PARTE II
ENCUENTROS
VERTICALES
ACERCA
DEL AMOR
Recién después de haber recorrido el camino
de la autodependencia, estoy por fin en condiciones de encontrarme con otros.
Y dice Maturana que es justamente este encuentro
con otros lo que nos confiere humanidad a los humanos. Y dice aún mas:
El homo sapiens no se volvió sapiens por el desarrollo de su
intelecto sino por el desarrollo de su lenguaje. Es el lenguaje y su progresiva
sofisticación lo que produjo el desarrollo intelectual y no al revés. Entonces,
se pregunta el brillante chileno, ¿para que apareció el lenguaje?. ¿Para
comunicar que?. Y se contesta: el Amor.
Y por supuesto que no se refiere solamente al
amor romántico sino al liso y llano afecto por los demás. Se refiere, creo, al
encuentro afectivo con el prójimo.
SIGNIFICADO
Pero ¿de que se trata ese amor que Maturana
define como tan poderoso como para ser el responsable último de nuestro
desarrollo individual?. ¿Qué quiere decir hoy día esta palabra tan usada,
bastardeada, exagerada, malgastada y devaluada?
(si es que todavía conserva algo de su significado).
A veces, los que asisten a mis charlas me
preguntan: ¿Para que hay que ponerle definiciones a las cosas, para qué tanto
afán de llamar a las cosas por su nombre como siempre decís?.
Cuentan
que una mujer entró a un restaurante y pidió
como primer plato una sopa de espárragos. Unos minutos después, el mozo
le servía su humeante plato y se retiraba.
- ¡Mozo
– gritó la mujer -, venga para acá.
-
¿Señora? – contestó el mesero acercándose.
-
¡Pruebe esta soba – ordenó la clienta.
- ¿Qué
pasa, señora?. ¿No es lo que usted quería?
-
¡Pruebe la sopa! – repitió la mujer.
- Pero
que sucede... ¿le fatal sal?.
-
¡¡Pruebe la sopa!!
- ¿Está
fría?.
- ¡¡PRUEBE LA SOPA!! – repetía la mujer
insistente.
- Pero
señora por favor, dígame lo que pasa... – dijo el mozo.
- Si
quiere saber lo que pasa... pruebe la sopa – dijo la mujer señalando el plato.
El
mesero, dándose cuenta de que nada haría cambiar de parecer a al encaprichada
mujer, se sentó frente al humeante líquido amarillento y le dijo con cierta
sorpresa:
- Pero
aquí no hay cuchara...
- ¿Vio?
– dijo la mujer - ¿vio?... falta la cuchara.
Que bueno sería acostumbrarnos, en las
pequeñas y en las grandes cosas, a poder nombrar hechos, situaciones y
emociones directamente, sin rodeos, tal como son.
Yo no hablo d5e precisiones pero si de
definiciones. Esto es, decidir desde dónde hasta dónde abarca el
concepto del que hablamos. Quizás por eso me ocupe de aclarar, también, de que No
hablo cuando hablo de amor.
No hablo de estar enamorado cuando hablo de
amor.
No hablo de sexo cuando hablo de amor.
No hablo de emociones que sólo existen en los
libros.
No hablo de placeres reservados para los
exquisitos.
No hablo de grandes cosas.
Hablo de una emoción capaz de ser vivida por
cualquiera.
Hablo de sentimientos simples y verdaderos.
Hablo de vivencias trascendentes pero no
sobrehumanas.
Hablo del amor tan sólo como querer mucho a
alguien.
Y hablo del querer no en el sentido
etimológico de la posesión, sino en el sentido que le damos coloquialmente en
nuestros países de habla hispana.
Entre nosotros, rara vez usamos te amo, mas
bien decimos te quiero, o te quiero mucho, te quiero muchísimo.
Pero ¿qué estamos diciendo con ese “te quiero”.?
Yo creo que decimos: Me importa tu bienestar.
Nada mas y nada menos.
Cuando
quiero a alguien, me doy cuenta de la importancia que tiene para mi lo
que hace, lo que le gusta y lo que le duele a esa persona.
Te quiero significa, pues, me importa de
vos, y te amo significa me importa
muchísimo. Y tanto me importa que, cuando te amo, a veces priorizo tu bienestar
por encima de otras cosas que también son importantes para mi.
Esta definición (que me importe de
vos) no transforma al amor en una gran cosa, pero tampoco lo reduce a una
tontería...
Conducirá, por ejemplo, a la plena conciencia
de los hechos: no es verdad que te quieran mucho aquellos a quienes no les
importa demasiado tu vida y no es verdad que no te quieran los que viven
pendientes de lo que te pasa.
Repito: si de verdad me querés, ¡te importa
de mi!.
Y por lo tanto, aunque me sea doloroso
aceptarlo, si no te importa de mi, será porque no me querés. Esto no tiene nada de malo, no
habla mal de vos que no me quieras, solamente es la realidad, aunque sea una
triste realidad (dice la canción de Serrat: Nunca
es triste la verdad, lo que no tiene es remedio... Quizás haya que entender
que eso es lo triste, que no tenga remedio).
Esa diferencia solo cuantitativamente que
hago entre querer y amar es la misma diferencia que hay con la mayoría de las
expresiones afectivas que usamos para no decir Te quiero. Decimos me gustás, me caés simpático, te tengo
afecto, te tengo cariño, etc.
Si yo digo que quiero a mi perro, por ejemplo
(lo cual es profundamente cierto), puede no parecer una gran declaración, pero
no es poca cosa. No es lo mismo mi perro que cualquier otro perro, me importa
lo que le pase. Y digo que quiero a mi vecino, y al señor de enfrente, pero no
al de la vuelta, a ese no lo quiero. Y estoy diciendo que mucho no me importa,
aunque vive a la misma distancia de mi casa que aquellos a los que quiero, pero
con estos tengo algo y con aquel no tengo nada.
Y cuando viene mi mamá y me cuenta:
- No sabés quién se murió, se murió Mongo
Picho.
- Ahhh, se murió.
- ¿Te acordás que venía a casa?
- No...
- Como que no... acordate.
- Bueno me acuerdo. ¿Y?.
- Se murió.
Y a mi que me importa. La verdad, la verdad,
es que no me importa nada. Pero me importa de mi mamá, a la que amo, y
entonces, a veces, para acompañar a mi mamá, digo:
- Pobre Mongo...
y ella me dice:
- Sí, ¿viste?. Pobre...
Esto
opera desde un lugar diferente de todo lo que nos han enseñado. Porque
la moral aprendida parecería apuntar a un amor indiscriminado, al amor del
místico, al amor supuestamente altruista, a la relación con aquellos a los que
conozco y sin embargo ayudo con un genuino interés en su bienestar. Creo que ya
dije que la diferencia en este caso es que mi interés en ellos se deriva de mi
egoísta placer de ayudar, y en todo caso de un amor genérico por los demás.
Quiero decir, me importa del vecino de la vuelta y del niño de
Kosovo y del homeless de Dallas mas allá de ellos mismos, por su simple
condición de seres humanos. Pero no me refiero aquí a esto, sino a lo
cotidiano, mas allá de la caridad, mas allá de la benevolencia, mas allá de la
conciencia de ser con el todo y de aprender a amarme en los demás.
Cuando empezamos a pensar en esto, nos damos
cuenta de que en realidad no queremos a todos por igual y que es injusto andar
equiparando la energía propia de nuestro interés ocupándonos de todos
indiscriminadamente. Me parece que querer a la humanidad en su conjunto sin
querer particularmente a nadie es un sentimiento reservado a los santos o una
aseveración para los demagogos mentirosos y los discapacitados afectivos
(aquellos que no conocen su capacidad de amar y por lo tanto no aman).
