miércoles, 20 de febrero de 2013

El Camino del Encuentro Parte 3.1


PARTE III


ENCUENTROS HORIZONTALES

EL SEXO, UN ENCUENTRO ESPECIAL


                     La actividad sexual de todos empezó con el
contacto  erótico y sensual con el propio cuerpo.
La masturbación no tiene nada de malo, es
maravillosa una gran fuente de placer
independiente, pero tiene un solo problema:
no es suficiente. Si uno quiere mas... entonces
tiene que buscar mas allá, y lo primero que saldrá
a buscar es otra mano parecida a la propia.
Este es el descubrimiento de la homosexualidad,
por la cual transitamos todos por un tiempo, la
actuemos o no. La homosexualidad no tiene nada
de malo, es maravillosa, puede dar mucho placer,
pero tiene un solo problema: no es suficiente. Si
uno quiere mas... entonces, tiene que complicarse,
tiene que buscar lo diferente. Y la complicación
es enredarse con el otro sexo.
Este es el descubrimiento de la heterosexualidad..
Por su puesto, la heterosexualidad no tiene nada
de malo, es maravillosa, y uno puede obtener gran placer de ella, pero tiene un solo problema: no es
suficiente. Si uno quiere mas... entonces tiene que
llegar a la abstinencia y a la meditación.
Pero antes de llegar ahí hay que haber tenido
todo el sexo que uno desee. Porque a la abstinencia
nunca se llega antes de sentir que todo el placer
encontrado ha sido insuficiente
Bagwan Shree Rajneeh (Osho)

Me gusta citar a Osho cuando empiezo a hablar de la sexualidad, porque aunque no acordemos del todo con alguno de  sus planteos (no creo que yo pueda llegar a ese descubrimiento de insuficiencia que me lleva a la abstinencia...) ciertamente, la sexualidad genera mas de una complicación. Pero como la naturaleza siempre hace las cosas con algún sentido, esta complicación debe tener uno . ¿Cuál es el sentido?.
La procreación en si misma no alcanza a justificar tanto desarrollo, pues existía antes de la sexualidad. Antes de la aparición de las especies sexuadas. La biología nos muestra que los seres vivos se reproducían (división celular, brotación, etc.).
La pregunta se reformula: ¿Por qué la naturaleza inventa la procreación sexual?.
Y una de las respuestas que enseña la biología es: Por la evolución.
Si una célula madre da origen a dos células simplemente dividiéndose por la mitad y cada una de las hijas se transforma en una célula nueva y joven, cada progenie resultará forzosamente idéntica a la original, dado que se gesta a partir de la original, dado que se gesta a partir de la información encerrada en el código genético de su madre.
Para poder dar origen a una descendencia diferente del progenitor, para asistir a la creación de algo distinto, hace falta que haya diferencia en el material genético entre las generaciones. La forma que la naturaleza encontró fue conseguir que dos células diferentes se cruzaran entre si y entremezclar su información generando así células distintas de ellas mismas.
Aparece entonces la posibilidad de que la cruza genere variación y, por lo tanto, evolución.
Sólo desde el intercambio entre sexos se puede producir una procreación que genere evolución.

Para la biología, la heterosexualidad es la conquista de ese camino evolutivo. También entre los humanos la homosexualidad es muchas veces un tránsito hacia la heterosexualidad.
Desde mi opinión personal, lo único que los homosexuales se pierden, si es que se pierden algo, es el contacto con lo diferente. No es lo mismo estar hablando con un amigo que con una amiga, no es lo mismo lo que pasa al compartir una experiencia de trabajo con una persona del mismo sexo que con alguien del sexo opuesto (odio  esto del sexo opuesto pero me parece tan estúpida cualquier otra manera de decirlo que me resigno).
El contacto entre un hombre y una mujer genera de por si evolución, genera la posibilidad de conquistar a partir de lo diferente nuevos espacios de desarrollo.
La suma de la mirada femenina y la mirada masculina, que se consigue en gran medida por el solo hecho de pertenecer a otro sexo, nos enriquece siempre.
Esto conduce a pensar que la sexualidad, mas allá de su función procreadora, tiene para nosotros además otra función importantisima: Favorecer el encuentro entre otro y yo.
El sexo es un punto mas de encuentro entre los seres humanos y , como tal, un aspecto mas de su posibilidad de comunicación.
Y por supuesto (con  o sin el acuerdo de Osho): el placer.

