domingo, 17 de mayo de 2015

El Presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial



Sacerdocio común y Sacerdocio ordenado
 Levantad vuestros ojos.
«Levantad vuestros ojos y mirad los campos que están dorados para la siega» (Jn 4,35).Estas palabras del Señor tienen la virtud de mostrar el inmenso horizonte de la misión de amor del Verbo encarnado.«El Hijo eterno de Dios ha sido enviado “para que el mundo se salve por medio de Él”.

Habilitados, pues, por el carácter y por la gracia del sacramento del Orden, y hechos testigos y ministros de la misericordia divina, los sacerdotes de Jesucristo se consagran . Los hombres desean encontrar en el sacerdote a un hombre de Dios, que diga con San Agustín: «Nuestra ciencia es Cristo, y nuestra sabiduría es también Cristo. Él plantó en nuestras almas la fe de las cosas temporales, y en las eternas nos manifiesta la verdad »Estamos en un tiempo de nueva evangelización: hay que saber ir en busca de las personas que se encuentran a la espera de poder encontrar a Cristo.

En el sacramento del Orden, Cristo ha transmitido, en diversos grados, la propia condición de Pastor de almas a los obispos y a los presbíteros, haciéndolos capaces de actuar en su nombre y de representar su potestad capital en la Iglesia.

Los sacerdotes «hemos sido consagrados en la Iglesia para este ministerio específico. Estamos llamados a contribuir, de varios modos, donde la Providencia nos pone, en la formación de la comunidad del pueblo de Dios. Nuestra tarea consiste en apacentar la grey de Dios que se nos ha confiado, no por la fuerza, sino voluntariamente, no tiranizando, sino dando un testimonio ejemplar.

Elementos centrales del ministerio y de la vida de los presbíteros
 La identidad del presbítero.

La identidad del sacerdote debe meditarse en el contexto de la voluntad divina a favor de la salvación, puesto que es fruto de la acción sacramental del Espíritu Santo, participación de la acción salvífica de Cristo, y puesto que se orienta plenamente al servicio de tal acción en la Iglesia, en su continuo desarrollo a lo largo de la historia. Él es el siervo de Cristo, para ser, a partir de él, por él y con él, siervo de los hombres.

El ser y el actuar del sacerdote - su persona consagrada y su ministerio - son realidades teológicamente inseparables, y tienen como finalidad servir al desarrollo de la misión de la Iglesia.
Sacerdocio común «Si el sacerdocio común es consecuencia de que el pueblo cristiano ha sido elegido por Dios como puente con la humanidad y pertenece a todo creyente en cuanto injertado en este pueblo, el sacerdocio ministerial, en cambio, es fruto de una elección, de una vocación específica.

«El sacerdocio sacramental, es sacerdocio “jerárquico” y al mismo tiempo “ministerial”. Constituye un ministerium particular, es decir, es “servicio” respecto a la comunidad de los creyentes. Sin embargo, no tiene su origen en esta comunidad, como si fuera ella la que “llama” o “delega”.
El generoso empeño de los laicos en los ámbitos del culto, de la transmisión de la fe y de la pastoral, en un momento además de escasez de presbíteros, ha inducido en ocasiones a algunos ministros sagrados y a algunos laicos a ir más allá de lo que consiente la Iglesia, e incluso de lo que supera su ontológica capacidad sacramental.

 El sacerdote, alter Christus, es en la Iglesia el ministro de las acciones salvíficas esenciales.
El sacerdote hace presente a Cristo Cabeza de la Iglesia mediante el ministerio de la Palabra, participación en su función profética. In persona et in nomine Christi, el sacerdote es ministro de la palabra evangelizadora, que invita a todos a la conversión y a la santidad; es ministro de la palabra cultual, que ensalza la grandeza de Dios y da gracias por su misericordia; es ministro de la palabra sacramental, que es fuente eficaz de gracia.

La unidad de vida.
Sobre este fundamento de amor a la voluntad divina y de caridad pastoral se construye la unidad de vida  es decir, la unidad interior entre la vida espiritual y la actividad ministerial. El crecimiento de esta unidad de vida se fundamente en la caridad pastoral nutrida por una sólida vida de oración, de manera que el presbítero ha de ser inseparablemente testimonio.

 Un camino específico hacia la santidad.
 El sacerdocio ministerial, en la medida en que configura con el ser y el obrar sacerdotal de Cristo, introduce una novedad en la vida espiritual de quien ha recibido este don. Es una vida espiritual conformada por la participación en la capitalidad de Cristo en su Iglesia, y que madura en el servicio ministerial a ella.

