PARTE
III
ENCUENTROS
HORIZONTALES
EL SEXO, UN ENCUENTRO
ESPECIAL
La actividad sexual de
todos empezó con el
contacto erótico y sensual con el propio cuerpo.
La
masturbación no tiene nada de malo, es
maravillosa
una gran fuente de placer
independiente,
pero tiene un solo problema:
no
es suficiente. Si uno quiere mas... entonces
tiene
que buscar mas allá, y lo primero que saldrá
a
buscar es otra mano parecida a la propia.
Este
es el descubrimiento de la homosexualidad,
por
la cual transitamos todos por un tiempo, la
actuemos
o no. La homosexualidad no tiene nada
de
malo, es maravillosa, puede dar mucho placer,
pero
tiene un solo problema: no es suficiente. Si
uno
quiere mas... entonces, tiene que complicarse,
tiene
que buscar lo diferente. Y la complicación
es
enredarse con el otro sexo.
Este
es el descubrimiento de la heterosexualidad..
Por
su puesto, la heterosexualidad no tiene nada
de
malo, es maravillosa, y uno puede obtener gran placer de ella, pero tiene un
solo problema: no es
suficiente.
Si uno quiere mas... entonces tiene que
llegar
a la abstinencia y a la meditación.
Pero
antes de llegar ahí hay que haber tenido
todo
el sexo que uno desee. Porque a la abstinencia
nunca
se llega antes de sentir que todo el placer
encontrado
ha sido insuficiente
Bagwan Shree Rajneeh (Osho)
Me gusta citar a Osho cuando empiezo a hablar
de la sexualidad, porque aunque no acordemos del todo con alguno de sus planteos (no creo que yo pueda llegar a
ese descubrimiento de insuficiencia que me lleva a la abstinencia...)
ciertamente, la sexualidad genera mas de una complicación. Pero como la
naturaleza siempre hace las cosas con algún sentido, esta complicación debe
tener uno . ¿Cuál es el sentido?.
La procreación en si misma no alcanza a
justificar tanto desarrollo, pues existía antes de la sexualidad. Antes de la
aparición de las especies sexuadas. La biología nos muestra que los seres vivos
se reproducían (división celular, brotación, etc.).
La pregunta se reformula: ¿Por qué la
naturaleza inventa la procreación sexual?.
Y una de las respuestas que enseña la
biología es: Por la evolución.
Si una célula madre da origen a dos células
simplemente dividiéndose por la mitad y cada una de las hijas se transforma en
una célula nueva y joven, cada progenie resultará forzosamente idéntica a la
original, dado que se gesta a partir de la original, dado que se gesta a partir
de la información encerrada en el código genético de su madre.
Para poder dar origen a una descendencia
diferente del progenitor, para asistir a la creación de algo distinto, hace
falta que haya diferencia en el material genético entre las generaciones. La
forma que la naturaleza encontró fue conseguir que dos células diferentes se
cruzaran entre si y entremezclar su información generando así células distintas
de ellas mismas.
Aparece entonces la posibilidad de que la
cruza genere variación y, por lo tanto, evolución.
Sólo desde el intercambio entre sexos se
puede producir una procreación que genere evolución.
Para la biología, la heterosexualidad es la
conquista de ese camino evolutivo. También entre los humanos la homosexualidad
es muchas veces un tránsito hacia la heterosexualidad.
Desde mi opinión personal, lo único que los
homosexuales se pierden, si es que se pierden algo, es el contacto con lo
diferente. No es lo mismo estar hablando con un amigo que con una amiga, no es
lo mismo lo que pasa al compartir una experiencia de trabajo con una persona
del mismo sexo que con alguien del sexo opuesto (odio esto del sexo opuesto pero me parece tan
estúpida cualquier otra manera de decirlo que me resigno).
El contacto entre un hombre y una mujer
genera de por si evolución, genera la posibilidad de conquistar a partir de lo
diferente nuevos espacios de desarrollo.
La suma de la mirada femenina y la mirada
masculina, que se consigue en gran medida por el solo hecho de pertenecer a
otro sexo, nos enriquece siempre.