La sexualidad es para el ser humano, mas que para ningún otro ser vivo, una fuente de placer.

En la especie humana, el encuentro sexual se produce, las mas veces, sin estar ligado a la intención de procrear.
Pero como en nuestra cultura no hay placer sin culpa, entonces hablar de sexualidad aparece la historia del placer culposo.
Cuando éramos chicos, la masturbación era una historia dramática, terrible y peligrosa que las madres y los padres censuraban y criticaban.
Algunos de los mitos que excedían el castigo de Dios era para los varones, la amenaza del crecimiento de pelos en las palmas de las manos... o de volverse tarado... o de terminar locos (algunos hemos quedado un poco locos pero dudo que sea sólo por eso).
Para las mujeres, la censura amenazaba con el peligro de lastimarse y no poder tener hijos cuando fueran grandes.

Los padres de hoy aprendimos que la masturbación es parte de la evolución normal de nuestros hijos, y al comprenderlo hemos dejado de hacer de la exploración que efectúan en sus propios cuerpos un motivo de persecución o de miradas censuradoras.
Afortunadamente, la sexualidad ya no es una cosa vedada de la que los chicos no puedan hablar.

Sin intención de ser excluyente, me parece importante aclarar que me propongo escribir aquí sobre el encuentro heterosexual entre adultos sanos (o mejor dicho, crecidos no demasiado neuróticos.)

Me contaron un cuento muy divertido.

Una señora va a una aerolínea a compara dos pasajes en primera clase a Madrid. En la conversación, al pedir los nombres de los pasajeros el empleado descubre que el acompañante de la señora es un mono. La compañía se opone y el argumento de que si ella paga el pasaje puede viajar con quien quiera es radicalmente rechazado.
Si bien en un principio la compañía adopta esta actitud, una oportuna corta de recomendación de un político de turno logra que le den un permiso para llevar al mono, no en un asiento sino en una jaula, como marcaba la norma, tapado con una lona, pero en la zona de equipaje de las azafatas en el fondo de la cabina del avión.
La mujer acepta la negociación de mal grado y el día del vuelo sube al avión con la jaula cubierta con una lona verde que llevaba bordado el nombre del mono: FEDERICO. Ella misma lo traslada al estante de puerta de tijera del fondo y se despide de el. “Pronto estaremos en tu tierra, Federico , como se lo prometí a Joaquín”.
Da un vistazo para controlar el lugar y vuelve a primera clase a acomodarse en su asiento.
A mitad del viaje, una azafata muy atenta tiene la ocurrencia de convidar al mono con una banana, y para su sorpresa, se encuentra con que el animal está tirado  inmóvil en el piso de la jaula. La azafata ahoga un grito de horror         { y llama al comisario de a bordo, no tan preocupada por el mono como por su trabajo. Todos sabían que la señora dueña del mono venía muy recomendada.
En el avión se arma un tremendo desparramo. Todos corren de aquí para allá. El comandante se acerca a Federico y le hace respiración boca a boca y masaje cardíaco. Durante mas de una hora intentan reanimarlo, pero no ocurre nada. El animal está definitivamente muerto.
La tripulación decide enviar un cable a la base para explicar la situación. La respuesta que reciben tarda media hora e llegar. Hay que evitar que la pasajera se entere de lo sucedido. “Si la señora hace un escándalo posiblemente los dejen a todos en la calle. Tenemos una idea. Sáquenle una foto al mono y mándenla por fax al aeropuerto de Barajas en Madrid. Nosotros daremos instrucciones para reemplazar el simio apenas aterrice el avión”.
El personal a cargo efectúa la orden al pie de la letra. Envían la foto y en el aeropuerto ya se están llevando a cabo los preparativos para la operación de sustitución. Mientras esperan que el avión aterrice, comparan la foto del mono de la pasajera con el mono conseguido. Al mono muerto le falta un diente, entonces le arrancan uno con una tenaza al falso Federico. Luego ven que aquel tiene una marca rojiza en la frente, así que con matizador maquillan al mono nuevo. Detalle por detalle arreglan las diferencias hasta que finalmente u rápido hachazo equipara el largo de sus colas. Terminan el trabajo justo, justo cuando el avión aterriza. Las asistentes suben rápidamente, sacan a Federico de la jaula, lo tiran al cesto de basura y ponen al mono nuevo en su lugar. Lo tapan con la lona y el comisario es designado para entregarlo.
Con una sonrisa, el hombre entrega la jaula a la señora mientras dice:
- Señora, su mono
La señora levanta la lona y dice:
- ¡Ay Federico!. Estamos otra vez en tierra.
Pero cuando lo mira bien, exclama:
- ¡Este no es Federico!.
- ¿Cómo que no es?. Miré tiene rojizo acá, le falta el dientito...
-¡ Este no es Federico!
- Señora, todos los monos son iguales, ¿cómo sabe que no es Federico .
- Porque Federico... estaba muerto.
Y entonces todos se enteran de lo que nunca pensaron. La señora llevaba la mono a España para enterrarlo, porque era una promesa que le había hecho a su marido antes de morir.

