miércoles, 20 de febrero de 2013

El Camino del Encuentro Parte 2.2

EL AMOR A LOS HIJOS


El mecanismo de identificación proyectiva, por el cual me identifico con algo que proyecté, es muchas veces el comienzo de lo que comúnmente llamamos “querer a alguien”. De esto se trata el sentimiento  afectivo. Sucede así con todas las relaciones, pareja, amigos, primos, hermanos, sobrinos, tíos, cuñadas y amantes, sucede con todos menos con los hijos. Y la excepción se debe a una sola razón: A los hijos no se los vive como otros.
Como dije en El camino a la autodependencia cuando un hijo nace lo sentimos como una prolongación nuestra, literalmente. Y si bien es un ser íntegro y separado, que está afuera, no dejamos de vivirlo de este modo.

Hay una patología psiquiátrica que se llama personalidad psicopática. Puede tratarse de criminales, delincuentes, torturadores o cualquier cosa, lo único que les importa a los psicópatas es la propia satisfacción de sus ambiciones personales y, dada su estructura antisocial, no tienen inconvenientes en matar al prójimo si con ellos pueden conseguir lo que desean.
Se trata de personas que no aceptan límites. Los psicópatas no pueden decir “si yo fuera el”, no pueden ni por un momento pensar en función del otro, sólo pueden pensar en si mismos. Si no pueden identificarse tampoco pueden hacer el mecanismo de identificación proyectiva y como el afecto empieza por la identificación, entonces no pueden querer a nadie.
Sin embargo, cuando por alguna razón un torturador tiene hijos, con ellos puede ser entrañable. Un psicópata puede llegar a hacer por los hijos cosas que no ha hecho nunca por ninguna otra persona, y lo hace aunque a la madre de esos mismos hijos,  la maltrate, la golpee, la humillo o simplemente la ignore. Porque los hijos son vividos como una parte de el mismo, y entonces los trata como tal, con lo                                                                                                                                                                                             mejor y lo peor de su trato consigo mismo.
Esto confirma para mi, que el mecanismo de identificación proyectiva es para con todos menos para con mis hijos, porque para quererlos a ellos este mecanismo no es necesario. para nosotros, que no somos psicópatas, los hijos son también una parte nuestra con vida afuera o, como diría Atahualpa refiriéndose a la amistad, “como uno mismo en otro pellejo”.
Todos tratamos a nuestros hijos de la misma manera, con el mismo amor, y a veces, tristemente, con el mismo desamor que tenemos por nosotros mismos.
Alguien que se trata bien a si mismo podrá tratar muy bien a sus hijos.
Alguien que se maltrate va a terminar maltratando a sus hijos.
Y posiblemente, alguien que viva abandonándose a si mismo, es capaz de abandonar a un hijo.
Porque no hay otra posibilidad mas que hacerles a nuestros hijos lo mismo que nos hacemos a nosotros.
Sin embargo, como hijos de nuestros padres, nosotros no sentimos que ellos sean una prolongación nuestra, y de hecho no lo son.
Mis hijos son para mi un pedazo de mi vida y por eso los amo incondicionalmente, pero yo no lo soy para ellos.

La sensación de pertenencia y de la incondicionalidad es de los padres para con los hijos, pero de ninguna manera de los hijos para con los padres.

¿Serán capaces los hijos de sentir esto alguna vez?
Si... por sus hijos. Pero no por mi.
El amor de los padres es un amor desparejo que se completa en la generación siguiente. Se trata de un caso de reciprocidad diferida o mas bien, debo decir, desplazada, devolverás en tus hijos lo que yo te di.
No es ningún mérito querer a los hijos, pero para que ellos puedan querernos, van a tener que tomarse todo el trabajo.... Van a tener que empezar por ver un pedazo de nosotros en el cual se pueden proyectar... identificarse luego con él... y transformar esa identificación en amor. Y entonces nos querrán (o no) dependiendo de lo que les haya pasado en ese vínculo.

Estoy hablando  del amor de la madre y del padre. La vivencia de la prolongación no es una cosa selectiva de la mamá, es una vivencia de la mamá y del papá.
Hay mujeres que, además del privilegio del embarazo, creen tener el oscuro derecho de negar que a los hombres también nos sucede esto con nuestros hijos,
En una de mis charlas, una señora me dijo:
“Yo estudié que el amor de la madre por el hijo se da naturalmente, y que el amor del padre por el hijo se da a través del deseo por la madre”.
Y siguió ante la mirada de la sala.
“No lo digo desde mi, sino por estudios que se han hecho...”.
Lo  que ocurre es que algunos de los primeros terapeutas eran bastante antiparentales. Yo creo que era una manera de confrontar la tradicional  verticalidad de la educación escolástica. En verdad, no se que habrá pasado con aquellos psicoanalistas y sus hijos, pero lo que me pasó a mi y lo que le pasa a la gente que yo conozco, es que siente el amor por lo hijos desde todos lados y mas allá de la historia del amor por su madre. de lo contrario, no se entendería como un padre es capaz de dar su vida por el hijo y no siempre por su esposa. Algo debe pasar. A mi no me coincide. Es mas, creo que si alguien quiere a su hijo a partir del amor de la esposa, algo muy complicado le está pasando en la cabeza. Mas allá de lo que digan los libros.
Si bien es verdad que  porcentualmente se ven mas hijos abandonados por los padres que por las madres, habría que ver si esto demuestra que los padres son incapaces de querer a los hijos como una prolongación propia, o si es el afecto de una derivación social, donde el lugar que se le da al padre motiva esta actitud.

