miércoles, 20 de febrero de 2013

El Camino del Encuentro Parte 2.3


LOS CHICOS CRECEN

Cuando una pareja se constituye y decide parir hijos, aunque no piense en lo que va a pasar, está asumiendo una responsabilidad fantástica, pero también dramática a futuro. Y uso  esta palabra porque siempre es dramático darme cuenta de que aquel a quien amo tanto como a mi mismo, o mas, me va a abandonar, me va a criticar, me va a despreciar, va a decidir en algún momento vivir su vida sin mi.
Y esto es lo que nuestros hijos van a hacer, lo que deben hacer, lo que debemos enseñarles que hagan. Con un poco de suerte los veremos abandonar el nido aunque carguen con las carencias de nuestras miserias y aunque a veces tengan que padecer los condicionamientos de nuestros aciertos.

Recomiendo una pequeña tarea.
Tomen una página y divídanla en dos columnas: una encabezada por “Recibí” y la otra por “Me faltó”. En la primera columna, anoten todo lo que ustedes hayan recibido en sus casas de origen, y la segunda, todo lo que crean que les ha faltado.
Si yo tuviera que escribir esto para mi, diría que recibí mucho amor, cuidado, protección, estímulo, normas y conciencia de la importancia del trabajo, y diría que me faltó presencia, reconocimiento, caricias y juegos.
Esta es mi historia, como yo la cuento, la de ustedes será diferente.

Las cosas que he recibido y las cosas queme han faltado  condicionaron mi manera de ser en el mundo. Indudablemente, este que soy está claramente determinado por aquellas cosas que recibí y aquellas cosas que me faltaron.
La lista de ustedes ocasiona que sean de una determinada manera. Y serían de otra forma si hubieran recibido y les hubieran faltado otras cosas.

Ahora bien, saquémosle el juego al ejercicio.
Cuando yo salga de la casa de mis padres para ir al mundo a buscar mi propia vida, voy a tener tendencia (no condicionamiento absoluto) a elegir a alguien, o algunos, que en principio me puedan dar lo que me faltó. ¿Cómo podría no ir a buscar a aquellos que me den las cosas que me faltaron?.
Y entonces, seguramente, yo, fue al mundo a buscar a alguien que estuviera siempre presente, que me valorara y me reconociera, que me diera las caricias que a veces me faltaron y que fuera capaz de jugar y de divertirse conmigo (lo que recuerdo que me faltó).
Cuando crecemos, en lugar de transformar esa falta en una acusación hacia los padres, salimos a buscar lo que sentimos que nos faltó.
Sin duda, nuestra manera de evaluar lo que nos faltó está condicionada por lo que somos, pero no se trata ya de mis padres, sino de mi.
Este juego está aquí para mostrar cómo  mi historia puede condicionar mi libertad para elegir, pero también para establecer que esa libertad no puede evitarse.

Y si es cierto que salgo a buscar lo que me faltó, también es verdad que lo que mas tengo para ofrecer es lo que recibí. Y entonces, aunque suene incoherente, a cambio de todas mis demandas, yo voy a tener tendencias a ofrecer, mi amor, mi cuidado, mi protección, mi estímulo, mis normas y mi conciencia de la importancia de trabajar.
Y esta es mi manera de ser en el mundo.

Salimos al mundo a buscar lo que nos faltó ofreciendo a cambio de lo que recibimos.

Y mismo estoy bastante satisfecho de dar mi amor, mi cuidado, mi protección y mis normas, cuando el otro viene y me dice: acá estoy, yo te reconozco, vení que te acaricio, vamos a jugar... Esto no tiene nada de malo.
Lo que no sería muy sano es que yo conteste enojado:
“Ah, no. ¡No es el momento!. Porque ahora... ¡hay que trabajar!...”.