Lo cierto del cuento es que nadie sabe mejor que yo lo que llevo en mi equipaje, lo que yo llevo lo sé yo.
¿Quién me va a decir a mi como tengo que viajar?

Elegí este cuento como comienzo para decir que no se puede hablar de sexo desde otro lugar que no sea el de la propia experiencia, que es el equipaje que cada uno carga.
Como en estas cosas no hay verdades reveladas, y si las hay yo no las tengo, no es necesario aclarar que las cosas que digo pertenecen a lo que yo como terapeuta, como persona y como individuo sexuado que vive en esta sociedad que compartimos. Por lo tanto, se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con ellas, es decir, no tienen por que ser valederas para todos.

En primer lugar, hace falta desmitificar algunas creencias que hemos heredado sobre nuestra sexualidad.
La primera es que el sexo saludable, pleno, disfrutable, inconmensurable y no se cuántos “-ables” mas, y que tiene que venir por fuerza ligado al amor.
Es una idea interesante, falsa pero interesante.
Tanto ligamos el sexo al amor que hablamos de “hacer el amor” como si fuera sinónimo de encuentro  sexual. Y la verdad es que no son sinónimos.

El sexo es una cosa y el amor es otra.

Si bien es cierto que pueden venir juntos, a veces no es así.
No necesariamente la sexualidad viene con el amor.
No necesariamente el amor conlleva sexualidad.
Así como alguna vez dije que el amor tenía que ver con el sentimiento puro y no hacía falta incluir el deseo sexual, digo en esta oportunidad que el sexo no necesita incluir al amor para ser verdadero.

Uno puede elegir incluirlo.
Uno puede decidir que ésta es su manera de vivir el sexo y el amor, y es una decisión personal. Pero no es una decisión genérica, válida para todos.
Amor y sexo son dos cosas tan independientes como un saco y un pantalón. Uno pude ponerse las dos cosas juntas, y si combinan, quizás hagan un traje, y puede ser lindo verlos juntos. Pero uno puede usar un jean con una camisa, un pantalón negro con una pollera verde, y esta combinación puede quedar bien o mal pero siguen siendo dos cosas diferentes.

Ahora, para hablar de relaciones sexuales hace falta saber que entendemos por esa expresión.

Me acuerdo siempre del viejo chiste que me contaron de una señora un poco ingenua que sale de una charla mía y en el hall de la sala le dice al marido:
- Decime viejo, ¿nosotros tenemos relaciones sexuales?
El marido la mira y le dice:
- ¡Si, claro, mi amor, claro que tenemos!
Y ella dice:
- ¿Y por que nunca las invitamos?

