miércoles, 20 de febrero de 2013

El Camino del Encuentro Parte 2.1


PARTE II


ENCUENTROS VERTICALES

ACERCA DEL AMOR


Recién después de haber recorrido el camino de la autodependencia, estoy por fin en condiciones de encontrarme con otros.
Y dice Maturana que es justamente este encuentro con otros lo que nos confiere humanidad a los humanos. Y dice aún mas:
El homo sapiens no  se volvió sapiens por el desarrollo de su intelecto sino por el desarrollo de su lenguaje. Es el lenguaje y su progresiva sofisticación lo que produjo el desarrollo intelectual y no al revés. Entonces, se pregunta el brillante chileno, ¿para que apareció el lenguaje?. ¿Para comunicar que?. Y se contesta: el Amor.
Y por supuesto que no se refiere solamente al amor romántico sino al liso y llano afecto por los demás. Se refiere, creo, al encuentro afectivo con el prójimo.

SIGNIFICADO

Pero ¿de que se trata ese amor que Maturana define como tan poderoso como para ser el responsable último de nuestro desarrollo individual?. ¿Qué quiere decir hoy día esta palabra tan usada, bastardeada, exagerada, malgastada y devaluada?  (si es que todavía conserva algo de su significado).
A veces, los que asisten a mis charlas me preguntan: ¿Para que hay que ponerle definiciones a las cosas, para qué tanto afán de llamar a las cosas por su nombre como siempre decís?.

Cuentan que una mujer entró a un restaurante y pidió  como primer plato una sopa de espárragos. Unos minutos después, el mozo le servía su humeante plato y se retiraba.
- ¡Mozo – gritó la mujer -, venga para acá.
- ¿Señora? – contestó el mesero acercándose.
- ¡Pruebe esta soba – ordenó la clienta.
- ¿Qué pasa, señora?. ¿No es lo que usted quería?
- ¡Pruebe la sopa! – repitió la mujer.
- Pero que sucede... ¿le fatal sal?.
- ¡¡Pruebe la sopa!!
- ¿Está fría?.
- ¡¡PRUEBE LA SOPA!! – repetía la mujer insistente.
- Pero señora por favor, dígame lo que pasa... – dijo el mozo.
- Si quiere saber lo que pasa... pruebe la sopa – dijo la mujer señalando el plato.
El mesero, dándose cuenta de que nada haría cambiar de parecer a al encaprichada mujer, se sentó frente al humeante líquido amarillento y le dijo con cierta sorpresa:
- Pero aquí no hay cuchara...
- ¿Vio? – dijo la mujer - ¿vio?... falta la cuchara.

Que bueno sería acostumbrarnos, en las pequeñas y en las grandes cosas, a poder nombrar hechos, situaciones y emociones directamente, sin rodeos, tal como son.

Yo no hablo d5e precisiones pero si de definiciones. Esto es, decidir desde dónde hasta dónde abarca el concepto del que hablamos. Quizás por eso me ocupe de aclarar, también, de que No hablo cuando hablo de amor.
No hablo de estar enamorado cuando hablo de amor.
No hablo de sexo cuando hablo de amor.
No hablo de emociones que sólo existen en los libros.
No hablo de placeres reservados para los exquisitos.
No hablo de grandes cosas.
Hablo de una emoción capaz de ser vivida por cualquiera.
Hablo de sentimientos simples  y verdaderos.
Hablo de vivencias trascendentes pero no sobrehumanas.
Hablo del amor tan sólo como querer mucho a alguien.
Y hablo del querer no en el sentido etimológico de la posesión, sino en el sentido que le damos coloquialmente en nuestros países de habla hispana.
Entre nosotros, rara vez usamos te amo, mas bien decimos te quiero, o te quiero mucho, te quiero muchísimo.
Pero ¿qué estamos diciendo con ese “te quiero”.?
Yo creo que decimos: Me importa tu bienestar.
Nada mas y nada menos.
Cuando  quiero a alguien, me doy cuenta de la importancia que tiene para mi lo que hace, lo que le gusta y lo que le duele a esa persona.
Te quiero significa, pues, me importa de vos, y te amo  significa me importa muchísimo. Y tanto me importa que, cuando te amo, a veces priorizo tu bienestar por encima de otras cosas que también son importantes para mi.
Esta definición (que me importe de vos) no transforma al amor en una gran cosa, pero tampoco lo reduce a una tontería...
Conducirá, por ejemplo, a la plena conciencia de los hechos: no es verdad que te quieran mucho aquellos a quienes no les importa demasiado tu vida y no es verdad que no te quieran los que viven pendientes de lo que te pasa.
Repito: si de verdad me querés, ¡te importa de mi!.
Y por lo tanto, aunque me sea doloroso aceptarlo, si no te importa de mi, será porque  no me querés. Esto no tiene nada de malo, no habla mal de vos que no me quieras, solamente es la realidad, aunque sea una triste realidad (dice la canción de Serrat: Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio... Quizás haya que entender que eso es lo triste, que no tenga remedio).

Esa diferencia solo cuantitativamente que hago entre querer y amar es la misma diferencia que hay con la mayoría de las expresiones afectivas que usamos para no decir Te quiero. Decimos me gustás, me caés simpático, te tengo afecto, te tengo cariño, etc.

Si yo digo que quiero a mi perro, por ejemplo (lo cual es profundamente cierto), puede no parecer una gran declaración, pero no es poca cosa. No es lo mismo mi perro que cualquier otro perro, me importa lo que le pase. Y digo que quiero a mi vecino, y al señor de enfrente, pero no al de la vuelta, a ese no lo quiero. Y estoy diciendo que mucho no me importa, aunque vive a la misma distancia de mi casa que aquellos a los que quiero, pero con estos tengo algo y con aquel no tengo nada.
Y cuando viene mi mamá y me cuenta:

- No sabés quién se murió, se murió Mongo Picho.
- Ahhh, se murió.
- ¿Te acordás que venía a casa?
- No...
- Como que no... acordate.
- Bueno me acuerdo. ¿Y?.
- Se murió.
Y a mi que me importa. La verdad, la verdad, es que no me importa nada. Pero me importa de mi mamá, a la que amo, y entonces, a veces, para acompañar a mi mamá, digo:

- Pobre Mongo...
y ella me dice:
- Sí, ¿viste?. Pobre...

Esto  opera desde un lugar diferente de todo lo que nos han enseñado. Porque la moral aprendida parecería apuntar a un amor indiscriminado, al amor del místico, al amor supuestamente altruista, a la relación con aquellos a los que conozco y sin embargo ayudo con un genuino interés en su bienestar. Creo que ya dije que la diferencia en este caso es que mi interés en ellos se deriva de mi egoísta placer de ayudar, y en todo caso de un amor genérico por los demás. Quiero decir, me importa del vecino de la vuelta y del niño de Kosovo y del homeless de Dallas mas allá de ellos mismos, por su simple condición de seres humanos. Pero no me refiero aquí a esto, sino a lo cotidiano, mas allá de la caridad, mas allá de la benevolencia, mas allá de la conciencia de ser con el todo y de aprender a amarme en los demás.

Cuando empezamos a pensar en esto, nos damos cuenta de que en realidad no queremos a todos por igual y que es injusto andar equiparando la energía propia de nuestro interés ocupándonos de todos indiscriminadamente. Me parece que querer a la humanidad en su conjunto sin querer particularmente a nadie es un sentimiento reservado a los santos o una aseveración para los demagogos mentirosos y los discapacitados afectivos (aquellos que no conocen su capacidad de amar y por lo tanto no aman).
Cuando me doy cuenta sin culpa de que quiero mas a unos que a otros, empiezo a destinar mas interés a las cosas y a las personas que mas me importan para poder verdaderamente ocuparme mejor de aquellos a quienes mas quiero.

