CAPÍTULO
5. EQUIPAMIENTO
La
discriminación
es el odioso punto de partida de este tramo del camino. Palabra grave y
complicada si las hay, porque evoca desprecio, racismo, exclusión de los otros.
Sin
embargo, no es éste el único sentido que tiene la palabra, no es éste el
sentido en el que la uso; hablo de discriminación en cuanto a conciencia de
otredad. Es decir, la capacidad de discriminarse o, si suena menos lesivo,
distinguirse de los otros que no son yo.
Saber
que hay una diferencia entre lo que llamo yo y el no-yo.
Que
vos sos quien sos y yo soy quien soy.
Que
somos una misma cosa, pero no somos la misma cosa.
Que
no soy la misma cosa que vos, que soy otro.
Que
no soy idéntico a vos y que vos no sos idéntico a mí.
Que
somos diferentes. A veces muy diferentes.
Esto
es lo que llamo conciencia de otredad o capacidad de autodiscriminarse.
Y
debo empezar por allí, porque así empezó nuestra historia.
Nacimos
creyendo que el universo era parte de nosotros, en plena relación simbiótica,
sin tener la más mínima noción de límite entre lo interno y lo externo.
Durante
esta “fusión” (como la llama Winnicott), mamá, la cuna, los juguetes, la pieza
y el alimento no eran para nosotros más que una prolongación indisoluble de
nuestro cuerpo.
Sin
necesidad de que nadie nos lo enseñe directa-mente, dice el mismo Winnicott que
la “capacidad innata de desarrollo y de maduración” con la que nacimos nos
llevará a un profundo dolor (posible-mente el primero): el darnos cuenta, a la
temprana edad de siete u ocho meses, que esa fusión era sólo ilusión. Mamá no
aparecía con sólo desearlo, el chiche buscado no se materializaba al pensarlo,
el alimento no estaba siempre disponible.
Tuvimos
que asumir en contra de nuestro deseo narcisista que entre todo y nosotros
había una distan-cia, una barrera, un límite, materializado en lo que
aprendimos después a llamar nuestra propia piel.
Aprendimos
sin quererlo la diferencia entre el adentro y el afuera.
Aprendimos
a diferenciar entre fantasía y realidad.
Aprendimos
a esperar y, por supuesto, a tolerar la frustración.
Pasamos
del vínculo indiscriminado e ilusoriamente omnipotente a la autodiscriminación
y el proceso de individuación.
Una
vez que puedo separarme comienzo progresivamente a construir lo que los
técnicos llaman mi identidad, el self, el yo.
Aprendo
a no confundirme con el otro, a no creer que el otro siente o debe sentir
necesariamente igual que yo, los demás no piensan ni deben pensar como yo. Que
el otro no está en este mundo para satisfacer mis deseos ni para llenar mis
expectativas.
Discriminado,
confirmo definitivamente que yo soy yo y vos sos vos.
Recién
entonces puedo avanzar en este tramo para tomar la dirección del
autoconocimiento.
Y
digo tomar la dirección, no conquistar. Porque saber que vos no sos yo y que yo
no soy vos no alcanza para saber quién soy. La autodiscriminación es necesaria,
pero no es suficiente.
Acceso al autoconocimiento
El
autoconocimiento consiste, sobre todo, en ocuparme de
trabajar
sobre mí para llegar a descubrir —más que construir— quién soy, tener claro
cuáles son mis fortalezas y cuáles mis debilidades, qué es lo que me gusta y
qué es lo que no me gusta, qué es lo que quiero y qué es lo que no quiero.
El
“conócete a ti mismo” es uno de los planteos más clásicos y arquetípicos de los
pensadores de todos los tiempos. El asunto —de por sí desafiante— es en verdad
muy difícil, y está en el origen de una gran cantidad de planteos filosóficos,
existenciales, mora-les, éticos, antropológicos, psicológicos, etc.
Tomar
conciencia de quién soy es, para mí, el resultado de una desprejuiciada mirada
activamente dirigida hacia adentro para poder reconocerme.
Este
reconocimiento de quién soy adquiere aquí el sentido de saberse uno mismo, no
el de las cosas que pienso o creo que soy.
Porque
hay una diferencia importante entre creer y saber.
Pensemos.
Si digo: “Yo creo que mañana vuelvo a Buenos Aires”, necesariamente estoy
admitiendo que pueden pasar cosas en el medio, que acaso algo me lo impida.
Pero si digo: “Yo sé que mañana va a salir el sol”, tengo certeza de que va a
ser así. Aunque el día amanezca nublado,
mañana va a salir el sol. Lo sé.
Siempre
que digo “sé” estoy hablando de una convicción que no requiere prueba ni
demostración.
Cuando
digo “creo” apuesto con firmeza a eso que creo.
En
cambio, cuando digo “sé”, no hay apuesta.
Claro,
uno puede saber y puede equivocarse, puede darse cuenta que no sabía, que creía
que sabía y aseguraba que era así con la firmeza y la convicción para decir
“sé” y descubrir más tarde el error cometido. No hay contradicción; cuando yo
hablo de “saber” me refiero a esa convicción, no al acierto de la aseveración.
El
autoconocimiento es la convicción de saber que uno es como es.
Y
como dije, esto implica mucho trabajo personal con uno mismo.
¿Cuánto?
Depende de las personas, pero de todos modos, siempre estamos sabiéndonos un
poco más.
A
mí me llevó mucho tiempo y mucho trabajo empezar a saber quién era (debe ser
por la gran superficie corporal para recorrer...). Otros lo hacen más rápido.
Pero no es algo que se haga en una semana.
Hay
que trabajar con uno.