Vamos a tener que saber una vez mas de que hablamos. Si uno quiere hablar de sexo va a tener que animarse a llamar a las cosas por su nombre. Esto significa no hacer ninguna vuelta para no decir algo porque sea prohibido, feo, mucho menos porque suene pornográfico u obsceno.
Y quiero avisar ahora que desde aquí hasta el fina, en este capítulo, un culo es un culo. No es: ni el lugar donde termina la espalda, ni un trasero, ni la parte de atrás, ni una nalga, ni un glúteo, ni un agujero incógnito y turbio... Un culo es un culo.

Pido disculpas por esto, porque sé que a algunos lectores las palabras pueden sonarles hirientes. Pero como no está claro que significa y de dónde viene todo aquello que llamamos sexo, por unas páginas vamos a levantar, con los que decidan seguir leyendo, las barreras que impiden escribir algunas palabras. Y no me parecería mal que alguien saltara hasta el próximo capítulo donde hablo de la pareja, porque hay que defenderse de lo que a uno le molesta.

En lo cotidiano, uno no usa la expresión “relaciones sexuales”. Hay otras palabras que tampoco usamos y que suenan peores todavía, por ejemplo, “coito”, que suena a prequirúrjico, a barbijo, a sin tocarse, o “cópula”, que pude hacernos pensar en un perro en una sala de experimentos, o “pinchar” que suena demasiado guarango e incluso  antiguo. La dificultad de “encamarse” es que no termina de definir, es como mas geográfico, y respecto de “fornicar” mi tío Fernando sigue creyendo que es una tarjeta de crédito.

Para mi hay tres maneras de referirse a la relación sexual, que son las tres palabras que mas usamos en la Argentina.
Entonces, me gusta decir que vale la pena, para saber de que hablamos, diferenciar entre “fifar”, “coger”, y “hacer el amor.


FIFAR
Fifar, en nuestro slang de Buenos Aires, es un sinónimo vulgar y simpático de tener un encuentro sexual intrascendente. Es por definición incidental, descomprometido y de alguna forma deportivo. Es el hecho, puro concreto y mecánico de uno que vio pasar a otro y por alguna razón terminó en una cama.
El diálogo posible después de fifar sería:
Ella: I love you darling.
El: ¿Lo que?.
Y nunca entendieron nada de lo que el otro esta diciendo. Se encontraron pero no establecieron ningún vínculo, ningún diálogo verdadero. Puede ser placentero o displacentero, pero nada mas.
Fifar es acostarse con un culo, con un auto, con una cara atractiva, con mi propia calentura del día. El toro es sólo un accidente, un partenaire, alguien que cumple una función para que podamos tener un intercambio de fluidos.


COGER
En cambio, coger, que usamos coloquialmente en la Argentina, define un algo mas. Coger es una palabra que a mi me parece injustamente maltratada, porque se le ve como una “mala palabra” y, sin embargo es el término que usamos cotidianamente para hablar de sexo, lo cual no es casual.
En casi todos los idiomas del mundo, la palabra mas popular para definir el acto sexual, la que se usa en la calle, siempre tiene un sonido  /k/, /j/ o /f/, dos o todos ellos, porque estos tres fonemas le dan a la palabra la fuerza que tiene que tener para significar lo que representa (“cushé”, en francés, “fuck”, en inglés, “follar” en España, “litfok”, en hebreo).
El intercambio sexual tiene mucha historia como para dejarlo en una palabra tibia.
Fonéticamente, “coger”, tiene esta fuerza.
Por otro lado, etimológicamente, “coger” viene de “coligere”, que quiere decir ligar o relacionar algo entre dos, y por lo tanto también  deriva de “ligere”, que quiere decir elegir, seleccionar. Del mismo modo que “coger” en español puro es tomar, agarrar algo, “coger” es establecer un vínculo con aquello que yo tomo o elijo, con aquello que he seleccionado por alguna razón.
“Coger” denota un modelo de vínculo donde no solamente se fifa por deporte, hay mas, hay un vínculo entre las personas, algo les pasa.
Este algo puede ser muchas cosas: afecto, simpatía, atracción, trascendente, atracción fugaz, experiencia compartida, etc. pero hay necesariamente un vínculo establecido.
Se puede fifar con cualquera, pero no se puede coger con cualquiera.
Para coger, hace falta involucrarse, tener un vínculo.