La espiritualidad sacerdotal exige respirar un clima de cercanía al Señor Jesús, de amistad y de encuentro personal, de misión ministerial «compartida», de amor y servicio a su Persona en la «persona» de la Iglesia, su Cuerpo, su Esposa. n el misterio de Cristo».
La Eucaristía debe ocupar para el sacerdote «el lugar verdaderamente central de su ministerio», porque en ella está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia y es de por sí fuente y culmen de toda la evangelización.

La fidelidad del sacerdote a la disciplina eclesiástica.
La «conciencia de ser ministro» comporta también la conciencia del actuar orgánico del cuerpo de Cristo. De hecho, la vida y la misión de la Iglesia, para poder desarrollarse, exigen un ordenamiento, unas reglas y unas leyes de conducta, es decir, un orden disciplinar.
Además, la conciencia de ser ministro de Cristo y de su Cuerpo místico implica el empeño por cumplir fielmente la voluntad de la Iglesia, que se expresa concretamente en las norma. La legislación de la Iglesia tiene como fin una mayor perfección de la vida cristiana, para un mejor cumplimiento de la misión salvífica, y por tanto, es preciso vivirla con ánimo sincero y buena voluntad. 

Entre todos los aspectos, merece particular atención el de la docilidad a las leyes y a las disposiciones litúrgicas de la Iglesia, es decir, el amor fiel a una normativa que tiene el fin de ordenar el culto de acuerdo con la voluntad del Sumo y Eterno Sacerdote y de su Cuerpo místico.




 El sacerdote en la comunión eclesial.
Para servir a la Iglesia —comunidad orgánicamente estructurada por fieles dotados de la misma dignidad bautismal, pero con carismas y funciones diversas— es necesario conocerla y amarla, no como la querrían efímeras corrientes de pensamiento o ideologías diversas, sino como ha sido querida por Jesucristo, que la ha fundado. Es también importante, por este motivo, que los presbíteros conozcan, estimen y respeten las características del seguimiento de Cristo propio de la vida consagrada, tesoro preciosísimo de la Iglesia, y testimonio de la fecunda labor del Espíritu Santo en ella.

De modo especial el párroco debe promover pacientemente la comunión de la propia parroquia con su Iglesia particular y con la Iglesia universal. Por lo mismo, debe ser también verdadero modelo de adhesión al Magisterio perenne de la Iglesia y a su disciplina.

Sentido de lo universal en lo particular
«Es necesario que el sacerdote tenga la conciencia de que su “estar en una Iglesia particular” constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana.
Hemos considerado el ser y la acción de todo sacerdote en cuanto tal. Ahora nuestra reflexión se dirige de modo específico al sacerdote constituido en el oficio de párroco.


PARTE II
La Parroquia y el Párroco
 La parroquia y el oficio de párroco.
Los rasgos eclesiológicos más significativos de la noción teológico-canónica de parroquia han sido concebidos por el Concilio Vaticano II a la luz de la Tradición, de la doctrina católica y de la eclesiología de comunión, y traducidos más tarde en leyes por el Código de Derecho Canónico.

La parroquia es una concreta communitas christifidelium, constituida establemente en el ámbito de una Iglesia particular, y cuya cura pastoral es confiada a un párroco como pastor propio, bajo la autoridad del Obispo diocesano. Toda la vida de la parroquia, así como el significado de sus tareas apostólicas ante la sociedad, deben ser entendidos y vividos con un sentido de comunión orgánica entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, y por tanto, de colaboración fraterna y dinámica entre pastores y fieles en el más absoluto respeto de los derechos, deberes y funciones ajenos, donde cada uno tiene sus propias competencias y su propia responsabilidad.

El vínculo intrínseco con la comunidad diocesana y con su Obispo, en comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro, asegura a la comunidad parroquial la pertenencia a la Iglesia universal.
 Otro elemento básico de la noción de parroquia es la cura pastoral o cura de almas, propia del oficio de párroco, que se manifiesta, principalmente, en la predicación de la Palabra de Dios, en la administración de los sacramentos y en la guía pastoral de la comunidad.

 En cuanto a los medios ordinarios de santificación, el can. 528 establece que el párroco debe empeñarse particularmente en que la Santísima Eucaristía constituya el centro de la comunidad parroquial, y que todos los fieles puedan alcanzar la plenitud de la vida cristiana mediante una consciente y activa participación en la sagrada Liturgia, la celebración de los sacramentos, la vida de oración y las buenas obras.
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Por su parte, el can. 529 contempla las exigencias principales que comporta el cumplimiento de la función pastoral parroquial, configurando así en cierto sentido la actitud ministerial del párroco. Como pastor propio, éste se esfuerza en conocer a los fieles confiados a su cura, evitando caer en el peligro del funcionalismo: no es un funcionario que cumple un papel y ofrece servicios a los que lo solicitan. Como hombre de Dios, ejerce de modo pleno el propio ministerio, buscando a los fieles, visitando a las familias, participando en sus necesidades, en sus alegrías; corrige con prudencia, cuida de los ancianos, de los débiles, de los abandonados, de los enfermos, y se entrega a los moribundos; dedica particular atención a los pobres y a los afligidos; se esfuerza en la conversión de los pecadores, de cuantos están en el error, y ayuda a cada uno a cumplir con su propio deber, fomentando el crecimiento de la vida cristiana en las familias.

