El Código de la Familia
Nicaragüense en el Capítulo VI. Artículo
78 define: La unión de hecho como el
acuerdo voluntario entre un hombre y una mujer que, "sin impe-dimento
legal para contraer matrimonio, libremente hacen vida en común de manera
estable, notoria y singular mantenida al menos por dos años
consecutivamente".
En cambio el Código de
Derecho Canónico define el matrimonio como la alianza por la cual el hombre y
la mujer constituyen un consorcio para toda la vida, ordenado por su misma
índole natural al bien de los cónyuges y
a la generación y educación de la prole (Código de Derecho Canónico Título
VII # 1055 n°1).
Uno
de los grandes retos que enfrenta el matrimonio, es las llamadas “Uniones de
hecho” este fenómeno está adquiriendo en la sociedad nicaragüense una relativa prominencia, ante los nuevos
planteamientos que interpelan la conciencia de los matrimonios y las familias
cristianas hoy en día, con el número creciente de las uniones de hecho, estas
están alcanzando en el conjunto de la sociedad con la consiguiente
consideración para la estabilidad del matrimonio que ello comporta. La Iglesia
no debe dejar de iluminar en este contexto
la realidad por la que a traviesan los matrimonios, por medio del
discernimiento a través de los signos de los tiempos.
El
reconocimiento de la unión de hecho estable atentaría contra la identidad del
matrimonio y el grave deterioro que traería consigo para la familia y la misma sociedad. “La unión de hecho” excluye múltiples
realidades humanas, este pensamiento ve al matrimonio como un elemento de
convivencias sexuales, las uniones de hecho sus características esencial son: ignorar, y
rechazar el compromiso conyugal.
Con el
matrimonio se asumen públicamente, mediante el pacto de amor conyugal, todas
las responsabilidades que nacen del vínculo establecido. De esta asunción
pública de responsabilidades resulta un bien no sólo para los propios cónyuges
y los hijos en su crecimiento afectivo y formativo, sino también para los otros
miembros de la familia. De este modo, la familia fundada en el matrimonio es un
bien fundamental y precioso para la entera sociedad, cuyo entramado más firme
se asienta sobre los valores que se despliegan en las relaciones familiares,
que encuentra su garantía en el matrimonio estable. El bien generado por el
matrimonio es básico para la misma Iglesia, que reconoce en la familia la
Iglesia doméstica.
Con el
pretexto de regular un marco de convivencia social y jurídica, se intenta
justificar el reconocimiento institucional de las uniones de hecho. De este
modo, las uniones de hecho se convierten en institución y se sancionan legislativamente
derechos y deberes en detrimento de la familia fundada en el matrimonio. Las
uniones de hecho quedan en un nivel jurídico similar al del matrimonio. Se
califica públicamente de «bien» dicha convivencia, elevándola a una condición
similar, o incluso equiparándola al matrimonio, en perjuicio de la verdad y de
la justicia. Con ello se contribuye de manera muy acusada al deterioro de esta
institución natural, completamente vital, básica y necesaria para todo el
cuerpo social, que es el matrimonio.
Ante los
nuevos planteamientos constitutivos de las uniones de hecho, es necesario tener
presente que no todas las uniones de hecho tienen el mismo alcance social, ni
las mismas motivaciones, entre las motivaciones que se pueden encontrar en este
tipo de matrimonios están: La cohabitación acompañada de relación sexual, este
es un elemento primordial que la distingue de otros tipos de convivencias, y de
una relativa tendencia a la estabilidad. Las uniones de hecho no comportan
derechos y deberes matrimoniales, ni pretenden una estabilidad basada en el
vínculo matrimonial. Es característica la firme reivindicación de no haber
asumido vínculo alguno. La inestabilidad constante debido a la posibilidad de
interrupción de la convivencia en común es, en consecuencia, característica de
las uniones de hecho. Hay también un cierto «compromiso», más o menos
explícito, de «fidelidad» recíproca, por así llamarla, mientras dure la
relación.
En algunas
uniones de hecho es evidente que la elección es firme y decidida, ya que ésta
aprueba y condiciona la experiencia de una unión sin vínculo matrimonial.
Con base a
estos elementos se puede resaltar la
desconfianza hacia la institución matrimonial que nace a veces de la
experiencia negativa de las personas traumatizadas por un divorcio anterior, o
por el divorcio de sus padres. Este preocupante fenómeno comienza a ser
socialmente relevante en los países más desarrollados económicamente. En la
actualidad el matrimonio ha perdido la verdadera naturaleza del amor humano, de
la oblatividad nobleza y belleza en la constancia y fidelidad de las relaciones
humanas.
Entiéndase
amor oblativo, al amor que tiene la capacidad de entregarlo todo, hasta la
propia vida. Además el amor oblativo es
la perfección hacia el amor, es decir al amor, que da inicio por el amor a uno
mismo, luego nos capacita para amar a los otros y, de esa manera amar a todos, inclusive
a nuestros enemigos. Es apropiado señalar los motivos personales y culturales por los
que se ven influenciadas las personas que optan por la unión de hecho. Es importante preguntarse los motivos profundos
por los que la cultura contemporánea asiste a una crisis del matrimonio, tanto
en su dimensión religiosa como en aquella civil, y al intento de reconocimiento
y equiparación de las uniones de hecho. Razones económicas, sociales,
culturales, religiosas, poca conciencia de identidad familiar y la convivencia
bajo un mismo techo, pero viviendo como dos extraños.
