El
instinto tribal.
Las
religiones, en cuantos fenómenos culturales, están intrínsecamente ligadas a
los referentes vitales de cada grupo humano, y por ello están cargadas de un
instinto de supervivencia que tiende a excluir a los demás.
Ninguna
religión, ninguna creencia, ninguna confesión está exenta de esta tentación de
estar curvada sobre sí misma. La afirmación de la propia identidad tiende a
comportar una negación de los demás.
La tentación de absoluto.
Las
religiones, polarizadas por su búsqueda del Absoluto, están contaminadas por el
instinto de apropiación de ese Absoluto hacia el que aspiran.
La vocación
universalista de las religiones está permanentemente amenazada de convertirse
en totalitarismo: cuando, en lugar de ofrecerse como oportunidad para todos, se
convierte en una compulsión de dominio sobre los otros.
Ídolos Vrs. iconos
Ambos
términos significan “imagen” en griego. El ídolo (eidos) se presenta como una imagen saturada que encierra, fija, se
posee. En cambio, el icono (eikón)
está hecho de trazos que tan sólo insinúan, abren, despliegan, desposeen.
El
ídolo se presenta como una imagen que se posee; el icono está hecho de trazos
que desposeen.
Lo mismo
sucede con los dogmas: hay dogmas-ídolos y dogmas-iconos. Dogma significa
“decreto”, y procede del verbo dokeo, que significa “pensar”, “parecer”. Los
dogmas se convierten en ídolos cuando se toman como fórmulas definitivas y
cerradas; cuando, en lugar de considerarse un dedo que señala a la luna,
pretenden convertirse en la luna señalada.
El valor único e irrenunciable de cada religión.
Cada
religión se presenta como un todo compacto, que uno no crea según sus
apetencias, sino que lo recibe de una Tradición.
Tomar
elementos sueltos de las diferentes religiones es delicado, porque supone
desintegrarlos de su contexto, con el riesgo de vaciarlos de contenido, ya que
su sentido viene dado por el modo de estar constelados en su propio sistema.
Cristo y la vocación universal del cristianismo.
Cristo es
Alfa y Omega, el Principio y el Fin, la piedra del fundamento y la clave de bóveda;
la Plenitud y lo plenificante.
Los antecedentes tribales del Cristianismo.
La conciencia de Israel como pueblo elegido
El Cristianismo hunde sus raíces en la experiencia
religiosa de unas tribus de nómadas que conocieron la esclavitud en Egipto.
El mensaje
de los profetas será siempre recordar que la elección no es un derecho, sino un
don que se debe convertir en servicio, en testimonio ante los demás pueblos.
La elección
de Jesús como el Hijo predilecto no supone una exclusión de los demás seres
humanos, sino una radical inclusión de todos ellos en él.
Las
tentaciones de Jesús en el desierto expresan esa tendencia innata del ser
humano a posesionarse de lo que uno ha recibido para todos.
El Dios verdadero y los dioses falsos.
En el
subconsciente cristiano hay otro elemento heredado del Judaísmo que es
problemático para el encuentro interreligioso: el Dios de Israel se muestra
siempre celoso ante los demás dioses.
Lo que la
Biblia revela no es que los dioses de los demás pueblos sean falsos, sino que
lo que los falsifica es la relación objetual, posesiva, mágico-instrumental,
con ellos. La vida de Jesús es ir de despojo en despojo: cuanto más va
sintiendo proceder del Padre, más se va sintiendo Hermano de todos.
La unicidad y la universalidad de Cristo.
La experiencia pascual fue de tal intensidad, de
tal calibre, que llevó a decir a los primeros cristianos que Dios se había
manifestado “de una vez por todas.
Lo que en la
Cruz parece una aniquilación, se revela como la máxima plenitud: la Vida
auténtica, la Humanidad Nueva comienza en la Cruz, donde lo divino (eje
vertical) se une con lo humano (eje horizontal) en un punto de encuentro que es
un Vacío hecho de Luz.
Cristo es la
Forma acabada de Dios, su Imagen plena, mientras que el Espíritu es el
dinamismo que conforma la Historia hacia esa Forma crística que late en todas
las formas.
Un Espíritu
que actúa en el mundo antes de la encarnación del Verbo y sigue actuando
después. Es el Espíritu Creador que sobrevoló sobre el Caos primigenio (Gn
1,2), dando forma a las Aguas informes. Cristo es la Forma acabada de Dios, su
Imagen plena.
Diferentes corrientes teológicas ante el
pluralismo de religiones.
En los
últimos años, dentro de la teología cristiana –tanto católica como
protestante–, se han desarrollado diferentes posiciones ante el pluralismo de
las religiones: desde la más cerrada, la llamada teología eclesiocéntrica, de
carácter exclusivista, hasta la más abierta, llamada teocéntrica o también
pluralista.
En cualquier
caso, el diálogo interreligioso nos ayuda a tomar conciencia de la
insuficiencia de la formulación del misterio cristiano, hecha siempre a partir
de una terminología y de un contexto muy concreto.