Hay
que observarse mucho.
Evidentemente,
esto no quiere decir que haya que mirarse todo el tiempo, pero sí mirarse en
soledad y en interacción, en el despertar de cada día y en el momento de cerrar
los ojos cada noche, en los momentos más difíciles y en los más sencillos.
Mirar
lo mejor y lo peor de mí mismo.
Mirarme
cuando me miro y ver cómo soy a los ojos de otros que también me miran.
Mirarme
en la relación con los demás y en la manera de relacionarme conmigo mismo.
Misteriosamente,
para saber quién soy, hace falta poder escuchar.
Uno
puede mirarse las manos, el dorso y el anverso; uno puede, con un poco de
esfuerzo, mirarse los co-dos o los talones; algunos la planta del pie. Pero hay
partes de uno que nos definen, como por ejemplo la cara, que nunca podremos ver
a ojo desnudo. Para verla necesitamos un espejo, y el espejo de lo que somos es
el otro, el espejo es el vínculo con los demás.
Cuanto
más cercano y comprometido es el vínculo, más agudo, cruel y detallista el
espejo.
Decimos
con Silvia Salinas en Amarse con los ojos abiertos que el mejor espejo es tu pareja, el que te
refleja con más claridad y más precisión.
Pero
más allá de tu pareja, hay miles y miles de espejos en los cuales te mirás para
saber quién sos. Estos espejos no deben configurar tu identidad, pero pueden
ayudar a que vos completes tu imagen.
Si
todo el mundo me dice que soy muy agresivo, yo no puedo vivir gritando: “¡No,
el agresivo sos vos!”, sin si-quiera preguntarme qué hay de cierto en este
comentario.
No
digo aceptar de entrada toda observación, venga de quien venga. Pero sí
preguntarnos si aquello que nuestros amigos nos dicen no tiene algo de cierto,
aunque no lo podamos percibir a simple vista.
Es
muy gracioso cómo uno puede no escuchar lo que el otro dice.
Si
todos me dicen que estoy muy gordo, será bueno considerar esta observación.
Para
poder sabernos, es necesario mirarnos mucho y es-cuchar mucho lo que los otros
ven en nosotros.
Y
para poder escuchar, es decir, para que el otro pueda hablar, hace falta que
uno se anime a mostrarse.
Así,
transitar la senda del autoconocimiento implica que yo me anime a mostrarme tal
como soy, sin esconderme, sin personajes, sin turbiedades, sin engaños, y que
participe del feedback generado por haberte mostrado lo que soy.
Cuanto
más te muestre de mí y más te escuche, más voy a
saber
de mí.
Y
cuanto más sepa de mí, de mejores maneras voy a estar a cargo de mi persona.
Y
cuanto mejor esté a cargo de mi persona, menos dependiente seré del afuera.
“¿No
es una contradicción? ¿Escuchando tanto no me vuelvo más dependiente?”
No,
no es ninguna contradicción.
Es
un aprendizaje del camino.
Nunca dependiendo de
la palabra de los otros, pero
siempre escuchándola.
Nunca obedeciendo el
consejo de los demás, pero siempre teniéndolo en cuenta.
Nunca pendiente de la
opinión del afuera, pero siempre registrándola con claridad.
Un
hombre trabaja en el jardín de su casa.
Un
joven pasa en moto y le grita:
—¡¡Cornuuuuudoooo!!
El
hombre gira lentamente la cabeza y ve alejarse al joven en su moto a toda
velocidad.
Sigue
con su trabajo y, a los cinco minutos, el mismo joven pasa en la moto y le grita:
—¡¡Cornuuuuudoooo!!
El
hombre levanta rápidamente la vista para ver alejarse, otra vez, la espalda del
motociclista.
Menea
la cabeza de lado a lado y, con la frente gacha, entra en la casa. Va hasta la
cocina y encuentra a su esposa que está cortando unas verduras. Le pregunta:
—¿Vos
andás en algo raro, che?
—¿A
qué viene eso? —pregunta la esposa.
—No,
lo que pasa es que hay un tipo que a cada rato pasa en una moto y me grita
cornudo y entonces...
—¿Y
vos le vas a prestar atención a lo que cualquier idiota desconocido te grite?
—Tenés
razón, querida, disculpame...
Le
da un beso en la mejilla y vuelve al jardín.
A
los diez minutos, pasa el de la moto y le grita:
—¡¡¡Cornudo
y alcahueteeeeeee!!!
No
hay caso. Hay que escuchar.
Para
transitar el camino de la autodependencia, debo darme cuenta en esta etapa que
con un solo espejo donde mirarme no alcanza; tengo que acostumbrarme a mirarme
en todos los espejos que pueda encontrar.
Y
es cierto que algunos espejos me muestran feo.
Un
hombre camina por un sendero y encuentra al costado, sobre la hierba, un espejo
abandonado.
Lo
levanta, lo mira y dice:
“Qué
horrible, con razón lo tiraron”.
El
primer paso en el camino del crecimiento es volverse un valiente conocedor de
uno mismo. Un conocedor de lo peor y lo mejor de mí.
Cuando
yo hablo de esto, mucha gente me pregunta si ocuparse tanto tiempo de conocerse
no es demasiado individualista.
Yo
creo que no, aunque confieso que mi desacuerdo se dirige más a la palabra
“demasiado” que a la palabra “individualista”. Porque individualista sí soy, y
encima ni me avergüenzo.
Por
mi parte, estoy convencido de que solamente si me conozco voy a poder transitar
el espacio de aportarte a vos lo mejor que tengo.
Solamente
conociéndome puedo pensar en vos.
Creo
que es imposible que yo me ocupe de conocerte a vos antes de ocuparme de mí.