Cuando me doy cuenta sin culpa de que quiero
mas a unos que a otros, empiezo a destinar mas interés a las cosas y a las
personas que mas me importan para poder verdaderamente ocuparme mejor de
aquellos a quienes mas quiero.
Parece mentira, pero en el mundo cotidiano
muchas personas viven mas tiempo ocupándose de aquellos que no les importan que
de aquellos a quienes dicen querer con
todo su corazón. Pasan mas tiempo tratando de agradar a gente que no les
interesa que tratando de complacer a la gente que ama.
Esto es necedad.
Hay que ponerlo en orden. Hay que darse
cuenta.
No es inhumano que yo sea capaz de canalizar
el poco tiempo que tengo para ponerlo
prioritariamente al servicio de aquellos vínculos que construí con las personas
que mas quiero.
Tengo que darme cuenta de la distorsión que
implica pasar mas tiempo con quienes no quiero estar que con los que realmente
quiero.
Una cosa es que yo dedique una parte de mi
atención para hacer negocios y mantenga trato cordial con gente que no conozco
ni me importa, y otra cosa es la perversa propuesta del sistema que sugiere
vivir en función de ellos. Esto es enfermizo, aunque ellos sean mis clientes
mas importantes, el jefe mas influyente, un empleado eficaz o los proveedores
que me permiten ganar mas dinero, mas gloria o mas poder...
Tómense un minuto para saber de verdad
quiénes son las quince, ocho, dos o cincuenta personas en el mundo que les
importan. No se preocupen pensando que tal vez se olviden de alguien, porque si
se olvidan, quiere decir que ESE no era importante. Hagan la lista (no incluyan
a los hijos, ya sabemos que nos importan mas que nada) quizás confirmen lo que
ya sabían... o quizás se sorprendan.
Pueden completar esta historia dando vuelta
la página y, sin ver la lista anterior, escribir los nombres de las diez
personas para quienes ustedes creen ser importantes (dicho de otra manera la
lista de aquellos que nos incluirían en sus listas). No importa que sean
o no las mismas diez personas del otro lado, quizás confirmen que hay personas
a quienes queremos pero que mucho no nos quieren, y que hay gente que nos
quiere pero que nosotros mucho no queremos.
Vale la pena investigarlo. Tiene sentido la
sorpresa. Porque entonces vamos a poder discriminar con mucha mas propiedad el
tiempo, la energía, y la fuerza que usamos en función de estos encuentros.
EL AMOR ES UNO SOLO
Hay muchas cosas que yo puedo hacer para
demostrar, para mostrar, para corroborar, confirmar o legitimar que te quiero,
paro hay una sola cosa que yo puedo hacer con mi amor, y es quererte
ocuparme de vos, actuar mis afectos como yo los siento. Y como yo lo sienta
será mi manera de quererte.
Vos podés recibirlo o podés negarlo, podés
darte cuenta de lo que significa o podés ignorarlo supinamente. Pero ésta es mi manera de quererte, no hay ninguna otra
disponible.
Cada uno de nosotros tiene una sola manera de
querer, la propia
En el campo de la salud mental, muchas veces
nos encontramos con alguien que mal aprendió, sin darse cuenta, que querer es golpear,
y termina casándose con otro golpeador para sentirse querido (muchas de las
mujeres golpeadas han sido hijas golpeadas).
Durante siglos se ha maltratado y lastimado a
los niños mientras se les decía que esto era para el bien de ellos: “Me duele
mas a mi que a vos pegarte”, dicen los padres.
Y a los cinco años, uno no está en
condiciones de juzgar si esto es cierto o no.
Y uno condiciona su conducta.
Y uno
sigue, muchas veces, comiendo mierda y creyendo que es nutritivo.
Cuando
trabajé con adictos durante la época de especialización como psiquiatra, atendí
a una mujer que tenía un padre alcohólico . la conocí en la clínica donde su
marido estaba internado. Durante muchos años ella acompañó a su esposo a los
grupos de alcohólicos anónimos para tratar de que superara su adicción, que
llevaba mas de doce años. Finalmente, le estuvo en abstinencia durante 24
meses. La mujer vino a verme para decirme que, después de 17 años de casados,
sentía que su misión ya estaba cumplida, que el ya estaba recuperado... Yo, que
en aquel entonces tenía 27 años y era un médico recibido hacía muy poco,
interpreté que en realidad lo que ella quería era curar a su papá, y entonces
había redimido la historia de curar al padre curando a su marido. Ella dijo:
“Puede ser, pero ya no me une nada a mi marido, he sufrido tanto por su
alcoholismo, que me quedé para no abandonarlo en medio del tratamiento, pero
ahora no quiero saber mas nada con el”. El caso es que se separaron. Un años
después, incidentalmente y en otro lugar, me encontré con esta mujer que había
hecho una nueva pareja. Se había vuelto a casar... con otro alcohólico.
Estas historias, que desde la lógica no se
entienden, tienen mucho que ver con la manera en que uno transita sus propias
cosas irresueltas, cómo uno entiende lo que es querer.
Querer y mostrarte que
te quiero pueden ser dos cosas distintas para mi y para vos. Y en estas,
como en todas las cosas, podemos estar en absoluto desacuerdo sin que
necesariamente alguno de los do esté
equivocado.
Por ejemplo: yo se que mi mamá puede
mostrarte que te quiere de muchas maneras. Cuando te invita a su casa y cocina
comida que a vos te gusta, eso significa que te quiere, ahora, si para el día
que estás invitada ella prepara dos o tres de esas deliciosas comidas árabes
que implican amasar, pelar, hervir y estar pendiente durante cinco o seis días
de la cocina, eso para mi mamá es que te ama. Y si uno no aprende a leer esta
manera, puede quedarse sin darse cuenta de que para ella esto es igual a decir
te quiero. ¿Es eso ser demostrativa?. ¡Que sé yo!. En todo caso esta es su
manera de decirlo. Si yo no aprendo a leer el mensaje implícito en estos
estilos, nunca podré decodificar el mensaje que el otro expresa. (Una vez por
semana, cuando me peso, confirmo lo mucho que mi mamá me quería ¡y lo
bien que yo decodifiqué su mensaje!).
Cuando
alguien te quiere, lo que hace es ocupar una parte de su vida, de su tiempo y
de su atención en vos.
Un cuento que viaja por el mundo de Internet
me parece que muestra mejor que yo lo que quiero decir:
Cuentan
que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de 5 años se
levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del
lado de su papá y tirando de las cobijas lo despertó.
-
¿Cuánto ganás, papá? – le preguntó
-
Ehhh... ¿cómo? – preguntó el padre entre sueños.
- Que
cuánto ganás en el trabajo.
- Hijo,
son las doce de la noche, andate a dormir.
- Si
papi, ya me voy, pero vos ¿cuánto ganás en el trabajo?
El padre
se incorporó en la cama y en grito
ahogado le ordenó:
- ¡Te
vas a la cama inmediatamente, esos no son temas para que vos pregunte! ¡¡y
menos a la medianoche!! – y extendió su dedo señalando la puerta.
Ernesto
bajó la cabeza y se fue a su cuarto.
A la
mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y
que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la
cena el padre decidió contestarle al hijo.
-
Respecto de la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos
pero con los descuentos me quedan unos 2.200.
-
¡Uhh!... cuánto que ganás, papi – contestó Ernesto.
- No
tanto hijo, hay muchos gastos.
- Ahh...
y trabajás muchas horas.
- Si
hijo, muchas horas.
-
¿Cuántas papi?
- Todo
el día, hijo, todo el día.
- Ahh –
asintió el chico, y siguió – entonces vos tenés mucha plata ¿no?.
- Basta
de preguntas, sos muy chiquito para estar hablando de plata.
