
Mientras lo tengo conmigo, lo tengo. Cuando no lo tengo, no lo tengo más. ¿Se
va a ir?...¿es su decisión?... está muy bien. ¿Se va a quedar?...¿es su
decisión?...está muy bien. Pero cuando esté conmigo a mí me gustaría que esté
conmigo. Esto es, intensamente, comprometidamente. Vivo mi relación con mis
amigos con toda la intensidad. Y si un día mis amigos se van, seguramente voy a
decirles "no quiero" y seguramente me van a decir "me voy a ir
igual"... y yo voy a soltar. Uno de mis mejores amigos en el mundo está
viviendo en Nueva York Y la verdad que fue muy dolorosa su partida. Han pasado
veinte años, nos vemos muy poco, hablamos de vez en cuando por teléfono, lo
sigo amando, quizás más que antes, pero ahora...lo puedo soltar...y saber que
está conmigo. Si pudiéramos ver esto, ver la continuidad en nosotros. Si
pudiéramos darnos cuenta de lo trascendentes que somos, quizás podríamos vivir
las pérdidas con otra mentalidad, desde otro lugar, con una nueva actitud, con la
curiosidad y la excitación que tiene frente a lo nuevo aquel que no le teme. Si
el camino no se recorre por completo porque el caminante decide quedarse en
algún lugar del recorrido, si se tarda más tiempo del razonable en llegar a
destino o si pierde el rumbo en un desvío hablamos de duelo patológico. Duelo
patológico Continuará......
DUELO PATOLÓGICO
Cuando voluntaria o involuntariamente
se interrumpe el proceso de duelo normal, la herida nunca llega a cicatrizar.
El duelo patológico siempre se debe a
alguna de estas cuatro cosas:
* el proceso de duelo nunca empieza o
* se detiene morbosamente en alguna de
las etapas o
* progresa hasta alguna de ellas y
rebota infinitamente hacia alguna interior o
* se atasca intentando evitar una
etapa
lo que determina diferentes tipos de
duelos enfermizos.
Algunos de ellos son:
El duelo ausente: Si
el que debe vivir el proceso se defiende tanto o sufre un shock tan grande que
no puede salir de la primera etapa
El duelo conflictivo: Cuando
el proceso está sirviendo para otra cosa, por ejemplo para no responsabilizarse
de la vida que le queda por vivir.
El duelo retrasado: Casi
siempre ligado a un conflicto interno emocional. Por ejemplo cuando los
sentimientos que tiene frente a esta muerte son tan ambivalentes que no sabe si
alegrarse o entristecerse.
El duelo desmedido: Cuando
la expresión emocional se desborda, a veces excediendo los límites de la
integridad propia o de terceros.
El duelo crónico: Cuando
el proceso se recicla infinitamente sin terminar nunca.
Algunos duelos patológicos resultan de
la combinación o alternancia de alguno de ellos.
Es necesario dejar establecido que lo
enfermizo no aparece POR el duelo sino CON el duelo y es siempre la expresión
de una patología previa, es decir hay algo que está complicado desde antes y
que sale a la luz con el proceso de duelo.
Todas las reacciones de mala
adaptación al duelo requieren una terapia compleja cuando coexisten con
trastornos psiquiátricos importantes.
Los trastornos más comunes asociados a
complicaciones en el proceso de duelo son:
* depresión grave
* abuso de drogas y alcohol
* trastornos psicosociales de
integración.* anormal relación con la pérdida
* ideas recurrentes de la propia
muerte
* duración anormal de los síntomas
* ausencia de pena.
Dado que a veces el que está en la
situación no puede diagnosticar el desvío del camino adecuado habrá que
ocuparse de resolver la dificultad empezando por ayudar a quien padece esta
patología, por lo menos a darse cuenta de lo que pasa y a recibir ayuda profesional.
De hecho, las secuelas mencionadas
arriba revisten importancia y deben ser tratadas con enfoques psicoterapéuticos
y a veces con medicamentos.
¿Siempre la ausencia de duelo es
patológica?
"Cuando me divorcié estaba tan
satisfecha de haberme separado que no recuerdo haberme sentido de duelo"
"Después de que mi abuelo estuvo
en terapia intensiva casi un año, su muerte fue más una bendición que una
desgracia"
Frases como estas son usuales en un
consultorio psicoterapéutico sobre todo acompañadas de sentimientos de culpa.
Cuando sostienen esa culpa en el
tiempo se vuelven:
"LOS QUE SE SIENTEN MAL PORQUE NO
SE SIENTEN MAL"
Muchas veces en una separación no hay
duelo ostensible y en algunos casos no es una patología, porque el verdadero
duelo se hizo antes de la decisión final.