Parece mentira, pero en el mundo cotidiano muchas personas viven mas tiempo ocupándose de aquellos que no les importan que de aquellos a quienes  dicen querer con todo su corazón. Pasan mas tiempo tratando de agradar a gente que no les interesa que tratando de complacer a la gente que ama.
Esto es necedad.

Hay que ponerlo en orden. Hay que darse cuenta.
No es inhumano que yo sea capaz de canalizar el poco tiempo que tengo para ponerlo  prioritariamente al servicio de aquellos vínculos que construí con las personas que mas quiero.
Tengo que darme cuenta de la distorsión que implica pasar mas tiempo con quienes no quiero estar que con los que realmente quiero.
Una cosa es que yo dedique una parte de mi atención para hacer negocios y mantenga trato cordial con gente que no conozco ni me importa, y otra cosa es la perversa propuesta del sistema que sugiere vivir en función de ellos. Esto es enfermizo, aunque ellos sean mis clientes mas importantes, el jefe mas influyente, un empleado eficaz o los proveedores que me permiten ganar mas dinero, mas gloria o mas poder...

Tómense un minuto para saber de verdad quiénes son las quince, ocho, dos o cincuenta personas en el mundo que les importan. No se preocupen pensando que tal vez se olviden de alguien, porque si se olvidan, quiere decir que ESE no era importante. Hagan la lista (no incluyan a los hijos, ya sabemos que nos importan mas que nada) quizás confirmen lo que ya sabían... o quizás se sorprendan.
Pueden completar esta historia dando vuelta la página y, sin ver la lista anterior, escribir los nombres de las diez personas para quienes ustedes creen ser importantes (dicho de otra manera la lista de aquellos que nos incluirían en sus listas). No importa que sean o no las mismas diez personas del otro lado, quizás confirmen que hay personas a quienes queremos pero que mucho no nos quieren, y que hay gente que nos quiere pero que nosotros mucho no queremos.
Vale la pena investigarlo. Tiene sentido la sorpresa. Porque entonces vamos a poder discriminar con mucha mas propiedad el tiempo, la energía, y la fuerza que usamos en función de estos encuentros.


EL AMOR ES UNO SOLO

Hay muchas cosas que yo puedo hacer para demostrar, para mostrar, para corroborar, confirmar o legitimar que te quiero, paro hay una sola cosa que yo puedo hacer con mi amor, y es quererte ocuparme de vos, actuar mis afectos como yo los siento. Y como yo lo sienta será mi manera de quererte.
Vos podés recibirlo o podés negarlo, podés darte cuenta de lo que significa o podés ignorarlo  supinamente. Pero ésta es mi  manera de quererte, no hay ninguna otra disponible.

Cada uno de nosotros tiene una sola manera de querer, la propia

En el campo de la salud mental, muchas veces nos encontramos con alguien que mal aprendió, sin darse cuenta, que querer es golpear, y termina casándose con otro golpeador para sentirse querido (muchas de las mujeres golpeadas han sido hijas golpeadas).
Durante siglos se ha maltratado y lastimado a los niños mientras se les decía que esto era para el bien de ellos: “Me duele mas a mi que a vos pegarte”, dicen los padres.
Y a los cinco años, uno no está en condiciones de juzgar si esto es cierto o no.
Y uno condiciona su conducta.
Y uno  sigue, muchas veces, comiendo mierda y creyendo que es nutritivo.

Cuando trabajé con adictos durante la época de especialización como psiquiatra, atendí a una mujer que tenía un padre alcohólico . la conocí en la clínica donde su marido estaba internado. Durante muchos años ella acompañó a su esposo a los grupos de alcohólicos anónimos para tratar de que superara su adicción, que llevaba mas de doce años. Finalmente, le estuvo en abstinencia durante 24 meses. La mujer vino a verme para decirme que, después de 17 años de casados, sentía que su misión ya estaba cumplida, que el ya estaba recuperado... Yo, que en aquel entonces tenía 27 años y era un médico recibido hacía muy poco, interpreté que en realidad lo que ella quería era curar a su papá, y entonces había redimido la historia de curar al padre curando a su marido. Ella dijo: “Puede ser, pero ya no me une nada a mi marido, he sufrido tanto por su alcoholismo, que me quedé para no abandonarlo en medio del tratamiento, pero ahora no quiero saber mas nada con el”. El caso es que se separaron. Un años después, incidentalmente y en otro lugar, me encontré con esta mujer que había hecho una nueva pareja. Se había vuelto a casar... con otro alcohólico.

Estas historias, que desde la lógica no se entienden, tienen mucho que ver con la manera en que uno transita sus propias cosas irresueltas, cómo uno entiende lo que es querer.

Querer y mostrarte que te quiero pueden ser dos cosas distintas para mi y para vos. Y en estas, como en todas las cosas, podemos estar en absoluto desacuerdo sin que necesariamente alguno  de los do esté equivocado.

Por ejemplo: yo se que mi mamá puede mostrarte que te quiere de muchas maneras. Cuando te invita a su casa y cocina comida que a vos te gusta, eso significa que te quiere, ahora, si para el día que estás invitada ella prepara dos o tres de esas deliciosas comidas árabes que implican amasar, pelar, hervir y estar pendiente durante cinco o seis días de la cocina, eso para mi mamá es que te ama. Y si uno no aprende a leer esta manera, puede quedarse sin darse cuenta de que para ella esto es igual a decir te quiero. ¿Es eso ser demostrativa?. ¡Que sé yo!. En todo caso esta es su manera de decirlo. Si yo no aprendo a leer el mensaje implícito en estos estilos, nunca podré decodificar el mensaje que el otro expresa. (Una vez por semana, cuando me peso, confirmo lo mucho que mi mamá me quería ¡y lo bien que  yo decodifiqué su mensaje!).

Cuando alguien te quiere, lo que hace es ocupar una parte de su vida, de su tiempo y de su atención en vos.