Esto conduce a pensar que la sexualidad, mas
allá de su función procreadora, tiene para nosotros además otra función
importantisima: Favorecer el encuentro entre otro y yo.
El sexo es un punto mas de encuentro entre
los seres humanos y , como tal, un aspecto mas de su posibilidad de
comunicación.
Y por supuesto (con o sin el acuerdo de Osho): el placer.
La sexualidad
es para el ser humano, mas que para ningún otro ser vivo, una fuente de placer.
En la especie humana, el encuentro sexual se
produce, las mas veces, sin estar ligado a la intención de procrear.
Pero como en nuestra cultura no hay placer
sin culpa, entonces hablar de sexualidad aparece la historia del placer
culposo.
Cuando éramos chicos, la masturbación era una
historia dramática, terrible y peligrosa que las madres y los padres censuraban
y criticaban.
Algunos de los mitos que excedían el castigo
de Dios era para los varones, la amenaza del crecimiento de pelos en las palmas
de las manos... o de volverse tarado... o de terminar locos (algunos hemos
quedado un poco locos pero dudo que sea sólo por eso).
Para las mujeres, la censura amenazaba con el
peligro de lastimarse y no poder tener hijos cuando fueran grandes.
Los padres de hoy aprendimos que la
masturbación es parte de la evolución normal de nuestros hijos, y al
comprenderlo hemos dejado de hacer de la exploración que efectúan en sus
propios cuerpos un motivo de persecución o de miradas censuradoras.
Afortunadamente, la sexualidad ya no es una
cosa vedada de la que los chicos no puedan hablar.
Sin intención de ser excluyente, me parece
importante aclarar que me propongo escribir aquí sobre el encuentro
heterosexual entre adultos sanos (o mejor dicho, crecidos no demasiado
neuróticos.)
Me contaron un cuento muy divertido.
Una
señora va a una aerolínea a compara dos pasajes en primera clase a Madrid. En
la conversación, al pedir los nombres de los pasajeros el empleado descubre que
el acompañante de la señora es un mono. La compañía se opone y el argumento de
que si ella paga el pasaje puede viajar con quien quiera es radicalmente
rechazado.
Si bien
en un principio la compañía adopta esta actitud, una oportuna corta de
recomendación de un político de turno logra que le den un permiso para llevar
al mono, no en un asiento sino en una jaula, como marcaba la norma, tapado con
una lona, pero en la zona de equipaje de las azafatas en el fondo de la cabina
del avión.
La mujer
acepta la negociación de mal grado y el día del vuelo sube al avión con la
jaula cubierta con una lona verde que llevaba bordado el nombre del mono:
FEDERICO. Ella misma lo traslada al estante de puerta de tijera del fondo y se
despide de el. “Pronto estaremos en tu tierra, Federico , como se lo prometí a
Joaquín”.
Da un
vistazo para controlar el lugar y vuelve a primera clase a acomodarse en su
asiento.
A mitad
del viaje, una azafata muy atenta tiene la ocurrencia de convidar al mono con
una banana, y para su sorpresa, se encuentra con que el animal está tirado inmóvil en el piso de la jaula. La azafata
ahoga un grito de horror { y
llama al comisario de a bordo, no tan preocupada por el mono como por su
trabajo. Todos sabían que la señora dueña del mono venía muy recomendada.
En el
avión se arma un tremendo desparramo. Todos corren de aquí para allá. El
comandante se acerca a Federico y le hace respiración boca a boca y masaje
cardíaco. Durante mas de una hora intentan reanimarlo, pero no ocurre nada. El
animal está definitivamente muerto.
La
tripulación decide enviar un cable a la base para explicar la situación. La
respuesta que reciben tarda media hora e llegar. Hay que evitar que la pasajera
se entere de lo sucedido. “Si la señora hace un escándalo posiblemente los
dejen a todos en la calle. Tenemos una idea. Sáquenle una foto al mono y
mándenla por fax al aeropuerto de Barajas en Madrid. Nosotros daremos
instrucciones para reemplazar el simio apenas aterrice el avión”.