Un
silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir.
Esa
noche, una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez
traía un papel con números garabateados en la mano.
- Papi
¿vos me podés prestar cinco pesos?
-
Ernesto... ¡¡son las dos de la mañana!! – se quejó el papá.
- Si
pero ¿me podés...
El padre
no le permitió terminar la frase.
- Así
que este era el tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso
impertinente. Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la
pantufla... Fuera de aquí... A su cama.
Vamos.
Una vez
más, esta vuelta puchereando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.
Media
hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de
la madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al
cuarto de su hijo. Desde la puerta escucho lloriquear casi en silencio.
Se sentó
en su cama y le habló.
-
Perdoname si te grité, Ernesto, pro son las dos de la madrugada, toda la gente
está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podés esperar hasta mañana?.
- Si
papá – contestó el chico entre mocos.
El padre
metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de extrajo un billete de cinco
pesos. Lo dejó en la mesita de luz y le dijo:
- Ahí
tenés la plata que me pediste.
El chico
se enjuagó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una
lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes. Agregó los cinco pesos al
lado del resto y contó con los dedos cuánto dinero tenía.
Después
agarró la plata entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo
miraba sonriendo.
- Ahora
si – dijo Ernesto – llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos.
- Muy
bien hijo, ¿y que vas a hacer con esa plata?
- ¿Me
vendés una hora de tu tiempo, papi?.
Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan
ver claramente cuánto le importás.
Yo puedo decidir hacer algo que vos querés
que haga en la fantasía de que te des cuenta de cuánto te quiero. A veces si y
a veces no. Aunque no esté en mi, despertarme de madrugada el 13 de diciembre,
decorar la casa y prepararte el desayuno empapelando el cuarto con pancartas,
llenándote la cama de regalos y la noche de invitados... sabiendo cuánto te
emociona, puedo hacerlo alguna vez. Cuando yo tenga ganas. Pero si me impongo
hacerlo todos los años sólo para complacerte y lo hago, no esperes que lo
disfrute. Porque si no son las cosas que yo naturalmente quiero hacer, quizás
sea mejor para los dos que no las haga.
Ahora bien, si o nunca tengo ganas de hacer
estas cosas ni ninguna de las otras que sé que te gustan, entonces algo pasa.
Con la convivencia yo podría aprender a
disfrutar de agasajarte de alguna de esas maneras que vos preferís. Y de hecho
así sucede. Pero esto no tiene nada que ver con algunas creencias, mas o menos
aceptadas por todos, que parecen contradictorias con lo que acabo de decir y
con las que, por supuesto, no estoy de acuerdo.
Hablo específicamente sobre los sacrificios
en el amor.
A veces la gente me quiere convencer de que
mas allá de la idea de ser feliz, las relaciones importantes son aquellas donde
uno es capaz de sacrificarse por el otro. Y la verdad es que yo no creo que el
amor sea un espacio de sacrificio. Yo no creo que sacrificarse por el otro
garantice ningún amor, y mucho menos creo que ésta sea la pauta que reafirma mi
amor por el otro.
El amor
es un sentimiento que avala la capacidad para disfrutar juntos de las cosas y
no una medida de cuánto estoy dispuesto a sufrir por vos, o cuánto soy capaz de
renunciar a mi.
En todo caso, la medida de nuestro amor no la
podemos condicionar al dolor compartido, aunque éste sea parte de la vida.
Nuestro amor se mide y trasciende en nuestra capacidad de reconocer juntos este
camino disfrutando cada paso tan intensamente como seamos capaces y aumentando
nuestra capacidad de disfrutar precisamente porque estamos juntos.
LOS “TIPOS” DE AMOR, UNA FALSA CREENCIA
Cada vez que hablo sobre estos temas en una
charla o en una entrevista, mi interlocutor argumenta “depende de que tipo de
amor hablemos”.
Yo entiendo lo que dicen, lo que no creo es
que existan clases o clasificaciones diferentes de amor determinadas por el
tipo de vínculo: te quiero como amigo,
te quiero como hermano, como primo, como gato, como tío... como
puerta (?).
Voy a hacer una confesión grupal: Esto de los diferentes tipos de afecto lo inventó
mi generación hace mas o menos 40 o 50 años, antes no existía. Dejame que te cuente.
En aquel entonces, los jóvenes adolescentes o preadolescentes cruzábamos
nuestros primeros vínculos con el sexo opuesto en las salidas “en barra”
(grupos de 10 o 12 jóvenes que salíamos los sábados o nos quedábamos en la casa
de alguno o alguna de nosotros escuchando música o aprendiendo a bailar). En
estos grupos pasaba que, pro ejemplo, yo me percataba de la hermosa Graciela. Y
entonces le contaba a mis amigos y amigas (a todos menos a ella) que el sábado
iba a hablar con Graciela y confesarle que estaba enamorado de ella (y
seguramente Graciela también se enteraba
pero hacía como que no sabía). Así, el sábado, un poco mas producido que de
costumbre (como se dice ahora) yo me acercaba a Graciela y me “tiraba” (una
especie de declaración-propuesta naïve) y ella, que no tenía la menor intención
de salir conmigo porque le gustaba Pedro, pero pertenecíamos al mismo grupo,
¿qué me podía decir?. El grupo la podía rechazar si me hacía daño, no podía
decirme: “Salí gordo, ¿cómo pensás que me puedo fijar en vos?”. No podía. Y
entonces Graciela y las Gracielas de nuestros barrios nos miraban con cara de
carnero degollado y nos decían: ”No
dulce, yo a vos te quiero como a un amigo”, que quería decir: “no cuentes conmigo, idiota”, lo que nos
dejaba en el incómodo lugar de no saber
si festejar o ponernos a llorar, porque no era un rechazo, no, era una
confusión de amores.
Entonces no sabía (y después nunca supe muy
bien) que quería decir te quiero como a
un amigo, pero yo también empecé a usarlo: te quiero como amiga. Una historia práctica para no decir que mas
allá del afecto no quiero saber nada con vos. Una respuesta funcional que
supuestamente pone freno a las fantasías sexuales (como si uno no pudiera tener
un revuelco con un amigo...)
Así empezó y luego se extendió:
Si no existe ni siquiera la mas remota
posibilidad, entonces es: “te quiero como
a un hermano” (que quiere decir, presentame a Pedro).
Y si la persona que propone es un viejo verde
o una veterana achacada, entonces hay que decir: “te quiero como a un padre (o como a una madre)”, respuesta que,
por supuesto, nunca evita la depresión...
Vivimos hablando y calificando nuestros
afectos según el tipo de amor que sentimos...
Y sin embargo, pese a nosotros, y a los usos
y costumbres, no es así.
El amor es siempre amor, lo que cambia es el
vínculo, y esto es mucho mas que una diferencia semántica.
El ejemplo que yo pongo siempre es:
Si yo tengo una ensaladera con lechuga, le
puedo agregar tomate y cebolla y hacer una ensalada mixta, o le puedo agregar
remolacha, tomate, zanahoria, huevo duro
y un poquito de chaucha y tendré una completa. Le puedo agregar pollo, papa y
mayonesa y obtendré un salpicón de ave. Finalmente un día le puedo poner miel,
azúcar y aceite de tractor y entones quedará una basura con gusto espantoso. Y
será otra ensalada.
Las ensaladas son diferentes, pero la lechuga
es siempre la misma.
Hay algunos afectos que a mi me resultan
combinables y algunos afectos que me resultan francamente incompatibles.
Lo que cambia en todo caso es la manera en la
que expreso mi amor en el vínculo que yo establezco con el otro, pero no el
amor.
Son las otras cosas agregadas al afecto las
que hacen que el encuentro sea diferente.