Un cuento que viaja por el mundo de Internet me parece que muestra mejor que yo lo que quiero decir:
Cuentan que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de 5 años se levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del lado de su papá y tirando de las cobijas lo despertó.
- ¿Cuánto ganás, papá? – le preguntó
- Ehhh... ¿cómo? – preguntó el padre entre sueños.
- Que cuánto ganás en el trabajo.
- Hijo, son las doce de la noche, andate a dormir.
- Si papi, ya me voy, pero vos ¿cuánto ganás en el trabajo?
El padre se incorporó en la cama  y en grito ahogado le ordenó:
- ¡Te vas a la cama inmediatamente, esos no son temas para que vos pregunte! ¡¡y menos a la medianoche!! – y extendió su dedo señalando la puerta.
Ernesto bajó la cabeza y se fue a su cuarto.
A la mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la cena el padre decidió contestarle al hijo.
- Respecto de la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos pero con los descuentos me quedan unos 2.200.
- ¡Uhh!... cuánto que ganás, papi – contestó Ernesto.
- No tanto hijo, hay muchos gastos.
- Ahh... y trabajás muchas horas.
- Si hijo, muchas horas.
- ¿Cuántas papi?
- Todo el día, hijo, todo el día.
- Ahh – asintió el chico, y siguió – entonces vos tenés mucha plata ¿no?.
- Basta de preguntas, sos muy chiquito para estar hablando de plata.
Un silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir.
Esa noche, una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía un papel con números garabateados en la mano.
- Papi ¿vos me podés prestar cinco pesos?
- Ernesto... ¡¡son las dos de la mañana!! – se quejó el papá.
- Si pero ¿me podés...
El padre no le permitió terminar la frase.
- Así que este era el tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso impertinente. Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la pantufla... Fuera de aquí... A su cama.
Vamos.
Una vez más, esta vuelta puchereando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.
Media hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto de su hijo. Desde la puerta escucho lloriquear casi en silencio.
Se sentó en su cama y le habló.
- Perdoname si te grité, Ernesto, pro son las dos de la madrugada, toda la gente está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podés esperar hasta mañana?.
- Si papá – contestó el chico entre mocos.
El padre metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de extrajo un billete de cinco pesos. Lo dejó en la mesita de luz y le dijo:
- Ahí tenés la plata que me pediste.
El chico se enjuagó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes. Agregó los cinco pesos al lado del resto y contó con los dedos cuánto dinero tenía.
Después agarró la plata entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo miraba sonriendo.
- Ahora si – dijo Ernesto – llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos.
- Muy bien hijo, ¿y que vas a hacer con esa plata?
- ¿Me vendés una hora de tu tiempo, papi?.

Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan ver claramente cuánto le importás.
Yo puedo decidir hacer algo que vos querés que haga en la fantasía de que te des cuenta de cuánto te quiero. A veces si y a veces no. Aunque no esté en mi, despertarme de madrugada el 13 de diciembre, decorar la casa y prepararte el desayuno empapelando el cuarto con pancartas, llenándote la cama de regalos y la noche de invitados... sabiendo cuánto te emociona, puedo hacerlo alguna vez. Cuando yo tenga ganas. Pero si me impongo hacerlo todos los años sólo para complacerte y lo hago, no esperes que lo disfrute. Porque si no son las cosas que yo naturalmente quiero hacer, quizás sea mejor para los dos que no las haga.
Ahora bien, si o nunca tengo ganas de hacer estas cosas ni ninguna de las otras que sé que te gustan, entonces algo pasa.
Con la convivencia yo podría aprender a disfrutar de agasajarte de alguna de esas maneras que vos preferís. Y de hecho así sucede. Pero esto no tiene nada que ver con algunas creencias, mas o menos aceptadas por todos, que parecen contradictorias con lo que acabo de decir y con las que, por supuesto, no estoy de acuerdo.
Hablo específicamente sobre los sacrificios en el amor.
A veces la gente me quiere convencer de que mas allá de la idea de ser feliz, las relaciones importantes son aquellas donde uno es capaz de sacrificarse por el otro. Y la verdad es que yo no creo que el amor sea un espacio de sacrificio. Yo no creo que sacrificarse por el otro garantice ningún amor, y mucho menos creo que ésta sea la pauta que reafirma mi amor por el otro.

El amor es un sentimiento que avala la capacidad para disfrutar juntos de las cosas y no una medida de cuánto estoy dispuesto a sufrir por vos, o cuánto soy capaz de renunciar a mi.

En todo caso, la medida de nuestro amor no la podemos condicionar al dolor compartido, aunque éste sea parte de la vida. Nuestro amor se mide y trasciende en nuestra capacidad de reconocer juntos este camino disfrutando cada paso tan intensamente como seamos capaces y aumentando nuestra capacidad de disfrutar precisamente porque estamos juntos.

LOS “TIPOS” DE AMOR, UNA FALSA CREENCIA

Cada vez que hablo sobre estos temas en una charla o en una entrevista, mi interlocutor argumenta “depende de que tipo de amor hablemos”.
Yo entiendo lo que dicen, lo que no creo es que existan clases o clasificaciones diferentes de amor determinadas por el tipo de vínculo: te quiero como amigo, te quiero como hermano, como primo, como gato, como tío... como puerta (?).
Voy a hacer una confesión grupal: Esto  de los diferentes tipos de afecto lo inventó mi generación hace mas o menos 40 o 50 años, antes no existía. Dejame que te cuente. En aquel entonces, los jóvenes adolescentes o preadolescentes cruzábamos nuestros primeros vínculos con el sexo opuesto en las salidas “en barra” (grupos de 10 o 12 jóvenes que salíamos los sábados o nos quedábamos en la casa de alguno o alguna de nosotros escuchando música o aprendiendo a bailar). En estos grupos pasaba que, pro ejemplo, yo me percataba de la hermosa Graciela. Y entonces le contaba a mis amigos y amigas (a todos menos a ella) que el sábado iba a hablar con Graciela y confesarle que estaba enamorado de ella (y seguramente Graciela  también se enteraba pero hacía como que no sabía). Así, el sábado, un poco mas producido que de costumbre (como se dice ahora) yo me acercaba a Graciela y me “tiraba” (una especie de declaración-propuesta naïve) y ella, que no tenía la menor intención de salir conmigo porque le gustaba Pedro, pero pertenecíamos al mismo grupo, ¿qué me podía decir?. El grupo la podía rechazar si me hacía daño, no podía decirme: “Salí gordo, ¿cómo pensás que me puedo fijar en vos?”. No podía. Y entonces Graciela y las Gracielas de nuestros barrios nos miraban con cara de carnero degollado y nos decían: ”No dulce, yo a vos te quiero como a un amigo”, que quería decir: “no cuentes conmigo, idiota”, lo que nos dejaba en el incómodo  lugar de no saber si festejar o ponernos a llorar, porque no era un rechazo, no, era una confusión de amores.
Entonces no sabía (y después nunca supe muy bien) que quería decir te quiero como a un amigo, pero yo también empecé a usarlo: te quiero como amiga. Una historia práctica para no decir que mas allá del afecto no quiero saber nada con vos. Una respuesta funcional que supuestamente pone freno a las fantasías sexuales (como si uno no pudiera tener un revuelco con un amigo...)
Así empezó y luego se extendió:
Si no existe ni siquiera la mas remota posibilidad, entonces es: “te quiero como a un hermano” (que quiere decir, presentame a Pedro).
Y si la persona que propone es un viejo verde o una veterana achacada, entonces hay que decir: “te quiero como a un padre (o como a una madre)”, respuesta que, por supuesto, nunca evita la depresión...

Vivimos hablando y calificando nuestros afectos según el tipo de amor que sentimos...
Y sin embargo, pese a nosotros, y a los usos y costumbres, no es así.
El amor es siempre amor, lo que cambia es el vínculo, y esto es mucho mas que una diferencia semántica.
El ejemplo que yo pongo siempre es:
Si yo tengo una ensaladera con lechuga, le puedo agregar tomate y cebolla y hacer una ensalada mixta, o le puedo agregar remolacha, tomate, zanahoria, huevo  duro y un poquito de chaucha y tendré una completa. Le puedo agregar pollo, papa y mayonesa y obtendré un salpicón de ave. Finalmente un día le puedo poner miel, azúcar y aceite de tractor y entones quedará una basura con gusto espantoso. Y será otra ensalada.
Las ensaladas son diferentes, pero la lechuga es siempre la misma.
Hay algunos afectos que a mi me resultan combinables y algunos afectos que me resultan francamente incompatibles.
Lo que cambia en todo caso es la manera en la que expreso mi amor en el vínculo que yo establezco con el otro, pero no el amor.
Son las otras cosas agregadas al afecto las que hacen que el encuentro sea diferente.
Puedo ser que además de quererte me sienta atraído sexualmente, que además quiera vivir con vos o quiera que compartamos el resto de la vida, tener hijos y todo lo demás. Entonces, este amor será el que se tiene en una pareja.
Puede ser que yo te quiera y que además compartamos una historia en común, un humor que nos sintoniza, que nos riamos de las mismas cosas, que seamos compinches, que confiemos uno en el otro y que seas mi oreja preferida para contarte mis cosas. Entonces serás mi amigo o mi amiga.


