viernes, 30 de septiembre de 2016

Nuevos planteamientos sobre el término y concepción de matrimonio y familia.

El Código de la Familia Nicaragüense en el Capítulo VI.  Artículo 78 define: La unión de hecho como el acuerdo voluntario entre un hombre y una mujer que, "sin impe-dimento legal para contraer matrimonio, libremente hacen vida en común de manera estable, notoria y singular mantenida al menos por dos años consecutivamente".
En cambio el Código de Derecho Canónico define el matrimonio como la alianza por la cual el hombre y la mujer constituyen un consorcio para toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges  y a la generación y educación de la prole (Código de Derecho Canónico Título VII  # 1055 n°1).
Uno de los grandes retos que enfrenta el matrimonio, es las llamadas “Uniones de hecho” este fenómeno está adquiriendo en la sociedad nicaragüense  una relativa prominencia, ante los nuevos planteamientos que interpelan la conciencia de los matrimonios y las familias cristianas hoy en día, con el número creciente de las uniones de hecho, estas están alcanzando en el conjunto de la sociedad con la consiguiente consideración para la estabilidad del matrimonio que ello comporta. La Iglesia no debe dejar de iluminar en este contexto  la realidad por la que a traviesan los matrimonios, por medio del discernimiento a través de los signos de los tiempos.
El reconocimiento de la unión de hecho estable atentaría contra la identidad del matrimonio y el grave deterioro que traería consigo para la familia y  la misma sociedad.  “La unión de hecho” excluye múltiples realidades humanas, este pensamiento ve al matrimonio como un elemento de convivencias sexuales, las uniones de hecho sus  características esencial son: ignorar, y rechazar el compromiso conyugal.
Con el matrimonio se asumen públicamente, mediante el pacto de amor conyugal, todas las responsabilidades que nacen del vínculo establecido. De esta asunción pública de responsabilidades resulta un bien no sólo para los propios cónyuges y los hijos en su crecimiento afectivo y formativo, sino también para los otros miembros de la familia. De este modo, la familia fundada en el matrimonio es un bien fundamental y precioso para la entera sociedad, cuyo entramado más firme se asienta sobre los valores que se despliegan en las relaciones familiares, que encuentra su garantía en el matrimonio estable. El bien generado por el matrimonio es básico para la misma Iglesia, que reconoce en la familia la Iglesia doméstica.
Con el pretexto de regular un marco de convivencia social y jurídica, se intenta justificar el reconocimiento institucional de las uniones de hecho. De este modo, las uniones de hecho se convierten en institución y se sancionan legislativamente derechos y deberes en detrimento de la familia fundada en el matrimonio. Las uniones de hecho quedan en un nivel jurídico similar al del matrimonio. Se califica públicamente de «bien» dicha convivencia, elevándola a una condición similar, o incluso equiparándola al matrimonio, en perjuicio de la verdad y de la justicia. Con ello se contribuye de manera muy acusada al deterioro de esta institución natural, completamente vital, básica y necesaria para todo el cuerpo social, que es el matrimonio.
Ante los nuevos planteamientos constitutivos de las uniones de hecho, es necesario tener presente que no todas las uniones de hecho tienen el mismo alcance social, ni las mismas motivaciones, entre las motivaciones que se pueden encontrar en este tipo de matrimonios están: La cohabitación acompañada de relación sexual, este es un elemento primordial que la distingue de otros tipos de convivencias, y de una relativa tendencia a la estabilidad. Las uniones de hecho no comportan derechos y deberes matrimoniales, ni pretenden una estabilidad basada en el vínculo matrimonial. Es característica la firme reivindicación de no haber asumido vínculo alguno. La inestabilidad constante debido a la posibilidad de interrupción de la convivencia en común es, en consecuencia, característica de las uniones de hecho. Hay también un cierto «compromiso», más o menos explícito, de «fidelidad» recíproca, por así llamarla, mientras dure la relación.
En algunas uniones de hecho es evidente que la elección es firme y decidida, ya que ésta aprueba y condiciona la experiencia de una unión sin vínculo matrimonial.
En este contexto ajustado a nuestro país según datos encontrados en  un artículo publicado en El Nuevo Diario (C. Matilde. (2014, noviembre 18). Las uniones de hecho serán reguladas. El Nuevo Diario. Disponible en: www.elnuevodiario.com.ni/nacionales/335122-uniones-hecho-seran-reguladas /18 nov. 2014).
Con base a estos elementos  se puede resaltar la desconfianza hacia la institución matrimonial que nace a veces de la experiencia negativa de las personas traumatizadas por un divorcio anterior, o por el divorcio de sus padres. Este preocupante fenómeno comienza a ser socialmente relevante en los países más desarrollados económicamente. En la actualidad el matrimonio ha perdido la verdadera naturaleza del amor humano, de la oblatividad nobleza y belleza en la constancia y fidelidad de las relaciones humanas.
Entiéndase amor oblativo, al amor que tiene la capacidad de entregarlo todo, hasta la propia vida. Además  el amor oblativo es la perfección hacia el amor, es decir al amor, que da inicio por el amor a uno mismo, luego nos capacita para amar a los otros y, de esa manera amar a todos, inclusive a nuestros enemigos. Es apropiado señalar  los motivos personales y culturales por los que se ven influenciadas las personas que optan por la unión de hecho.  Es importante preguntarse los motivos profundos por los que la cultura contemporánea asiste a una crisis del matrimonio, tanto en su dimensión religiosa como en aquella civil, y al intento de reconocimiento y equiparación de las uniones de hecho. Razones económicas, sociales, culturales, religiosas, poca conciencia de identidad familiar y la convivencia bajo un mismo techo, pero viviendo como dos extraños.