Si dejáramos a los padres sentir las cosas que las madres dicen sentir en exclusividad, quizás no existirían tantos papás abandonando a sus hijos.

Si la madre cree tener unívocamente  derecho a la posesión sobre los hijos y la sociedad se la avala, ¿qué lugar le queda al papá?.  Es responsabilidad del papá la manutención económica y de la mamá la contención y la presencia afectiva.
Así, la estructura social dice que a la madre no se la puede separar del chico, con toda razón, y que si se puede separar al padre del chico, con no se cuánta razón.
Y sin embargo eso dicen los expertos. ¿Podemos creerles?.

En la película “Juego de seducción”, un hombre de aspecto rural cuenta en cámara la siguiente historia:

Cuando yo tenía 8 años, encontré el Río Perdido. Nadie sabía dónde estaba, nadie en mi condado podía decirte cómo llegar, pero todos hablaban de el. Cuando llegué por primera vez al Río Perdido, me di cuenta rápidamente de que estaba allí. Uno se da cuenta cuando llegue. ¡Era el lugar mas hermoso que jamás vi, había árboles que caían sobre el río y algunos peces enormes navegaban en las aguas transparentes!. Así que me saqué la ropa y me tiré al río y nadé entre los peces y sentí el brillo del sol en el agua, y sentí que estaba en el paraíso. Después de pasar la tarde de ahí, me fui marcando todo el camino hasta llegar a mi casa y allí le dije a mi padre:
- Papá, encontré el Río Perdido.
Mi papá me miró  rápidamente y se dio cuenta de que no mentía. Entonces me acarició la cabeza y me dijo:
- Yo tenía mas o menos tu edad cuando lo vi por primera vez. Nunca pude volver.
Y yo le dije:
- No, no... Pero yo marqué el camino, dejé huellas y corté ramas, así que podemos volver juntos.
Al día siguiente, cuando quise volver, no puede encontrar las marcas que había hecho, y el río se volvió perdido también para mi. Entonces me quedó el recuerdo y la sensación de que tenía que buscarlo una vez mas.
Dos años después, una tarde de otoño, fuimos a la dirección de guardaparques del condado porque mi papá necesitaba trabajo. Bajamos a un sótano, y mientras papá esperaba un una fila para ser entrevista, vi que en una pared había un mapa enorme que reproducía cada lugar del condado: cada montaña, cada río, cada accidente geográfico estaba ahí. Así que me acerqué con mis hermanos, que eran menores, para tratar de encontrar el Río Perdido y mostrárselo a ellos. Buscamos y buscamos, pero sin éxito.
Entonces se acercó un guardaparques grandote, con bigotes, que me dijo:
- ¿Qué estás buscando, hijo?
- Buscamos el Río Perdido  - dije yo, esperando su ayuda.
Pero el hombre respondió:
- No existe ese lugar.
- ¿Cómo que no existe?. Yo nadé ahí.
Entonces el me dijo:
- Nadaste en el Río Rojo.
Y yo le dije:
- Nadé en los dos, y se la diferencia.
Pero el insistió:
- Ese lugar no existe.
En eso regresó mi papá, le tiré del pantalón y le dije:
- Decile, papá, decile que existe el Río Perdido.
Y entonces el señor de uniforme dijo:
- Mirá niño, este país depende de que los mapas sean fieles a la realidad. Cualquier cosa que existiera y no estuviese aquí en el mapa del servicio oficial de guardaparques de los Estados Unidos, sería una amenaza contra la seguridad del país. Así que si en este mapa dice que el Río Perdido no existe, el Río Perdido no existe.
Yo seguí tirando de la manga de mi papá y le dije:
- Papá, decile...
Mi papá necesitaba el trabajo, así que bajó la cabeza y dijo:
- No hijo, el es experto, si el dice que no existe...
Y ese día aprendí algo: Cuidado con los expertos. Si nadaste en un lugar, si mojaste tu cuerpo en un río, si te bañaste de sol en una orilla, no dejes que los expertos te convenzan de que no existe. Confiá mas en tus sensaciones que los expertos, porque los expertos, son gente que se moja pocas veces.
¿Cuántos hijos habrán tenido esos expertos que excluyen del vínculo emocional a los padres?.
¿En que río no habrán nadado?
La verdad, ¿qué imprta lo que digan los psicólogos?. Que imprta lo que diga yo, lo que digan los libros, ¡que importa lo que diga nadie!. Lo que importa en el amor es lo que cada uno siente.
Porque cada uno sabe perfectamente cuánto quiere a sus hijos, porque en todo caso este es tu Río Perdido, el que no está en ningún mapa.