          Pero existe mi manera de amar y tu manera de amar. Por supuesto, existen vínculos diferentes. Si te quiero, cambiará mi relación con vos según las otras cosas que le agregamos al amor, pero insisto, no hay diferentes tipos de cariño.

En última instancia, el amor es siempre el mismo. Par bien y para mal, mi manera de querer es siempre única y peculiar.

Si yo se querer a los demás en libertad y constructivamente, quiero constructiva y libremente a todo el mundo.
Si soy celoso con mis amigos, soy celoso con mi esposa y con mis hijos.
Si soy posesivo, soy posesivo en todas mis relaciones, y mas posesivo cuanto mas cerca me siento.
Si soy asfixiante, cuando mas quiero mas asfixiante soy, y mas anulador si soy anulador.
Si he aprendido a mal querer, cuando mas quiera mas daño haré.
Y si he aprendido a querer bien, mejor lo haré cuanto mas quiera.

Claro, esto genera problemas. Hay que advertir y estar advertido.
Decirle a mi pareja que yo la quiero de la misma manera que a mi mamá y a una amiga, seguramente provoque inquietud en las tres. Pero se inquietarían injustamente, porque esta es la verdad.
Quiero a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga con el único cariño que yo puedo tener, que es el mío. Lo que pasa es que, además, a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga me unen cosa diferentes, y esto  hace que el vínculo y la manera que tengo de expresar lo que siento cambie de persona en persona.
Los afectos cambian solamente en intensidad. Puedo querer mas, puedo querer menos, puedo querer un montón y puedo querer muy poquito.
Puedo querer tanto como para llegar a aquello que dijimos que es el amor, a que me alegre tu sola existencia mas allá de que estés conmigo o no.
Puedo querer muy poquito y esto significará que no me da lo mismo que vivas o que no vivas, no me da lo mismo que te pise un tren o no, pero tampoco me ocuparía demasiado en evitarlo. De hecho casi nunca te visito, no te llamo por teléfono, nunca pregunto por vos, y cuando venís a contarme algo siempre estoy muy ocupado mirando por la ventana. Pensar que podrías sentirte dolido no me da lo mismo pero tampoco me quita el sueño.

DESENGAÑO

¿Es tan fácil darse cuenta cuando a uno no lo quieren?
¿Basta con mirar al otro fijamente a los ojos? ¿Alcanza con verlo moverse en el mundo? ¿Es suficiente con preguntarle o preguntarme...?
Si así fuera, ¿cómo se explica tanto desengaño? ¿Por qué la gente se defrauda tan seguido si en realidad es tan sencillo darse cuenta de cuánto les importamos o no les importamos a los que queremos?
¿Cómo puede asombrarnos el descubrimiento de la verdad del desamor?.
¿Cómo pudimos pensarnos queridos cuando en realidad no lo fuimos?
Tres cosas hay que impiden nuestra claridad.
La primera está reflejada en el cuento  La Ejecución que relato en Recuentos para Demián.

La historia (un maravilloso cuento nacido en Oriente hace por lo menos 1500 años) cuenta, en resumen, de un rey poderoso y tiránico y de un sacerdote sabio y bondadoso. En el relato, el sabio sacerdote planea una trampa para el magistrado. Varios de sus discípulos se pelean para que el rey los condene a ser decapitados. El rey se sorprende de esta decisión suicida masiva y empieza a investigar hasta que “descubre” en las escrituras sagradas un texto que asegura que quien sea muerto a manos de un verdugo el primer día después de luna llena, renacerá y será inmortal. El rey, que lo único que teme es la muerte, decide pedirle a su verdugo que le corte la cabeza en la mañana del día señalado.

...Eso fue lo que sucedió y, por supuesto, por fin el pueblo se liberó del tirano. Los discípulos preguntaron:
- ¿Cómo  pudo este hombre que oprimió a nuestro pueblo, astuto como un chacal, haberse creído algo tan infantil como la idea de seguir viviendo eternamente después que el verdugo cortara su cabeza?
Y el maestro contestó:
- Hay aquí algo para aprender... Nadie es mas vulnerable a creerse algo falso que aquel que desea que la mentira sea cierta.
¿Cómo no voy a entender que miles de personas vivan sus vidas en pareja o en compañía creyendo que son queridas por aquel que no las quiere o por el que no las quiso nunca?
Quiero, ambiciono y deseo tanto que me quieras, tengo tanta necesidad de que vos me quieras, que quizás pueda ver en cualquiera de tus actitudes una expresión de tu amor.
Tengo tantas ganas de creerme esa mentira (como el rey del cuento), que no me importa que sea evidente su falsedad.
Schopenhauer lo ilustra en una frase sugiriendo que “se puede querer, pero no se puede querer que lo quiere”.

La segunda causa de confusión es el intento de erigirse en parámetro evaluador del amor del prójimo. Por lo menos desde el lugar de comparar lo que soy capaz de hacer por el amado con lo que el o ella hacen por mi.
El otro no me quiere como yo lo quiero y mucho menos como yo quisiera que me quiera, el otro me quiere a su manera.
El mundo está compuesto por seres individuales y personales que son únicos y absolutamente irreproducibles. Y como ya dijimos, la manera de el no necesariamente es la mía, es la de el, porque el es una persona y yo soy otra. Además, si me quisiera exactamente a mi manera, el no sería el, el sería una prolongación de mi.

Ella quiere de una manera y yo quiero de otra, por suerte para ambos.
Y cuando yo confirmo que ella no me quiere como yo la quiero a ella, ni tanto ni de la misma manera, al principio del camino me decepciono, me defraudo y me convenzo de que la única manera de querer es la mía. Así deduzco que ella sencillamente no me quiere. Lo creo porque no expresa su cariño como lo expresaría yo. Lo confirmo porque no actúa su amor como lo actuaría yo.
Es como si me transformara, ya no en el centro del universo sino en el dueño de la verdad: Todo el mundo tiene que expresar todas las cosas como yo las expreso, y si el otro no lo hace así, entonces no vale, no tiene sentido o es mentira, una conclusión que muchas veces es falsa y que conduce a graves desencuentros entre las personas.
En la otra punta están aquellos que frente al desamor desconfían de lo que perciben porque atenta contra su vanidad.
A medida que recorro el camino del encuentro, aprendo a aceptar que quizás no me quieras.

Y lo acepto tanto desde permitirme el dolor de no ser querido como desde la humildad.
Hablo de humildad porque esta es la tercera razón para no ver:

“¡Como no me vas a querer a mi, que soy tan maravilloso, espectacular, extraordinario!. Donde vas a encontrar a otro, otra, como yo, que te quiera como yo, que te atienda como yo y te haya dado los mejores años de su vida. Cómo no vas a quererme a mi...”

Es fácil no quererme a mi como no querer a cualquier otro.