HACER EL AMOR
Hacer el amor es coger cuando el vínculo que hay entre nosotros es el amor.
Si yo no amo, no puedo hacer el amor. Lo puedo llamar como quiera, pero no es un acto amoroso, y como no es un acto amoroso no es hacer el amor.

No tiene nada de malo coger sin hacer el amor.
No es mejor hacer el amor que coger.
No es mejor coger que fifar.
Son tres cosas diferentes y ninguna es mejor o peor que la otra.
En todo caso, sería bueno saber que estamos haciendo en cada momento, para esclarecer lo que nos pasa. Y no creer  que necesariamente para tener una actividad sexual hace falta hacer el amor. A fin de cuentas, es una decisión personal.

Por ejemplo, yo puedo decidir que fifar, a mi, Jorge Bucay, no me interesa mas, que no me parece divertido, que no me alcanza. Podría decidir que el hecho de coger no me interesa mas y que me interesa solamente hacer el amor. Y podría centrarme en esta elección. De hecho, para mi es mucho mejor coger que fifar y es mucho mas placentero hacer el amor que coger. Pero no por esto voy a hacer creer a los demás que lo único que sirve, que lo único bueno, valedero y sano es el sexo que se tiene haciendo el amor. Esto es así con mi equipaje y en mi etapa del viaje.
Decirlo de otra manera sería no sólo una exageración sino, además, una gran mentira.
Que yo agregue cosas al hacer el amor para hacer la relación mas completa, mas trascendente, mas intensa o mas energéticamente movilizadora para mi, no quiere decir que coger no sea sexo ni que fifar no sirva.
Ninguna de las tres formas excluye a la posibilidad de disfrutar.

Uno puede comer un helado de crema.
Uno puede comer un helado de crema bañado en chocolate.
Uno puede comer un helado de crema bañado en chocolate y ponerle una frutilla arriba.
Suponiendo que a mi me gustan estas tres cosas, cada vez, el helado resultante será mas rico.
Pero esto no quiere decir que el helado de crema solo no sea un helado, que el helado sin frutilla no sea rico, etc.

A medida que pasa el tiempo, uno se va poniendo mas exigente con su sexualidad. Como si con el correr de los años conformara menos el mero placer y se buscara mas comprometidamente aquellos encuentros que realmente satisfacen.

Hacer el amor implica una conexión con el amor que no se da todo el tiempo, ni siquiera entre dos  personas que se aman.

Esto permite, por suerte, que las relaciones sexuales con una pareja estable no sean siempre iguales permite vaivenes, encuentros y desencuentros, distancias y aproximaciones, toda una serie de situaciones que no tienen por que pensarse como problema.
Por supuesto, si alguien ha llegado a conquistar la idea de hacer el amor, el día que se encuentra con que hace tiempo solo puedo coger con su pareja, siente que algo está faltando, entonces tendrá que plantarse dónde ha quedado aquello que conquistaron juntos.

SEXO Y REPRESIÓN

Culturalmente nos enseñan que tener sexo es hacer el amor. Sobre todo a las mujeres. Durante muchísimos años, y todavía hoy, aunque parezca mentira, a las mujeres, pero solo a ellas, se les enseñó que el único sexo permitido era el que estaba ligado al amor.
Se les enseñó que tener sexo sin amor era impertinente, sucio, feo, malo, dañino, perverso o, por lo menos, no era de chicas bien. Así, antes de casarse podían amar a cualquiera, pero coger... con nadie.

Con todo derecho, habrá quienes piensen que los tiempos han cambiado, que la cosa no es tan así, que la educación de las mujeres hoy en día es otra, que han ido evolucionando y liberándose de muchas cosas que sus madres y sus abuelas les enseñaban.
Y es verdad.
Sin embargo, hay manifestaciones de esta diferenciación injusta y discriminadora respecto de lo sexual que siguen sin cambiar.
Mal que nos pese, en esta cultura y en nuestros países seguimos educando sexualmente de manera diferente a varones y mujeres.
Pero sobre todo, mas allá de la voluntad de educar con igualdad, los viejos condicionamientos se siguen filtrando.

