miércoles, 20 de febrero de 2013

El Camino del Encuentro Parte 2.4


MIS HIJOS SON HERMANOS

Cuando pensaba en este apartado del libro, me di cuenta de que poco énfasis se ha puesto en la bibliografía sobre familia acerca de la relación entre hermanos.
Un hecho misterioso si pensamos que el aprendizaje de este vínculo es verdaderamente la primera experiencia con pares, donde las creencias y los condicionamientos puestos por nuestra educación serán indudablemente de peso en todas las restantes relaciones grupales o individuales que encontremos en nuestra vida.

Además de este mencionado hecho de los pares, el tema de los hermanos es muy importante por una razón: un hermano es en muchos sentidos el único testigo de la historia de mi infancia. Mis amigos y mis compañeros de escuela no estaban allí cuando aquellos hechos que quizás hirieron al niño que fui sucedieron.
Y mas allá de que el recuerdo está teñido de nuestra selección y ciertamente los hermanos no recuerdan los mismos hechos ni el mismo significado de los mismos hechos, el compartir esta historia vivida es un handicap adicional a favor de la salud.
Las estadísticas son claras y significativas. Al hacer una evaluación de la patología neurótica, en todas las culturas los estudios coinciden en mostrar el mismo resultado: Los índices patológicos mas altos se dan entre los hijos únicos. Y se confirma con el siguiente grupo de incidencia. Los segundos en el ranking son los hijos mayores, esto es, los que alguna vez fuero únicos.

Obviamente, el compartir un espacio con otro me entrena para próximos encuentros mas sofisticados. Las envidias, los celos, las manipulaciones y hasta las peleas entre hermanos funcionan como un trabajo de campo del futuro social.
Por supuesto que cuanto mejor resuelta esté la relación de los hermanos, la ventaja de lo fraternal quedará mas en evidencia.
Muchas veces, la relación está impregnada de aquello que los padres hayan sembrado a conciencia o sin saberlo entre los hermanos. Los padres encuentran muchas veces en sus hijos un escenario ideal donde mover de forma diferente los personajes de su propia infancia para resolv er sus antiguos conflictos familiares. Otras veces, los hermanos son tomados como aliados propios o de la otra parte en los conflictos de pareja. En las demás familias, los hijos siempre tienen asignado algún rol específico en los guiones de sus padres. Estoy diciendo que los padres usan a los hijos como escenario, como aliados o como actores de reparto, y que nadie puede liberarse de alguna de estas tres cosas.

Así como quisiera bajar la responsabilidad de los padres en las conductas neuróticas que desarrollan a los hijos, porque creo que desde la ciencia se sobrevalora el poder de los padres en ese sentido, quisiera aumentar la responsabilidad en este aspecto que creo que se menosprecia.
Yo pienso que, la mayoría de las veces, los padres somos casi únicos responsables de la mala relación entre hermanos, porque ésta tiene absolutamente que  ver con cómo los hemos educado y, especialmente, con lo que les hemos enseñado al mostrarles nuestra relación con nuestros propios hermanos y hermanas. Desde el punto de vista del afecto fraternal, nunca dejan de sorprenderme las peleas entre hermanos por la herencia, por el dinero, por el afecto de los padres, por las historias de las frases que empiezan con ... “Mirá tu hermano”... o terminan con “Por que no hacés como tu hermano”...

Aquel que tiene un hermano con el que no se relaciona, de alguna manera tiene un agujero en su estructura: ha perdido un pedazo de su vida.

Creo que no exagero si sostengo que en los conflictos entre hermanos el 75% del problema ha sido enseñado por los educadores.

La historia de los hermanos es fatal cuando alguno de los hijos queda excluido del amor de los padres, o por lo menos, de su cuidado y de su atención.
No digo que se quiere a los hijos por igual, porque no es verdad. Después de un tiempo empiezan las afinidades y los padres se relacionan con cada uno de los hijos de diferente manera en diferentes momentos y con distintos grados de sintonía.