Lo mismo pasa con las agonías
prolongadas cuando lo que más se siente muchas veces es el cierre, porque el
proceso de duelo se va viviendo mientras el enfermos se muere.
Otra veces el enfermo sufre
enormemente y entonces, sin que medie ninguna distorsión en los que quedan, la
muerte combina el dolor de la pérdida con una cuota de doble alivio inevitable,
alivio por el final del sufrimiento que padecía el enfermo y también del propio
dolor al verlo sufrir.
En todos estos casos no se trata de
verdaderos duelos ausentes sino de duelos anticipados.
El camino del duelo es siempre el
mismo, cambian los tiempos, cambia la intensidad, cambia el acento en alguna de
estas facetas pero siempre hay un duelo frente a una pérdida. Si no lo hay y no
lo hubo anticipadamente, un mecanismo de defensa está bloqueando la conexión
con el dolor.
Es también bastante clásico recibir la
consulta de una madre que se lamenta de que su esposo no la acompaña en el
dolor de la muerte del hijo de ambos. La verdad es que debo admitir que los
hombres siempre estamos intentando defendernos del dolor como podamos y como la
sociedad nos avala la dedicación absoluta a nuestro rol de proveedores
incansables en general escapamos hacia el trabajo.
Al comienzo una defensa puede ser
aceptable; sin embargo si se mantiene reprimido demasiado tiempo, el dolor
tenderá a expresarse de otras formas: mal humor, reacciones violentas,
somatización, adicciones, etc.
En la otra punta de los que no se
animan a entrar están los que no se animan a salir.
Estos dolientes caminantes de las
lágrimas no están dispuestos a dejar ir la presencia ausente de lo que no está.
Como en muchos casos que no se permiten soltar lo pasado y asumir la sensación
de soledad que conlleva la pérdida.
Etapas de un duelo crónico.
Continuará...
ETAPAS DE UN DUELO CRÓNICO
Así como en cualquier lugar que se
interrumpa el proceso de cicatrización la herida no se sana, en cualquier lugar
que se interrumpa el duelo la cicatriz no se produce y el duelo no sana.
Todo el proceso consiste en que el
cuerpo pueda llegar a la retracción del coágulo, ¿recuerdan?. Porque ahí es
donde empieza el proceso de regeneración de los tejidos, cuando el coágulo se
achica y los bordes de la herida se acercan, el tejido nuevo empieza a surgir
desde abajo y el daño va camino a sanar.
Algo que no dijimos es que en este
momento la herida pica. Ha dejado de doler, pero cuando el coágulo se empieza a
retraer pica. El escozor es un dolor chiquitito, pero un dolor al fin y todos
tenemos el impulso de rascarnos.
Pero cuidado. Porque si uno se arranca
la cascarita, la herida empieza a sangrar y estamos otra vez atrás.
Este es el duelo patológico, el duelo
de las heridas que nunca cicatrizan. En el hospital uno ve hombres y mujeres
que vienen con heridas que tienen dos o tres años, y uno no entiende por qué
pero pregunta y descubre lo que pasa: cada vez que llegan a la casa se arrancan
la cascarita, porque les molesta, porque les pica, porque queda fea. Y vuelven
a empezar.
Nunca deja
que la herida cicatrice.
Cuidado con escaparse una y otra vez
del dolor y la desolación.
Cuidado con no querer vivir esto,
porque si para escapar de esta etapa arrancamos la cascarita volviendo atrás,
el duelo puede hacerse crónico.
Pasan quince años, veinte y cada vez
que uno llega a la desolación, le teme tanto que huye hacia la bronca, escapa a
la negación, se vuelve un niño, se queda en la culpa, corre hacia atrás, a
cualquier lado con tal de no pasar por esta tristeza infinita, con tal de no
enfrentarse con el alma en ruinas. Y si no hacemos algo para que se termine el
círculo vicioso volvemos una y otra vez para atrás y cambiamos el dolor por el
sufrimiento
y nos instalamos en él.
¿Y qué hay que hacer?
Más bien se trata de lo que no hay que
hacer.
No hay que rascarse, hay que animarse
a vivir el dolor de la etapa de la tristeza desolada y dejar que el río fluya
confiando en que somos lo suficientemente fuertes para soportar el enorme dolor
de la pena.
Hablo de seguir peleando hasta llegar
al final del camino ...
Yo creo que deberíamos ocuparnos,
darnos cuenta, buscar la manera, encontrar los lugares, descubrir el cómo,
hallar las personas, buscar los caminos para conectarnos con las mejores cosas
que tenemos.