Los matrimonios deben tener presente  ante este fenómeno (Unión de hecho) hay que fundamentar la familia, en el diálogo, tolerancia, respeto, libertad y donación recíproca base esencial del bien común que es la institución del matrimonio. El matrimonio y la familia son un bien social de primer orden: La familia expresa siempre una nueva dimensión del bien para los hombres, y por esto suscita una nueva responsabilidad. Se trata de la responsabilidad por aquel singular bien común en el cual se encuentra el bien del hombre: el bien de cada miembro de la comunidad familiar; es un bien ciertamente 'difícil' pero atractivo. No todos los cónyuges ni todas las familias desarrollan completamente el bien personal y social posible, de ahí que la sociedad deba corresponder poniendo a su alcance del modo más accesible los medios para facilitar el desarrollo de sus valores propios, conviene hacer esfuerzos posibles para que la familia sea reconocida como sociedad primordial y, en cierto modo, “soberana”. Su “soberanía” es indispensable para el desarrollo y bien de la sociedad. Ella existe antes que el Estado o cualquier otra comunidad y posee derechos inalienables. Porque el hacerse esposa o esposo pertenece al ámbito del ser -y no del mero obrar- la dignidad de este nuevo signo de identidad personal tiene derecho a su reconocimiento público y que la sociedad corresponda como merece el bien que constituye.
Por otra parte, el matrimonio constituye el ámbito de por sí más humano y humanizador en la acogida y desarrollo de los hijos: donde se brinde seguridad afectiva,  garantía de amor, mayor unidad y continuidad en el proceso de integración social y de educación. La unión entre madre y padre requieren que el hijo sea acogido en una familia que le garantice, valores, acogida, desarrollo humano, educación, y sobre todo la presencia de ambos padres, de esa manera se contribuirá a los nuevos retos, planes y desafíos por los que atraviesan las familias.
Vivimos en una sociedad altamente competitiva en lo académico y laboral,  donde lo que no sirve se reemplaza, esto ha llevado a las parejas a emplear este modo de vida a su situación sentimental, por ende, los matrimonios tienen fecha de caducidad y las uniones de hecho parecen estar “de moda”.
 La unión de hecho se convierte en una posibilidad latente para quienes buscan una pareja sin las formalidades, compromisos y juramentos que el matrimonio implica. “Somos una sociedad más desechable. Por ejemplo: cuando el joven llega a casarse, lleva esta estructura al matrimonio, ahora dicen ya no me sirves, ya no funcionas, y reemplazan rápido a sus parejas”.
En el matrimonio se debe tomar en consideración que después del amor a Dios, el amor conyugal es la máxima amistad, es una unión que tiene todas las características de una buena amistad, búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va construyendo con la vida compartida, quien está enamorado no se plantea que esa relación pueda ser solo por un tiempo transitorio, quien vive intensamente la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la celebración de una unión llena de amor aunque frágil , esperan que pueda perdurar en el tiempo; los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino que sean fieles y sigan siempre juntos.
En la actualidad el matrimonio debe fundamentarse en el amor, y la aceptación como un desafío que requiere lucha, renovación, comprensión para empezar siempre de nuevo hasta la muerte, no ceder ante la cultura del descarte o lo provisorio, todos estos elementos contribuirán a un continuo proceso de crecimiento. Los matrimonios deben sobrepasar y atravesar todas las pruebas sobre todo mantenerse fiel en contra de todo, esto conlleva el don de la gracia que lo fortalece y eleva.
Ante cierto dominio de culturas radicales (Ideologías de géneros) a la que se ve amenazada la institución familiar (matrimonios), hay que tener presente que lo que da identidad, valor, exigencia y estabilidad en relación a la familia es el matrimonio entre hombre y mujer, es decir la estabilidad se basa en la expresión y confirmación de la perspectiva de procreación y educación de los hijos que será de beneficio para toda la sociedad.
Sin embargo debemos ser respetuosos en cuanto al mandato de Dios en la preservación de la especie, pero dadas las circunstancias, la humanidad en el Siglo XXI debería de tener madurez, equilibrio emocional, respeto sobre todo a aquellas personas que como dice el Papas Francisco: “Si viene algún homosexual y tiene buena voluntad, quién soy yo para juzgarlo", sabias palabras de un erudito, de alguien con un nivel profesional y académico de altura.  No estamos tratando de justificar los desórdenes  que algunos miembros de la "comunidad", tienen y practican sino de que haya una mejor comunicación en la sociedad. 
Es evidente, que la familia iglesia doméstica, como madre y maestra debe proporcionar y facilitar los recursos para las personas que conviven con personas de su mismo sexo,  vivan de acuerdo al plan y voluntad de Dios. Es Él y nadie más que  tiene la autoridad de juzgar, premiar, redimir o condenar a cada ser humano, en su infinito amor de Padre. 


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