Aquella exclusión siempre es dañina, pero es peor cuando estas historias se destapan después de la muerte de los padres, cuando ya no se puede hacer nada para arreglarlo.

Con el tiempo entran en juego algunos parentescos que suelen complicar los vínculos con resultantes poco felices, como el de la nuera o el yerno...
Desde las asociaciones de los nombres, estas dos relaciones vienen signadas por la mala onda. Etimológicamente, la palabra “yerno” viene de “engendro”, no porque el yerno sea un engendro, sino porque en realidad el yerno se elegía para engendrar la prole con la hija. Pero de todas maneras de allí viene. Sobre el término “nuera” hay un viejo chiste que dice que la palabra la inventaron las madres de los novios: “NUERA”... nuera... nu era para mi hijo esa chica”...

Los problemas con el yerno y con la nuera suceden porque, de alguna manera, son sindicados por los ahora suegros como impostores, usurpadores de parentesco, ladrones de afectos, y por supuesto, responsable excluyentes de todo lo que nuestros hijos hacen equivocadamente.

Si los hijos son vividos como una prolongación, la familia política es muchas veces vivida como un grupo e personas extrañas que ocupan un lugar en la mesa sin ser uno de nosotros.

Sucede que ese casi extraño, no es ni mas ni menos que la persona que mi hijo o hija eligió para compartir su vida. Y además algunos estudios demuestran que quizás las viejas y tan tradicionales rivalidades con las suegras no estén generadas por estas vivencias, sino mucho mas simbólicamente porque, tres de cada cuatro veces, la manera de ser de la suegra es estructuralmente bastante parecido a la del yerno.

Cuando hablo de amores y competencia entre hermanos, afortunadamente, no puedo dejar de acordarme del cuento del labrador y su testamento.

Cuentan que el viejo Nicasio se asustó tanto con su primer dolor en el pecho que mandó a llamar al notario para dictarle un testamento.
El viejo siempre había conservado el mal gusto que le dejó la horrible situación sucedida entre sus hermanos a la muerte de sus padres. Se había prometido que nunca permitiría que esto pasara entre Fermín y Santiago, sus dos hijos. Dejó por escrito que a su muerte un agrimensor viniera hasta el campo y lo midiera al milímetro.
Una vez hecho el registro debía dividir el campo en dos parcelas exactamente iguales y entregar la mitad del lado este a Fermín, que ya vivía en una pequeña casita en la mitad con su esposa y sus dos hijos, y la otra mitad a Santiago, que a pesar de ser soltero pasaba algunas noches en la casa vieja que estaba en la mitad oeste del campo. La familia había vivido toda su existencia del labrado de ese terreno, así que no dudaba que esto debía dejarles los suficiente como para tener siempre que comer.
Pocas semanas después de firmar este documento y contarles a sus hijos su decisión, una noche Nicasio  se murió.
Como estaba establecido, el agrimensor hizo el trabajo de medición y dividió el terreno en dos partes iguales clavando dos estacas a cada lado del terreno y tendiendo una cuerda entre ella.
Siete días habían pasado cuando Fermín, el mayor de los hijos del finado, entró en la iglesia y pidió hablar con el sacerdote, un viejo sabio y bondadoso que lo conocía desde que lo había bautizado.
- Padre – dijo el mayor de los hermanos -, vengo lleno de congoja y arrepentimiento, creo que por corregir un error estoy cometiendo otro.
- ¿De que se trata? – preguntó el párroco.
- Le diré, padre. Antes de morir el viejo, el estableció que el terreno se dividiera en partes iguales. Y la verdad, padre, es que me pareció injusto. Yo tengo esposa y dos hijos y mi hermano vive solo en la casa de la colina. No quise discutir con nadie cuando me enteré, pero la noche de su muerte me levanté y corrí las estacas hasta donde debían estar... Y aquí viene la situación. Padre. A la mañana siguiente, la soga y las estacas habían vuelto a su lugar. Pensé que había imaginado el episodio, así que a la noche siguiente repetí el intento y a la mañana otra vez la cuerda estaba en su lugar. Hice lo mismo cada noche desde entonces y siempre con el mismo resultado. Y ahora padre, pienso que quizás mi padre esté enojado conmigo por vulnerar su decisión y su alma no pueda ir al cielo por mi culpa. ¿Puede ser que el espíritu de mi padre no se eleve por esto, padre?.
El viejo cura lo miró por encima de sus anteojos y le dijo:
- ¿Sabe ya tu hermano de esto?
- No, padre – contestó el muchacho.
- Andá decile que venga que quiero hablar con él.
- Pero padrecito... mi viejo...
- Después vamos a hablar de eso, ahora traéme a tu hermano.
Santiago  entró en el pequeño despacho y se sentó frente al cura, que no perdió tiempo:
- Decime... ¿Vos no estuviste de acuerdo con la decisión de tu padre sobre la división del terreno en partes iguales, verdad?.
- El muchacho no entendía muy bien como el sacerdote sabía de sus sentimientos – y a pesar de no estar de acuerdo no dijiste nada ¿no es cierto?.
- Para no enojar a papá – argumentó el joven.
- Y para no enojarlo te viniste levantando todas las noches para hacer justicia con tu propia mano, corriendo las estacas, ¿no es así?.
El muchacho asintió con la cabeza entre  sorprendido y avergonzado.
- Tu hermano está ahí afuera, decile que pase –ordenó el cura.