La inculturación.
Inculturar,
supone impregnarse de los valores explícitos e implícitos de la cosmovisión que
una lengua vehicula. La palabra que designa a Dios en cada lengua está cargada
de las connotaciones de su propia religión y cultura. Así, por ejemplo, podrá
sorprendernos a nosotros, cristianos occidentales, que los cristianos de lengua
árabe llamen a Dios Allah.
El
Cristianismo primitivo supo inculturarse en la cultura helénica. A partir de
sus categorías elaboró, transformándolas, los dogmas principales de nuestra fe.
Hoy, al salir al encuentro de otras culturas y valorarlas como tales, hemos
empezado a caer en la cuenta de que otros símbolos y formulaciones pueden ser
tan aptos como los “nuestros” para contener el mensaje del misterio pascual.
Diferencia entre lo cristiano y lo crístico.
A Cristo no lo
poseemos, sino que somos poseídos por Él, y ser posesión suya nos desposee de
nosotros mismos.
Es decir, no
poseemos la verdad, sino que, en todo caso, somos poseídos por ella. Por el
mero hecho de profesarnos cristianos, estamos tan lejos y tan cerca de Cristo y
de su mensaje como los que jamás han oído hablar de Él y son fieles a sus
propias creencias. Cada cristiano está llamado a recrear y a profundiza.
El diálogo como actitud.
El respeto por el otro.
La postura
que se manifiesta aquí es el radical respeto por el otro, ante el que no se da
ni exclusión ni absorción, sino una acogida reverencial. Es decir, para que
exista enriquecimiento en el encuentro, cada parte debe aproximarse a partir de
lo que es ella misma. El problema está en que la identidad, como ya hemos
señalado, suele contener muchos elementos de autoafirmación y de narcisismo.
Valor
teologal de la diferencia.
En la
teología clásica ya se decía que en la analogía sobre el conocimiento de Dios,
es mucho mayor la desemejanza que la semejanza.
Si todas las
religiones son susceptibles de pensar esto, significa que, de hecho, no hemos
superado la posición de los ciegos. Desde una perspectiva antropológica,
ninguna religión puede auto constituirse en una meta-religión que mirara a las
demás desde lo alto. Las religiones son puntos de vista. Sólo Dios es el Punto
desde el cual todo es mirado.
No se trata de relativizar la verdad de cada
religión, sino de creer que hay una Verdad más alta, jamás abarcable por
nuestras verdades parciales.
Los cuatro
ámbitos del encuentro.
La convivencia cotidiana en la pluralidad de
creencias.
El primer
testimonio que pueden dar las religiones en un mundo crispado como el nuestro,
en el que se recela de las diferencias y se sospecha de lo “otro”, sería el de
manifestarse como cauces de acogida y respeto mutuos.
Las
religiones están llamadas a testimoniar que la auténtica experiencia espiritual
es un fuego purificador y transformador que hace salir de uno mismo, relativiza
el yo y lo mío; que la experiencia de Dios es fuente de ternura y de
humanización que fecunda por dentro la convivencia humana, dándole una calidad
insospechada.
La causa común por la paz y la justicia.
Cada
religión está llamada a aportar la especificidad de su propia santidad, la
riqueza de su modo de proceder. Así, las religiones occidentales contribuirán
con una palabra audaz y profética, con los medios eficaces propios de su
cultura, mientras que las religiones orientales aportarán su serenidad y su
sabiduría.
Las religiones están llamadas a promover con
audacia causas conjuntas. La experiencia religiosa es revelar que todos somos uno en el Uno.
El diálogo teológico.
El diálogo teológico es, tal vez, el más difícil de
los cuatro ámbitos. Es también el más lento; por eso no debería ser mirado como
el decisivo, por necesario que sea. El encuentro interreligioso es una ocasión
y una invitación a la experiencia mística, donde unos y otros compartimos una
común adoración ante el Ser del que todos recibimos el ser.
El diálogo
posibilita una mutua fecundación.
La adoración
y el silencio compartidos.
Cada Tradición está llamada a aportar lo mejor de
su sabiduría y a serenar e iluminar los corazones de muchos. Para ello, los
creyentes estamos llamados a ser seres transfigurados, habitantes del Silencio,
y a la vez, hermanos apasionados por los otros hermanos.
El encuentro
interreligioso es una ocasión y una invitación a la experiencia mística, donde
unos y otros compartimos una común adoración ante el Ser del que todos
recibimos el ser
Conclusión.
El encuentro
interreligioso nos ayuda a descubrir nuestras actitudes más profundas, ya que
Dios y los demás son lo “otro” de nosotros. El encuentro interreligioso se
revela como espacio teofánico, es decir, ámbito de la revelación de Dios y
ámbito por el cual testimoniamos a Dios, porque tan sólo encontrándonos y
dialogando ya estamos mostrando al mundo el modo de ser de Dios
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