Puedo ser que además de quererte me sienta
atraído sexualmente, que además quiera vivir con vos o quiera que compartamos
el resto de la vida, tener hijos y todo lo demás. Entonces, este amor será el
que se tiene en una pareja.
Puede ser que yo te quiera y que además
compartamos una historia en común, un humor que nos sintoniza, que nos riamos
de las mismas cosas, que seamos compinches, que confiemos uno en el otro y que
seas mi oreja preferida para contarte mis cosas. Entonces serás mi amigo o mi
amiga.
Pero existe mi manera de amar y tu manera de amar. Por
supuesto, existen vínculos diferentes. Si te quiero, cambiará mi relación con
vos según las otras cosas que le agregamos al amor, pero insisto, no hay
diferentes tipos de cariño.
En
última instancia, el amor es siempre el mismo. Par bien y para mal, mi manera
de querer es siempre única y peculiar.
Si yo se querer a los demás en libertad y
constructivamente, quiero constructiva y libremente a todo el mundo.
Si soy celoso con mis amigos, soy celoso con
mi esposa y con mis hijos.
Si soy posesivo, soy posesivo en todas mis relaciones,
y mas posesivo cuanto mas cerca me siento.
Si soy asfixiante, cuando mas quiero mas
asfixiante soy, y mas anulador si soy anulador.
Si he aprendido a mal querer, cuando mas
quiera mas daño haré.
Y si he aprendido a querer bien, mejor lo
haré cuanto mas quiera.
Claro, esto genera problemas. Hay que
advertir y estar advertido.
Decirle a mi pareja que yo la quiero de la
misma manera que a mi mamá y a una amiga, seguramente provoque inquietud en las
tres. Pero se inquietarían injustamente, porque esta es la verdad.
Quiero a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga
con el único cariño que yo puedo tener, que es el mío. Lo que pasa es que,
además, a mi mamá, a mi esposa y a mi amiga me unen cosa diferentes, y
esto hace que el vínculo y la manera
que tengo de expresar lo que siento cambie de persona en persona.
Los afectos cambian solamente en intensidad.
Puedo querer mas, puedo querer menos, puedo querer un montón y puedo querer muy
poquito.
Puedo querer tanto como para llegar a aquello
que dijimos que es el amor, a que me alegre tu sola existencia mas allá de que
estés conmigo o no.
Puedo querer muy poquito y esto significará
que no me da lo mismo que vivas o que no vivas, no me da lo mismo que te pise
un tren o no, pero tampoco me ocuparía demasiado en evitarlo. De hecho casi
nunca te visito, no te llamo por teléfono, nunca pregunto por vos, y cuando
venís a contarme algo siempre estoy muy ocupado mirando por la ventana. Pensar
que podrías sentirte dolido no me da lo mismo pero tampoco me quita el sueño.
DESENGAÑO
¿Es tan fácil darse cuenta cuando a uno no lo
quieren?
¿Basta con mirar al otro fijamente a los
ojos? ¿Alcanza con verlo moverse en el mundo? ¿Es suficiente con preguntarle o
preguntarme...?
Si así fuera, ¿cómo se explica tanto
desengaño? ¿Por qué la gente se defrauda tan seguido si en realidad es tan
sencillo darse cuenta de cuánto les importamos o no les importamos a los que
queremos?
¿Cómo puede asombrarnos el descubrimiento de
la verdad del desamor?.
¿Cómo pudimos pensarnos queridos cuando en realidad
no lo fuimos?
Tres cosas hay que impiden nuestra claridad.
La primera está reflejada en el cuento La Ejecución que relato en Recuentos para Demián.
La historia (un maravilloso cuento nacido en
Oriente hace por lo menos 1500 años) cuenta, en resumen, de un rey poderoso y
tiránico y de un sacerdote sabio y bondadoso. En el relato, el sabio sacerdote
planea una trampa para el magistrado. Varios de sus discípulos se pelean para
que el rey los condene a ser decapitados. El rey se sorprende de esta decisión
suicida masiva y empieza a investigar hasta que “descubre” en las escrituras
sagradas un texto que asegura que quien sea muerto a manos de un verdugo el
primer día después de luna llena, renacerá y será inmortal. El rey, que lo
único que teme es la muerte, decide pedirle a su verdugo que le corte la cabeza
en la mañana del día señalado.
...Eso
fue lo que sucedió y, por supuesto, por fin el pueblo se liberó del tirano. Los
discípulos preguntaron:
-
¿Cómo pudo este hombre que oprimió a
nuestro pueblo, astuto como un chacal, haberse creído algo tan infantil como la
idea de seguir viviendo eternamente después que el verdugo cortara su cabeza?
Y el
maestro contestó:
- Hay
aquí algo para aprender... Nadie es mas vulnerable a creerse algo falso que
aquel que desea que la mentira sea cierta.
¿Cómo no voy a entender que miles de personas
vivan sus vidas en pareja o en compañía creyendo que son queridas por aquel que
no las quiere o por el que no las quiso nunca?
Quiero, ambiciono y deseo tanto que me
quieras, tengo tanta necesidad de que vos me quieras, que quizás pueda ver en
cualquiera de tus actitudes una expresión de tu amor.
Tengo tantas ganas de creerme esa mentira
(como el rey del cuento), que no me importa que sea evidente su falsedad.
Schopenhauer lo ilustra en una frase
sugiriendo que “se puede querer, pero no se puede querer que lo quiere”.
La segunda causa de confusión es el intento
de erigirse en parámetro evaluador del amor del prójimo. Por lo menos desde el
lugar de comparar lo que soy capaz de hacer por el amado con lo que el o ella
hacen por mi.
El otro no me quiere como yo lo quiero y
mucho menos como yo quisiera que me quiera, el otro me quiere a su
manera.
El mundo está compuesto por seres
individuales y personales que son únicos y absolutamente irreproducibles. Y
como ya dijimos, la manera de el no necesariamente es la mía, es la de el,
porque el es una persona y yo soy otra. Además, si me quisiera exactamente a mi
manera, el no sería el, el sería una prolongación de mi.
Ella quiere de una manera y yo quiero de
otra, por suerte para ambos.
Y cuando yo confirmo que ella no me quiere
como yo la quiero a ella, ni tanto ni de la misma manera, al principio del
camino me decepciono, me defraudo y me convenzo de que la única manera de
querer es la mía. Así deduzco que ella sencillamente no me quiere. Lo creo
porque no expresa su cariño como lo expresaría yo. Lo confirmo porque no actúa
su amor como lo actuaría yo.
Es como si me transformara, ya no en el
centro del universo sino en el dueño de la verdad: Todo el mundo tiene que
expresar todas las cosas como yo las expreso, y si el otro no lo hace así,
entonces no vale, no tiene sentido o es mentira, una conclusión que muchas
veces es falsa y que conduce a graves desencuentros entre las personas.
En la otra punta están aquellos que frente al
desamor desconfían de lo que perciben porque atenta contra su vanidad.
A medida
que recorro el camino del encuentro, aprendo a aceptar que quizás no me
quieras.
Y lo acepto tanto desde permitirme el dolor
de no ser querido como desde la humildad.
Hablo de humildad porque esta es la tercera
razón para no ver:
“¡Como
no me vas a querer a mi, que soy tan maravilloso, espectacular,
extraordinario!. Donde vas a encontrar a otro, otra, como yo, que te quiera
como yo, que te atienda como yo y te haya dado los mejores años de su vida.
Cómo no vas a quererme a mi...”
Es
fácil no quererme a mi como no querer a cualquier otro.