Unos minutos después los dos hermanos estaban sentados frente al sacerdote mirando silenciosamente el piso.
- ¡Qué vergüenza!... Su padre debe estar llorando desconsolado por ustedes. Yo los bauticé, yo les di la primera comunión, yo te casé a vos Fermín, y bauticé a tus hijos mientras que vos, Santiago  les sostenías las cabecitas en el altar. Ustedes en su necedad han creído que su padre regresaba de la muerte a imponer su decisión, pero no es así. Su padre se ha ganado el cielo sin lugar a dudas y allí estará para siempre. No es esa la razón del misterio. Ustedes dos son hermanos, y como muchos hermanos, son iguales. Así fue como cada uno por su lado, guiado por el mezquino impulso de sus intereses, se ha levantado cada noche desde la muerte de su padre a correr las estacas. Claro, a la mañana las estacas aparecían en el mismo lugar. Claro  ¡si el otro las había cambiado  en sentido contrario!.
Los dos hermanos levantaron la cabeza y se encontraron en las miradas.
- ¿De verdad Fermín que vos...?
- Si, Santiago, pero nunca pensé que vos... Yo creí que era el viejo enojado...
El mas joven se rió y contagió a su hermano.
- Te quiero mucho, hermanito – dijo Fermín emocionado.
- Yo te quiero a vos – contestó Santiago poniéndose de pie para abrazar a Fermín.
El cura estaba rojo de furia.
- ¿Qué significa esto?. Ustedes no entienden nada. Pecadores, blasfemos. Cada uno de ustedes alimentaba su propia ambición y encima se felicitan por la coincidencia. Esto es muy grave...
- Tranquilo padrecito... El que no entiende nada, con todo respeto, es usted – dijo Fermín -. Todas las noches yo pensaba que no era justo que yo, que vivo con mi esposa y mis hijos, recibiera igual terreno  que mi hermano. Algún día, me dije, cuando seamos mayores, ellos se van a hacer cargo de la familia, en cambio Santiago está solo, y pensé que era justo que el tuviera un poco mas, porque lo iba a necesitar mas que yo. Y me levanté cada noche a correr las estacas hacia mi lado para agrandar el terreno de el...
- Y yo... – dijo Santiago con una gran sonrisa -. ¿Para que necesitaba yo tanto terreno?. Pensé que no era justo que viviendo solo recibiera la misma parcela que Fermín que tiene que alimentar cuatro bocas. Y entonces, como no había querido discutir con papá en  vida, me levanté cada una de estas noches para correr las estacas y agrandar el campo de mi hermano..