Es
innegable que yo voy a poder ayudar más cuanto más sepa de mí, cuanto más
camino tenga recorrido, cuanta más experiencia tenga, cuantas más veces me haya
pasado lo que hoy te pasa.
Por
supuesto, hay miles de historias de vida de personas que han ayudado a otra
gente sin ningún conocimiento, con absoluta ignorancia y portando como única
herramienta el corazón abierto entre las manos. Son los héroes de lo cotidiano.
Es
verdad. No todo es la cabeza, no todo es el conocimiento que se tiene de las
cosas. Saberme no es imprescindible para poder ayudar, sin embargo, suma.
Y
yo sigo apostando a sumar.
Sigo
creyendo que es muy difícil dar lo que no se tiene.
Darse cuenta
Mi
idea del autoconocimiento empieza por recordar que:
No
es que uno tenga un cuerpo, sino que uno es un cuerpo.
No
es que uno tenga emociones, sino que uno es las emociones que siente.
No
es que uno tenga una manera de pensar, sino que uno es su manera de pensar.
En
definitiva, que cada uno de nosotros es sus pensamientos, sus sentimientos, su
propio cuerpo y es, al mismo tiempo, algo más: su esencia.
Cada
uno de nosotros debe saber que es todo aquello que la alegoría del carruaje nos
ayuda a integrar.
Si
pretendo saberme, debo empezar por mirarme con una mirada ingenua.
Sin
prejuicios, sin partir desde ningún preconcepto de cómo debería yo ser.
Nunca
podré saberme si me busco desde la mirada crítica.
Es
bastante común y, digo yo, bastante siniestro, analizar
nuestras
acciones y pensamientos con frases del estilo:
“¡Qué
tarado que soy!”
“Tendría
que haberme dado cuenta...”
“¿Cómo
puedo ser tan estúpido?”
“¡¡Me
quiero matar!!”
Etc.,
etc.
Yo
digo que si uno pudiera transformar eso en una actitud más aceptadora, más
cuidadosa, si uno pudiera decir:
“Me
equivoqué. La próxima vez puedo tratar de hacerlo mejor...”
“Quizá
sea bueno tomar nota de esto...”
“Lo
hice demasiado a la ligera, mi ansiedad a veces no me sirve...”
“De
aquí en adelante voy a buscar otras alternativas...”
Entonces
los cambios serían paradójicamente más posibles.
Nadie
hace un cambio desde la exigencia.
Nadie
se modifica de verdad por el miedo.
Nadie
crece desde la represión.
Qué
bueno sería dejar de estar ahí, criticones y reprochadores...
Este
es el único camino porque, en realidad, yo voy a tener que estar conmigo por el
resto de mi vida, me guste o no. Corta o larga, mucha o poca, es mi vida, y voy
a tener que estar a mi lado.
La
palabra amigo se deriva de la suma de tres monosílabos:
a-me-cum.
Aquel
que está al lado, conmigo.
Qué
bueno sería enrolarnos en esa lista.
Ya
que voy a estar conmigo para siempre, qué bueno sería, entonces, ponerme
conscientemente de mi lado...
Ya
que estoy conmigo desde el principio y nadie sabe más de mí que yo (nadie, ni
siquiera mi terapeuta), qué bueno sería ser un buen amigo de mí mismo, estar al
lado mío haciendo y pensando en lo mejor para mí.
Querer
hacer de mí mismo algo diferente de lo que soy no es el camino de saberse, es
el camino de cambiarse. Y te digo desde ya lo que alguna vez repetiré más
extensamente: intentar cambiarse no construye, es el camino equivocado, es un
desvío, es una pérdida del rumbo.
El
camino de saberse empieza en aceptar que soy este que soy, y trabajar partiendo
de lo que voy descubriendo para ver qué voy a hacer conmigo, para ver cómo hago
para ser mejor yo mismo, si es que me gusta ser mejor, pero sabiendo que está
bien ser como soy, y en todo caso, estará mejor si puedo asistir a ese cambio.
A
veces el cambio es explorar una ruta que nadie antes ha recorrido.
Permítanme
poner como ejemplo mi propia experiencia en un área quizás poco trascendente,
pero que me servirá como ejemplo:
En
mi propio camino de autoconocimiento, me di cuenta que la gente se fastidiaba
conmigo cuando yo no sabía contestar a la simple pregunta: “¿A qué te
dedicás?”.
No
me sentía cómodo diciendo médico, ni psiquiatra, ni psicoanalista, ni
psicoterapeuta. Así que descartaba todos esos calificativos.
Si
bien tengo título de Médico, un médico es alguien que cura a la gente, y
hace mucho comprendí que, por lo menos yo, nunca curé a nadie (cuanto mucho,
alguien se curó a sí mismo al lado mío).
Psiquiatra
ya no soy, porque un médico psiquiatra es alguien que se dedica a trabajar con
enfermedades psiquiátricas, y si bien me entrené en la especialidad y trabajé
durante más de diez años en hospitales e instituciones psiquiátricas como
médico de planta, hace mucho tiempo que ya no lo hago.
Psicoanalista
nunca llegué a ser porque en ningún momento apoyé mi trabajo en esa escuela: el
psicoanálisis.
Psicoterapeuta
podría ser, pero tampoco me dedico a hacer todo el tiempo psicoterapia, y
encima la palabra terapeuta se refiere a la atención de los enfermos y yo
trabajo más tiempo con pacientes sanos que con enfermos que sufren.
¿Qué
hacer?
Mirar.