En ¿Para que sirve un marido?. Mercedes Medrano dice algo mas o menos así:
“Yo soy una mujer soltera, tengo 40 años, soy periodista, vivo sola, no dependo de nadie, no tengo pareja, tengo una casa, me pago los gastos y hago lo que quiero con mi vida. Y entonces, cada vez que yo quiero ligar con alguien (ligar en España es el equivalente de fifar) yo digo que éste es mi derecho y que yo puedo acostarme con quien quiera porque mi cuerpo es mío y después de todo, me digo, el placer sexual y el orgasmo me pertenecen a mi, no tengo que rendirle cuentas ni darle explicaciones a nadie, así que tengo por que establecer compromisos posteriores con alguien con quien yo me vaya a la cama porque tengo la misma libertad que los hombres de hacerlo. Así que elijo al tío que me gusta y lo invito a mi departamento y me acuesto con el y tengo sexo sólo porque así lo decido y sólo porque mi cuerpo es mío y me pertenece. Y me acuesto diciéndome todo esto. Y cuando me levanto, irremediablemente... estoy enamorada”.

Ella cuenta esto para dar a entender que si bien en teoría todo queda muy claro, la educación sexual que ella y su madre y su abuela han recibido sigue condicionando su conducta. El aprendizaje es que si hubo sexo, después tiene que haber amor, porque si no el producto queda como bastardeado.

Yo no tengo nada en contra de que el amor venga incluido. Lo que detesto es la idea de que sea imprescindible. Pero, sobre todo, detesto la idea discriminadora de creer que hay una diferencia entre la sexualidad de los hombres y la sexualidad de la mujer.
Por supuesto, hay una diferencia en lo anatómico, hay una diferencia en la función o en la forma, pero así como creo que los hombres y las mujeres tienen la misma disposición y la misma posibilidad de crecer, de evolucionar, de decir y de pensar, creo que tienen la misma capacidad y las mismas limitaciones en la sexualidad.
Excepto en aquellos aspectos pautados socialmente.
Excepto en la conducta derivada de las creencias que algunos han sembrado en nosotros y que nosotros seguimos sosteniendo .
Hay que deshacerse de esas creencias discriminadoras.  Creo que de algunas ya nos hemos deshecho, pero todavía quedan rastros.
Si le preguntamos a un grupo de 100 mujeres y hombres en la Argentina si están dispuestos a admitir que su pareja alguna vez ha tenido un desliz sin importancia, mas del 75% de las mujeres lo admitirán en privado y menos del 10% de los hombres, aceptarán la remota posibilidad.
No hay correspondencia entre lo que creen los hombres y lo que creen las mujeres.

Las estadísticas indican que parece mas lícito para una mujer que para un hombre pensar que quizá su pareja haya tenido un desliz.
La pregunta es: ¿por qué?
Por que es mas lícito para un hombre tener aventuras.
¿Por qué pensar que un hombre podría y una mujer no?.

Entonces... me acuerdo de cuando éramos chicos. A los varones nos decían:
“Cogete a todas, menos a tu novia”.

Mi hermano tiene 5 años mas que yo. Cuando yo tenía 14        – hace  37 -, el tenía una novia, y a veces. Los viernes, mi hermano salía sin la novia. A mi me sorprendía, no entendía porque la novia lo dejaba. Entonces el me decía:
- Porque yo a ella la quiero de verdad.
Y yo le decía:
- ¿Y?.
- Y entonces le tengo mucho respeto
- ¿Y?
- Y entonces hay cosas que yo no  voy a hacer con ella...
Entonces yo le decía:
- ¿Y ella lo sabe?.
- Si.
- ¿Y no se enoja?
- Bueno se enojó. Pero después habló con la madre...
- ¿Y?.
- Y entonces la madre le dijo que ella no tenía que enojarse, que al contrario, es demostraba que yo era un buen muchacho.