a veces, la disparidad entre las cosas que pedimos y las que damos a cambio puede ser muy grande. Por supuesto, uno puede elegir para dar a cambio otras cosas que las que recibió en casa de sus padres. Porque aunque la tendencia natural es a dar estas cosas, uno ha crecido, se ha nutrido, ha aprendido.
Ojalá descubra que si bien hay un condicionamiento  en lo que recibí, puedo conocerme y librarme de el para dar lo que elijo dar, y si no puedo hacerlo solo, puedo pedir ayuda.
Cuidado, ayuda no es sinónimo de terapia, es mas, lamentablemente hay cosas que la terapia no enseña, cosas que hay que aprenderlas viviendo la vida. Con respecto a esas cosas, un terapeuta sirve cuando las otras instancias para recibir lo que necesito han fracasado. Sólo ahí.
Y pese a lo que ustedes crean, la mayor parte de mis colegas está de acuerdo con esto y asume con vocación y responsabilidad el rol reparador o de sustituto que el paciente necesaria. Creo  que cuando uno no ha recibido en la casa de los padres  estas cosas que le han faltado, las va a buscar afuera. Y si uno busca, en realidad siempre encuentra. Y la verdad es que la única posibilidad de que alguien reciba algo de su terapia es que se vincule humanamente con el terapeuta. No pasa pro una técnica, sino por el vínculo sano entre ellos.

Una vez, en un grupo terapéutico, una mujer que estaba muy afectada y muy dolida, en una situación personal muy complicada, hizo el ejercicio delante del grupo. Pensó mucho tiempo y dijo: ¿Qué recibí?. Y anotó: “Nada”. Y agregó: “Por lo tanto me faltó : Todo”.
Cuando hice la devolución, tuvo que darse cuenta que ella vivía en  el mundo exigiendo “todo” a cambio de lo cual no daba “nada”.
Y por supuesto que lloraba todo el tiempo sus carencias y su soledad.
Y por supuesto que se quejaba de la injusticia de que nadie le quisiera dar lo que ella necesitaba.
Porque estaba puesta en este lugar: buscaba a alguien que le diera “todo” a cambio de “nada”.
La vida es una transacción: dar y recibir son dos caras de la misma moneda. Si la moneda tiene una sola cara, es falsa, cualquiera sea la cara que falte. Es de todas formas dramático que alguien no quiera recibir “nada” a cambio de darlo “todo”.