EL AMOR A UNO MISMO



Si yo no pienso en mi, quién lo hará
         Si pienso sólo en mi, quién soy
                      Si no es ahora, cuándo
                                         (del Talmud)

Autoestima y egoísmo son tomados generalmente como términos antagónicos, aunque ambos comparten un significado muy emparentado: la idea de quererse, valorarse, reconocerse y ocuparse de si mismo.

Cuenta una vieja historia que había una vez un señor muy poco inteligente al que siempre se le perdía todo. Un día alguien le dijo:
- Para que no se te pierdan las cosas, lo que tenés que hacer es anotar dónde las dejás.
Esa noche, al momento de acostarse, agarró un papelito y pensó: “Para que no se me pierdan las cosas...”.
Se sacó la camisa, la puso en el perchero, agarró un lápiz y anotó: “la camisa en el perchero”, se sacó el pantalón, lo puso a los pies de la cama y anotó: “el pantalón a los pies de la cama”, se sacó los zapatos y anotó: “los zapatos debajo de la cama”, se sacó las medias y anotó: “las medias dentro de los zapatos debajo de la cama”.
A la mañana siguiente, cuando se levantó, buscó las medias donde había anotado que las dejó, se las puso, los zapatos donde estaban anotados, los encontró y se los puso, lo mismo sucedió con la camisa y el pantalón. Y entonces preguntó:
- ¿Y yo dónde estoy?
Se buscó en la lista una y otra vez, y como no se vio anotado, nunca mas se encontró a si mismo.

A veces nos parecemos mucho a este señor estúpido. Sabemos donde está cada cosa y cada persona que queremos, pero muchas veces no sabemos dónde estamos nosotros.  Nos hemos olvidado de nuestro lugar en el mundo. Podemos rápidamente ubicar el lugar de los demás, el lugar que los demás tienen en nuestra vida, y a veces hasta podemos definir el lugar que nosotros tenemos en la vida de otros, pero  no olvidamos  de cuál es el lugar que nosotros tenemos en nuestra propia vida.

Nos gusta enunciar que no podríamos vivir sin algunos seres queridos. Yo propongo hacer nuestra la irónica frase con la que sintetizo mi real vínculo conmigo:


No puedo vivir sin mi.

La primera cosa que se nos ocurre hacer con alguien que queremos es cuidarlo, ocuparnos de el, escucharlo, procurarle las cosas que le gustan, ocuparnos de que disfrute de la vida y regalarle lo que mas quiere en el mundo, llevarlo a los lugares que mas le agradan, facilitarle las cosas que le dan trabajo, ofrecerle comodidad y compresión.
Cuando el otro nos quiere, hace exactamente lo mismo.

Ahora, me pregunto: ¿Por qué no hacer estas cosas con nosotros mismos?.

Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara a mi mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme las cosas mas fáciles, de regalarme las cosas que mas me gustan, de buscar mi comodidad en los lugares donde estoy, de comprarme la ropa que quiero, de escucharme y comprenderme.
Tratarme como trato a los que mas quiero.
Pero, claro, si mi manera de demostrar mi amor es quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas juntos y ofrecerle mi vida en sacrificio, seguramente, mi manera de relacionarme conmigo será complicarme la vida desde que me levanto hasta que me acuesto.

El mundo actual golpea a nuestra puerta para avisarnos que este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer, sufrir y morir) no sólo es mentira, sino que además está malintencionado  (les hace el juego a algunos comerciantes del alma).

He hablado mucho del tema en estos años, y gran parte de estos conceptos están ya publicados en mi libro  De la autoestima al egoísmo, al que te remito para no repetir.

Si hay alguien que debería estar conmigo todo el tiempo ese alguien soy yo.