Esto, créanme, es verdad, literalmente pasó (y prefiero pensar que ya no pasa).
Entonces, las madres de aquellas novias de mi hermano o mías les enseñaban a sus hijas que los hombres teníamos ciertas “necesidades fisiológicas”.
Se entiende que esto no tiene ningún asidero en lo real, no hay un solo libro de medicina que hable de esto, pero algún varón piola un día lo inventó y calzó tan bien, que como las chicas no podían tener relaciones antes del matrimonio, avalaban que los chicos tuvieran sus aventuras por ahí.
Claro, las chicas preguntaban: “¿Y nosotras no tenemos necesidad fisiológica?”, porque sentían cosas. Y las madres, claro, les explicaban que no tenían. ¿Por qué no tenían?. Porque tenían... ¡el alivio de la menstruación!.

¡Que infames!, suena – y es – de terror, pero este argumento fue parte del concepto educativo hasta hace 20 años. Se decía que la menstruación era un alivio porque “depuraba la sangre”, y entonces con la sangre depurada de toxinas las mujeres no tenían “esos” deseos. Como el hombre no tenía esta depuración de la menstruación, entonces tenía que resolver su incontenible necesidad fisiológica, porque si no la resolvía... ¡le dolían los testículos!.
Y lo peor de todo es que el mundo entero creía esto, ¡inclusive los hombres!, que nos montábamos en la historia de que nos dolía, que nos apretaba, que hace mucho que no...
Esto parece absurdo hoy, sin embargo, la impronta se mantiene. Esto es lo grave.
Nosotros que sabemos que no es así, seguimos funcionando como si así fuera, permitiéndoles algunas licencias a los hombres como si tuvieran la necesidad fisiológica y no permitiéndoselas a algunas mujeres como si tuvieran el alivio de la menstruación.

Y no es que el dolor testicular no exista, sino que era una historia planteada por los hombres.
Después de un round de caricias subidas de tono (franelas, como se decía entonces), el varón decía: “¡No me vas a dejar así!”.
¿Y ella?. ¿Por qué ella no decía “No me vas a dejar así”?. Como si ella no sintiera nada... ¿Qué pasaba con el “así” de ella?

Esta historia espantosa condiciona nuestra creencia hasta tal punto que seguimos diferenciando la sexualidad entre hombres y mujeres, diciéndoles  a nuestras hijas que las mujeres tienen mas que perder.
Escucho estas frases y me parece increíble que la educación represiva de hace mas de 50 años siga causando estragos.
La educación ha cambiado, es cierto, estas cosas no se escuchan en verdad, los jóvenes mismos son mas sanos, sin lugar a dudas. Y sin embargo, hace falta admitir con humildad que nuestra ignorancia pasada influye todavía en nuestras vidas.

En los hechos concretos, la iniciación sexual de los jóvenes de hoy está muy lejos de ser la espantosa iniciación sexual que teníamos nosotros.
Un tío amigo nos llevaba para que “debutáramos”  con una de las chicas “de vida ligera” como decían ellos. Parecía algo importante, porque ahí uno se graduaba de hombre y el tío se quedaba tranquilo, y convencido de que uno no era puto, cosa que era fundamental demostrar. Entonces el tío iba a ver al viejo de uno y le decía: “Ya está”. Y el padre de uno entendía que se podía quedar tranquilo. Porque... “Dios no permita”.
En fin, el debut del hijo varón era un placer y un alivio para la familia, porque significaba la certeza de que el chico no iba a ser homosexual, pero para el, en general, era una porquería.
En mi barrio había que hacerlo antes de los 18, porque de lo contrario no quedaba otra que mentir mucho. Después me enteré de que no era el único que mentía...

A nadie se lo ocurría  iniciar a ninguna mujer, y mucho menos hacer un festejo.
Hoy en día, un nuestros hogares, cuando la nena viene a hablar de esto, los padres “modernos y psicologizados” dicen solemnemente.
“Ajá... ¿Lo pensaste bien, no?. Porque mira que...”
pero no hay placer ni festejo por la hija que inició su vida sexual, ni siquiera alivio.