El afecto es una de las pocas cosas cotidianas que no depende sólo de lo que hagamos nosotros ni exclusivamente de nuestra decisión, sino de que, de hecho, suceda. Quizás pueda impedirlo, pero no puedo causarlo. Sucede o no sucede, y si no sucede, no hay manera de hacer que suceda, ni en mi ni en vos.
Si me sacrifico, me mutilo y cancelo mi vida por vos, podré conseguir tu lástima, tu desprecio, tu conmiseración, quizás hasta tu gratitud, pero no conseguiré que me quieras, porque eso no depende de lo que yo pueda hacer.
Cuando mamá o papá no nos daban lo que les pedíamos, les decíamos “sos mala/o, no te quiero mas” y ahí terminaba todo.
La decisión de dejar de amar como castigo.
Pero los adultos sabemos que esto es imposible. Sabemos que no existe nuestro viejo conjuro infantil “corto mano y corto fierro...”.

LA CREENCIA DEL AMOR ETERNO

Quizás el mas dañoso y difundido de los mitos acerca del amor es el que promueve la falsa idea de que el “verdadero amor” es eterno. Los que lo repiten y sostienen pretenden convencernos de que si alguien te ama, te amará para toda la vida, y que si amás a alguien, esto jamás cambiará.

Y sin embargo, a veces, lamentable y dolorosamente, el sentimiento se aletarga, se consume, se apaga y se termina... Y cuando eso sucede, no hay nada que se pueda hacer para impedirlo.
Estoy diciendo que se deja de querer.
Claro, no siempre, pero se puede dejar de querer.
Cree que el amor es eterno es vivir encadenado al engaño infantil de que puedo reproducir en lo cotidiano aquel vínculo que alguna vez tuve real o fantaseado: el amor de mi madre: un amor infinito, incondicional y eterno.
Dice Lacan que es éste el vínculo que inconscientemente buscamos reproducir, un vínculo calcado de aquel en muchos aspectos.
Ya hablaremos de esta búsqueda y de la supuesta eternidad cuando lleguemos al tema de la pareja, pero mientras tanto deshagamos, si  es posible para siempre, de la idea del amor incólume  y asumamos con madurez, como Vinicius de Moraes, que

el amor es una llama que consume
                     y consume porque es fuego,
                                             un fuego eterno... mientras dure.

Mi consultorio, en problemas afectivos, se divide en tres grandes grupos de personas: aquellas que quieren ser queridas mas de lo que son queridas, aquellas que quieren dejar de querer a aquel que no las quiere mas porque les es muy doloroso, y aquellas que les gustaría querer mas a quien ya no quieren, porque todo sería mas fácil.
Lamentablemente, todos se enteran de las mismas malas noticias: no solo no podemos hacer nada para que nos quieran, sino que tampoco podemos hacer nada para dejar de querer.
Que fácil sería todo si se pudiera elevar el quererómetro apretando un botón y querer al otro mas o menos de lo que uno lo quiere, o girar una canilla hasta conseguir equiparar el flujo de tu emoción con el mío.
Pero las cosas no son así. La verdad es que no puedo quererte mas que como te quiero, no podés quererme ni un poco mas ni un poco menos de lo que me querés.
Bien, ya sabemos lo que No Es. Pero ¿qué es realmente el amor?.

NOTAS SOBRE EL VINCULO AFECTIVO

Eres el camino y eres la meta,
no hay distancia entre tú y la meta.
Eres el buscador y eres lo buscado,
no hay distancia entre la búsqueda
y lo encontrado.
Eres el adorador y eres lo adorado.
Eres el discípulo y eres el maestro.
Eres los medios y eres el fin.
Este es el gran camino.

Osho (El libro de la nada)

En sus orígenes, el término vínculo y el término afecto nos remite a conceptos o acciones que pueden ser tanto negativas como afirmativas, es decir a conceptos neutrales. Ninguno de ellos nos hace explícitos si el lazo con lo otro es positivo o negativo. Debemos establecer entonces que el amor es un vínculo afectivo y que el odio también lo es, y que tanto el placer del encuentro como el dolor del desencuentro nos vinculan afectivamente.
Siendo esquemáticos, se podría clasificar los vínculos en tres grandes grupos según el punto de atención del encuentro afectivo.

El vínculo con un ente metafísico (Dios, fuerzas cósmicas, la naturaleza, etc.).
El vínculo con un objeto (una obra de arte, un objeto valioso, etc.).
El vínculo con el humano (amigo, novio, familiar o uno mismo).

El primero lo asociamos comúnmente con la religión. En el segundo podemos hablar de “materialismo”, de consumismo, o incluso de fetichismo.
El encuentro con lo humano en su mejor dimensión, está representado por el amor del que hablo y, según Rousseau, es fuente del genuino y primigenio vínculo  interpersonal.

AMOR Y AMISTAD

Cuando me enredo en estas delirantes divagaciones y pienso en vos que me leés, me pregunto si podrás compartir conmigo mi pasión por los orígenes de las palabras.
A modo de disculpa y justificación dejame que te cuente un cuento:

La función de cine está por comenzar. Sobre la hora, una mujer muy elegante llega, presenta su ticket y sin esperar al acomodador avanza pro el pasillo buscando un lugar de su agrado.
En la mitad de la sala ve a un hombre con aspecto de vaquero tejano, con botas y sombrero, vestido con jeans y una estridente camisa con flecos, indudablemente borracho y literalmente desparramado por encima de las butacas centrales de las filas 13, 14, 15, y 16. Indignada, la mujer sale de la sala a buscar al responsable y lo trae tironeándolo mientras le dice:
- No puede ser... dónde vamos a parar, es una falta de respeto... bla, bla, bla,...
El acomodador llega hasta el tipo, que le sonríe desde detrás de su elevada alcoholemia, y sorprendido por su aspecto lo  increpa:
- ¿Usted de dónde salió?
Y el borracho, tratando de articular su respuesta, le contesta extendiendo el dedo hacia arriba:
- DEL... SU... PER PUL...MAN.

No digo  siempre, pero a veces, saber de dónde vienen las cosas ayuda a comprender lo que quieren decir.
La discusión filosófica con respecto al amor empieza con los griegos, que como se preguntaban por la naturaleza de todas las cosas, también se preguntaban por el amor (lo que ya implicaba que el amor tiene una “naturaleza”, porque sólo aquello que posee una naturaleza puede cuestionarse). Cual era esa naturaleza o, en nuestros términos, ¿qué es el amo?. La respuesta implica desde ya una proposición que algunos   pueden oponerse a dar como posible ya que se tiene por creencia de antemano que el amor es conceptualmente irracional, en el sentido de que no se puede describir en proposiciones racionales o significativas. Para tales críticos, el amor se limita a una expulsión de emociones que desafía el examen racional.
La palabra amor posiblemente no llegue al español en forma directa del latín. De  hecho, el correspondiente verbo “amar”  nunca se ha empleado popularmente en la mayoría de países de lengua latina. Según Ortega y Gasset, los romanos la aprendieron de los etruscos, un pueblo mucho mas civilizado que dominó a Roma y que influyó poderosamente en su idioma, su arte y su cultura. ¿Pero de dónde viene la palabra etrusca amor?. Puede ser que tenga alguna relación con la palabra “madre” (en español antiguo en euskera y en otras lenguas, la palabra ama significa “madre”). corominas, sin embargo, sostiene que el latín amare y todos sus derivados (amor, amicus, amabilis, amenus) son de origen indoeuropeo y que su significado inicial hacía referencia al deseo sexual (también en inglés love  se deriva de formas germánicas del sánscrito lubh = deseo).
En todo caso, siempre fue difícil definir el concepto de “amor”, aún etimológicamente, y hasta cierto punto la ayuda podría venirnos una vez mas de la referencia a otros términos griegos. Ellos nos hablan de tres sentimientos amorosos: eros, philia y ágape.