El
personal a cargo efectúa la orden al pie de la letra. Envían la foto y en el
aeropuerto ya se están llevando a cabo los preparativos para la operación de
sustitución. Mientras esperan que el avión aterrice, comparan la foto del mono
de la pasajera con el mono conseguido. Al mono muerto le falta un diente,
entonces le arrancan uno con una tenaza al falso Federico. Luego ven que aquel
tiene una marca rojiza en la frente, así que con matizador maquillan al mono
nuevo. Detalle por detalle arreglan las diferencias hasta que finalmente u
rápido hachazo equipara el largo de sus colas. Terminan el trabajo justo, justo
cuando el avión aterriza. Las asistentes suben rápidamente, sacan a Federico de
la jaula, lo tiran al cesto de basura y ponen al mono nuevo en su lugar. Lo
tapan con la lona y el comisario es designado para entregarlo.
Con una
sonrisa, el hombre entrega la jaula a la señora mientras dice:
-
Señora, su mono
La
señora levanta la lona y dice:
- ¡Ay
Federico!. Estamos otra vez en tierra.
Pero
cuando lo mira bien, exclama:
- ¡Este
no es Federico!.
- ¿Cómo
que no es?. Miré tiene rojizo acá, le falta el dientito...
-¡ Este
no es Federico!
-
Señora, todos los monos son iguales, ¿cómo sabe que no es Federico .
- Porque
Federico... estaba muerto.
Y
entonces todos se enteran de lo que nunca pensaron. La señora llevaba la mono a
España para enterrarlo, porque era una promesa que le había hecho a su marido
antes de morir.
Lo cierto del cuento es que nadie sabe mejor
que yo lo que llevo en mi equipaje, lo que yo llevo lo sé yo.
¿Quién me va a decir a mi como tengo que
viajar?
Elegí este cuento como comienzo para decir
que no se puede hablar de sexo desde otro lugar que no sea el de la propia
experiencia, que es el equipaje que cada uno carga.
Como en estas cosas no hay verdades
reveladas, y si las hay yo no las tengo, no es necesario aclarar que las cosas
que digo pertenecen a lo que yo como terapeuta, como persona y como individuo
sexuado que vive en esta sociedad que compartimos. Por lo tanto, se puede estar
de acuerdo o en desacuerdo con ellas, es decir, no tienen por que ser valederas
para todos.
En primer lugar, hace falta desmitificar
algunas creencias que hemos heredado sobre nuestra sexualidad.
La primera es que el sexo saludable, pleno,
disfrutable, inconmensurable y no se cuántos “-ables” mas, y que tiene
que venir por fuerza ligado al amor.
Es una idea interesante, falsa pero
interesante.
Tanto ligamos el sexo al amor que hablamos de
“hacer el amor” como si fuera sinónimo de encuentro sexual. Y la verdad es que no son sinónimos.
El sexo
es una cosa y el amor es otra.
Si bien es cierto que pueden venir juntos, a
veces no es así.
No necesariamente la sexualidad viene con el
amor.
No necesariamente el amor conlleva
sexualidad.
Así como alguna vez dije que el amor tenía
que ver con el sentimiento puro y no hacía falta incluir el deseo sexual, digo
en esta oportunidad que el sexo no necesita incluir al amor para ser verdadero.
Uno puede elegir incluirlo.
Uno puede decidir que ésta es su manera de
vivir el sexo y el amor, y es una decisión personal. Pero no es una decisión
genérica, válida para todos.
Amor y sexo son dos cosas tan independientes
como un saco y un pantalón. Uno pude ponerse las dos cosas juntas, y si
combinan, quizás hagan un traje, y puede ser lindo verlos juntos. Pero uno
puede usar un jean con una camisa, un pantalón negro con una pollera verde, y
esta combinación puede quedar bien o mal pero siguen siendo dos cosas
diferentes.
Ahora, para hablar de relaciones sexuales
hace falta saber que entendemos por esa expresión.
Me
acuerdo siempre del viejo chiste que me contaron de una señora un poco ingenua
que sale de una charla mía y en el hall de la sala le dice al marido:
- Decime
viejo, ¿nosotros tenemos relaciones sexuales?
El
marido la mira y le dice:
- ¡Si,
claro, mi amor, claro que tenemos!
Y ella
dice:
- ¿Y por
que nunca las invitamos?