Mirarme. Darme cuenta que aquello que yo sabía de mí no se correspondía con
ninguna profesión que yo conociera y aceptar que no podía definir mi trabajo
con alguna de las palabras mencionadas que los demás se ocupaban de colgar de
mí. Pero escuchaba su reclamo y su necesidad de saber a qué me dedicaba.
Esta
demanda me ayudó a saber que también yo necesitaba definirme.
Ya
me había discriminado, no era lo que los demás eran, pero ¿qué era?
Así
que tuve que buscar una nueva manera de definirme.
Y
la encontré: ayudador profesional.
Lo
de ayudador por la ayuda, y lo de profesional porque estoy
entrenado para el trabajo y cobro por hacerlo. No tiene que ver con ninguna
otra cosa, no es porque “profese” alguna doctrina, sino porque dicho en buen
romance, de eso vivo.
Algunos
colegas critican mi definición porque opinan que la palabra ayudador no
suena muy formal (ellos también se discriminan de mí, ¡¡bravo!!), y la verdad
es que no es una opinión tan errada, sobre todo en la medida en que yo me ocupo
arduamente de no ser formal.
Por
otra parte, aunque a la gente no le guste, a mí me parece hermosa la palabra ayudador,
creo que tiene mucho que ver con mi postura sobre el sentido de trabajar en
salud mental.
El
modelo gestáltico de terapia fue inventado por Fritz Perls.
Al
principio de su carrera, Perls empezó diciendo que él no podía curar a los
pacientes y que, en lugar de la curación, él solamente podía ofrecerles el
amor, que todo lo demás lo tenían que hacer solos. Más adelante les dijo que lo
único que podía darles era herramientas, algunos recursos para que ellos se
curaran a sí mismos.
En
los últimos años de Esalem, cuando los pacientes lo iban a ver, Fritz les
decía:
“Yo
no tengo los recursos, y no tengo más amor para darte, no puedo darte ninguna
cosa que no sepas, ni quiero hacerme responsable de tu sanación, lo único que
puedo ofrecerte es un lugar donde vos, solo, vayas aprendiendo a ayudarte.”
Esta
idea me parece muy importante y muy fuerte, porque a partir de allí, el vínculo
que se establece entre el profesional y el paciente es nada más (y nada menos)
que una herramienta para que éste se ayude a sí mismo.
A
esto me refiero cuando digo que soy ayudador profesional.
Mi
profesión consiste en ofrecer ayuda a otros a partir de haber leído algunas
cosas que ellos no han leído ni experimentado. Esto es en realidad lo único que
hago, ayudar a que te cures, a que crezcas, a que madures, a que te mires. Esto
no es ni mucho ni poco, no lo digo con vanidad ni con modestia, lo digo porque
de verdad creo que es así.
A
partir de esto que digo, a veces se me pregunta si puede considerarse
terapéutico hablar sobre los problemas de uno con un amigo.
Yo
creo que sí. Estoy seguro de que una charla con un buen amigo puede ser muy
terapéutica. En todo caso, lo triste es pensar que a veces alguien pueda llegar
a un consultorio terapéutico porque no tiene amigos.
¿Quiere
decir que los terapeutas no hacen falta?
No,
en muchos casos, el lugar del psicoterapeuta no puede ser reemplazado por un
amigo, así como los amigos cumplen funciones que no pueden ser reemplazadas por
un terapeuta.
Y
esta especificidad no tiene nada que ver con la supuesta objetividad del
terapeuta, nadie es objetivo. No se engañen ni se dejen engañar. Para tener una
visión objetiva tendríamos que ser un objeto. Si uno es un sujeto está
condenado a dar solamente su propia visión subjetiva.
Por
lo tanto, lo que un terapeuta, un ayudador, un psicólogo o un analista pueden
dar es una mirada subjetiva desde el lugar de terapeutas, y éste es un lugar
diseñado en función del paciente para que él aprenda a ayudarse o a curarse a
sí mismo.
Más
que esto, me parece que nadie puede hacer.
Así
fue como el hecho de poder escuchar el fastidio ajeno y registrar mi propia
incomodidad me condujo a un lugar confortable de acompañarme a mí mismo. Lo
poco académica que suena la palabra ayudador es justa-mente el punto:
tiene mucho que ver conmigo y con mi manera poco académica de pensar estas
cosas.
Para
hacer lo que hoy hago, el haber estudiado medicina o el ser psiquiatra es casi
un hecho accidental. Ciertas cosas que yo aprendí estudiando medicina y algunas
de las que aprendí siendo psiquiatra me han servido de mucho, y otras no tanto.
Muchas cosas las aprendí caminando por la calle, vendiendo medias en una
estación de tren, estudiando teatro o disfrazándome de payaso para los chicos
internados en el Instituto del Quemado.
En
el camino profesional aprendí (como todos) más de mis pacientes que de mis
colegas.
Aprendí
a no desechar ninguna posibilidad de explorar mi interior, menos aún la que me
brindaron los infinitos espejos de las miradas de los demás.
Es
decir, creo que cualquiera de nosotros debería poner al servicio de lo que hace
todo lo que tiene, y de eso se trata este tramo del camino. De poner a
disposición todos los recursos con los que cada uno cuenta.
Si
es un recurso mío haber sido médico alguna vez, me parece que debería utilizar
este recurso; si es un recurso mío haber estudiado teatro algún día para poder
hacer esta cosa histriónica de contar un cuento, sería bueno que yo lo usara;
si es un recurso mío haber viajado por algunas provincias del interior, haber
hecho campamento o haber vivido en algún momento en un kibutz, seguramente es
bueno para mí utilizar estos recursos para poder transmitir lo que he
aprendido.