El afecto es una de las pocas cosas
cotidianas que no depende sólo de lo que hagamos nosotros ni exclusivamente de
nuestra decisión, sino de que, de hecho, suceda. Quizás pueda impedirlo, pero
no puedo causarlo. Sucede o no sucede, y si no sucede, no hay manera de hacer
que suceda, ni en mi ni en vos.
Si me sacrifico, me mutilo y cancelo mi vida
por vos, podré conseguir tu lástima, tu desprecio, tu conmiseración, quizás
hasta tu gratitud, pero no conseguiré que me quieras, porque eso no depende de
lo que yo pueda hacer.
Cuando mamá o papá no nos daban lo que les
pedíamos, les decíamos “sos mala/o, no te quiero mas” y ahí terminaba todo.
La decisión de dejar de amar como castigo.
Pero los adultos sabemos que esto es
imposible. Sabemos que no existe nuestro viejo conjuro infantil “corto mano y
corto fierro...”.
LA CREENCIA DEL AMOR ETERNO
Quizás el mas dañoso y difundido de los mitos
acerca del amor es el que promueve la falsa idea de que el “verdadero amor” es
eterno. Los que lo repiten y sostienen pretenden convencernos de que si alguien
te ama, te amará para toda la vida, y que si amás a alguien, esto jamás
cambiará.
Y sin embargo, a veces, lamentable y
dolorosamente, el sentimiento se aletarga, se consume, se apaga y se termina...
Y cuando eso sucede, no hay nada que se pueda hacer para impedirlo.
Estoy diciendo que se deja de querer.
Claro, no siempre, pero se puede dejar de
querer.
Cree que el amor es eterno es vivir
encadenado al engaño infantil de que puedo reproducir en lo cotidiano aquel
vínculo que alguna vez tuve real o fantaseado: el amor de mi madre: un amor
infinito, incondicional y eterno.
Dice Lacan que es éste el vínculo que
inconscientemente buscamos reproducir, un vínculo calcado de aquel en muchos
aspectos.
Ya hablaremos de esta búsqueda y de la
supuesta eternidad cuando lleguemos al tema de la pareja, pero mientras tanto
deshagamos, si es posible para siempre,
de la idea del amor incólume y asumamos
con madurez, como Vinicius de Moraes, que
el amor
es una llama que consume
y consume porque es fuego,
un
fuego eterno... mientras dure.
Mi consultorio, en problemas afectivos, se
divide en tres grandes grupos de personas: aquellas que quieren ser queridas
mas de lo que son queridas, aquellas que quieren dejar de querer a aquel que no
las quiere mas porque les es muy doloroso, y aquellas que les gustaría querer
mas a quien ya no quieren, porque todo sería mas fácil.
Lamentablemente, todos se enteran de las
mismas malas noticias: no solo no podemos hacer nada para que nos quieran, sino
que tampoco podemos hacer nada para dejar de querer.
Que fácil sería todo si se pudiera elevar el
quererómetro apretando un botón y querer al otro mas o menos de lo que uno lo
quiere, o girar una canilla hasta conseguir equiparar el flujo de tu emoción
con el mío.
Pero las cosas no son así. La verdad es que
no puedo quererte mas que como te quiero, no podés quererme ni un poco mas ni
un poco menos de lo que me querés.
Bien, ya sabemos lo que No Es. Pero ¿qué es
realmente el amor?.
NOTAS SOBRE EL VINCULO AFECTIVO
Eres
el camino y eres la meta,
no
hay distancia entre tú y la meta.
Eres
el buscador y eres lo buscado,
no
hay distancia entre la búsqueda
y
lo encontrado.
Eres
el adorador y eres lo adorado.
Eres
el discípulo y eres el maestro.
Eres
los medios y eres el fin.
Este
es el gran camino.
Osho (El libro de la nada)
En sus orígenes, el término vínculo y el término afecto nos remite a conceptos o acciones
que pueden ser tanto negativas como afirmativas, es decir a conceptos
neutrales. Ninguno de ellos nos hace explícitos si el lazo con lo otro es
positivo o negativo. Debemos establecer entonces que el amor es un vínculo
afectivo y que el odio también lo es, y que tanto el placer del encuentro como
el dolor del desencuentro nos vinculan afectivamente.
Siendo esquemáticos, se podría clasificar los
vínculos en tres grandes grupos según el punto de atención del encuentro
afectivo.
El vínculo con un ente metafísico (Dios,
fuerzas cósmicas, la naturaleza, etc.).
El vínculo con un objeto (una obra de arte,
un objeto valioso, etc.).
El vínculo con el humano (amigo, novio,
familiar o uno mismo).
El primero lo asociamos comúnmente con la
religión. En el segundo podemos hablar de “materialismo”, de consumismo, o
incluso de fetichismo.
El encuentro con lo humano en su mejor dimensión, está representado por el amor
del que hablo y, según Rousseau, es fuente del genuino y primigenio
vínculo interpersonal.
AMOR Y AMISTAD
Cuando me enredo en estas delirantes
divagaciones y pienso en vos que me leés, me pregunto si podrás compartir
conmigo mi pasión por los orígenes de las palabras.
A modo de disculpa y justificación dejame que
te cuente un cuento:
La
función de cine está por comenzar. Sobre la hora, una mujer muy elegante llega,
presenta su ticket y sin esperar al acomodador avanza pro el pasillo buscando
un lugar de su agrado.
En la
mitad de la sala ve a un hombre con aspecto de vaquero tejano, con botas y
sombrero, vestido con jeans y una estridente camisa con flecos, indudablemente
borracho y literalmente desparramado por encima de las butacas centrales de las
filas 13, 14, 15, y 16. Indignada, la mujer sale de la sala a buscar al
responsable y lo trae tironeándolo mientras le dice:
- No
puede ser... dónde vamos a parar, es una falta de respeto... bla, bla, bla,...
El
acomodador llega hasta el tipo, que le sonríe desde detrás de su elevada
alcoholemia, y sorprendido por su aspecto lo
increpa:
- ¿Usted
de dónde salió?
Y el
borracho, tratando de articular su respuesta, le contesta extendiendo el dedo
hacia arriba:
- DEL...
SU... PER PUL...MAN.
No digo
siempre, pero a veces, saber de dónde vienen las cosas ayuda a comprender
lo que quieren decir.
La discusión filosófica con respecto al amor
empieza con los griegos, que como se preguntaban por la naturaleza de todas las
cosas, también se preguntaban por el amor (lo que ya implicaba que el amor
tiene una “naturaleza”, porque sólo aquello que posee una naturaleza puede
cuestionarse). Cual era esa naturaleza o, en nuestros términos, ¿qué es el
amo?. La respuesta implica desde ya una proposición que algunos pueden oponerse a dar como posible ya que se
tiene por creencia de antemano que el amor es conceptualmente irracional, en el
sentido de que no se puede describir en proposiciones racionales o
significativas. Para tales críticos, el amor se limita a una expulsión de
emociones que desafía el examen racional.
La palabra amor posiblemente no llegue al español en forma directa del latín.
De hecho, el correspondiente verbo
“amar” nunca se ha empleado popularmente
en la mayoría de países de lengua latina. Según Ortega y Gasset, los romanos la
aprendieron de los etruscos, un pueblo mucho mas civilizado que dominó a Roma y
que influyó poderosamente en su idioma, su arte y su cultura. ¿Pero de dónde
viene la palabra etrusca amor?. Puede ser que tenga alguna relación con la
palabra “madre” (en español antiguo en euskera y en otras lenguas, la palabra ama significa “madre”). corominas, sin
embargo, sostiene que el latín amare
y todos sus derivados (amor, amicus,
amabilis, amenus) son de origen indoeuropeo y que su significado inicial
hacía referencia al deseo sexual (también en inglés love se deriva de formas
germánicas del sánscrito lubh =
deseo).
