Capítulo I.
Jesucristo Único Salvador.
Jesucristo Único Salvador.
La Iglesia debe, dirigir la mirada del hombre,
orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio
de Cristo.
La misión universal de la Iglesia nace de la fe
en Jesucristo, tal como se expresa en la profesión de fe trinitaria: Creo en un
solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos. Sólo en la fe se comprende y se fundamenta la misión.
No obstante, debido también a los cambios
modernos y a la difusión de nuevas concepciones teológicas, algunos se
preguntan: ¿Es válida aún la misión entre los no cristianos?
Nadie
va al Padre sino por mí » (Jn 14, 6)
Cristo es el único mediador entre Dios y los
hombres: « Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate
por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno, y de este testimonio digo la verdad, no miento yo he sido
constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad.
Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios, si no es por medio de
Cristo y bajo la acción del Espíritu.
Es contrario a la fe cristiana introducir
cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo. San Juan afirma claramente
que el Verbo, que estaba en el principio con Dios es el mismo que se hizo
carne. La Iglesia conoce y confiesa a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios
vivo.
El designio divino es hacer que todo tenga a
Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.
La fe
en Cristo es una propuesta a la libertad del hombre.
La urgencia de la actividad misionera brota de la
radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos.
Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y
desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con
Cristo. El Nuevo Testamento es un himno a la vida nueva para quien cree en
Cristo y vive en su Iglesia. La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada
por la Iglesia, es auto comunicación de Dios.
El Concilio Vaticano II dice: La persona humana
tiene derecho a la libertad religiosa todos los hombres han de estar inmunes de
coacción por parte de personas particulares, como de grupos sociales y de
cualquier potestad humana, y esto de tal manera que en materia religiosa ni se
obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme
a ella en privado y en público, solo o asociado con otros dentro de los limites
debidos.
El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se
llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige la
libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta, pues « las multitudes
tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual
creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo
lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y
de la muerte, de la verdad.
La
Iglesia, signo e instrumento de salvación.
La primera beneficiaria de la salvación es la
Iglesia. Cristo la ha adquirido con su sangre y la ha hecho su colaboradora en
la obra de la salvación universal. En efecto, Cristo vive en ella; es su
esposo; fomenta su crecimiento; por medio de ella cumple su misión.
El Concilio ha reclamado ampliamente el papel de
la Iglesia para la salvación de la humanidad. Todos los hombres son llamados a
esta unidad católica del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de
diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo,
sea también todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia
de Dios
La
salvación es ofrecida a todos los hombres.
La universalidad de la salvación no significa que
se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han
entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en
verdad a disposición de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el
pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la
revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia..
Por esto mismo, el Concilio, después de haber
afirmado la centralidad del misterio pascual, afirma: « Esto vale no solamente
para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en
cuyo corazón obra la gracia de modo invisible.
Nosotros
no podemos menos de hablar.
Los
mártires cristianos de todas las épocas —también los de la nuestra— han dado y
siguen dando la vida por testimoniar ante los hombres esta fe, convencidos de
que cada hombre tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la
muerte, y ha reconciliado a los hombres con Dios. La Iglesia no puede dejar de
proclamar que Jesús, vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la
cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres.
A la pregunta ¿Para qué la misión? respondemos
con la fe y la esperanza de la Iglesia abrirse al amor de Dios es la verdadera
liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de alienación y
extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte.
La tentación actual es la de reducir el
cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir
bien. La Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni conservar
para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser
comunicadas a todos los hombres.
Capítulo II
El Reino de Dios.
El Reino de Dios.
El Reino de Dios, preparado ya por la Antigua
Alianza, llevado a cabo por Cristo y en Cristo, y anunciado a todas las gentes
por la Iglesia, que se esfuerza y ora para que llegue a su plenitud de modo
perfecto y definitivo.
El Antiguo Testamento atestigua que Dios ha
escogido y formado un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de amor.
Cristo
hace presente el Reino.
El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca;
convertíos y creed en la Buena Nueva. La proclamación y la instauración del
Reino de Dios son el objeto de su misión.
El Reino que inaugura Jesús es el Reino de Dios;
él mismo nos revela quién es este Dios al que llama con el término familiar «
Abba », Padre (Mc 14, 36). El Dios revelado sobre todo en las parábolas
(cf. Lc 15, 3-32; Mt 20, 1-16) es sensible a las necesidades, a
los sufrimientos de todo hombre; es un Padre amoroso y lleno de compasión, que
perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas. Todo hombre, por tanto, es
invitado a « convertirse » y « creer » en el amor misericordioso de Dios.