Había una vez, en las afueras de un pueblo, un árbol enorme y hermoso que generosamente vivía regalando a todos los que se acercaban el frescor de su sombra, el aroma de sus flores y el increíble canto de los pájaros que anidaban entre sus ramas.
El árbol era querido por todos en el pueblo, pero especialmente por los niños, que se trepaban por el tronco y se balanceaban entre las ramas con su complicidad complaciente.
Si bien el árbol tenía predilección por la compañía de los mas pequeños, había un niño entre ellos que era su preferido. Éste aparecía siempre al atardecer, cuando los otros se iban.
- Hola amiguito – decía el árbol, y con gran esfuerzo bajaba sus ramas al suelo para ayudar al niño en la trepada, permitiéndole además cortara algunos de sus brotes verdes para hacerse una corona de hojas aunque el desgarro le doliera un poco. El chico se balanceaba con ganas y le contaba al árbol las cosas que le pasaban en la casa.
Con el correr del tiempo, cuando el niño se volvió un adolescente, de un día para otro de visitar al árbol.
Años después, una tarde, el árbol lo ve caminando a lo lejos y lo llama con entusiasmo:
- Amigo... amigo... Vení, acercate... Cuánto hace que no venís... Trepate y charlemos.
- No tengo tiempo para esas estupideces –dice el muchacho.
- Pero disfrutábamos tanto juntos cuando eras chico...
- Antes no sabía que se necesitaba plata para vivir, ahora busco plata. ¿Tenés plata para darme?.
El árbol se entristeció un poco, pero se repuso enseguida.
- No tengo plata, pero tengo mis ramas llenas de frutos. Podés subir y llevarte algunos, venderlos y obtener la plata que querés...
- Buena idea – dijo el muchacho, y subió por la rama que el árbol le tendió para que se trepara cuando era chico.
Luego arrancó todos los frutos del árbol, incluidos los que todavía no estaban maduros. Llenó con ellos unas bolsas de arpillera y se fue al mercado. El árbol se sorprendió de que su amigo no le dijera ni gracias, pero dedujo que tendría urgencia por llegar antes que cerraran los compradores.
Pasaron casi diez años  hasta que el árbol vio otra vez a su amigo. Era un adulto ahora.
- Que grande estás – le dijo emocionado -, vení subite como cuando eras chico, contame de vos.
- No entendés nada, como para trepar estoy yo... Lo que necesito es una casa. ¿Podrías acaso darme una?
El árbol pensó unos minutos.
- No, pero mis ramas son fuertes y elásticas. Podrías hacer una casa muy resistente con ellas.
El joven salió corriendo con la cara iluminada. Una hora mas tarde llegó con una sierra y empezó a cortar ramas, tanto secas como verdes. El árbol sintió el dolor, pero no se quejó. No quería que su amigo se sintiera culpable. Una por una, todas las ramas cayeron dejando el tronco pelado. El árbol guardó silencio hasta que terminó la poda y después vio al joven alejarse esperando inútilmente una mirada o gesto de gratitud que nunca sucedió.
Con el tronco desnudo, el árbol se fue secando. Era demasiado viejo para hacer crecer nuevamente ramas y hojas. Que lo alimentaran. Quizás por eso, cuando diez años después lo vio venir, solamente dijo.
- Hola. ¿Qué necesitás esta vez?
- Quiero viajar. Pero ¿qué podés hacer vos?. No tenés ramas ni frutos para vender.
- Qué importa, hijo –dijo el árbol -, podés cortar mi tronco, total yo no lo uso. Con él podrías hacer una canoa para recorrer el mundo.
- Buena idea – dijo el hombre.
Horas después volvió con un hacha y taló el árbol. Hizo su canoa y se fue. Del árbol quedó sólo el pequeño tocón al ras del suelo.
Dicen que el árbol aún espera el regreso de su amigo para que le cuente de su viaje.
Nunca se dio cuenta de que ya no volverá. El niño ha crecido y esos hombres no vuelven donde no hay nada para tomar. El árbol espera, vació aunque sabe que no tiene nada mas para dar.

Repito. Nuestros condicionamientos han hecho de nosotros estos que somos, pero seguimos pudiendo elegir.
Cuando yo asuma que no es posible encontrar a alguien que pueda darme presencia, reconocimiento, caricias y juegos soportando mis normas, mis exigencias y mi exceso de trabajo... quizás empiece a corregir lo que doy. Quizás aprenda a dar otras cosas. Quizás aprenda algo nuevo.

Puede suceder que en este ejercicio te encuentres sintiendo que aquello que te faltó, en realidad es lo que mas das. A veces pasa...
Es que en el camino aprendo a dar lo que necesito.
Es una explosión muy interesante, una jugada maestra para tratar de obtener lo que quiero.
Por ejemplo, voy por el mundo mostrando que acepto a todos, no porque quiera aceptarlos, sino porque en realidad es lo que busco, alguien que me acepte incondicionalmente. Un pequeño intento para ver si me vuelve lo mismo que yo estoy necesitando.

Vuelvo a los hijos. Decía yo hasta su adultez los hijos son nuestra responsabilidad. Y si uno no está dispuesto a asumir una responsabilidad como esta, es deseable que no tenga hijos.
No es obligatorio.
En muchos países de Europa hay una tendencia a no tener hijos. Cada vez hay mas parejas en el mundo que deciden no tenerlos. En la Argentina también se da este fenómeno. El argumento esgrimido es:
- En un mundo de sufrimiento y de crisis, donde los valores se han perdido... ¿por qué vamos a traer a otros a sufrir?
Algunas parejas me han dicho esto en España, adonde viajo a menudo, y en mi discusión con ellos les dije que su actitud me parecía razonable, que lo podía entender intelectualmente pero sugerí:
- Adopten uno, porque ya está, ya fue parido, y va a sufrir mucho mas si ustedes no lo crían...
- No bueno... Nosotros tenemos mucho para disfrutar... y en realidad...
Entonces, el argumento es otro. Siempre lo fue.
- Nosotros no queremos tener hijos porque queremos pasarla bien y disfrutar. Mi pareja y yo estamos para nosotros, no queremos usar ni un poco de nuestro tiempo para nadie...