Seguimos educando como si la sexualidad fuera diferente para mujeres y varones.

Y esto es manejado por una estructura machista de pensamiento.

Mal que nos pese, aunque intentemos superar esta mirada y luchar juntos, hombres y mujeres, por el pie de igualdad respecto de muchas cosas, incluidas la liberación que significa poder decidir sobre nuestra vida sexual, no lo estamos haciendo.

Esta enseñanza no es producto de una inocencia de la cultura, ni producto de enaltecer la sexualidad, sino que tuvo en su origen un sentido específico: fortalecer la monogamia, o mejor dicho, la fidelidad, sobre todo en las mujeres.
Porque si a ella le enseñaron que se ama una sola vez en la vida y para siempre como vimos antes y el sexo se puede tener solamente cuando se ama, el resultado es una garantía absoluta de fidelidad. Es decir, la mujer no puede coger con nadie, salvo con su marido.
Por el contrario, como al hombre le enseñaron que el sexo y el amor son cosas distintas, bien puede creer que se ama una sola vez en la vida y para siempre, pero esto no le impide irse a coger con quien quiera. Y si encima aprendió que la esposa debe ser casta, pura y angelical... entonces puede terminar cogiendo con todas menos con su mujer.

A favor del conflicto edípico, el psicoanálisis explica que eróticamente uno está inevitablemente conectado a su mamá. Cuando el chico tiene cuatro años, esto no es problema, pero después cuando cumple doce, empieza a serlo. Porque si hay un tabú generalizado en todas las culturas, es este: con la madre no se coge. Con el padre, algunas culturas dicen que si, con los hermanos y los primos también, pero con la madre está prohibido en todas las culturas de todos los tiempos. Entonces, uno se da cuenta solito de que su deseo está mal, que no se hace. ¿Qué pasa con este pequeño caballerito de doce años que quiere cogerse a su madre?. En el mejor de los casos, se identifica con su papá y le dice internamente: “Cogétela vos, papi, que lo hacés bien”, y se siente tranquilo. Pero no siempre es tan fácil. Lo cierto es que tiene que hacer algo con su deseo que no sea estrictamente cogerse a la madre.
Y lo que en general hace es tomar esta imagen de mujer única que es la madre y dividirla en dos imágenes antagónicas: una, la mujer santa, casta, pura y angelical, que  representa a la madre, con la cual, por supuesto, no se coge. Y otra, la mujer puta (no la que cobra, sino la que goza) para disfrutar, con la cual se coge, absolutamente, de hecho está para eso.
Casi todos los hombres llegamos al mundo  sexual adulto con esta imagen dividida. Las mujeres pertenecen a dos grupos: madres y putas. Cuando un varón busca a una chica para coger, sabe dónde encontrarla. Cuando busca a una chica para formar pareja y casarse, recurre al grupo de madres. Entonces sucede algo que parece lógico pero que a el lo asombra:
No sabe por que, no tiene ganas de coger con ella.
¡Quiero coger con todas las demás menos con la que eligió!
Y es lógico, porque fue elegida sobre la impronta del aspecto amado de su mamá.

El 70% de los tipos que están en pareja y tienen un vínculo estable con esa mujer que eligieron y que les resulta bárbara para estar en pareja, tienen que salir a putanear por ahí porque las que realmente los calientan son las otras.
Y para agravar este asunto, las madres les han enseñado a las hijas que hay que ser casta y pura, no puta.

¿Cómo resolvemos esa conducta disociada de un modo saludable?. Encontrando a una mujer cuya actitud personal tenga tales características que nos permitan volver a unir las imágenes que alguna vez separamos. Esto es, una mujer que pueda sumar los aspectos de los dos grupos arquetípicos: el de las madres y el de las putas.

Dicen un paciente mío que cuando uno tiene una mujer capaz de ser madre y de ser puta, tiene una mujer de puta madre,

Y es cierto y es maravilloso, no sólo para ese hombre.

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