Características y exigencias del Reino
El Reino está destinado a todos los hombres, dado
que todos son llamados a ser sus miembros. Para subrayar este aspecto, Jesús se
ha acercado sobre todo a aquellos que estaban al margen de la sociedad,
dándoles su preferencia, cuando anuncia la « Buena Nueva ». Al comienzo de su
ministerio proclama que ha sido « enviado a anunciar a los pobres la Buena
Nueva. A todas las víctimas del rechazo
y del desprecio Jesús les dice: « Bienaventurados los pobres. Además, hace
vivir ya a estos marginados una experiencia de liberación, estando con ellos y
yendo a comer con ellos tratándoles como a iguales y amigos , haciéndolos
sentirse amados por Dios y manifestando así su inmensa ternura hacia los necesitados
y los pecadores.
La liberación y la salvación que el Reino de Dios
trae consigo alcanzan a la persona humana en su dimensión tanto física como
espiritual. Dos gestos caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar. Los
gestos liberadores de la posesión del demonio, mal supremo y símbolo del pecado
y de la rebelión contra Dios, son signos de que ha llegado a vosotros el Reino
de Dios.
El Reino
tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a
medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente.
El amor con el que Jesús ha amado al mundo halla su expresión suprema en el don
de su vida por los hombres, manifestando así el amor que el Padre tiene por el
mundo. Por tanto la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres
humanos entre sí y con Dios.
Construir el Reino significa trabajar por la
liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la
manifestación y la realización de su designio de salvación en toda su plenitud.
En el
Resucitado, llega a su cumplimiento y es proclamado el Reino de Dios.
16. Al resucitar Jesús de entre los muertos Dios
ha vencido la muerte y en él ha inaugurado definitivamente su Reino. La
resurrección confiere un alcance universal al mensaje de Cristo, a su acción y
a toda su misión.
El
Reino con relación a Cristo y a la Iglesia.
La Iglesia que no piensa en sí misma, sino que se
dedica a testimoniar y servir al Reino. Es una « Iglesia para los demás », —se
dice— como « Cristo es el hombre para los demás ». Se describe el cometido de
la Iglesia, como si debiera proceder en una doble dirección; por un lado,
promoviendo los llamados « valores del Reino », cuales son la paz, la justicia,
la libertad, la fraternidad; por otro, favoreciendo el diálogo entre los
pueblos, las culturas, las religiones, para que, enriqueciéndose mutuamente,
ayuden al mundo a renovarse y a caminar cada vez más hacia el Reino.
Además el Reino, tal como lo entienden, termina
por marginar o menospreciar a la Iglesia, como reacción a un supuesto «
eclesiocentrismo » del pasado y porque consideran a la Iglesia misma sólo un
signo, por lo demás no exento de ambigüedad.
El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina
o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que
tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible.
Asimismo,
el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para
sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e
instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está
indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la
plenitud de los bienes y medios de salvación; el Espíritu Santo mora en ella,
la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin
cesar.
La
Iglesia al servicio del Reino.
La Iglesia está efectiva y concretamente al
servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la
conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en
las personas y en la sociedad humana.
La Iglesia, pues, sirve al Reino, fundando
comunidades e instituyendo Iglesias particulares, llevándolas a la madurez de
la fe y de la caridad, mediante la apertura a los demás, con el servicio a la
persona y a la sociedad, por la comprensión y estima de las instituciones
humanas.
La Iglesia, además, sirve al Reino difundiendo en
el mundo los « valores evangélicos », que son expresión de ese Reino y ayudan a
los hombres a acoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad
incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la
Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los « valores
evangélicos » y esté abierta a la acción del Espíritu que.
La Iglesia contribuye a este itinerario de
conversión al proyecto de Dios, con su testimonio y su actividad, como son el
diálogo, la promoción humana, el compromiso por la justicia y la paz, la
educación, el cuidado de los enfermos, la asistencia a los pobres y a los
pequeños, salvaguardando siempre la prioridad de las realidades trascendentes y
espirituales, que son premisas de la salvación escatológica.
La Iglesia, finalmente, sirve también al Reino
con su intercesión, al ser éste por su naturaleza don y obra de Dios, como
recuerdan las parábolas del Evangelio y la misma oración enseñada por
Jesús.
Capítulo III
El Espíritu Santo protagonista de la misión.
El Espíritu Santo protagonista de la misión.