El término eros (erasthai) refiere a menudo un deseo sexual (de ahí la noción moderna de “erótico”). La posición socrático-platónica sostiene que eros se busca aunque se sabe de antemano que no pude alcanzarse en vida, lo cual nos evoca desde el inicio la tragedia.
La reciprocidad no es necesaria porque es la apasionada contemplación de lo bello, mas que la compañía de otro, lo que deber perseguirse.
Eros es hijo de Poros (riqueza) y Penia (pobreza). Es, pues, carencia y deseo y también abundancia y posesividad.
Platón describe el amor emparentado con la locura, con el delirio del hombre por el conocimiento, plateado como recuerdo de un saber ya adquirido por el alma, que el hombre recupera yendo a través de los sentidos hacia la unidad de la idea.
Queda claro cómo la filosofía griega, sobre todo en la platónica, se da este amor una significación de búsqueda que es, a la vez, conocimiento.

Por contraste al deseo y el anhelo apasionado de eros, philia trae consigo el cariño y la apreciación del otro. Para los griegos, el término philia incorporó no  sólo la amistad, sino también las lealtades a la familia y al polis (ciudad).
La primera condición para alcanzar la elevación es para Aristóteles que el hombre se ame a si mismo. Sin esta base egoísta, philia no es posible.

Ágape en cambio, se refiere al amor de honra y un cuidado que se da básicamente entre Dios y el hombre y entre el hombre y Dios, extendido desde allí al amor fraternal con toda la humanidad. Ágape utiliza los elementos tanto de eros como de philia. Se distingue en que busca una clase perfecta de amor que es inmediatamente un trascender el particular, una philia sin la necesidad de la reciprocidad.

Todos los filósofos han hablado desde entonces del amor y su significado, pero dos aportaciones que me parecen fundamentales son la del  psicoanálisis de Freud y la del existencialismo de Sartre.
Según Freud, el amor es de alguna manera sublimación de un instinto (pulsión)  que nos concreta con la vida, “eros” que se enfrentará en nuestra vida con un instinto de muerte “thanatos”, transformando nuestro devenir en una lucha entre dos fuerzas, una constructiva y la otra aniquiladora.
Para Sartre, amar es, en esencia, el proyecto de hacerse amar.
Como la libertad del otro es irreductible, si deseamos poseer su interés y su atención no basta con poseer el cuerpo, hay que adueñarse de su subjetividad, es decir, de su amor, “el amor, - dice el existencialismo – es una empresa contradictoria condenada de antemano al fracaso”... El imposible aparece en la incompatibilidad entre renunciar a la subjetividad (amar) y la resistencia a perder la libertad (virtud existencial).
Aunque quizás... quizás no sea así.

Cuenta una vieja leyenda de indios sioux, que una vez hasta la tienda del viejo brujo de la tribu llegaron, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de las mas hermosas mujeres de la tribu.
- Nos amamos – empezó el joven.
- Y nos vamos a casar – dijo ella.
- Y nos queremos tanto que tenemos miedo.
- Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán.
- Algo  que nos garantice que podremos estar siempre juntos.
- Que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de la muerte.
- Por favor – repitieron -, ¿hay algo que podamos hacer?
El viejo los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes esperando su palabra.
- Hay algo... – dijo el viejo después de una larga pausa -. Pero no se... es una tarea muy difícil y sacrificada.
- No importa – dijeron los dos.
- Lo que sea – ratificó Toro Bravo.
- Bien – dijo el brujo -, Nube Alta ¿ves el monte al norte de nuestra aldea?. Deberás escalarlo sola y sin mas armas que una red y tus manos, y deberás cazar el halcón mas hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo  aquí con vida el tercer día después de la luna llena. ¿Comprendes?.
La joven asintió en silencio.
- Y tú, Toro Bravo – siguió el brujo -, deberás escalar la montaña del trueno y cuando llegues a la cima, encontrar la mas bravía de todas las águilas y solamente con tus manos y una red deberás atraparla sin heridas y traerla ante mi, viva, el mismo día en que vendrá Nube Alta... Salga ahora.
Los jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur...
El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.
El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de sus bolsas. Los jóvenes hicieron y expusieron ante la aprobación del viejo los pájaros cazados. Eran verdaderamente hermosos ejemplares, sin duda lo mejor de su estirpe.
¿Volaban alto? – preguntó el viejo.
- Si, sin dudas. Como lo pediste... ¿Y ahora? – preguntó el joven -. ¿Los mataremos y beberemos el honor de sus sangre?
- No – dijo el viejo.
- Los cocinaremos y comeremos el valor en su carne – propuso la joven.
- No – repitió el viejo -. Hagan lo que les digo. Tomen las aves y átenlas entre si por las patas con estas tiras de cuero.... Cuando las hayan anudados, suéltenlas y que vuelen libres.
El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros.
El águila y el halcón intentaron levantar vuelo pero sólo consiguieron revolcarse en el piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre si hasta lastimarse.
- Este es el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Ustedes como un águila y un halcón, si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, vuelen juntos pero jamás atados.

A esta lista de Eros, Philia y Ágape, me gustaría añadir entonces un concepto adicional, un modelo de encuentro: la intimidad.

INTIMIDAD, EL GRAN DESAFIO


Estar en contacto íntimo no significa abusar de los demás ni vivir feliz eternamente. Es comportarse con honestidad y compartir logros y frustraciones. Es defender tu integridad, alimentar tu autoestima y fortalecer tus relaciones con los que te rodean. El desarrollo de esta clase de sabiduría  es una búsqueda de toda la vida que requiere entre otras cosas mucha paciencia.
Virginia Satir

Como  ya sabemos, hay diferentes intensidades en los vínculos afectivos que establecemos con los demás. En un extremo están los vínculos cotidianos sin demasiado compromiso ni importancia, a los que mas que encuentros prefiero  llamar genéricamente cruces. Y los llamo así porque funcionan como tales: el camino de un hombre y de una mujer se acerca, y se acercan hasta que consiguen tocarse, pero en ese mismo instante de unión empiezan a alejarse, alejarse y alejarse.
En el otro extremo están los vínculos más intensos, mas duraderos. Nuestros caminos se juntan y durante un tiempo compartimos el trayecto, caminamos juntos. A estos encuentros, cuando son profundos y trascendentes, me gusta llamarlos vínculos íntimos.

No me refiero a la intimidad como sinónimo de privacidad ni de vida sexual, no hablo de la cama o de la pareja, sino de todos los encuentros trascendentes. Hablo de las relaciones entre amigos, hermanos, hombres y mujeres, cuya profundidad permita pensar en algo que va mas allá de lo que en el presente compartimos.

Las relaciones íntimas tienen como punto de mira la idea de no quedarse en la superficie, y es esta búsqueda de profundidad la que les da la estabilidad para permanecer y trascender en el tiempo.

Una relación íntima es una relación afectiva que sale de lo común porque empieza en el acuerdo tácito de la cancelación del miedo a exponernos y en el compromiso de ser quienes somos.
La palabra compromiso viene de “promesa”, y da a la relación una magnitud diferente. Un vínculo es comprometido cuando está relacionado con honrar las cosas que nos hemos dicho, con la posibilidad de que yo sepa, anticipadamente, que puedo contar con vos. Sólo  sintiendo honestamente el deseo de que me conozcas puedo animarme a mostrarme tal como soy, sin miedo a ser rechazado pro tu descubrimiento de mi.