Vamos a tener que saber una vez mas de que
hablamos. Si uno quiere hablar de sexo va a tener que animarse a llamar a las
cosas por su nombre. Esto significa no hacer ninguna vuelta para no decir algo
porque sea prohibido, feo, mucho menos porque suene pornográfico u obsceno.
Y quiero avisar ahora que desde aquí hasta el
fina, en este capítulo, un culo es un culo. No es: ni el lugar donde termina la
espalda, ni un trasero, ni la parte de atrás, ni una nalga, ni un glúteo, ni un
agujero incógnito y turbio... Un culo es un culo.
Pido disculpas por esto, porque sé que a
algunos lectores las palabras pueden sonarles hirientes. Pero como no está
claro que significa y de dónde viene todo aquello que llamamos sexo, por unas
páginas vamos a levantar, con los que decidan seguir leyendo, las barreras que
impiden escribir algunas palabras. Y no me parecería mal que alguien saltara
hasta el próximo capítulo donde hablo de la pareja, porque hay que defenderse
de lo que a uno le molesta.
En lo cotidiano, uno no usa la expresión
“relaciones sexuales”. Hay otras palabras que tampoco usamos y que suenan
peores todavía, por ejemplo, “coito”, que suena a prequirúrjico, a barbijo, a
sin tocarse, o “cópula”, que pude hacernos pensar en un perro en una sala de
experimentos, o “pinchar” que suena demasiado guarango e incluso antiguo. La dificultad de “encamarse” es que
no termina de definir, es como mas geográfico, y respecto de “fornicar” mi tío
Fernando sigue creyendo que es una tarjeta de crédito.
Para mi hay tres maneras de referirse a la
relación sexual, que son las tres palabras que mas usamos en la Argentina.
Entonces, me gusta decir que vale la pena,
para saber de que hablamos, diferenciar entre “fifar”, “coger”, y “hacer el
amor.
FIFAR
Fifar, en nuestro slang de Buenos Aires, es
un sinónimo vulgar y simpático de tener un encuentro sexual intrascendente. Es
por definición incidental, descomprometido y de alguna forma deportivo. Es el
hecho, puro concreto y mecánico de uno que vio pasar a otro y por alguna razón
terminó en una cama.
El diálogo posible después de fifar sería:
Ella: I love you
darling.
El: ¿Lo que?.
Y nunca entendieron nada de lo que el otro
esta diciendo. Se encontraron pero no establecieron ningún vínculo, ningún
diálogo verdadero. Puede ser placentero o displacentero, pero nada mas.
Fifar es acostarse con un culo, con un auto,
con una cara atractiva, con mi propia calentura del día. El toro es sólo un
accidente, un partenaire, alguien que cumple una función para que podamos tener
un intercambio de fluidos.
COGER
En cambio, coger, que usamos coloquialmente
en la Argentina, define un algo mas. Coger es una palabra que a mi me parece
injustamente maltratada, porque se le ve como una “mala palabra” y, sin embargo
es el término que usamos cotidianamente para hablar de sexo, lo cual no es
casual.
En casi todos los idiomas del mundo, la
palabra mas popular para definir el acto sexual, la que se usa en la calle,
siempre tiene un sonido /k/, /j/ o /f/, dos o todos ellos, porque estos tres fonemas le dan a la
palabra la fuerza que tiene que tener para significar lo que representa
(“cushé”, en francés, “fuck”, en inglés, “follar” en España, “litfok”, en
hebreo).
El intercambio sexual tiene mucha historia
como para dejarlo en una palabra tibia.
Fonéticamente, “coger”, tiene esta fuerza.
Por otro lado, etimológicamente, “coger”
viene de “coligere”, que quiere decir ligar o relacionar algo entre dos, y por
lo tanto también deriva de “ligere”, que
quiere decir elegir, seleccionar. Del mismo modo que “coger” en español puro es
tomar, agarrar algo, “coger” es establecer un vínculo con aquello que yo tomo o
elijo, con aquello que he seleccionado por alguna razón.
“Coger” denota un modelo de vínculo donde no
solamente se fifa por deporte, hay mas, hay un vínculo entre las personas, algo
les pasa.