No
hay que desechar lo aprendido por no estar conformes hoy con la situación
vinculada a ese aprendizaje. Por ejemplo, si adquiriste tu capacidad de
convencer a otros cuando eras vendedor, y hoy no trabajás como vendedor, la
capacidad adquirida la podés usar para otras cosas que hoy te interesen, más
allá de ser o no vendedor. Por ejemplo, para conseguir que tus alumnos
comprendan mejor el difícil punto de la materia que estás explicando.
Es
increíble cómo muchas personas reniegan de algunos recursos que tienen porque
están enojadas con el tiempo, la circunstancia o el lugar donde los
aprendieron. Simplemente no quieren utilizarlos. Si aprendieron a jugar al
tenis con Fulana, y ahora están peleados con Fulana, entonces no juegan más al
tenis.
¡¡¡Qué
ridículo!!!
En
cuanto a las parejas ocurre lo mismo. Pirulo se separa en una situación
conflictiva, entonces resulta que todo lo que aprendió y consiguió en esa
relación de pareja ahora lo abandona, quiere deshacerse de ello como si por
haberlo aprendido en esa situación ahora ya no le pudiera servir. Estas
personas no se dan cuenta que los recursos internos son justamente eso,
internos, y por ende, le pertenecen a cada uno.
Un
señor va a visitar a un sabio y le dice:
—Yo
quiero que me enseñes tu sabiduría porque quiero ser sabio; quiero poder tomar
la decisión adecuada en cada momento. ¿Cómo hago para saber cuál es la
respuesta indicada en cada situación?
Entonces,
el sabio le dice:
—En
lugar de contestarte te voy a hacer una pregunta: Por una chimenea salen dos
señores, uno de ellos con la cara tiznada y el otro con la cara limpia, ¿cuál
de los dos se lava la cara?
—Bueno,
eso es obvio —dice el hombre—, se lava la cara el que la tiene sucia.
Y
el sabio le contesta:
—No
siempre lo obvio es la respuesta indicada. Andá y pensá.
El
hombre se va, piensa durante quince días y regresa contento para decirle al
sabio:
—¡Qué
estúpido fui! Ya me di cuenta: el que se lava es el que tiene la cara limpia.
Porque el que tiene la cara limpia ve que el otro tiene la cara sucia y
entonces piensa que él mismo también la tiene sucia. Por eso se lava. En
cambio, el que tiene la cara sucia ve que el otro tiene la cara limpia y piensa
que la de él también debe estar limpia. Por eso no se lava.
—Muy
bien —agrega el sabio—, pero no siempre la inteligencia y la lógica pueden
darte una respuesta sensata para una situación. Andá y pensá.
El
hombre regresa a su casa a pensar. Pasados quince días vuelve y le dice al
sabio:
—¡Ya
sé! Los dos se lavan la cara. El que tiene la cara limpia, al ver que el otro
la tiene sucia, cree que la suya también está sucia y por eso se lava. Y el que
tiene la cara sucia, al ver que el otro se lava la cara piensa que él también
la tiene sucia y entonces también se la lava.
El
sabio hace una pausa y luego añade:
—No
siempre la analogía y la similitud te sirven para llegar a la respuesta
correcta.
—No
entiendo —dice el hombre.
El sabio lo mira atentamente y le dice:
—¿Cómo
puede ser que dos hombres bajen por una chimenea, uno salga con la cara sucia y
el otro con la cara limpia?
La
mayor parte de las veces, para encontrar la respuesta correcta lo único que
hace falta es el sentido común.
Y
es el sentido común el que, sin lugar a dudas, nos grita desde nuestro yo
interno más sabio: ¡Utilizá todo lo que tenés para redoblar tu posibilidad de
llegar adonde querés!
A
todo esto que tenemos lo llamo recursos.
Así
como el curso de un río es el lecho por el que el río corre, el curso de una
vida es el camino por el que esa vida transcurre. Desde este punto de vista,
toda herramienta que permite retomar el curso, recuperar el rumbo, reencontrar
el camino o encontrar nuevas salidas ante las situaciones a resolver, es un
recurso.
En
nuestra vida nos encontramos con obstáculos que nos impiden el paso. Si uno
quiere seguir avanzando va a tener que despejar el camino para continuar por él
o encontrar otro curso para seguir. Es interesante asociar el término recurso
con el verbo recurrir, porque de verdad es una asociación que mucha
gente no puede hacer fácilmente.
Un
recurso es un elemento interno o externo al cual nosotros recurrimos, es tomar
de nuestra reserva la herramienta guardada para lograr un fin determinado, que
puede ser disfrutar algo, solventar una dificultad, traspasar un obstáculo,
encontrarse de cara con una situación, solucionar un problema.
Un recurso es toda
herramienta
de la cual uno es
capaz de valerse
para hacer otra cosa;
para enfrentar, allanar
o resolver las
contingencias
que se nos puedan
presentar.
En
cierto modo, la mayoría de las herramientas nos vienen dadas, están
disponibles, sin embargo algunas otras hay que fabricarlas.
Una
de las diferencias entre los animales superiores y el hombre es la capacidad
excluyente de éste de fabricar algunas herramientas utilizando otras
herramientas. Un mono puede agarrar un palo para cazar algunas hormigas, una
paloma puede valerse de ramas para hacer un nido, pero lo que ningún animal
puede hacer es fabricar una herramienta a partir de otra.
Hay
muchos tipos de herramientas:
Algunas
sirven para muchos fines y otras son muy específicas.
Algunas
son simples y rudimentarias y otras extremadamente sofisticadas y difíciles de
describir.
Algunas
están siempre disponibles y otras hay que salir a conseguirlas.