Al decir de Carl Rogers, cuando percibo tu aceptación total, entonces, y solo entonces puedo mostrarte mi yo mas amoroso, mi yo mas creativo, mi yo mas vulnerable.

La relación íntima me permite, como ninguna, el ejercicio absoluto de la autenticidad.

La franqueza, la sinceridad y la confianza son cosas demasiado importantes como para andar regalándoselas a cualquiera. Siempre digo que hay una gran diferencia entre sinceridad y sincericidio (decirle a mi jefe que tiene cara de caballo se parece mas a una conducta estúpida que a una decisión filosófica).
En la vida cotidiana no ando mostrándole a todo el mundo quién soy, porque la sinceridad es una actitud tan importante que hay que reservarla sólo para algunos vínculos, como veremos mas adelante.

Intimidad implica entrega y supone un entorno suficientemente seguro como para abrirnos. Sólo en la intimidad puedo darte todo aquello que tengo para darte.

Porque la idea de la entrega y la franqueza tiene un problema. Si yo me abro, quedo en un lugar forzosamente vulnerable.
Desde luego que si, la intimidad es un espacio vulnerable por definición y por lo tanto inevitablemente riesgos. Con el corazón abierto, el daño que me puede hacer aquel con quien intimo es mucho mayor que en cualquier otro tipo de vínculo.
La entrega implica sacarme la coraza y quedarme expuesto, blandito y desprotegido.
Intimar es darle al otro las herramientas y la llave para que pueda hacerme daño teniendo la certeza de que no  lo va a hacer.
Por eso, la intimidad es una relación que no se da rápidamente, sino que se construye en un proceso permanente de desarrollo y transformación. En ella, despacito, vamos encontrando el deseo de abrirnos, vamos corriendo uno por uno todos los riesgos de la entrega y de la autenticidad, vamos develando nuestros misterios a medida que conquistamos mas espacios de aceptación y apertura.

Una de las características fundamentales de estos vínculos es el respeto a la individualidad del otro.

La intimidad sucederá solamente si soy capaz de soslayarme, regocijarme y reposarme sobre nuestras afinidades y semejanzas, mientras reconozco y respeto todas nuestras diferencias.
De hecho, puedo intimar únicamente si soy capaz de darme cuenta de que somos diferentes y si tomo, no sólo la decisión de aceptar eso distinto que veo, sino además la determinación de hacer todo lo posible para que puedas seguir siendo así, diferente, como sos.

Las semejanzas llevan a que nos podamos juntar.
Las diferencias permiten que nos sirva estar juntos.

Por supuesto que también puede pasar que, en ese proceso, cuando finalmente esté cerca y consiga ver con claridad el pasajero dentro del carruaje, descubra que no me gusta lo que veo.
Puede suceder y sucede. A la distancia, el otro me parece fantástico, pero a poco de caminar juntos me voy dando cuenta de que en realidad no me gusta nada lo que empiezo a descubrir.
La pregunta es: ¿Puedo tener una relación íntima con alguien que no me gusta?
La respuesta es NO.

Para poder construir una relación de intimidad hay ciertas cosas que tienen que pasar.
Tres aspectos de los vínculos humanos que son como el trípode de la mesa en la cual se apoya todo que constituye una relación íntima.
Esas tres patas son:
                                 Amor
                                 Atracción
                                 Confianza

Uno puede estudiar y trabajar para comunicarse mejor, uno puede aprender a respetar al otro porque no sabe, uno puede aprender a abrir su corazón... pero hay cosas que no  se aprenden porque no se hacen, suceden. Hay cosas que tienen que pasar.
Sin estas tres patas, la intimidad no existe. Tan así es, que si en una relación construida con intimidad desaparece el afecto, la confianza y la atracción, toda la intimidad conquistada se derrumba. El vínculo se transforma en una buena relación interpersonal, una relación intensa o agradable, pero no tendrá mas la característica de una relación íntima.
Para que la relación íntima perdure, es decir, para que  |         |el trípode donde se apoya la relación permanezca incólume, tengo que ser capaz de seguir queriéndote, tengo que poder confiar en vos, tenés que seguir resultándome una persona atractiva.

Para que tengamos intimidad, es imprescindible que me quieras, que confíes en mi y que te guste.

Esto de las tres patas no sería tan problemático si no fuera por ese pequeño, diminuto y terrible detalle: Ninguna de estas tres cosas (amor, confianza y atracción) dependen de nuestra voluntad.

Lo dramáticamente importante es que yo no puedo elegir que suceda ninguna de estas tres cosas. Se dan o no se dan, no dependen de mi decisión. Yo no decido quererte, no decido confiar en vos y no decido que me gustes. Por mucho que yo me esfuerce no hay nada que yo pueda hacer si no me pasa.
Por eso, la intimidad es algo que se da cuando,  en una relación de dos, a ambos nos están pasando  estas tres cosas: nos queremos, confiamos en el otro y nos sentimos atraídos. El resto lo podemos construir.
Ni siquiera podemos hacer nada para querer a alguien que ya no queremos, para que nos guste alguien que ya no nos gusta ni para confiar en alguien en quien ya no confiamos.
Por supuesto, no estoy diciendo que sentir o no sentir estas tres cosas sea independiente de lo que el otro sea o haga. Es más, sin demasiado trabajo nos podemos dar cuenta de que si está bien es cierto que no puedo hacer nada para quererte, para que me atraigas o para confiar en vos, vos si podés hacer algo.

Yo puedo hacer cosas para que vos te des cuenta de que soy confiable, y puedo hacer cosas para tratar de agradarte y para despertar en vos amor por mi.
Pero no hay nada que yo pueda hacer para sentir lo mismo por vos si no está sucediéndome.
Si mi afecto, mi atracción y mi confianza dependen de alguien, es mucho mas de vos que de mi.

Del amor hemos hablado y seguiremos hablando, pero quiero ocuparme aquí de las otras dos patas de esta mesa.

Para que haya una verdadera relación íntima, el otro me tiene que atraer.

No importa si es un varón, una mujer, un amigo, un hermano... el otro tiene que ser atractivo para mi. Me tiene que gustar lo que veo, lo que escucho, lo que es el otro es. No todo, pero me tiene que gustar.
Si en verdad el otro no me gusta, si no hay nada que me atraiga, podremos tener una relación cordial, podremos trabajar juntos, podremos cruzarnos y hacer cosas de a dos, pero no vamos a poder intimar.

Para poder intimar, además de la apertura, la confianza, la capacidad para exponerme, el vínculo afectivo, la afinidad, la capacidad de comunicación, la tolerancia mutua, las experiencias compartidas, los proyectos, el deseo de crecer y demás, como si fuera poco el otro, fundamentalmente, tiene que gustarme, tengo que poder ser atraído por el otro.

El gusto por el otro no es necesariamente físico. Puede gustamre su manera de decir las cosas su manera de hacer, su pensamiento su corazón. Pero, repito, la atracción tiene que estar.

Existen algunas parejas  a las que les gustaría mucho intimar, pro se encuentran con quien si bien es cierto que se quieren muchísimo y que pueden confiar, algo ha pasado con la posibilidad de gustarse mutuamente: se ha perdido. Entonces llegan a un consultorio, hablan con una pareja amiga o con un sacerdote y dicen: “No se qué nos pasa, nada es igual, no tenemos ganas de vernos, no sé si nos queremos o no”, y a veces, lo único que pasa es que la atracción ha dejado de suceder hace tiempo.