El primer embarazo de mi esposa no lo diagnosticó el obstetra,  lo diagnosticó mi clínico. Sucedió que en dos semanas yo engordé 5 kilos, me sentía mareado, tenía náuseas, y fui a ver a mi médico. El me revisó y me dijo:
- ¿No  estará embarazada Perli?
Yo le dije que no porque realmente no sabíamos nada. Así que volvía a casa y le dije a mi esposa:
- ¿Estás embarazada vos?
- No, tengo un atraso de una semana, pero no creo...
Y ocho meses después nacía Demián.

Todos los hombres han sentido envidia de no ser capaces de llevar en la panza a sus hijos, y esta envidia tiene muchos matices y redunda en muchas actitudes. Pero sobre todo, en una sociedad que carga al varón con mucho peso respecto de la responsabilidad, una sociedad que frente a un embarazo lo que les dice a las mujeres es: “Que suerte, te felicito”, y a los hombres le dice: “Se acabó la joda, macho, ahora si que vas a tener que yugar”... yo me pregunto: ¿Cómo el hombre no va a tener ganas de irse al cuerno?. ¿No  seremos nosotros los que estamos condicionando estas respuestas  dándole tanto lugar de privilegio al amor de la madre y desplazando el lugar amoroso del padre?.

Desde el punto de vista de mi especialidad, siempre sé que hay un trastorno severo previo en alguien que no querer a su propio hijo. Pero también se que no necesariamente hay un trastorno estructural severo en alguien que no quiere a su papá o a su mamá. Sufrirá, y padecerá la historia de no quererlos, pero no forzosamente tiene un trastorno de personalidad.

Uno podría pensar que, por la continuidad genética, este fenómeno de la vivencia de prolongación sucede sólo con los hijos biológicos. Pero no es así. A los hijos adoptivos se los quiere  exactamente igual, con la misma intensidad y la misma incondicionalidad que a los hijos naturales, y esto es fantástico. Adoptar no quiere decir criar ni anotar oficialmente a alguien en nuestra libreta matrimonial, significa darle a ese nuevo hijo el lugar de ser una prolongación nuestra.
Cuando yo adopto verdaderamente  desde el corazón, mi hijo es vivido por mi como si fuera un pedazo mío, exactamente igual, con la misma amorosa actitud y con la misma terrible fusión que siento con u n hijo biológico.
Y así como ambos llegaron a nuestras vidas por una decisión que tomamos, así, nuestros hijos, biológicos o adoptados, son vividos como una materialización de nuestro deseo y también como la respuesta a alguna insatisfacción o necesidad de reparación. Por eso los condicionamos con nuestras historias, las buenas y malas. Los educamos desde nuestras estructuras mas sanas y también desde nuestro lado mas neurótico, lo cual, como digo siempre un poco en broma y un poco en serio, quizás no sea tan malo para ellos. Pobres de mis hijos si les hubiese tocado tener dos padres normales, carentes de un nivel razonable de neurosis. ¡Imagínense!, aterrizar sin entrenamientos en un mundo como el que vivimos, lleno  de neuróticos... sería un martirio.
Con Perla y conmigo, mis afortunados hijos simplemente salieron a la calle y dijeron:

“¡Ah!. ¡Es como en mi casa!. ¡Está todo bien!”...

Aprendieron a manejarse con padres neuróticos para poder manejarse en la vida. Lo digo en tono irónico, pero es cierto.
A nuestros hijos les sirve nuestra neurosis porque, les guste o no, van a vivir inmersos en una sociedad neurótica. Decía Erich Fromm: “Si a mi consultorio llega un hombre sano, mi función sería neurotizarlo suficientemente para que pudiera vivir adaptado”.