Será una postura rara de comprender para los que somos padres, pero se entiende. El argumento anterior no. Quizás por el hecho de ser médico, que me inclina a pensar que, de todas maneras, siempre la vida es mejor que la no vida. O acaso por que no estoy tan seguro de que el mundo vaya en camino de ese lugar tan agorero y nefasto.

Mi pronóstico no es el de un mundo  siniestro y terrible, sino el de un mundo incierto.

Gran parte de estas cosas que no pasan tienen origen en la velocidad de la comunicación.
Entre el año 400 – cuando se empieza a llevar registro concreto del conocimiento -  y el año 1500, el conocimiento de la humanidad se multiplicó  por dos. Desde el año 1500 hasta que se volvió a duplicar, pasaron 250 años. Es decir, llevó mil cien años que el conocimientos e duplicara por primera vez, y llevó 250 para que volviera a multiplicarse por dos.
La siguiente vez que se midió el conocimiento global fue en 1900, y ya era 2,5 (mas que el doble), pero llevó menos tiempo: 150 años. De allí en adelante, la velocidad de multiplicación del conocimiento se fue achicando. Hoy, en el año 2001, se supone que el conocimiento global de la humanidad, en algunas ciencias mas, se multiplica por dos cada veinte años. Se calcula que para el año 2020 el conocimiento global de la humanidad  se va a multiplicar cada seis meses. Cada seis meses la humanidad va a saber el doble de lo que sabía 180 días antes en casi todas las áreas.
Entonces, yo me pregunto...
¿Qué les voy a explicar a mis hijos? ¿Qué?.
Todo lo que yo les enseñe, cuando ellos sean grandes, no les va a servir demasiado.
Salvo que les enseñe... cómo buscar sus propias repuestas.
Esta es la línea pedagógica actual, que los padres estamos aprendiendo de los maestros:
- Papi... ¿cómo está compuesta el agua?
-  Mirá, este es el atlas, esta es la enciclopedia, vamos a buscarlo...
¡Aunque yo lo sepa!. ¿Para que? ¿Para hacerle creer que no lo se?. No. Para enseñarle la manera de encontrar sus propios datos.
Claro, para eso hay que renunciar a la vanidad del padre de decir:
¡Yo te digo, pibe... H2O, Carlitos, H2O!.

El problema está en asumir que las referencias mías me sirven a mi, no les sirven a mis todos. Yo puedo enseñarles a mis hijos mis referencias, pero aclarándoles que son mías. Lo que no puedo hacer es esneñarles a mis hijos referencias pretendiendo que sean las de ellos y que las tomen como propias.
La actitud inteligente es transmitir a nuestros hijos lo que aprendimos sabiendo que podría no servirles. Tenemos que tener la humildad. Saber que ellos van a poder tomar de nosotros lo que les sirve y descartar el resto.

La conducta efectiva se apoya no sólo en el aprendizaje académico, sino también en el desarrollo de la inteligencia emocional y en la experiencia de vida.
Y esta es la incertidumbre. Una incertidumbre que no es académica, que es un hecho concreto vinculado con nuestra probada incapacidad para prever el mundo en el cual vamos a vivir.

