sábado, 1 de noviembre de 2014

Redemptoris Missio



Capítulo I.
Jesucristo Único Salvador.
La Iglesia debe, dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo.
La misión universal de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo, tal como se expresa en la profesión de fe trinitaria: Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Sólo en la fe se comprende y se fundamenta la misión.
No obstante, debido también a los cambios modernos y a la difusión de nuevas concepciones teológicas, algunos se preguntan: ¿Es válida aún la misión entre los no cristianos?
Nadie va al Padre sino por mí » (Jn 14, 6)
Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres: « Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno, y de este testimonio  digo la verdad, no miento yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu.
Es contrario a la fe cristiana introducir cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo. San Juan afirma claramente que el Verbo, que estaba en el principio con Dios es el mismo que se hizo carne. La Iglesia conoce y confiesa a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
El designio divino es hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.
La fe en Cristo es una propuesta a la libertad del hombre.
La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos. Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo. El Nuevo Testamento es un himno a la vida nueva para quien cree en Cristo y vive en su Iglesia. La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia, es auto comunicación de Dios.
El Concilio Vaticano II dice: La persona humana tiene derecho a la libertad religiosa todos los hombres han de estar inmunes de coacción por parte de personas particulares, como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros dentro de los limites debidos.
El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige la libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta, pues « las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad.
La Iglesia, signo e instrumento de salvación.
La primera beneficiaria de la salvación es la Iglesia. Cristo la ha adquirido con su sangre y la ha hecho su colaboradora en la obra de la salvación universal. En efecto, Cristo vive en ella; es su esposo; fomenta su crecimiento; por medio de ella cumple su misión.
El Concilio ha reclamado ampliamente el papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad. Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios
La salvación es ofrecida a todos los hombres.
La universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia..
Por esto mismo, el Concilio, después de haber afirmado la centralidad del misterio pascual, afirma: « Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible.
Nosotros no podemos menos de hablar.
 Los mártires cristianos de todas las épocas —también los de la nuestra— han dado y siguen dando la vida por testimoniar ante los hombres esta fe, convencidos de que cada hombre tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte, y ha reconciliado a los hombres con Dios. La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jesús, vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres.
A la pregunta ¿Para qué la misión? respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte.
La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir bien. La Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres.

