«Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento,
esto es cosa bella ante Dios» (1 P 2, 20) .
El apóstol Pedro está instruyendo a sus comunidades sobre el espíritu
genuino del Evangelio en sus aplicaciones concretas, con especial referencia a
la condición y al estado de vida al que cada cual pertenece.
Aquí se dirige a los esclavos que se han convertido a la fe, quienes,
como todos los esclavos en la sociedad de entonces, sufrían incomprensiones y
maltratos completamente injustos. Es-tas palabras van dirigidas por extensión a
todas las personas que en cualquier tiempo y lugar tienen que sufrir
incomprensiones e injusticias por parte de sus prójimos, sean éstos Jefes o iguales.
A estas personas el apóstol les recomienda que no cedan a la tentación
instintiva que podría surgir en semejantes situaciones, sino que imiten el
comportamiento de Jesús. Incluso los exhorta a responder con amor y a ver en
esas dificultades e incomprensiones una gracia, es decir, una ocasión permitida
por Dios para dar prueba del auténtico espíritu cristiano. Además de este modo,
mediante el amor, podrán llevar hasta Cristo a quien no los comprende.
Algunas personas, partiendo de estas palabras o de otras similares,
quisieran acusar al cristianismo de favorecer una excesiva sumisión, que
adormecería las conciencias y las haría menos activas en la lucha contra las
injusticias.
Pero no es así. Si Jesús nos pide que amemos a quienes no nos entienden
y nos maltratan, no es porque quiera hacernos insensibles a las injusticias;
¡al contrario! Quiere enseñarnos cómo construir una sociedad verdaderamente
justa. Esto se puede hacer difundiendo el espíritu del amor verdadero,
empezando por ser nosotros los primeros en amar.
¿Cómo vivir, la Palabra de Dios
que da vida en este mes que iniciamos?
También nosotros hoy podemos sentirnos incomprendidos y maltratados de muchos modos, empezando por la falta de delicadeza y los desprecios o también mediante juicios malévolos, ingratitudes, ofensas e injusticias en toda regla.
También nosotros hoy podemos sentirnos incomprendidos y maltratados de muchos modos, empezando por la falta de delicadeza y los desprecios o también mediante juicios malévolos, ingratitudes, ofensas e injusticias en toda regla.
Pues bien: incluso en todas estas ocasiones debemos dar testimonio del
amor que Jesús trajo a la tierra y tuvo por todos, es decir, también por
quienes nos tratan mal.
La Palabra de Dios quiere que, aun defendiendo legítimamente la justicia
y la verdad, no olvidemos nunca que nuestro primer deber como cristianos es
amar al otro, es decir, tener con él esa actitud nueva de comprensión, acogida
y misericordia que Jesús tuvo con nosotros. De este modo, incluso aunque
defendamos nuestras razones, nunca romperemos la relación, no cederemos a la
tentación del resentimiento o de la venganza.
Y actuando así, como instrumentos del amor de Jesús, también nosotros
seremos capaces de llevar a nuestro prójimo hasta Dios.
¡Deus Caritas est!
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