Cuando yo estaba en el colegio secundario, mi papá me decía:
“Si vos estudiás una carrera, si vos sos trabajador, si sos honesto, si no sos vago, si no estafás a la gente, si sos consecuente, yo no te puedo asegurar que vas a ser rico, pero vas a poder darle de comer a tu familia, vas a tener una casa, vas a tener un auto, vas a poder irte de vacaciones y vas a poder educar a tus hijos y casarlos para que ellos estén bien”.
Cuando mi papá me lo decía, eso era verdad. No era conocimiento académico, era conocimiento de vida, él lo había aprendido así y era cierto. Si hoy le dijera eso a mi hijo, le estaría mintiendo. Porque yo no puedo asegurarle que si estudia una carrera y es un trabajador honesto, va a poder comer todos los días. Y el lo sabe.

El mundo es incierto para nuestros hijos. No es nuestra culpa, pero es así.

El mundo de hoy es otro, y esto tiene que ver con el conocimiento. El mundo no cambia sólo en lo académico, cambia también en estas cosas.

Y entonces, yo voy a tener que aprender que no puedo seguir diciéndole estas estupideces a mi hijo, porque son mentiras. Yo lo se y el también lo sabe.
Tengo que enseñarle mis referencias, que incluyen mis valores y mis habilidades emocionales, pero tengo que tener la suficiente humildad para saber que son reglas que el puede cuestionar.

Mi papá me decía: “¡Si yo te digo que es así... es así!”.
Si yo le digo a mi hijo esto hoy... ¡se atraganta de risa!. Y tiene razón. ¿Por qué va a ser así porque yo digo que es así?
La certeza de mi papá era honesta. Mi incertidumbre también.

Pero atención, no digo que no haya que decirles nada y pensar: "total... que se arreglen”. No.
Tenemos que empezar a tomar conciencia de esta situación para centrarnos mas en transmitir lo mismo que transmitimos con mas énfasis todavía en los valores y en las cosas que creemos, pero sabiendo que ellos van a tener que adaptarlas a su propio mundo, traducirlas a sus propios códigos. No van a poder tomarlas tal cual se las decimos.

Cada vez que hablo de este tema en una charla, alguien salta y dice:
“No, porque mi generación fue la mas jodida...”.
Todas las generaciones creen que son la bisagra, la que mas sufrió... No hay una sola generación que no me haya dicho esto.
Claro, ¡como no van a saltar!. Saltan porque yo les estoy diciendo: Todos sus esfuerzos son inútiles. ¿Por qué no se dejan de molestar a los pobres chicos?.
Voy a darnos un mensaje para nosotros mismos:
Nuestra generación de padres no es la peor, la peor es la de mis viejos. ¿Por qué?. Porque la generación que hoy tiene entre 70 y 80 años es la que sufrió el odioso cambio de jerarquías.

Cuando mi viejo era chico y se cocinaba pollo, que era todo un acontecimiento, mi abuela lo servía y mi abuelo, que le gustaba la pata, agarraba las dos patas de pollo, se las servía para el y dejaba el resto para que los hijos agarraran. Y a nadie se le ocurría cuestionar el derecho de mi abuelo. Era un derecho del padre de familia servirse primero.
Cuando mi viejo tuvo a sus hijos. ¡Le cambiaron las reglas! ¿Es casi una maldad!.

Lo que le pasó a la generación de mi viejo no tiene nada que ver con lo que nos pasó a nosotros.
Nuestra generación ha sido privilegiada. Y la de nuestros hijos también.
Nosotros pasamos por tener el lugar de elegir. ¡Nuestros viejos nunca!.
Mi abuelo, que no era el privilegiado cuando era chico, si lo fue de grande. Es decir, en algún momento ligó. Y nosotros también. ¡Los viejos que nacieron en el primer cuarto de siglo, no!. Esos no ligaron nunca.


LA FAMILIA COMO TRAMPOLIN

La casa donde vivió el niño que fui y las personas con las que compartí mi vida familiar fueron el trampolín hacia mi vida adulta.
La familia siempre es un trampolín y en algún momento tenemos que plantarnos allí y saltar al mundo de todos los días.
Si al saltar del trampolín me quedo colgado, dependo, y finalmente nunca hago mi viaje.
Que bueno sería animarse a saltar del trampolín de una manera espectacular.
Esto es posible si el trampolín es saludable. Si la relación familiar es sana. Si la pareja es soportativa.