Este algo puede ser muchas cosas: afecto,
simpatía, atracción, trascendente, atracción fugaz, experiencia compartida,
etc. pero hay necesariamente un vínculo establecido.
Se puede fifar con cualquera, pero no se
puede coger con cualquiera.
Para coger, hace falta involucrarse, tener un
vínculo.
HACER EL AMOR
Hacer el amor es coger cuando el vínculo que
hay entre nosotros es el amor.
Si yo no amo, no puedo hacer el amor. Lo
puedo llamar como quiera, pero no es un acto amoroso, y como no es un acto
amoroso no es hacer el amor.
No tiene nada de malo coger sin hacer el
amor.
No es mejor hacer el amor que coger.
No es mejor coger que fifar.
Son tres cosas diferentes y ninguna es mejor
o peor que la otra.
En todo caso, sería bueno saber que estamos
haciendo en cada momento, para esclarecer lo que nos pasa. Y no creer que necesariamente para tener una actividad
sexual hace falta hacer el amor. A fin de cuentas, es una decisión personal.
Por ejemplo, yo puedo decidir que fifar, a
mi, Jorge Bucay, no me interesa mas, que no me parece divertido, que no me
alcanza. Podría decidir que el hecho de coger no me interesa mas y que me
interesa solamente hacer el amor. Y podría centrarme en esta elección. De
hecho, para mi es mucho mejor coger que fifar y es mucho mas placentero hacer
el amor que coger. Pero no por esto voy a hacer creer a los demás que lo único
que sirve, que lo único bueno, valedero y sano es el sexo que se tiene haciendo
el amor. Esto es así con mi equipaje y en mi etapa del viaje.
Decirlo de otra manera sería no sólo una
exageración sino, además, una gran mentira.
Que yo agregue cosas al hacer el amor para
hacer la relación mas completa, mas trascendente, mas intensa o mas
energéticamente movilizadora para mi, no quiere decir que coger no sea sexo ni
que fifar no sirva.
Ninguna de las tres formas excluye a la
posibilidad de disfrutar.
Uno puede comer un helado de crema.
Uno puede comer un helado de crema bañado en
chocolate.
Uno puede comer un helado de crema bañado en
chocolate y ponerle una frutilla arriba.
Suponiendo que a mi me gustan estas tres
cosas, cada vez, el helado resultante será mas rico.
Pero esto no quiere decir que el helado de
crema solo no sea un helado, que el helado sin frutilla no sea rico, etc.
A medida que pasa el tiempo, uno se va
poniendo mas exigente con su sexualidad. Como si con el correr de los años
conformara menos el mero placer y se buscara mas comprometidamente aquellos
encuentros que realmente satisfacen.
Hacer el
amor implica una conexión con el amor que no se da todo el tiempo, ni siquiera
entre dos personas que se aman.
Esto permite, por suerte, que las relaciones
sexuales con una pareja estable no sean siempre iguales permite vaivenes,
encuentros y desencuentros, distancias y aproximaciones, toda una serie de
situaciones que no tienen por que pensarse como problema.
Por supuesto, si alguien ha llegado a
conquistar la idea de hacer el amor, el día que se encuentra con que hace
tiempo solo puedo coger con su pareja, siente que algo está faltando, entonces
tendrá que plantarse dónde ha quedado aquello que conquistaron juntos.
SEXO Y REPRESIÓN
Culturalmente nos enseñan que tener sexo es
hacer el amor. Sobre todo a las mujeres. Durante muchísimos años, y todavía
hoy, aunque parezca mentira, a las mujeres, pero solo a ellas, se les enseñó
que el único sexo permitido era el que estaba ligado al amor.
Se les enseñó que tener sexo sin amor era
impertinente, sucio, feo, malo, dañino, perverso o, por lo menos, no era de
chicas bien. Así, antes de casarse podían amar a cualquiera, pero coger... con
nadie.
Con todo derecho, habrá quienes piensen que
los tiempos han cambiado, que la cosa no es tan así, que la educación de las
mujeres hoy en día es otra, que han ido evolucionando y liberándose de muchas
cosas que sus madres y sus abuelas les enseñaban.
Y es verdad.
Sin embargo, hay manifestaciones de esta
diferenciación injusta y discriminadora respecto de lo sexual que siguen sin
cambiar.