En todo caso, siempre fue difícil definir el
concepto de “amor”, aún etimológicamente, y hasta cierto punto la ayuda podría
venirnos una vez mas de la referencia a otros términos griegos. Ellos nos
hablan de tres sentimientos amorosos: eros, philia y ágape.
El término eros (erasthai) refiere a menudo un deseo sexual (de ahí la noción
moderna de “erótico”). La posición socrático-platónica sostiene que eros se
busca aunque se sabe de antemano que no pude alcanzarse en vida, lo cual nos
evoca desde el inicio la tragedia.
La reciprocidad no es necesaria porque es la
apasionada contemplación de lo bello, mas que la compañía de otro, lo que deber
perseguirse.
Eros es hijo de Poros (riqueza) y Penia (pobreza).
Es, pues, carencia y deseo y también abundancia y posesividad.
Platón describe el amor emparentado con la
locura, con el delirio del hombre por el conocimiento, plateado como recuerdo
de un saber ya adquirido por el alma, que el hombre recupera yendo a través de
los sentidos hacia la unidad de la idea.
Queda claro cómo la filosofía griega, sobre
todo en la platónica, se da este amor una significación de búsqueda que es, a
la vez, conocimiento.
Por contraste al deseo y el anhelo apasionado
de eros, philia trae consigo el cariño y la apreciación del otro. Para
los griegos, el término philia incorporó no
sólo la amistad, sino también las lealtades a la familia y al polis
(ciudad).
La primera condición para alcanzar la
elevación es para Aristóteles que el hombre se ame a si mismo. Sin esta base
egoísta, philia no es posible.
Ágape en cambio, se
refiere al amor de honra y un cuidado que se da básicamente entre Dios y el
hombre y entre el hombre y Dios, extendido desde allí al amor fraternal con
toda la humanidad. Ágape utiliza los elementos tanto de eros como de philia. Se
distingue en que busca una clase perfecta de amor que es inmediatamente un
trascender el particular, una philia sin la necesidad de la reciprocidad.
Todos los filósofos han hablado desde
entonces del amor y su significado, pero dos aportaciones que me parecen
fundamentales son la del psicoanálisis
de Freud y la del existencialismo de Sartre.
Según Freud, el amor es de alguna manera
sublimación de un instinto (pulsión) que
nos concreta con la vida, “eros” que se enfrentará en nuestra vida con un
instinto de muerte “thanatos”, transformando nuestro devenir en una lucha entre
dos fuerzas, una constructiva y la otra aniquiladora.
Para Sartre, amar es, en esencia, el proyecto
de hacerse amar.
Como la libertad del otro es irreductible, si
deseamos poseer su interés y su atención no basta con poseer el cuerpo, hay que
adueñarse de su subjetividad, es decir, de su amor, “el amor, - dice el
existencialismo – es una empresa
contradictoria condenada de antemano al fracaso”... El imposible aparece en
la incompatibilidad entre renunciar a la subjetividad (amar) y la resistencia a
perder la libertad (virtud existencial).
Aunque quizás... quizás no sea así.
Cuenta
una vieja leyenda de indios sioux, que una vez hasta la tienda del viejo brujo
de la tribu llegaron, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y
honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de
las mas hermosas mujeres de la tribu.
- Nos
amamos – empezó el joven.
- Y nos
vamos a casar – dijo ella.
- Y nos
queremos tanto que tenemos miedo.
-
Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán.
-
Algo que nos garantice que podremos
estar siempre juntos.
- Que
nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día
de la muerte.
- Por
favor – repitieron -, ¿hay algo que podamos hacer?
El viejo
los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes
esperando su palabra.
- Hay
algo... – dijo el viejo después de una larga pausa -. Pero no se... es una
tarea muy difícil y sacrificada.
- No
importa – dijeron los dos.
- Lo que
sea – ratificó Toro Bravo.
- Bien –
dijo el brujo -, Nube Alta ¿ves el monte al norte de nuestra aldea?. Deberás
escalarlo sola y sin mas armas que una red y tus manos, y deberás cazar el
halcón mas hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de la
luna llena. ¿Comprendes?.
La joven
asintió en silencio.
- Y tú,
Toro Bravo – siguió el brujo -, deberás escalar la montaña del trueno y cuando
llegues a la cima, encontrar la mas bravía de todas las águilas y solamente con
tus manos y una red deberás atraparla sin heridas y traerla ante mi, viva, el
mismo día en que vendrá Nube Alta... Salga ahora.
Los
jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a
cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur...
El día
establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con sendas
bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.
El viejo
les pidió que con mucho cuidado las sacaran de sus bolsas. Los jóvenes hicieron
y expusieron ante la aprobación del viejo los pájaros cazados. Eran
verdaderamente hermosos ejemplares, sin duda lo mejor de su estirpe.
¿Volaban
alto? – preguntó el viejo.
- Si,
sin dudas. Como lo pediste... ¿Y ahora? – preguntó el joven -. ¿Los mataremos y
beberemos el honor de sus sangre?
- No –
dijo el viejo.
- Los
cocinaremos y comeremos el valor en su carne – propuso la joven.
- No –
repitió el viejo -. Hagan lo que les digo. Tomen las aves y átenlas entre si
por las patas con estas tiras de cuero.... Cuando las hayan anudados,
suéltenlas y que vuelen libres.
El
guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros.
El
águila y el halcón intentaron levantar vuelo pero sólo consiguieron revolcarse
en el piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves
arremetieron a picotazos entre si hasta lastimarse.
- Este
es el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Ustedes como un águila y un
halcón, si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán
arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al
otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, vuelen juntos pero jamás atados.
A esta lista de Eros, Philia y Ágape, me
gustaría añadir entonces un concepto adicional, un modelo de encuentro: la
intimidad.
INTIMIDAD, EL GRAN DESAFIO
Estar
en contacto íntimo no significa abusar de los demás ni vivir feliz eternamente.
Es comportarse con honestidad y compartir logros y frustraciones. Es defender
tu integridad, alimentar tu autoestima y fortalecer tus relaciones con los que
te rodean. El desarrollo de esta clase de sabiduría es una búsqueda de toda la vida que requiere
entre otras cosas mucha paciencia.
Virginia
Satir
Como
ya sabemos, hay diferentes intensidades en los vínculos afectivos que
establecemos con los demás. En un extremo están los vínculos cotidianos sin
demasiado compromiso ni importancia, a los que mas que encuentros prefiero llamar genéricamente cruces. Y los llamo así
porque funcionan como tales: el camino de un hombre y de una mujer se acerca, y
se acercan hasta que consiguen tocarse, pero en ese mismo instante de unión
empiezan a alejarse, alejarse y alejarse.
En el otro extremo están los vínculos más
intensos, mas duraderos. Nuestros caminos se juntan y durante un tiempo
compartimos el trayecto, caminamos juntos. A estos encuentros, cuando son
profundos y trascendentes, me gusta llamarlos vínculos íntimos.
No me refiero a la intimidad como sinónimo de
privacidad ni de vida sexual, no hablo de la cama o de la pareja, sino de todos
los encuentros trascendentes. Hablo de las relaciones entre amigos, hermanos,
hombres y mujeres, cuya profundidad permita pensar en algo que va mas allá de
lo que en el presente compartimos.
Las
relaciones íntimas tienen como punto de mira la idea de no quedarse en la
superficie, y es esta búsqueda de profundidad la que les da la estabilidad para
permanecer y trascender en el tiempo.
Una relación íntima es una relación afectiva
que sale de lo común porque empieza en el acuerdo tácito de la cancelación del
miedo a exponernos y en el compromiso de ser quienes somos.