Este trampolín tiene cuatro pilares fundamentales. Tan fundamentales que si no son sólidos, ningún chico puede caminar por el sin caerse.

El primer pilar es el amor
Un  hijo que no se ha sentido amado por sus padres tiene una historia grave: le será muy difícil llegar a amarse a si mismo. El amor por uno mismo se aprende del amor que uno recibe de los padres. No quiere decir que no se pueda aprender en otro lado, sólo que este es el mejor lugar donde se aprende. Por supuesto que además un niño que no ha sido amado no puede amar, y si esto sucediera para que saldría a encontrarse con los otros.
El trampolín que no tiene este pilar es peligroso. Es difícil caminar por el. Es un trampolín inestable.

El segundo pilar es la valoración
Si la familia no ha tenido un buen caudal de autovaloración, si los padres se juzgaban a si mismo como poca cosa, entonces el hijo también se siente poca cosa.
Si uno viene de una casa donde no se lo valora, a uno le cuesta mucho valorarse. Las casas con un buen nivel de autoestima tiene trampolines adecuados. Dice Virginia Satir: “En las buenas familias la olla de autoestima de la casa está llena”. Quiere decir: los papás creen que son personas valiosas, creen que los hijos son valiosos, papá cree que mamá es valiosa, mamá cree que papá es valioso, papá y mamá creen que su familia es valiosa y ambos están orgullosos del grupo que armaron.
Cuando un hijo llega a la casa y dice: “¡Que linda es esta familia!”, ahí sabemos que el trampolín está entero.
Cuando el chico llega a la casa y dice: “¿Me puedo ir a vivir a lo de la tía Margarita?”... estamos en problemas.
Cuando un padre le dice a un hijo: “¡Porque no te vas a vivir con la tía Margarita!”, también algo complicado está pasando.

El tercer pilar
Las normas deben existir con la sola condición de no ser rígidas, sino flexibles, elásticas, cuestionables, discutibles y negociables. Pero tienen que estar.
Así como creo que las reglas en una familia están para ser violadas y que será nuestro compromiso crear nuevas, creo también que este proceso debe apoyarse en un tiempo donde se haya aprendido a madurar en un entorno seguro y protegido. Este es el entorno de la familia. Las normas son el marco de seguridad y previsibilidad necesario para mi desarrollo. Una casa sin normas genera un trampolín donde el hijo no  puede plantarse para saltar...

El último pilar es la comunicación
Para que el salto sea posible, es necesaria una comunicación honesta y permanente.
Ningún tema ha sido mas tratado por los libros de psicología como el de la comunicación. Léanlos en pareja, discútanlo con sus hijos, chárlenlos entre todos con el televisor apagado... Esta es una manera de fortalecer la comunicación, pero no es la mas importante. La fundamental es aquella que empieza con las preguntas dichas desde el corazón: ¿Cómo estás. ¿Cómo pasaste el día?. ¿Querés que charlemos?...
Y sobre este pilar, exclusivamente sobre este pilar, se apoya la posibilidad de reparar los demás pilares.

Amor, valoración, normas y comunicación: sobre este trampolín el hijo salta a su vida para recorrer, primero, el camino de la autodependencia y luego, el camino del encuentro con los otros.

Piensen en sus casas... ¿Qué pilares estaban firmes?. ¿Cuáles un poco flojos?. ¿Cuáles faltaron?.
Y una vez saltado el trampolín, como hijo debo saber que mi vida depende ahora de mi, que soy responsable de lo que hago, que libero a mis padres de todo compromiso que no sea el afectivo, de toda obligación y de toda deuda que crea tener con ellos. Conservarán su amor por mi, pero no sus obligaciones. Afirmo esto con absoluta conciencia de lo que digo. Todo lo que un papá o una mamá quieran dar a sus hijos después que éstos sean adultos, será parte de su decisión de dárselo, pero nunca de su obligación. Por supuesto, antes del fin de la adolescencia estamos obligados para con nuestros hijos, allí no es un tema de decisión.