Mal que nos pese, en esta cultura y en
nuestros países seguimos educando sexualmente de manera diferente a varones y
mujeres.
Pero sobre todo, mas allá de la voluntad de
educar con igualdad, los viejos condicionamientos se siguen filtrando.
En ¿Para
que sirve un marido?. Mercedes Medrano dice algo mas o menos así:
“Yo soy una mujer soltera, tengo 40 años, soy
periodista, vivo sola, no dependo de nadie, no tengo pareja, tengo una casa, me
pago los gastos y hago lo que quiero con mi vida. Y entonces, cada vez que yo
quiero ligar con alguien (ligar en España es el equivalente de fifar) yo digo
que éste es mi derecho y que yo puedo acostarme con quien quiera porque mi
cuerpo es mío y después de todo, me digo, el placer sexual y el orgasmo me
pertenecen a mi, no tengo que rendirle cuentas ni darle explicaciones a nadie,
así que tengo por que establecer compromisos posteriores con alguien con quien
yo me vaya a la cama porque tengo la misma libertad que los hombres de hacerlo.
Así que elijo al tío que me gusta y lo invito a mi departamento y me acuesto
con el y tengo sexo sólo porque así lo decido y sólo porque mi cuerpo es mío y
me pertenece. Y me acuesto diciéndome todo esto. Y cuando me levanto,
irremediablemente... estoy enamorada”.
Ella cuenta esto para dar a entender que si
bien en teoría todo queda muy claro, la educación sexual que ella y su madre y
su abuela han recibido sigue condicionando su conducta. El aprendizaje es que
si hubo sexo, después tiene que haber amor, porque si no el producto queda como
bastardeado.
Yo no tengo nada en contra de que el amor
venga incluido. Lo que detesto es la idea de que sea imprescindible. Pero,
sobre todo, detesto la idea discriminadora de creer que hay una diferencia
entre la sexualidad de los hombres y la sexualidad de la mujer.
Por supuesto, hay una diferencia en lo
anatómico, hay una diferencia en la función o en la forma, pero así como creo
que los hombres y las mujeres tienen la misma disposición y la misma
posibilidad de crecer, de evolucionar, de decir y de pensar, creo que tienen la
misma capacidad y las mismas limitaciones en la sexualidad.
Excepto en aquellos aspectos pautados
socialmente.
Excepto en la conducta derivada de las
creencias que algunos han sembrado en nosotros y que nosotros seguimos
sosteniendo .
Hay que deshacerse de esas creencias
discriminadoras. Creo que de algunas ya
nos hemos deshecho, pero todavía quedan rastros.
Si le preguntamos a un grupo de 100 mujeres y
hombres en la Argentina si están dispuestos a admitir que su pareja alguna vez
ha tenido un desliz sin importancia, mas del 75% de las mujeres lo admitirán en
privado y menos del 10% de los hombres, aceptarán la remota posibilidad.
No hay correspondencia entre lo que creen los
hombres y lo que creen las mujeres.
Las estadísticas indican que parece mas
lícito para una mujer que para un hombre pensar que quizá su pareja haya tenido
un desliz.
La pregunta es: ¿por qué?
Por que es mas lícito para un hombre tener
aventuras.
¿Por qué pensar que un hombre podría y una mujer
no?.
Entonces... me acuerdo de cuando éramos
chicos. A los varones nos decían:
“Cogete
a todas, menos a tu novia”.
Mi
hermano tiene 5 años mas que yo. Cuando yo tenía 14 – hace
37 -, el tenía una novia, y a veces. Los viernes, mi hermano salía sin
la novia. A mi me sorprendía, no entendía porque la novia lo dejaba. Entonces
el me decía:
- Porque
yo a ella la quiero de verdad.
Y yo le
decía:
- ¿Y?.
- Y
entonces le tengo mucho respeto
- ¿Y?
- Y
entonces hay cosas que yo no voy a hacer
con ella...
Entonces
yo le decía:
- ¿Y
ella lo sabe?.
- Si.
- ¿Y no
se enoja?
- Bueno
se enojó. Pero después habló con la madre...
- ¿Y?.