La palabra compromiso viene de “promesa”, y
da a la relación una magnitud diferente. Un vínculo es comprometido cuando está
relacionado con honrar las cosas que nos hemos dicho, con la posibilidad de que
yo sepa, anticipadamente, que puedo contar con vos. Sólo sintiendo honestamente el deseo de que me
conozcas puedo animarme a mostrarme tal como soy, sin miedo a ser rechazado pro
tu descubrimiento de mi.
Al decir de Carl Rogers, cuando percibo tu aceptación total, entonces, y solo entonces puedo
mostrarte mi yo mas amoroso, mi yo mas creativo, mi yo mas vulnerable.
La relación
íntima me permite, como ninguna, el ejercicio absoluto de la autenticidad.
La franqueza, la sinceridad y la confianza
son cosas demasiado importantes como para andar regalándoselas a cualquiera.
Siempre digo que hay una gran diferencia entre sinceridad y sincericidio
(decirle a mi jefe que tiene cara de caballo se parece mas a una conducta
estúpida que a una decisión filosófica).
En la vida cotidiana no ando mostrándole a
todo el mundo quién soy, porque la sinceridad es una actitud tan importante que
hay que reservarla sólo para algunos vínculos, como veremos mas adelante.
Intimidad
implica entrega y supone un entorno suficientemente seguro como para abrirnos.
Sólo en la intimidad puedo darte todo aquello que tengo para darte.
Porque la idea de la entrega y la franqueza
tiene un problema. Si yo me abro, quedo en un lugar forzosamente vulnerable.
Desde luego que si, la intimidad es un
espacio vulnerable por definición y por lo tanto inevitablemente riesgos. Con
el corazón abierto, el daño que me puede hacer aquel con quien intimo es mucho
mayor que en cualquier otro tipo de vínculo.
La entrega implica sacarme la coraza y
quedarme expuesto, blandito y desprotegido.
Intimar es darle al otro las herramientas y
la llave para que pueda hacerme daño teniendo la certeza de que no lo va a hacer.
Por eso, la intimidad es una relación que no
se da rápidamente, sino que se construye en un proceso permanente de desarrollo
y transformación. En ella, despacito, vamos encontrando el deseo de abrirnos,
vamos corriendo uno por uno todos los riesgos de la entrega y de la
autenticidad, vamos develando nuestros misterios a medida que conquistamos mas
espacios de aceptación y apertura.
Una de
las características fundamentales de estos vínculos es el respeto a la
individualidad del otro.
La intimidad sucederá solamente si soy capaz
de soslayarme, regocijarme y reposarme sobre nuestras afinidades y semejanzas,
mientras reconozco y respeto todas nuestras diferencias.
De hecho, puedo intimar únicamente si soy
capaz de darme cuenta de que somos diferentes y si tomo, no sólo la decisión de
aceptar eso distinto que veo, sino además la determinación de hacer todo lo
posible para que puedas seguir siendo así, diferente, como sos.
Las semejanzas llevan a que nos podamos
juntar.
Las diferencias permiten que nos sirva estar
juntos.
Por supuesto que también puede pasar que, en
ese proceso, cuando finalmente esté cerca y consiga ver con claridad el
pasajero dentro del carruaje, descubra que no me gusta lo que veo.
Puede suceder y sucede. A la distancia, el
otro me parece fantástico, pero a poco de caminar juntos me voy dando cuenta de
que en realidad no me gusta nada lo que empiezo a descubrir.
La pregunta es: ¿Puedo tener una relación
íntima con alguien que no me gusta?
La respuesta es NO.
Para poder construir una relación de
intimidad hay ciertas cosas que tienen que pasar.
Tres aspectos de los vínculos humanos que son
como el trípode de la mesa en la cual se apoya todo que constituye una relación
íntima.
Esas tres patas son:
Amor
Atracción
Confianza
Uno puede estudiar y trabajar para
comunicarse mejor, uno puede aprender a respetar al otro porque no sabe, uno
puede aprender a abrir su corazón... pero hay cosas que no se aprenden porque no se hacen, suceden. Hay
cosas que tienen que pasar.
Sin estas tres patas, la intimidad no existe.
Tan así es, que si en una relación construida con intimidad desaparece el
afecto, la confianza y la atracción, toda la intimidad conquistada se derrumba.
El vínculo se transforma en una buena relación interpersonal, una relación
intensa o agradable, pero no tendrá mas la característica de una relación
íntima.
Para que la relación íntima perdure, es
decir, para que | |el trípode donde se apoya la relación permanezca incólume,
tengo que ser capaz de seguir queriéndote, tengo que poder confiar en vos,
tenés que seguir resultándome una persona atractiva.
Para que
tengamos intimidad, es imprescindible que me quieras, que confíes en mi y que
te guste.
Esto de las tres patas no sería tan
problemático si no fuera por ese pequeño, diminuto y terrible detalle: Ninguna
de estas tres cosas (amor, confianza y atracción) dependen de nuestra
voluntad.
Lo dramáticamente importante es que yo no
puedo elegir que suceda ninguna de estas tres cosas. Se dan o no se dan, no
dependen de mi decisión. Yo no decido quererte, no decido confiar en vos y no
decido que me gustes. Por mucho que yo me esfuerce no hay nada que yo pueda
hacer si no me pasa.
Por eso, la intimidad es algo que se da
cuando, en una relación de dos, a ambos
nos están pasando estas tres cosas: nos
queremos, confiamos en el otro y nos sentimos atraídos. El resto lo podemos
construir.
Ni siquiera podemos hacer nada para querer a
alguien que ya no queremos, para que nos guste alguien que ya no nos gusta ni
para confiar en alguien en quien ya no confiamos.
Por supuesto, no estoy diciendo que sentir o
no sentir estas tres cosas sea independiente de lo que el otro sea o haga. Es
más, sin demasiado trabajo nos podemos dar cuenta de que si está bien es cierto
que no puedo hacer nada para quererte, para que me atraigas o para confiar en
vos, vos si podés hacer algo.
Yo puedo hacer cosas para que vos te des
cuenta de que soy confiable, y puedo hacer cosas para tratar de agradarte y
para despertar en vos amor por mi.
Pero no hay nada que yo pueda hacer para
sentir lo mismo por vos si no está sucediéndome.
Si mi afecto, mi atracción y mi confianza
dependen de alguien, es mucho mas de vos que de mi.
Del amor hemos hablado y seguiremos hablando,
pero quiero ocuparme aquí de las otras dos patas de esta mesa.
Para que
haya una verdadera relación íntima, el otro me tiene que atraer.
No importa si es un varón, una mujer, un
amigo, un hermano... el otro tiene que ser atractivo para mi. Me tiene que
gustar lo que veo, lo que escucho, lo que es el otro es. No todo, pero me tiene
que gustar.
Si en verdad el otro no me gusta, si no hay
nada que me atraiga, podremos tener una relación cordial, podremos trabajar
juntos, podremos cruzarnos y hacer cosas de a dos, pero no vamos a poder
intimar.
Para poder intimar, además de la apertura, la
confianza, la capacidad para exponerme, el vínculo afectivo, la afinidad, la
capacidad de comunicación, la tolerancia mutua, las experiencias compartidas,
los proyectos, el deseo de crecer y demás, como si fuera poco el otro,
fundamentalmente, tiene que gustarme, tengo que poder ser atraído por el otro.
El gusto por el otro no es necesariamente
físico. Puede gustamre su manera de decir las cosas su manera de hacer, su
pensamiento su corazón. Pero, repito, la atracción tiene que estar.
Existen algunas parejas a las que les gustaría mucho intimar, pro se
encuentran con quien si bien es cierto que se quieren muchísimo y que pueden
confiar, algo ha pasado con la posibilidad de gustarse mutuamente: se ha
perdido. Entonces llegan a un consultorio, hablan con una pareja amiga o con un
sacerdote y dicen: “No se qué nos pasa, nada es igual, no tenemos ganas de
vernos, no sé si nos queremos o no”, y a veces, lo único que pasa es que la
atracción ha dejado de suceder hace tiempo.