Si le preguntan a mi mamá cómo está compuesta su familia, seguramente dirá: “Mi familia está compuesta por mi marido, mis dos hijos, mis dos nueras y mis tres nietos”. Si me preguntan a mi cómo está compuesta mi familia, yo digo: “Mi esposa y mis dos hijos”, no digo: “Mi esposa, mis dos hijos, mi mamá y mi papá”.
Esto no quiere decir que mi mamá  no sea de mi familia, o que yo no la quiera.
Mi mamá sigue queriendo que la familia seamos todos, y tiene razón.
Pero es diferente para ella que para mi.

Como padre debo saber que el trampolín debe estar listo para la partida de mis hijos, porque el encuentro con ellos es el encuentro hasta el trampolín. Luego habrá que construir nuevos encuentros, sin obligaciones no obediencias, encuentros apoyados solamente en la libertad y en el amor.

Cuando un hijo se vuelve grande, los padres tenemos que asumir el último parto.
Hacemos varios partos con los hijos. Uno cuando el chico nace, otro cuando va al colegio primario y deja la casa, otro cuando se va por primera vez de campamento y duerme fuera de la casa, otro cuando tiene su primer novio o novia, otro cuando se recibe en el colegio secundario, y el último cuando termina su adolescencia o decide dejar definitivamente la casa paterna.
En el último parto, finalmente le damos a nuestro hijo la patente de adulto. Asumimos que es autodependiente, que no tiene que pedirnos permiso para hacer lo que se le de la gana.
En algún momento, le damos el último empujoncito que yo llamo el último pujo, le deseamos lo mejor y, a partir de allí le delegamos el mando.
Quedás a cargo de vos mismo, quedás a cargo de cómo te vaya, quedás a cargo de darle de comer a tu familia, quedás a cargo de pagar el colegio de tus hijos, quedás a cargo de todo lo que quieras para vos y para los tuyos, y en lo que no puedas hacerte cargo, renunciá.

Hace unos años atendí a una pareja que tenía un hijo al que querían ayudar. Eran “tan buenos”.
El hijo era un médico recién egresado que ganaba 1.200 pesos en el puesto del hospital y la nuera ganaba 700 trabajando como maestra jardinera en la escuela del barrio. Entre los dos casi llegaban a 2.000 pesos, que no es poco. Pero los cuatro padres, que los querían tanto, se pusieron de acuerdo  y les regalaron “a los chicos” un departamento en Libertador y Tagle cuyas expensas eran de 1.650 pesos por mes.
¿Cuál es la ayuda que les estamos dando a esos chicos?.
Cuando estos dos pagan las expensas, la luz, el gas y el teléfono, ya no les queda un peso para vivir. Esta es la ayuda de algunos papás buenos, una cosa sin sentido, o peor, con un sentido nefasto: esclavizar a los hijos a depender de los padres.

Hay que aprender a terminar con la función de padre y con la función de hijo. Esto significa olvidarse de la función y centrarse en el sentido del amor. Todas las obligaciones mutuas que nos teníamos (las mías: sostenerte, bancarte, ayudarte, etc, y las tuyas: haceme caso, pedirme permiso, hacer lo que yo diga) se terminaron.

Hay que dejar que los hijos se equivoquen, que pasen algunas necesidades y soporten algunas renuncias, dejarlos que se frustren y se duelan, que  aprendan a achicarse cuando corresponde. Que dejen de pedirles a los padres que se achiquen para no achicarse ellos.

Me gustaría tener la certeza que Demián y Claudia podrán arreglárselas con sus vidas cuando yo ya no esté. Eso me dejaría muy tranquilo. Voy a hacer todo lo necesario para poder ver antes de partir lo bien que se arreglan sin mi.
Lo que nuestros hijos necesitan es que hagamos lo posible para que no nos necesiten. Esta es nuestra función de padres.

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