Los
matrimonios deben tener presente ante
este fenómeno (Unión de hecho) hay que fundamentar la familia, en el diálogo,
tolerancia, respeto, libertad y donación recíproca base esencial del bien común
que es la institución del matrimonio. El matrimonio y la familia son un bien
social de primer orden: La familia expresa siempre una nueva dimensión del bien
para los hombres, y por esto suscita una nueva responsabilidad. Se trata de la
responsabilidad por aquel singular bien común en el cual se encuentra el bien
del hombre: el bien de cada miembro de la comunidad familiar; es un bien
ciertamente 'difícil' pero atractivo. No todos los cónyuges ni todas las
familias desarrollan completamente el bien personal y social posible, de ahí
que la sociedad deba corresponder poniendo a su alcance del modo más accesible
los medios para facilitar el desarrollo de sus valores propios, conviene hacer
esfuerzos posibles para que la familia sea reconocida como sociedad primordial
y, en cierto modo, “soberana”. Su “soberanía” es indispensable para el
desarrollo y bien de la sociedad. Ella existe antes que el Estado o cualquier
otra comunidad y posee derechos inalienables. Porque el hacerse esposa o esposo
pertenece al ámbito del ser -y no del mero obrar- la dignidad de este nuevo
signo de identidad personal tiene derecho a su reconocimiento público y que la
sociedad corresponda como merece el bien que constituye.
Por otra
parte, el matrimonio constituye el ámbito de por sí más humano y humanizador en
la acogida y desarrollo de los hijos: donde se brinde seguridad afectiva, garantía de amor, mayor unidad y continuidad
en el proceso de integración social y de educación. La unión entre madre y
padre requieren que el hijo sea acogido en una familia que le garantice,
valores, acogida, desarrollo humano, educación, y sobre todo la presencia de
ambos padres, de esa manera se contribuirá a los nuevos retos, planes y
desafíos por los que atraviesan las familias.
Vivimos en una
sociedad altamente competitiva en lo académico y laboral, donde lo que no sirve se reemplaza, esto
ha llevado a las parejas a emplear este modo de vida a su situación
sentimental, por ende, los matrimonios tienen fecha de caducidad y las uniones
de hecho parecen estar “de moda”.
La unión de hecho se convierte en una posibilidad latente para
quienes buscan una pareja sin las formalidades, compromisos y juramentos que el
matrimonio implica. “Somos una sociedad más desechable. Por ejemplo: cuando el
joven llega a casarse, lleva esta estructura al matrimonio, ahora dicen ya no
me sirves, ya no funcionas, y reemplazan rápido a sus parejas”.
En el matrimonio se debe tomar en consideración que después del amor a
Dios, el amor conyugal es la máxima amistad, es una unión que tiene todas las
características de una buena amistad, búsqueda del bien del otro, reciprocidad,
intimidad, ternura, estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va
construyendo con la vida compartida, quien está enamorado no se plantea que esa
relación pueda ser solo por un tiempo transitorio, quien vive intensamente la
alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la
celebración de una unión llena de amor aunque frágil , esperan que pueda
perdurar en el tiempo; los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino
que sean fieles y sigan siempre juntos.
En la actualidad el matrimonio debe fundamentarse en el amor, y la
aceptación como un desafío que requiere lucha, renovación, comprensión para
empezar siempre de nuevo hasta la muerte, no ceder ante la cultura del descarte
o lo provisorio, todos estos elementos contribuirán a un continuo proceso de
crecimiento. Los matrimonios deben sobrepasar y atravesar todas las pruebas
sobre todo mantenerse fiel en contra de todo, esto conlleva el don de la gracia
que lo fortalece y eleva.
Ante
cierto dominio de culturas radicales (Ideologías de géneros) a la que se ve
amenazada la institución familiar (matrimonios), hay que tener presente que lo
que da identidad, valor, exigencia y estabilidad en relación a la familia es el
matrimonio entre hombre y mujer, es decir la estabilidad se basa en la
expresión y confirmación de la perspectiva de procreación y educación de los
hijos que será de beneficio para toda la sociedad.
Sin embargo debemos ser respetuosos en cuanto al mandato de
Dios en la preservación de la especie, pero dadas las circunstancias, la
humanidad en el Siglo XXI debería de tener madurez, equilibrio emocional,
respeto sobre todo a aquellas personas que como dice el Papas Francisco: “Si viene algún homosexual y tiene buena
voluntad, quién soy yo para juzgarlo", sabias palabras de un erudito,
de alguien con un nivel profesional y académico de altura. No estamos
tratando de justificar los desórdenes que algunos miembros de la
"comunidad", tienen y practican sino de que haya una mejor comunicación
en la sociedad.
Es evidente, que la familia iglesia doméstica, como madre y
maestra debe proporcionar y facilitar los recursos para las personas que conviven
con personas de su mismo sexo, vivan de
acuerdo al plan y voluntad de Dios. Es Él y nadie más que tiene la
autoridad de juzgar, premiar, redimir o condenar a cada ser humano, en su
infinito amor de Padre.