Anímense a hacer un ejercicio.
Elijan a alguien con quien creen que tienen
una relación íntima y hagan cada uno por separado una lista de todo lo que
creen que hoy les atrae de esa persona. Atención, digo HOY. No lo que les atrajo
allá y entonces, sino lo que les gusta de ese otro ahora. Después,
siéntense un largo rato juntos y compartan sus listas. Aprovechen a decírselo
en palabras. Es tan lindo escuchar al otro decir: “Me gusta de vos...”.
De las tres patas, la de la atracción tiene
una característica especial: es la única que no tiene memoria.
Yo no
puedo sentirme atraído por lo que fuiste, sino por lo que sos.
Sin embargo yo recuerdo aquel día en que te
conocí. Pienso en ese momento y se alegra el alma al rememorar. Es verdad, pero
eso no es atracción, es nostalgia.
Puedo
amarte por lo que fuiste, por lo que representaste en mi vida, por
nuestra historia. De hecho, confio en vos por lo que ha pasado entre nosotros,
por lo que has demostrado ser. Pero la atracción funciona en el presente porque
es amnésica.
La tercera pata de la mesa es la confianza y
hablar de ella requiere la comprensión de algunos conceptos previos.
Hace muchos años, cuando pensaba por primera
vez en estas cosas para la presentación del tema en las charlas de docencia
terapéuticas, diseñé un esquema que a pesar de no representar fielmente la
realidad absoluta como todos los esquemas), nos permitirá espero, comprender
algunas de nuestras relaciones con los demás.
Digo que es justamente el manejo de la información
que poseemos sobre lo interno y lo externo lo que clasifica los vínculos en
tres grandes grupos:
Las
relaciones cotidianas.
Las
relaciones íntimas.
Las
relaciones francas.
En las relaciones del primer grupo, que son
la mayor parte de mis relaciones, yo soy el que decido si soy sincero, si
miento o si oculto. Es mi decisión, y no
las reglas obligadas por el vínculo, la que decide mi acción.
¿Pero cómo?. ¿Es lícito mentir?. Veinte años
después sigo pensando lo que escribí en Cartas
para Claudia: el hecho de que yo sepa que puedo mentir es lo que hace
valioso que sea sincero.
En las relaciones íntimas, en cambio, no hay
lugar para la mentira. Puedo decir la verdad o puedo ocultarla, pero por definición estas relaciones no admiten la
falsedad.
¿Pero cual es la diferencia entre mentir y
ocultar?
Ocultar, en el sentido de no decir, es parte
de mi libertad y de mi vida privada. Y tener una relación íntima con alguien no
quiere decir terminar con mi libertad ni con mi derecho a la privacidad. Intimar con alguien no significa que yo no
pueda reservar un rinconcito para mi solo.
Si yo tengo una relación íntima con mi
esposa, entonces es parte de lo pactado que no le miento ni me miente.
Supongamos que me encuentro con mi hermano y tengo una charla con el y por
alguna razón decido que no quiero
contarle a Perla lo que hable con Cacho porque presumo, digamos, que a
el no le gustaría. Es obvio que es mi
derecho no decirle lo que hablé con mi
hermano si no quiero, porque pertenece a mi vida y en todo caso a la de mi
hermano. Pero cuando llego a mi casa,
inocentemente mi esposa me dice: “¿De donde venís?”. Tenemos un pacto de no
mentirnos, no puedo contestarle: “Del banco”, porque eso sería falos. Entonces
le digo: “De estar con mi hermano”, deseando que no siga preguntando. Pero en
el ejemplo ella me dice: “Ah... ¿y que dice tu hermano?. No puedo decirle:
“Nada”, porque sería mentirle. No puedo decirle: “No te puedo decir”, porque
también sería mentira (de hecho, como poder, puedo). Entonces ¿qué hago?. No quiero
contare y tampoco quiero mentirle. Con tengo una relación íntima con ella, un
vínculo que permite ocultar pero no mentir, entonces le digo, simplemente: “No
quiero contarte”. Lo hablado con Cacho pertenece a mi vida personal, y he decidido ocultar de que hablamos, pero no
estoy dispuesto a mentir.
¿No sería mas fácil una mentirita sin
importancia en lugar de tantas historia? ¿Algo como “el me pidió que no lo contara” o “estuvimos
hablando de negocios”?. Claro que sería mas fácil. Pero aunque parezca menor,
esa sola mentira derrumbaría toda la estructura de nuestra intimidad. Si vas a
tomarte el derecho de decidir cuándo es mejor una pequeña mentira, entonces
nunca podré saber cuándo me estás diciendo la verdad.
En este nivel vincular yo no puedo saber si
me estás diciendo toda la verdad, pero tengo la certeza de que todo lo que me
estás diciendo es verdad.
Respecto del último estrato, la franqueza,
reservo este espacio para aquellos vínculos excepcionales, uno o dos en la vida, que uno establece con su
amigo o su amiga del alma. Un vínculo
donde ni siquiera hay lugar para ocultar.
Cuando en términos de intimidad hablo de
confianza, me refiero a la certeza a priori de que no estás mintiendo. Puede
ser que decidas no contarme algo, que decidas no compartir algo conmigo, es tu
derecho y tu privilegio, pero no me vas a mentir, lo que decidas decirme es la
verdad, o al menos lo que honestamente vos creés que es la verdad. Podés estar
equivocado, pero no me estás mintiendo.
La
confianza en una relación íntima implica tal grado de sinceridad con el otro,
que yo no contemplo la posibilidad de mentirle.
Es importante acceder a este desafío: darse
cuenta de que el amor, la atracción y la confianza son cosas que suceden o que
no suceden. Y si no suceden, la relación
puede ser buena, pero no será íntima y trascendente.
Siempre digo que la vida es una transacción
no comercial, una transacción a secas donde uno da y recibe. La intimidad está
muy relacionada con aquello que doy y aquello que recibo. Y esto algo que a
veces cuesta aprender.
Hay gente que va por el mundo creyendo que
tiene que dar todo el tiempo sin permitir que le den nada, creyendo que con su
sacrificio están contribuyendo a sostener el vínculo. Si supieran lo odioso que
es estar al lado de alguien que da todo
el tiempo y no quiere recibir, se llevarían una sorpresa.
Creen que son buenos porque están todo el
tiempo dando, “sin pedir nada a cambio”. Es muy fastidioso estar al lado de
alguien que no puede recibir.
Una cosa es no pedir cosas a cambio de lo que
doy y otra muy distinta es negarme a recibir algo que me dan o rechazarlo
porque yo decidí que no me lo merezco. Muy en el fondo el mensaje es “lo que
das no sirve”, “tu opinión no importa”,
“lo tuyo no vale” y “vos no sabés”.
Hay que saber el daño que le hacemos al otro
por negarnos a recibir lo que el otro, desde el corazón, tiene para darnos.
La transacción que es la vida permite la
entrega mutua que es, por supuesto, un pasaporte a la intimidad.
Como en todas las mesas, cada pata es indispensable.
Pero en la mesa de tres, la necesidad es mucho mas rigurosa.
En una mesa de cuatro patas, hasta cierto
punto puedo equilibrar lo que apoyé en
ella aunque falte una pata. En las mesas de tres, en cambio, basta que una esté
ausente o dañada para que la mesa y todo lo que sostenía se venga abajo.
No creo
que todos los encuentros deban terminar siendo relaciones íntimas, pero si
sostengo que sólo éstas le dan sentido al camino.
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