Y las mejores cosas que tenemos son la
lucha y el deseo de seguir adelante.
Las ganas de vivir la vida que a pesar
de enfrentarnos con dolores y temores, repito, vale la pena ser vivida.
Hemos visto como detrás de un duelo
ausente o detrás de un sufrimiento eterno puede esconderse la decisión de no
vivir el duelo. La huida negadora y el cambio de dolor por sufrimiento son dos
de los tres desvíos en los que uno se puede perder en el camino de las
lágrimas. El tercer "rebusque", para no terminar de soltar al que no
está, es la idealización.
Este desvío está un poquito después de
haber pasado por la desolación y se confunde con el sendero correcto de la
identificación. Idealizar al que se murió es creer que nadie hacia esto como
él, que en aquello era maravilloso, en lo otro sensacional, y que lo poco que
hacía mal no lo recuerdo porque en realidad no tenía importancia. Pero lo que
hacía bien era espectacular y cuando no estaba haciendo nada bueno era en
realidad porque yo no lo notaba. Como Gardel, que según la leyenda, cada día
canta mejor. Esta es la necesidad de eternizar al que murió para que no nos
abandone, para no discriminarse, para no soltarlo. Una salida peligrosa, un
verdadero escape hacia adelante, porque abre la posibilidad de quedarnos
estancados en la idea de que ya no haga falta terminar con el duelo, porque
idealizando su memoria puedo mantenerlo vivo.
El desagradable nombre técnico de este
proceso es momificación de lo perdido.
Como las películas de terror,
embalsamar el cadáver para sentarlo a la mesa y servirle la comida todos los
días, para decir acá está. Este es el lugar de papá, de la abuela o del tío
Juan y donde nunca nadie más se sentó.
La salida ahora es aceptar que el que
se murió era en muchos sentidos maravilloso y en algunos otros una mierda, nos
guste o no, estamos dispuestos a admitirlo o no, todos tenemos un aspecto
oscuro y un poco "mierdoso" en nuestra manera de ser (si el tuyo es
pequeño e insignificante, tus amigos y tu familia son muy afortunados)
Tiene que ver con aceptar que cada uno
de nosotros tiene aspectos bárbaros y aspectos siniestros, que cada uno de
nosotros tiene tiene una parte buena y una parte jodida. Tiene que ver con
darse cuenta de que cada persona, cada cosa, cada situación, cada lugar, tiene
cosas que me gustan y cosas que no me gustan.
¿Por qué cuando ya no está pasa a
tener nada más que las que me gustaban?
De pronto todos los defectos, todas
las cosas horribles que detestaba eran mínimas, todo aquello por lo que puteaba
no parece importante, y todo lo bueno es único, espectacular e incomparable...
Bien, eso es idealizar..Idealizar
tiene que ver con negar todo lo malo que tenía lo perdido y con sobrevalorizar
lo bueno. En las personas de alguna manera se relaciona con no ver lo humano,
con endiosar al que se fue.
He visto, de verdad, cosas siniestras
respecto a la idealización como negar intensamente algunos aspectos deplorables
y nefastos del que se murió. Aspectos por los cuales, esa misma persona deseó
que al otro lo pisara un camión.
La idealización funciona desde muchos
lugares, poniéndole al otros cosas que en realidad no tenía y sacándole sus
peores miserias. Idealizar es deshumanizar, y también, como con los vivos es
una manera de no aceptar. Si te acepto, debería despedirte, debería aceptar que
no estás.
En cambio si te idealizo, no hace
falta, te pongo en un plano superior para poder quitarte lo terrenal y entonces
renunciar a separarme momificándote, santificándote, haciendo de tu recuerdo un
culto. Y lo que sucede en muchos casos es que la familia entera idealiza. Y
aparentemente está todo bien porque finalmente coincidimos, pero la verdad es
que tampoco sirve, y tarde o temprano, la mentira de la inmaculada esencia
queda al descubierto, o peor aún, se sostiene y nadie podrá nunca relacionarse
sin comparar al que llegue a la casa con la imagen perfecta del que murió.
Lamentablemente la muerte no hace nada
para mejorar lo que era el que murió y esto es así, más allá de todas las
creencias de la elevación del espíritu y la purificación de las almas. Me
parece importantísimo poder perdonar al difunto pero no olvidar quién fue en
vida. Perdonar en todo caso es cancelar sus deudas, pero no es olvidar que no
las pagó.
La idea es seguir luchando y peleando
para llegar al lugar de contacto genuino con la imagen real. Al lugar de la
aceptación, aunque aceptar la pérdida nos parezca imposible.
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