El Espíritu Santo se hace presente en el misterio
pascual con toda su subjetividad divina: como el que debe continuar la obra
salvífica, basada en el sacrificio de la cruz. Sin duda esta obra es
encomendada por Jesús a los hombres: a los Apóstoles y a la Iglesia
El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de
toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad
gentes, como se ve en la Iglesia primitiva por la conversión de Cornelio En
todo está el Espíritu Santo que da la vida.
El envío
hasta los confines de la tierra.
Todos los evangelistas, al narrar el encuentro
del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional: « Me ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a
todas las gentes. Cristo envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre le
ha enviado a él y por esto les da el Espíritu. A su vez, Lucas relaciona
estrictamente el testimonio que los Apóstoles deberán dar de Cristo con la
acción del Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido.
Por tanto, los cuatro evangelios, en la unidad
fundamental de la misma misión, testimonian un cierto pluralismo que refleja
experiencias y situaciones diversas de las primeras comunidades cristianas;
este pluralismo es también fruto del empuje dinámico del mismo Espíritu; invita
a estar atentos a los diversos carismas misioneros y a las distintas
condiciones ambientales y humanas. La misión, por consiguiente, no se basa en
las capacidades humanas, sino en el poder del Resucitado.
El
Espíritu guía la misión.
La misión de la Iglesia, al igual que la de
Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu. Después
de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda
experiencia que los transforma: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los
convierte en testigos o El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a
Jesús con « toda libertad.
Los misioneros han procedido según esta línea,
teniendo muy presentes las expectativas y esperanzas) las angustias y
sufrimientos la cultura de la gente para anunciar la salvación en Cristo. El
Dios al que quiere revelar está ya presente en su vida; es él, en efecto, quien
los ha creado y el que dirige misteriosamente los pueblos y la historia. Bajo
la acción del Espíritu, la fe cristiana se abre decisivamente a las a gentes »
y el testimonio de Cristo se extiende a los centros más importantes del
Mediterráneo oriental para llegar posteriormente a Roma y al extremo occidente.
Es el Espíritu quien impulsa a ir cada vez más lejos, no sólo en sentido
geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para
una misión verdaderamente universal.
El
Espíritu hace misionera a toda la Iglesia.
El Espíritu mueve al grupo de los creyentes a «
hacer comunidad », a ser Iglesia. Tras el primer anuncio de Pedro, el día de
Pentecostés, y las conversiones que se dieron a continuación, se forma la
primera comunidad.
En efecto, uno de los objetivos centrales de la
misión es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comunión fraterna,
en la oración y la Eucaristía. Vivir « la comunión fraterna » (koinonía)
significa tener « un solo corazón y una sola alma » (Act 4, 32),
instaurando una comunión bajo todos los aspectos: humano, espiritual y
material.
Los Hechos indican que la misión,
dirigida primero a Israel y luego a las gentes, se desarrolla a muchos niveles.
Ante todo, existe el grupo de los Doce que, como un único cuerpo guiado por
Pedro, proclama la Buena Nueva. Está luego la comunidad de los creyentes que,
con su modo de vivir y actuar, da testimonio del Señor y convierte a los
paganos.
La lectura de los Hechos nos hace entender que, al comienzo de la Iglesia, la
misión ad gentes, aun contando
ya con misioneros « de por vida », entregados a ella por una vocación especial,
de hecho era considerada como un fruto normal de la vida cristiana, un
compromiso para todo creyente mediante el testimonio personal y el anuncio
explícito, cuando era posible.
El
Espíritu está presente operante en todo tiempo y lugar.
El Espíritu se manifiesta de modo particular en
la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son
universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo. El Espíritu, pues,
está en el origen mismo de la pregunta existencial y religiosa del hombre, la
cual surge no sólo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de
su ser.
Así el Espíritu « sopla donde quiere y « obraba ya en el mundo aun antes de que
Cristo fuera glorificado »,
Este Espíritu es el mismo que se ha hecho
presente en la encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que
actúa en la Iglesia. Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la
historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones tiene un papel
de preparación evangélica, y no puede menos de referirse a Cristo,
Verbo encarnado por obra del Espíritu, « para que, hombre perfecto, salvara a
todos y recapitulara todas las cosas ».
La
actividad misionera está aún en sus comienzos.
Nuestra época, con la humanidad en movimiento y
búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los
horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los
cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en
el Espíritu ¡El es el protagonista de la misión!
En la historia de la humanidad son numerosos los
cambios periódicos que favorecen el dinamismo misionero. La Iglesia, guiada por
el Espíritu, ha respondido siempre a ellos con generosidad y previsión.. Hoy se
pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia
universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma
disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu.
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