Anímense a hacer un ejercicio.
Elijan a alguien con quien creen que tienen una relación íntima y hagan cada uno por separado una lista de todo lo que creen que hoy les atrae de esa persona. Atención, digo HOY. No lo que les atrajo allá y entonces, sino lo que les gusta de ese otro ahora. Después, siéntense un largo rato juntos y compartan sus listas. Aprovechen a decírselo en palabras. Es tan lindo escuchar al otro decir: “Me gusta de vos...”.

De las tres patas, la de la atracción tiene una característica especial: es la única que no tiene memoria.

Yo no puedo sentirme atraído por lo que fuiste, sino por lo que sos.

Sin embargo yo recuerdo aquel día en que te conocí. Pienso en ese momento y se alegra el alma al rememorar. Es verdad, pero eso no es atracción, es nostalgia.
Puedo  amarte por lo que fuiste, por lo que representaste en mi vida, por nuestra historia. De hecho, confio en vos por lo que ha pasado entre nosotros, por lo que has demostrado ser. Pero la atracción funciona en el presente porque es amnésica.

La tercera pata de la mesa es la confianza y hablar de ella requiere la comprensión de algunos conceptos previos.

Hace muchos años, cuando pensaba por primera vez en estas cosas para la presentación del tema en las charlas de docencia terapéuticas, diseñé un esquema que a pesar de no representar fielmente la realidad absoluta como todos los esquemas), nos permitirá espero, comprender algunas de nuestras relaciones con los demás.
Digo que es justamente el manejo de la información que poseemos sobre lo interno y lo externo lo que clasifica los vínculos en tres grandes grupos:

Las relaciones cotidianas.
Las relaciones íntimas.
Las relaciones francas.

En las relaciones del primer grupo, que son la mayor parte de mis relaciones, yo soy el que decido si soy sincero, si miento o si oculto. Es mi decisión,  y no las reglas obligadas por el vínculo, la que decide mi acción.
¿Pero cómo?. ¿Es lícito mentir?. Veinte años después sigo pensando lo que escribí en Cartas para Claudia: el hecho de que yo sepa que puedo mentir es lo que hace valioso que sea sincero.
En las relaciones íntimas, en cambio, no hay lugar para la mentira. Puedo decir la verdad o puedo ocultarla, pero  por definición estas relaciones no admiten la falsedad.
¿Pero cual es la diferencia entre mentir y ocultar?
Ocultar, en el sentido de no decir, es parte de mi libertad y de mi vida privada. Y tener una relación íntima con alguien no quiere decir terminar con mi libertad ni con mi derecho a la privacidad.  Intimar con alguien no significa que yo no pueda reservar un rinconcito para mi solo.
Si yo tengo una relación íntima con mi esposa, entonces es parte de lo pactado que no le miento ni me miente. Supongamos que me encuentro con mi hermano y tengo una charla con el y por alguna razón decido que no quiero  contarle a Perla lo que hable con Cacho porque presumo, digamos, que a el no le gustaría. Es obvio  que es mi derecho no  decirle lo que hablé con mi hermano si no quiero, porque pertenece a mi vida y en todo caso a la de mi hermano. Pero  cuando llego a mi casa, inocentemente mi esposa me dice: “¿De donde venís?”. Tenemos un pacto de no mentirnos, no puedo contestarle: “Del banco”, porque eso sería falos. Entonces le digo: “De estar con mi hermano”, deseando que no siga preguntando. Pero en el ejemplo ella me dice: “Ah... ¿y que dice tu hermano?. No puedo decirle: “Nada”, porque sería mentirle. No puedo decirle: “No te puedo decir”, porque también sería mentira (de hecho, como poder, puedo). Entonces ¿qué hago?. No quiero contare y tampoco quiero mentirle. Con tengo una relación íntima con ella, un vínculo que permite ocultar pero no mentir, entonces le digo, simplemente: “No quiero contarte”. Lo hablado con Cacho pertenece a mi vida personal, y  he decidido ocultar de que hablamos, pero no estoy dispuesto a mentir.
¿No sería mas fácil una mentirita sin importancia en lugar de tantas historia? ¿Algo como  “el me pidió que no lo contara” o “estuvimos hablando de negocios”?. Claro que sería mas fácil. Pero aunque parezca menor, esa sola mentira derrumbaría toda la estructura de nuestra intimidad. Si vas a tomarte el derecho de decidir cuándo es mejor una pequeña mentira, entonces nunca podré saber cuándo me estás diciendo la verdad.

En este nivel vincular yo no puedo saber si me estás diciendo toda la verdad, pero tengo la certeza de que todo lo que me estás diciendo es verdad.

Respecto del último estrato, la franqueza, reservo este espacio para aquellos vínculos excepcionales, uno  o dos en la vida, que uno establece con su amigo o su amiga del alma. Un vínculo  donde ni siquiera hay lugar para ocultar.

Cuando en términos de intimidad hablo de confianza, me refiero a la certeza a priori de que no estás mintiendo. Puede ser que decidas no contarme algo, que decidas no compartir algo conmigo, es tu derecho y tu privilegio, pero no me vas a mentir, lo que decidas decirme es la verdad, o al menos lo que honestamente vos creés que es la verdad. Podés estar equivocado, pero no me estás mintiendo.

La confianza en una relación íntima implica tal grado de sinceridad con el otro, que yo no contemplo la posibilidad de mentirle.

Es importante acceder a este desafío: darse cuenta de que el amor, la atracción y la confianza son cosas que suceden o que no suceden. Y si no  suceden, la relación puede ser buena, pero no será íntima y trascendente.

Siempre digo que la vida es una transacción no comercial, una transacción a secas donde uno da y recibe. La intimidad está muy relacionada con aquello que doy y aquello que recibo. Y esto algo que a veces cuesta aprender.
Hay gente que va por el mundo creyendo que tiene que dar todo el tiempo sin permitir que le den nada, creyendo que con su sacrificio están contribuyendo a sostener el vínculo. Si supieran lo odioso que es estar  al lado de alguien que da todo el tiempo y no quiere recibir, se llevarían una sorpresa.
Creen que son buenos porque están todo el tiempo dando, “sin pedir nada a cambio”. Es muy fastidioso estar al lado de alguien que no puede recibir.
Una cosa es no pedir cosas a cambio de lo que doy y otra muy distinta es negarme a recibir algo que me dan o rechazarlo porque yo decidí que no me lo merezco. Muy en el fondo el mensaje es “lo que das no  sirve”, “tu opinión no importa”, “lo tuyo no vale” y “vos no sabés”.
Hay que saber el daño que le hacemos al otro por negarnos a recibir lo que el otro, desde el corazón, tiene para darnos.
La transacción que es la vida permite la entrega mutua que es, por supuesto, un pasaporte a la intimidad.

Como en todas las mesas, cada pata es indispensable. Pero en la mesa de tres, la necesidad es mucho mas rigurosa.
En una mesa de cuatro patas, hasta cierto punto  puedo equilibrar lo que apoyé en ella aunque falte una pata. En las mesas de tres, en cambio, basta que una esté ausente o dañada para que la mesa y todo lo que sostenía se venga abajo.

No creo que todos los encuentros deban terminar siendo relaciones íntimas, pero si sostengo que sólo éstas le dan sentido al camino.

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