Dad, y se
os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante» (Lc 6,
38)
¿Alguna
vez te ha sucedido que has recibido un regalo de un amigo y has sentido la
necesidad de corresponder? ¿Y de hacerlo no para pagar una deuda, sino más bien
por auténtico amor agradecido? Seguro que sí.
Si esto te
sucede a ti, imagínate a Dios, a Dios que es Amor.
Él siempre
responde a cualquier regalo que hagamos a nuestro prójimo en nombre de Él. Es
una experiencia que los cristianos verdaderos viven muy a menudo. Y cada vez es
una sorpresa: nunca llegamos a acostumbrarnos a la inventiva de Dios. Podría
ponerte mil, diez mil ejemplos; podría escribir un libro. Así verías cuán
cierta es esa imagen: «os verterán una medida generosa, colmada, remecida,
rebosante», que indica la abundancia con que Dios corresponde, su magnanimidad.
«Dad, y se
os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante».
«Ya había
caído la noche sobre Roma. Y en aquel pequeño semisótano el grupito de chicas
que querían vivir el Evangelio se estaban dando las buenas noches. Pero sonó el
timbre. ¿Quién sería a esas horas? Delante de la puerta había un hombre presa
del pánico, desesperado: al día siguiente lo iban a desahuciar junto con su
familia por no pagar el alquiler. Las chicas se miraron y, sin decirse nada,
abrieron el cajón donde habían guardado en varios sobres lo que quedaba de sus
sueldos y un depósito para los recibos del gas, del teléfono y de la luz. Se lo
dieron todo a aquel hombre sin hacer razonamientos, y esa noche durmieron
felices. Ya pensaría alguien en ellas. Pero aún no había amanecido cuando sonó
el teléfono: “Voy ahora mismo en un taxi”, dijo la voz del hombre. Asombradas
de que eligiese ese medio de transporte, las chicas lo esperaron. La cara del
visitante indicaba que algo había cambiado: “Ayer por la noche, nada más volver
a casa, me encontré con que había recibido una herencia que nunca habría imaginado.
Y pensé que tenía que daros la mitad”. Era exactamente el doble de lo que
habían dado generosamente».
«Dad, y se
os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante».
¿No te ha
pasado también a ti? Si no es así, recuerda que hay que dar desinteresadamente,
sin esperar nada a cambio, a cualquiera que pida.
Haz la
prueba. Pero no lo hagas para comprobar el resultado, sino porque amas a Dios.
Me dirás:
«Si yo no tengo nada».
No es
verdad. Si queremos, tenemos tesoros inagotables: nuestro tiempo libre, nuestro
corazón, nuestra sonrisa, nuestro consejo, nuestra cultura, nuestra paz,
nuestra palabra para convencer a quien tiene de que dé a quien no tiene…
Me dirás
entonces: «No sé a quién dar».
Mira
alrededor de ti: ¿te acuerdas de aquel enfermo hospitalizado, de esa señora
viuda siempre sola, de aquel compañero tan deprimido por los suspensos, de
aquel joven sin trabajo, siempre tan triste, de tu hermano pequeño, que
necesita ayuda, de ese amigo que está en la cárcel, de ese aprendiz inseguro?
Cristo te espera en ellos.
Adopta ese
comportamiento nuevo del cristiano que rezuma en todo el Evangelio y que es lo
opuesto a encerrarse en uno mismo y a preocuparse. Renuncia a depositar tu
seguridad en los bienes de la tierra y apóyate en Dios. Ahí se verá tu fe en
Él, que pronto será confirmada por el regalo que Él te hará a su vez.
Como es
lógico, Dios no se comporta así para enriquecerte o enriquecernos, sino para
que otros, muchos otros, al ver los pequeños milagros que cosecha nuestro dar,
hagan lo mismo.
Lo hace
porque cuanto más tengamos, más podremos dar, y para que –como auténticos
administradores de los bienes de Dios– pongamos todo en circulación en la
comunidad que nos rodea, de modo que se pueda decir, como de la primera
comunidad de Jerusalén: «Entre ellos no había necesitados» (Hch 4, 34).
¿No te
parece que con ello contribuyes a dar un alma firme a la revolución social que
el mundo espera?
«Dad y se
os dará». Naturalmente, Jesús se refería en primer lugar a la recompensa que
tendremos en el Paraíso, pero todo lo que sucede en esta tierra es ya preludio
y garantía de aquélla.
¡UT OMNES UNUM SINT!
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