Y para poder estar conmigo debo empezar por aceptarme tal como soy. Y no quiere decir que renuncie a cambiar a través del tiempo. Quiere decir replantear la postura. Porque frente a alguna característica de mi que no me guste hay siempre dos caminos para resolver el problema.
El primero, el mas común es la solución clásica: intentar cambiar.
El segundo camino, el que propongo es dejar de detestar esa característica y como única actitud, permitir que, por si misma, esa condición se modifique.
Incluso para cambiar algo el camino realmente comienza cuando dejo de oponerme. Nunca voy a adelgazar si no acepto que estoy gordo.
El ejemplo que siempre pongo es una historia real que me tiene como protagonista:


Yo suelo ser bastante distraído.  Cuando tenía mi primer consultorio muy frecuentemente me olvidaba las llaves, entonces llegaba a la puerta y me daba cuenta de que me había olvidado el llavero en mi casa. Eso generaba un problema, porque  tenía que ir al cerrajero, pedirle que me abriera, hacer un duplicado de la llave, era toda una historia.
La segunda vez que me pasó decidí, furioso que no podía pasarme mas. Así que puse un cartelito en el parabrisas del auto que decía: “laves”. Me subía al auto, veía el cartelito, entraba de nuevo a mi casa y me llevaba las llaves. Funcionó bárbaro las primeras cuatro semanas, hasta que me acostumbré al cartelito. Cuando te acostubrás al cartelito ya no lo ves mas. Un día me olvidé las llaves otra vez, así que le pedí a mi esposa que me hiciera acordar de las llaves. Todas las mañanas ella me decía: ¿Llevás las llaves?. Pero el día que ella se olvidó, yo me olvidé y, por supuesto le eché la culpa a ella, pero igual tuve que pagar el cerrajero.
Un día me di cuenta de que, indudablemente, no había manera que yo era un despistado y que de vez en cuando me iba a olvidar las llaves. Por lo tanto, hice una cosa muy distinta a todas las anteriores.
Hice varias copias de las llaves y le di una al portero, una al heladero de la esquina (que era amigo mío), otra a un colega que tenía el consultorio a cinco cuadras, enganché una con las llaves del auto y me quedé con una suelta. Tenía cinco copias rondando por ahí.
Este relato no tendería nada de gracioso si no fuera porque, a partir de ese día nunca mas me olvidé las llaves.
Todavía hoy el portero del departamento de la calle Serrano, cuando me ve, me dice: “No se para que me dio esta llave si nunca la usó”.

La teoría paradojal del cambio dice que solamente se puede cambiar algo cuando uno deja de pelearse con eso.
Y si mi relación conmigo mismo me condiciona tanto por dejar de vivir forzándome a ser diferente, imaginemos cómo condiciona mi relación con los demás creer que ellos tienen que cambiar.
Uno de los aprendizajes a hacer en el camino del encuentro es justamente la aceptación del otro tal como es. Y eso   sólo es posible si antes aprendí a aceptarme.

Enojarse con el otro por como es significa que, para que yo pueda quererlo, tiene que ser como yo quiero que sea. Si tu amiga es impuntual y la esperás una hora cada ve que te citás con ella, no te enojes. ¿Quién te obliga a esperarla?. Cuando yo espero a alguien que es usualmente impuntual, la razón de mi espera es porque elijo esperarlo y no porque él llegó tarde. ¿Debo hacer responsable al otro de mis propias decisiones?.

Mi esposa y yo decidimos hacer nuestra ceremonia de casamiento a un horario inusual: la hora que realmente anunciaba la tarjeta de invitación.
Esperamos quince minutos. Mas de la mitad de la gente nunca llegó, o mejor dicho, llegaron mucho después y se quedaron como media hora en la puerta pensando que nosotros todavía  no habíamos llegado cuando en realidad ya nos habíamos ido.
Son estilos, maneras de plantear las cosas.
Cada uno espera cuanto quiere esperar.


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