- Y
entonces la madre le dijo que ella no tenía que enojarse, que al contrario, es
demostraba que yo era un buen muchacho.
Esto, créanme, es verdad, literalmente pasó
(y prefiero pensar que ya no pasa).
Entonces, las madres de aquellas novias de mi
hermano o mías les enseñaban a sus hijas que los hombres teníamos ciertas
“necesidades fisiológicas”.
Se entiende que esto no tiene ningún asidero
en lo real, no hay un solo libro de medicina que hable de esto, pero algún
varón piola un día lo inventó y calzó tan bien, que como las chicas no podían
tener relaciones antes del matrimonio, avalaban que los chicos tuvieran sus
aventuras por ahí.
Claro, las chicas preguntaban: “¿Y nosotras
no tenemos necesidad fisiológica?”, porque sentían cosas. Y las madres, claro,
les explicaban que no tenían. ¿Por qué no tenían?. Porque tenían... ¡el alivio
de la menstruación!.
¡Que infames!, suena – y es – de terror, pero
este argumento fue parte del concepto educativo hasta hace 20 años. Se decía
que la menstruación era un alivio porque “depuraba la sangre”, y entonces con
la sangre depurada de toxinas las mujeres no tenían “esos” deseos. Como el hombre
no tenía esta depuración de la menstruación, entonces tenía que resolver su
incontenible necesidad fisiológica, porque si no la resolvía... ¡le dolían los
testículos!.
Y lo peor de todo es que el mundo entero
creía esto, ¡inclusive los hombres!, que nos montábamos en la historia de que
nos dolía, que nos apretaba, que hace mucho que no...
Esto parece absurdo hoy, sin embargo, la
impronta se mantiene. Esto es lo grave.
Nosotros que sabemos que no es así, seguimos
funcionando como si así fuera, permitiéndoles algunas licencias a los hombres
como si tuvieran la necesidad fisiológica y no permitiéndoselas a algunas
mujeres como si tuvieran el alivio de la menstruación.
Y no es que el dolor testicular no exista,
sino que era una historia planteada por los hombres.
Después de un round de caricias subidas de
tono (franelas, como se decía entonces), el varón decía: “¡No me vas a dejar
así!”.
¿Y ella?. ¿Por qué ella no decía “No me vas a
dejar así”?. Como si ella no sintiera nada... ¿Qué pasaba con el “así” de ella?
Esta historia espantosa condiciona nuestra
creencia hasta tal punto que seguimos diferenciando la sexualidad entre hombres
y mujeres, diciéndoles a nuestras hijas
que las mujeres tienen mas que perder.
Escucho estas frases y me parece increíble
que la educación represiva de hace mas de 50 años siga causando estragos.
La educación ha cambiado, es cierto, estas
cosas no se escuchan en verdad, los jóvenes mismos son mas sanos, sin lugar a
dudas. Y sin embargo, hace falta admitir con humildad que nuestra ignorancia
pasada influye todavía en nuestras vidas.
En los hechos concretos, la iniciación sexual
de los jóvenes de hoy está muy lejos de ser la espantosa iniciación sexual que
teníamos nosotros.
Un tío amigo nos llevaba para que
“debutáramos” con una de las chicas “de
vida ligera” como decían ellos. Parecía algo importante, porque ahí uno se
graduaba de hombre y el tío se quedaba tranquilo, y convencido de que uno no
era puto, cosa que era fundamental demostrar. Entonces el tío iba a ver al
viejo de uno y le decía: “Ya está”. Y el padre de uno entendía que se podía
quedar tranquilo. Porque... “Dios no permita”.
En fin, el debut del hijo varón era un placer
y un alivio para la familia, porque significaba la certeza de que el chico no
iba a ser homosexual, pero para el, en general, era una porquería.
En mi barrio había que hacerlo antes de los
18, porque de lo contrario no quedaba otra que mentir mucho. Después me enteré
de que no era el único que mentía...
A nadie se lo ocurría iniciar a ninguna mujer, y mucho menos hacer
un festejo.
Hoy en día, un nuestros hogares, cuando la
nena viene a hablar de esto, los padres “modernos y psicologizados” dicen
solemnemente.
“Ajá...