DIVORCIO DE LOS PADRES

Antes de ser adultos, los hijos son casi exclusivamente nuestra responsabilidad, y ésta implica un cierto compromiso de sostener la institución familiar para ellos.
Cuando mis colegas, mas viejos que yo, transitaban los comienzos de la psicología, la línea era mas simplista en cuanto a la separación. Se decía:
“Siempre es mejor para los hijos ver a los padres felices y separados que verlos juntos y pelándose”.
Se hablaba con un exceso de soltura, una cierta liviandad que rozaba la desfachatez y que hoy nos asombran. Los terapeutas hemos cambiado mucho.
En nuestros días, ya no estamos tan seguros de que sea siempre así.
La mayoría de las personas que trabajamos con parejas pensamos que la estructura familiar y la relación amorosa entre padre y madre frente a los hijos (sobre todo cuanto mas chicos sean) es importante para el establecimiento de su identidad y, por ende, de su salud futura.

Nadie sabe con certeza los efectos que pueden causar en la psiquis de un chico menor de dos años la separación de sus padres. Es muy probable que si no hay “tironeos”  del niño, las consecuencias sean leves. Sin embargo, aun cuando la posibilidad de dañar sea pequeña, creo que hay que ser cautelosos con esta responsabilidad empezando desde el momento de tomar la  decisión de tener hijos.

Una pareja viene a verme y me dice:
- Nos vamos a casar, queremos tener hijos...
Entonces yo les digo:
- Saben ustedes que si quedan embarazados a partir de aquí, nueve meses, mas dos años, no pueden separarse pase lo que pase entre ustedes?
- ¿Cómo que no nos podemos separar?. ¿Quién lo dice?.
- Yo.

Igual no me escuchan, pero es lo que yo creo y por lo tanto les aviso.
Insisto: la amenaza que representa para un chico una situación como esta no se puede medir.

Dense cuenta.
Tener un hijo es algo maravilloso, pero no es poca cosa e implica una responsabilidad superior, que dura, en forma gradual, enormemente hasta que tiene dos años, prioritariamente hasta que tiene cinco, especialmente hasta que tiene diez, mucho hasta que tiene quince, y bastante hasta que tiene veinticinco.
¿Y después?.
Después harás de tu vida lo que quieras. Porque la verdad es que no vas a cambiar gran cosa lo que tu hijo sea, piense o diga con lo que haga.

¿Es mejor que sigan peleándose y tirándose platos?
Depende del caso, digo yo.

Hay casos y casos. Si papá corre a mamá con un cuchillo por la casa, es mejor que separen, no hay duda. Si no es así, habrá que pensar en cada situación. Por supuesto, no alcanza con el famoso “no nos queremos mas”...

Recuerdo que hace unos años, durante un entrenamiento como terapeuta de familia, presencié detrás de un cristal una sesión de terapia de pareja manejada por un colega genial.

El y ella de unos veinticinco años cada uno, exponían sus puntos mas o menos similares: “No va mas. Nos queremos separar... Se terminó”. El terapeuta preguntó por la edad de los hijos y la mujer contestó: “El mayor tiene tres años y la bebita seis meses”. Entonces el terapeuta sugirió que la separación podría dañar a los niños, y el marido dijo: “Es que no somos felices...”.
“Si no son felices – dijo el colega – por su bienestar deben separarse, pero me pregunto ¿quién se va a ocupar de la infelicidad de los chicos?. ¿No son felices?. Bánquense la historia, esperen un poquito, busquen la manera de convivir, sean cordiales... Lo lamento, pero hay un tema de responsabilidad para asumir. Si no querían asumirla debieron pensarlo antes. Hoy es tarde. Quizás volverá a ser el momento, pero dudo que lo sea ahora. Yo entiendo... Hay fatalidades. No pudieron evitarlo, no quisieron evitarlo, son dos tarambanas, irresponsables, no lo pensaron, se les escapó, se les pinchó, hicieron mal los cálculos... Qué pena... pero ahora, ahora háganse cargo. Nada de lo que dicen es una excusa para permitirse dañar a los que no se pueden defender... Lo siento”.

Y yo estoy de acuerdo. Antes de separarse hay que evaluar muy bien. Sobre todo cuando los hijos son menores de dos años. Abandonar la estupidez que sostiene los que nada  saben: “Cuánto antes, mejor” (?). No creo .

No hay que menospreciar el daño que se puede causar a un bebé que es una esponja y que, si bien entiende todo, no puede preguntar nada.

Una pareja que tiene hijos de cualquier edad no debería separase hasta no haber agotado todos los recursos... Todos.

Por supuesto, hay veces que no hay nada mas para hacer. Los recursos se agotaron y la pareja se separa. Y así como soy de lapidario antes de la separación después de consumada creo que es bueno saber que la vida no termina en fracaso porque se caiga un proyecto.
Si los padres no quisieron, no pudieron o no supieron seguir juntos para los hijos, es bueno pensar que papá y  mamá  pueden ser queridos por otra persona, que pueden llegar a armar una nueva pareja. Y los hijos valoran esto, aunque en un primer momento se opongan.
Porque si mamá por ejemplo, se queda sola para siempre, los hijos van a terminar acusando a papá por aquella soledad.

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