Hay,
por fin, algunas herramientas que se pueden usar intuitivamente desde la
primera vez que uno las descubre; sin embargo, hay otras que habrá que aprender
a utilizarlas.
Yo
puedo tener una herramienta, pero si no sé usarla no me sirve. ¿Cómo podría
servirme de una sierra eléctrica si no sé cómo se prende, cómo se usa, cómo se
manipula? Lo más probable es que me lastime, que en lugar de hacer una cosa en
mi beneficio haga algo que me perjudique.
Estas
herramientas pertenecen a dos grandes grupos: recursos externos y recursos
internos.
Ya
hemos visto que desde muy pequeños hemos sido forzados a aprender qué es
adentro y qué es afuera. No obstante, la mayoría de los pacientes que visitan
un consultorio terapéutico sobreviven a un cierto grado de falta de conciencia
en este punto. Y la consecuencia es nefasta. Se viven como propios algunos
hechos y situaciones que en realidad son externos, o más frecuentemente, ven colocado
afuera algo que en realidad está sucediendo adentro.
Por
ello, es necesario hacer esta aclaración:
A
todos aquellos recursos que están de la piel para adentro los llamaré internos,
y a todos los que están de la piel para afuera, externos.
Recursos externos
Los
recursos externos son aquellas cosas, instituciones y personas que, desde
afuera, me pueden ayudar a retomar el camino perdido.
La
casa donde yo vivo, mi trabajo, el auto, el dinero de mi cuenta bancaria, son
las cosas que forman parte de mis recursos externos. Si nosotros no contáramos
con este recurso no podríamos solucionar muchas cosas. Ante un problema, por
ejemplo, tenemos que hacer un gasto porque saltó la instalación eléctrica, ¿qué
hacemos? Nuestros ahorros, nuestras reservas, son el recurso que utilizamos
para resolver este problema.
En
cuanto a las instituciones, aunque yo no me atienda en el hospital que hay a
cinco cuadras de mi casa, ese hospital es un recurso; la obra social a la cual
pertenezco es un recurso, la use o no, puedo valerme de ella. Otro tanto pasará
con la facultad donde estudié, la biblioteca de mi barrio o la comisaría de mi
zona.
Volviendo
al ejemplo del gasto imprevisto, si mis ahorros no alcanzan (o no existen)
puedo ir al banco más cercano a pedir un crédito.
También
las personas pueden ser recursos. Nuestros amigos, maestros y familiares son
algunas de las personas a las que solemos recurrir. Quizás alguno de ellos
pueda prestarme el dinero si el banco me lo niega. Y quizás más todavía, mi
amigo Alfredo, que es tan habilidoso, me quiera dar una mano para hacerlo.
Un
ejercicio interesante puede ser anotar en una hoja los recursos externos que yo
tengo, y sobre todo, quiénes son las personas de mi mundo con las que cuento y
para qué cuento.
Con
algunas personas cuento para divertirme, con otras para charlar, para que me
den un abrazo cuando lo necesito, para que me presten dinero, para que me
cobijen o me protejan o para que me den un buen consejo económico. En fin, esto
es infinito. Les sugiero que investiguen con quiénes cuentan y para qué en cada
caso.
Como
es un ejercicio de uno para con uno, no hay necesidad de mentir. Al hacer esta
lista es probable que nos llevemos algunas sorpresas. Por ejemplo, que una
persona figure muchas veces; que alguien que a priori uno pensaba que no iba a
figurar, figure tercero; que otro que uno había pensado que seguramente
figuraría, no figure ni último...
A
veces es necesario tener el coraje de pedir ayuda a alguien
que
representa un recurso externo. Una situación sin resolverse queda flotando, y
una cantidad de nuestra energía quedará atrapada en esa situación y no se podrá
seguir adelante.
Hay
que aprender a pedir ayuda sin depender y hay que aprender a recibir ayuda sin
creer que uno está dependiendo.
Cuidado...
Recibir ayuda no es
lo mismo que depender.
Recursos internos
En
el fondo de mi casa hay un cuarto de herramientas. Tengo allí todas las
herramientas que podría necesitar para las tareas con las que me enfrento a
diario.
¡Es
increíble! Hubo una época de mi vida en la que todavía no había descubierto la
existencia de este cuarto del fondo. Yo creía que en mi casa simplemente no
había un lugar para las herramientas. Cada vez que necesitaba hacer algo tenía
que pedir ayuda a alguien o pedir prestada la herramienta necesaria. Me acuerdo
perfectamente el día del descubrimiento:
Yo
venía pensando que debía tener siempre a mano las herramientas que más usaba y
estaba dispuesto a hacerme de ellas, pero me quedé pensando que antes debía
encontrarles un lugar en mi casa para poder guardarlas. Recordaba con nostalgia
el cuartito de chapa del fondo de la casa de mi abuelo Mauricio y tenía muy
presente mi inquietud de aquel día en que llegué a casa con MI primera
herramienta. Me desesperaba pensar que se me podía perder si no le encontraba
un lugar. Al final, por supuesto, la había apoyado en un estante cualquiera y
todavía recuerdo en los puños la bronca de no encontrarla cuando la necesitaba
y tener que ir a buscarla a las casas de otros como si no la tuviera.
Así
fue que salí al fondo pensando en construir un cuartito pequeño en el rincón
izquierdo del jardín. Qué sorpresa fue encontrarme allí mismo, en el lugar
donde yo creía que debía estar mi cuarto de herramientas, con una construcción
bastante más grande que la que yo pensaba construir. Un cuarto que después
descubrí, estaba lleno de herramientas.