¿Lo pensaste bien, no?. Porque mira que...”
pero no hay placer ni festejo por la hija que
inició su vida sexual, ni siquiera alivio.
Seguimos
educando como si la sexualidad fuera diferente para mujeres y varones.
Y esto es manejado por una estructura
machista de pensamiento.
Mal que nos pese, aunque intentemos superar
esta mirada y luchar juntos, hombres y mujeres, por el pie de igualdad respecto
de muchas cosas, incluidas la liberación que significa poder decidir sobre
nuestra vida sexual, no lo estamos haciendo.
Esta enseñanza no es producto de una
inocencia de la cultura, ni producto de enaltecer la sexualidad, sino que tuvo
en su origen un sentido específico: fortalecer la monogamia, o mejor dicho, la
fidelidad, sobre todo en las mujeres.
Porque si a ella le enseñaron que se ama una
sola vez en la vida y para siempre como vimos antes y el sexo se puede tener
solamente cuando se ama, el resultado es una garantía absoluta de fidelidad. Es
decir, la mujer no puede coger con nadie, salvo con su marido.
Por el contrario, como al hombre le enseñaron
que el sexo y el amor son cosas distintas, bien puede creer que se ama una sola
vez en la vida y para siempre, pero esto no le impide irse a coger con quien
quiera. Y si encima aprendió que la esposa debe ser casta, pura y angelical...
entonces puede terminar cogiendo con todas menos con su mujer.
A favor del conflicto edípico, el
psicoanálisis explica que eróticamente uno está inevitablemente conectado a su
mamá. Cuando el chico tiene cuatro años, esto no es problema, pero después
cuando cumple doce, empieza a serlo. Porque si hay un tabú generalizado en
todas las culturas, es este: con la madre no se coge. Con el padre,
algunas culturas dicen que si, con los hermanos y los primos también, pero con
la madre está prohibido en todas las culturas de todos los tiempos. Entonces,
uno se da cuenta solito de que su deseo está mal, que no se hace. ¿Qué pasa con
este pequeño caballerito de doce años que quiere cogerse a su madre?. En el
mejor de los casos, se identifica con su papá y le dice internamente: “Cogétela
vos, papi, que lo hacés bien”, y se siente tranquilo. Pero no siempre es tan
fácil. Lo cierto es que tiene que hacer algo con su deseo que no sea
estrictamente cogerse a la madre.
Y lo que en general hace es tomar esta imagen
de mujer única que es la madre y dividirla en dos imágenes antagónicas: una, la
mujer santa, casta, pura y angelical, que
representa a la madre, con la cual, por supuesto, no se coge. Y otra, la
mujer puta (no la que cobra, sino la que goza) para disfrutar, con la cual se
coge, absolutamente, de hecho está para eso.
Casi todos los hombres llegamos al mundo sexual adulto con esta imagen dividida. Las
mujeres pertenecen a dos grupos: madres y putas. Cuando un varón busca a una
chica para coger, sabe dónde encontrarla. Cuando busca a una chica para formar
pareja y casarse, recurre al grupo de madres. Entonces sucede algo que parece
lógico pero que a el lo asombra:
No sabe por que, no tiene ganas de coger con
ella.
¡Quiero coger con todas las demás menos con
la que eligió!
Y es lógico, porque fue elegida sobre la
impronta del aspecto amado de su mamá.
El 70% de los tipos que están en pareja y
tienen un vínculo estable con esa mujer que eligieron y que les resulta bárbara
para estar en pareja, tienen que salir a putanear por ahí porque las que
realmente los calientan son las otras.
Y para agravar este asunto, las madres les
han enseñado a las hijas que hay que ser casta y pura, no puta.
¿Cómo resolvemos esa conducta disociada de un
modo saludable?. Encontrando a una mujer cuya actitud personal tenga tales
características que nos permitan volver a unir las imágenes que alguna vez
separamos. Esto es, una mujer que pueda sumar los aspectos de los dos grupos
arquetípicos: el de las madres y el de las putas.
Dicen un
paciente mío que cuando uno tiene una mujer capaz de ser madre y de ser puta,
tiene una mujer de puta madre,
Y es cierto y es maravilloso, no sólo para
ese hombre.
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