Capítulo II
El Reino de Dios.
El Reino de Dios, preparado ya por la Antigua Alianza, llevado a cabo por Cristo y en Cristo, y anunciado a todas las gentes por la Iglesia, que se esfuerza y ora para que llegue a su plenitud de modo perfecto y definitivo.
El Antiguo Testamento atestigua que Dios ha escogido y formado un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de amor.
Cristo hace presente el Reino.
El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva. La proclamación y la instauración del Reino de Dios son el objeto de su misión.
El Reino que inaugura Jesús es el Reino de Dios; él mismo nos revela quién es este Dios al que llama con el término familiar « Abba », Padre (Mc 14, 36). El Dios revelado sobre todo en las parábolas (cf. Lc 15, 3-32; Mt 20, 1-16) es sensible a las necesidades, a los sufrimientos de todo hombre; es un Padre amoroso y lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas. Todo hombre, por tanto, es invitado a « convertirse » y « creer » en el amor misericordioso de Dios.
Características y exigencias del Reino
El Reino está destinado a todos los hombres, dado que todos son llamados a ser sus miembros. Para subrayar este aspecto, Jesús se ha acercado sobre todo a aquellos que estaban al margen de la sociedad, dándoles su preferencia, cuando anuncia la « Buena Nueva ». Al comienzo de su ministerio proclama que ha sido « enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva.  A todas las víctimas del rechazo y del desprecio Jesús les dice: « Bienaventurados los pobres. Además, hace vivir ya a estos marginados una experiencia de liberación, estando con ellos y yendo a comer con ellos tratándoles como a iguales y amigos , haciéndolos sentirse amados por Dios y manifestando así su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores.
La liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona humana en su dimensión tanto física como espiritual. Dos gestos caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar. Los gestos liberadores de la posesión del demonio, mal supremo y símbolo del pecado y de la rebelión contra Dios, son signos de que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.
 El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente. El amor con el que Jesús ha amado al mundo halla su expresión suprema en el don de su vida por los hombres, manifestando así el amor que el Padre tiene por el mundo. Por tanto la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.
Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización de su designio de salvación en toda su plenitud. 
En el Resucitado, llega a su cumplimiento y es proclamado el Reino de Dios.
16. Al resucitar Jesús de entre los muertos Dios ha vencido la muerte y en él ha inaugurado definitivamente su Reino. La resurrección confiere un alcance universal al mensaje de Cristo, a su acción y a toda su misión.
El Reino con relación a Cristo y a la Iglesia.
La Iglesia que no piensa en sí misma, sino que se dedica a testimoniar y servir al Reino. Es una « Iglesia para los demás », —se dice— como « Cristo es el hombre para los demás ». Se describe el cometido de la Iglesia, como si debiera proceder en una doble dirección; por un lado, promoviendo los llamados « valores del Reino », cuales son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad; por otro, favoreciendo el diálogo entre los pueblos, las culturas, las religiones, para que, enriqueciéndose mutuamente, ayuden al mundo a renovarse y a caminar cada vez más hacia el Reino.
Además el Reino, tal como lo entienden, termina por marginar o menospreciar a la Iglesia, como reacción a un supuesto « eclesiocentrismo » del pasado y porque consideran a la Iglesia misma sólo un signo, por lo demás no exento de ambigüedad.
El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible.
 Asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar.
La Iglesia al servicio del Reino.
La Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana.
La Iglesia, pues, sirve al Reino, fundando comunidades e instituyendo Iglesias particulares, llevándolas a la madurez de la fe y de la caridad, mediante la apertura a los demás, con el servicio a la persona y a la sociedad, por la comprensión y estima de las instituciones humanas.
La Iglesia, además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los « valores evangélicos », que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los « valores evangélicos » y esté abierta a la acción del Espíritu que.
La Iglesia contribuye a este itinerario de conversión al proyecto de Dios, con su testimonio y su actividad, como son el diálogo, la promoción humana, el compromiso por la justicia y la paz, la educación, el cuidado de los enfermos, la asistencia a los pobres y a los pequeños, salvaguardando siempre la prioridad de las realidades trascendentes y espirituales, que son premisas de la salvación escatológica.
La Iglesia, finalmente, sirve también al Reino con su intercesión, al ser éste por su naturaleza don y obra de Dios, como recuerdan las parábolas del Evangelio y la misma oración enseñada por Jesús. 
Capítulo III
El Espíritu Santo protagonista de la misión.
El Espíritu Santo se hace presente en el misterio pascual con toda su subjetividad divina: como el que debe continuar la obra salvífica, basada en el sacrificio de la cruz. Sin duda esta obra es encomendada por Jesús a los hombres: a los Apóstoles y a la Iglesia
El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva por la conversión de Cornelio En todo está el Espíritu Santo que da la vida.
El envío hasta los confines de la tierra.
Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional: « Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. Cristo envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre le ha enviado a él y por esto les da el Espíritu. A su vez, Lucas relaciona estrictamente el testimonio que los Apóstoles deberán dar de Cristo con la acción del Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido.
Por tanto, los cuatro evangelios, en la unidad fundamental de la misma misión, testimonian un cierto pluralismo que refleja experiencias y situaciones diversas de las primeras comunidades cristianas; este pluralismo es también fruto del empuje dinámico del mismo Espíritu; invita a estar atentos a los diversos carismas misioneros y a las distintas condiciones ambientales y humanas. La misión, por consiguiente, no se basa en las capacidades humanas, sino en el poder del Resucitado.
El Espíritu guía la misión.
La misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu. Después de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a Jesús con « toda libertad.
Los misioneros han procedido según esta línea, teniendo muy presentes las expectativas y esperanzas) las angustias y sufrimientos la cultura de la gente para anunciar la salvación en Cristo. El Dios al que quiere revelar está ya presente en su vida; es él, en efecto, quien los ha creado y el que dirige misteriosamente los pueblos y la historia. Bajo la acción del Espíritu, la fe cristiana se abre decisivamente a las a gentes » y el testimonio de Cristo se extiende a los centros más importantes del Mediterráneo oriental para llegar posteriormente a Roma y al extremo occidente. Es el Espíritu quien impulsa a ir cada vez más lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal.
El Espíritu hace misionera a toda la Iglesia.
El Espíritu mueve al grupo de los creyentes a « hacer comunidad », a ser Iglesia. Tras el primer anuncio de Pedro, el día de Pentecostés, y las conversiones que se dieron a continuación, se forma la primera comunidad.
En efecto, uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y la Eucaristía. Vivir « la comunión fraterna » (koinonía) significa tener « un solo corazón y una sola alma » (Act 4, 32), instaurando una comunión bajo todos los aspectos: humano, espiritual y material.
 Los Hechos indican que la misión, dirigida primero a Israel y luego a las gentes, se desarrolla a muchos niveles. Ante todo, existe el grupo de los Doce que, como un único cuerpo guiado por Pedro, proclama la Buena Nueva. Está luego la comunidad de los creyentes que, con su modo de vivir y actuar, da testimonio del Señor y convierte a los paganos.
La lectura de los Hechos nos hace entender que, al comienzo de la Iglesia, la misión ad gentes, aun contando ya con misioneros « de por vida », entregados a ella por una vocación especial, de hecho era considerada como un fruto normal de la vida cristiana, un compromiso para todo creyente mediante el testimonio personal y el anuncio explícito, cuando era posible.

El Espíritu está presente operante en todo tiempo y lugar.
El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo. El Espíritu, pues, está en el origen mismo de la pregunta existencial y religiosa del hombre, la cual surge no sólo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su ser.
Así el Espíritu  « sopla donde quiere  y « obraba ya en el mundo aun antes de que Cristo fuera glorificado »,
Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que actúa en la Iglesia. Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones tiene un papel de preparación evangélica, y no puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu, « para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas ».
La actividad misionera está aún en sus comienzos.
Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu ¡El es el protagonista de la misión!
En la historia de la humanidad son numerosos los cambios periódicos que favorecen el dinamismo misionero. La Iglesia, guiada por el Espíritu, ha respondido siempre a ellos con generosidad y previsión.. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu.

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