Ese cuarto del fondo siempre había estado en ese
lugar y, de hecho, sin saber cómo, mis herramientas perdidas estaban ahí
perfectamente ordenadas al lado de otras extrañas que ni sabía para qué servían
y algunas más que había visto usar a otros pero que nunca había aprendido a
manejar.
No
sabía todavía lo que fui descubriendo con el tiempo, que en mi cuarto del fondo
están TODAS las herramientas, que todas están diseñadas como por arte de magia
para el tamaño de mis manos y que todas las casas tienen un cuarto similar.
Claro,
nadie puede saber que cuenta con este recurso si ni siquiera se enteró de que
tiene el cuartito; nadie puede usar efectivamente las herramientas más
sofisticadas si nunca se dio el tiempo para aprender a manejarlas; nadie puede
saberse afortunado por este regalo mágico si prefiere vivir pidiéndole al
vecino sus herramientas o disfruta de llorar lo que dice que a su casa le
falta.
Desde
el día del descubrimiento no he dejado de pedir ayuda cada vez que la necesité,
pero la ayuda recibida siempre terminó siendo el medio necesario para que, más
tarde o más temprano, me sorprendiera encontrando en el fondo mi propia
herramienta y aprendiera del otro a usarla con habilidad.
Los
recursos internos son herramientas comunes a todos, no hay nadie que no los
tenga.
Uno
puede saber o no saber que los tiene, uno puede haber aprendido a usarlos o no.
Podrás
tener algunas herramientas en mejor estado que otros, que a su vez te
aventajarán en otros recursos. Pero todos tenemos ese “cuartito de
herramientas” repleto de recursos, suficientes, digo yo, si nos animamos a
explorarlo...
La
seducción, por ejemplo, es un recurso prioritario e importante, una herramienta
que mucha gente cree que no tiene. Y yo digo: “No buscó bien”. En la relación
con los otros, si uno no puede hacer uso de este recurso, de verdad, le va mal.
Alguien que no puede hacer uso ni siquiera mínimamente de su seducción, no sólo
no puede conseguir una pareja, tampoco podrá lograr un crédito en un banco o un
descuento en una compra.
Seducir
no es “levantarse” a alguien, seducir tiene que ver con generar confianza,
simpatía, con generar una corriente afectiva entre dos personas. Seducir tiene
que ver con la afectividad de todas las relaciones interpersonales. Muchos
piensan que la seducción es un don natural, y en parte es cierto, pero también
es un don universal y entrenable.
Autoconciencia y
darse cuenta
El
camino del crecimiento personal empieza por el autoconocimiento, y éste por la
autoconciencia, que es también el primero y el principal de los recursos
internos.
Cuanto
más hábil sea yo en el uso de esta herramienta, más rápido avanzaré por el
camino y más efectivo será mi accionar.
Pero
uno va aprendiendo que hay herramientas que se combinan, recursos que se suman
y optimizan. El ser consciente de mí hay que relacionarlo con la capacidad de
darse cuenta del afuera. Es decir, si yo no puedo darme cuenta de lo que está
pasando, no puedo hacer ninguna evaluación, no puedo razonar, no puedo hacer
ningún pronóstico, no puedo elaborar la acción que a mí me conviene realizar.
Cuentan
que había un papá que tenía un hijo que era un poco tonto. Llama al hijo y le
dice:
—¡Vení
para acá! ¡Andá hasta el almacén y fijate si yo estoy ahí!
—Sí,
papá —dice el nene.
El
padre le comenta a su amigo:
—¿Te
das cuenta? Es tan tonto que no ve que si estoy acá no puedo estar allá.
Entretanto,
el nene se encuentra con un amiguito que le dice:
—¿Adónde
vas?
—Voy
hasta acá a la esquina, mi papá me mandó a ver si estaba ahí. ¡Es tan bobo mi
papá! ¿Cómo me va a mandar a ver si está en la esquina?
Y
el amiguito le dice:
—Claro,
¡podría haber hablado por teléfono!
Asertividad
Después
del darse cuenta de uno mismo, para mí el recurso más importante es la
capacidad de defender el lugar que ocupo y la persona que soy, la fuerza que me
permite no dejar de ser el que soy para complacer a otros. Me refiero a la
capacidad que tiene cada uno de nosotros para afirmarse en sus decisiones,
tener criterio propio y cuidar sus espacios de invasores y depredadores. En
psicología se llama asertiva a aquella persona que, en una reunión, cuando
todos están de acuerdo en una cosa, puede decir, siendo sincero y sin enojarse:
“Yo no estoy de acuerdo”.
No
estoy hablando de ser terco, estoy hablando de mostrar y defender mis ideas.
Estoy hablando también, por extensión, de la capacidad para poner límites, de
la valoración de la intuición y de la validez de la propia percepción de las
cosas. Estoy hablando de no vivir temblando ante la fantasía de ser rechazado
por aquellos con los cuales no acuerdo. Estoy hablan-do, finalmente, del coraje
de ser quien soy.
Emociones
Para
hablar de sentimientos vamos a tener que ponernos de acuerdo sobre su significación.
Como su nombre lo indica, una emoción (emoción) es un impulso a la acción. Cada
respuesta afectiva es la antesala de la movilización de energía que necesito
para ponerme en movimiento. Por eso los afectos son parte de los recursos
internos, cuento con ellos para destrabarme.
¿Cuáles
son estos recursos afectivos?
Todo
aquello que soy capaz de sentir, todo, las llamadas buenas y las llamadas malas
emociones, lo positivo y lo negativo (?), desde el amor hasta el odio, desde el
rechazo hasta el deseo. Entran allí las escalas de valores, la voluntad, la
atracción, la tristeza, los miedos, la culpa y, por supuesto, el propio amor
del que hablamos.
Cuando
yo estudiaba la Biblia con el rabino Mordejai Ederi, él solía llamarnos la
atención sobre algunas aparentes contradicciones en el texto sagrado, esto es,
pasajes en los cuales se decía una cosa y pasajes que más adelante parecían
decir (o literalmente decían) otra distinta. Mordejai siempre aludía a que
estas contra-dicciones estaban hechas a propósito para poder mostrar algo.
Recuerdo que él citaba un pasaje bíblico que dice: “Sólo se puede amar aquello
que se conoce” y otro que establece: “Sólo se puede conocer aquello que se ama”
(y lo peor de todo es que ambos suenan lógicos y consistentes). La pregunta que
Mordejai nos instaba a hacernos era obvia: ¿Cómo es, primero se conoce y
después se ama o primero se ama y después se conoce?
Aprendimos
de su mano que esta contradicción quizás esté allí para indicar que ambas cosas suceden al mismo
tiempo, porque uno conoce y ama al mismo tiempo, y cuanto más conoce más ama y
cuanto más ama más puede conocer. Dicho de otra manera, no puedo amar algo que
no conozco y no puedo conocer algo que no amo.
El
amor es en sí mismo un camino que habrá que recorrer de principio a fin, pero
por ahora tan sólo quiero establecer la necesidad de saber que necesito de mi
capacidad afectiva para darme cuenta del universo en el que vivo. ¿Cómo podría
tener ganas de tomarme el trabajo y correr los riesgos de salir a conocer el mundo
si no me sintiera capaz de amarlo?
Ya
dijimos que un recurso es una herramienta interna que nos permite retomar el
camino.
El amor es entonces
una herramienta privilegiada para conectarme con el deseo de seguir el curso.
Las
emociones se sienten más allá de que a uno le guste o no sentirlas, más allá de
que quiera sentirlas con más o menos fuerza, más allá de la propia decisión.
Sin embargo, si bien no puedo ser dueño de mis sentimientos, sí puedo ser dueño
de lo que hago con mis sentimientos, adueñarme de ellos, y ese adueñarme
responsablemente de lo que siento quizás sea la verdadera herramienta.
Aceptación
Si
uno va al diccionario, conformar quiere decir adaptarse a una nueva
forma y también adoptar una cosa la forma de otra. Digo yo, entonces, que
conformarse debe tener para nosotros también dos significados: uno fuerte y
constructivo y otro oscuro y destructivo. La manera positiva del conformarse se
llama aceptación y la manera negativa se llama resignación. Yo puedo
conformarme aceptando las cosas como son, o puedo conformarme resignándome a
que las cosas sean como son.
Cuando
yo acepto, digo:
“Esto
es así, cómo hago para seguir adelante con esta realidad”.
En
cambio, cuando me resigno, lo que hago es apretar los dientes y decir: “¡La
puta que lo parió, es así y me la tengo que bancar!”
Esta
diferencia se basa en que el conformismo de la aceptación implica la serenidad
de la ausencia de urgencias para el cambio, mientras que el conformismo de la
resignación implica forzarse a quedarse anclado en la bronca, diciendo que me
banco lo que sucede cuando en realidad sólo estoy agazapado esperando la
situación y las condiciones para saltar sobre el hecho y cambiarlo, o
postergando la demostración de mi enojo.
Hay
quienes creen que, en realidad, hay que con-formarse de cualquier manera,
aceptando o resignándose, y hay quienes creen —como yo— que la aceptación es un
camino deseable y la resignación no lo es.
Seguramente,
hay cosas en la vida de cada uno, cosas que pasaron, que no podrían ser
aceptadas jamás, y en esos casos sólo queda resignarse. Si alguien ha pasado
por esos dolores inconmensurables como podría ser la muerte de un ser muy
querido, ¿cómo podría, de verdad, aceptarse algo así? En este caso, como en un
primer momento lo único que queda es resignarse, el conformismo de la
resignación aparece como la única salida. Cuando lleguemos a El camino de
las lágrimas será la hora de volver sobre este punto.
Podríamos
quedarnos hablando sobre los recursos infinitamente; baste por ahora esta
pequeña nómina de las herramientas que encontré en mi cuartito y en el de todos
los que conocí:
Recursos Internos
Autoconciencia
Capacidad de
darse cuenta
Asertividad
Habilidades
personales
Capacidad
afectiva
Inteligencia
Principios
morales
Fuerza de
voluntad
Coraje
Seducción
Habilidad
manual
Histrionismo
Carisma
Mirada
estética
Tenacidad
Capacidad de
aprender
Creatividad
Percepción
Experiencia
Intuición
Planteo
ético
Aceptación
Estas
herramientas son nada más que unas pocas de las que están, te aseguro, guardadas
en el cuarto que quizás nunca viste del fondo de tu casa. No importa que no las
uses todos los días; no las saques, no renuncies a ellas, ni siquiera dejes de
practicar con cada una de vez en cuando; ellas tienen que estar allí, quizás
las necesites mañana.
Cada
uno va a usar estas herramientas para lo que quiera.
Las
buenas herramientas no garantizan que el fin para el cual puedan ser utilizadas
sea bueno.
Como
sucede con todas las herramientas, no sólo hay que saber usarlas, sino que será
necesario dirigir su uso. Esto es, uno puede utilizar los mismos recursos para
cosas maravillosas o para cosas terribles. Si tengo un martillo, un serrucho,
clavos, tornillos, maderas y metales, yo puedo utilizarlos para construir una
casa o para fabricar una horca.
El
objetivo es personal; la herramienta da la posibilidad, pero la intencionalidad
de quien la usa es lo que vale.
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