Por otra parte, el párroco debe colaborar con el Obispo y con los otros presbíteros de la diócesis para que los fieles, participando en la comunidad parroquial, se sientan también miembros de la diócesis y de la Iglesia universal.

Las funciones que en el Código se confían de modo específico al párroco son: administrar el bautismo; administrar el sacramento de la confirmación a aquellos que están en peligro de muerte, según la norma del can. 883,3; administrar el Viático y la Unción de los enfermos, estando vigente lo dispuesto en el can. 1003,  2 y 3, e impartir la bendición apostólica; asistir a los matrimonios y bendecir las nupcias; celebrar los funerales; bendecir la fuente bautismal en el tiempo pascual; guiar las procesiones e impartir las bendiciones solemnes fuera de la iglesia; celebrar la Santísima Eucaristía con mayor solemnidad en los domingos y en las fiestas de precepto.

Deseando purificar una terminología que podría llevar a confusión, la Iglesia ha reservado las expresiones que indican “capitalidad” —como las de “pastor”, “capellán”, “director”, “coordinador”, o equivalentes— exclusivamente a los sacerdotes.
Para que en una comunidad puedan florecer más fácilmente las vocaciones sacerdotales, es de gran ayuda que exista en ella un vivo y difundido sentimiento de auténtico afecto, de profunda estima, de fuerte entusiasmo por la realidad de la Iglesia, Esposa de Cristo, colaboradora del Espíritu Santo en la obra de la salvación.

Se ha de otorgar una especial acogida a los diáconos, candidatos al sacerdocio, que prestan servicio pastoral en la parroquia. El párroco, de acuerdo con los superiores del seminario, será para ellos guía y maestro, consciente de que de su testimonio de coherencia con la propia identidad, de su generosidad misionera en el servicio y de su amor a la parroquia, podrá depender la donación sincera y total a Cristo por parte del candidato al sacerdocio.
26. A imagen del consejo pastoral de la diócesis, la normativa canónica prevé la posibilidad de constituir –si el Obispo diocesano lo considera oportuno, una vez escuchado el consejo presbiteral un consejo pastoral parroquial, cuya finalidad básica es la de proveer, en un cauce institucional, la ordenada colaboración de los fieles en el desarrollo de la actividad pastoral propia de los presbíteros.

«Todos los fieles tienen la facultad, es más, incluso a veces el deber, de dar a conocer su parecer sobre los asuntos concernientes al bien de la Iglesia, cosa que puede realizarse gracias a instituciones establecidas para tal fin En este mismo sentido, los sistemas de deliberación respecto a las cuestiones económicas de la parroquia, permaneciendo firme la norma de derecho para la recta y honesta administración, no pueden condicionar la función pastoral del párroco, el cual es representante legal y administrador de los bienes de la parroquia.

Los desafíos positivos del presente en la pastoral parroquial.
Si toda la Iglesia ha sido invitada en los inicios del nuevo milenio a alcanzar «un renovado impulso en la vida cristiana», fundado en la conciencia de la presencia de Cristo Resucitado entre nosotros debemos saber extraer consecuencias para la pastoral en las parroquias.
No se trata de inventar nuevos programas pastorales, ya que el programa cristiano, centrado en Cristo mismo, consiste siempre en conocerle, amarle, imitarle, vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su consumación: «un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz»

Son siete las prioridades pastorales que ha individuado la Novo Millenio ineunte: la santidad, la oración, la Santísima Eucaristía dominical, el sacramento de la Reconciliación, el primado de la gracia, la escucha de la Palabra y el anuncio de la Palabra.

La Novo Millenio ineunte evidencia «otro aspecto importante en que será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como de las Iglesias particulares: aquel de la comunión (koinonia) que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia» (n. 42) e invita a promover una espiritualidad de comunión.

Una verdadera pastoral de la santidad en nuestras comunidades parroquiales implica una auténtica pedagogía de la oración; una renovada, persuasiva y eficaz catequesis sobre la importancia de la Santísima Eucaristía dominical y también diaria, de la adoración comunitaria y personal del Santísimo Sacramento; sobre la práctica frecuente e individual del sacramento de la Reconciliación; sobre la dirección espiritual; sobre la devoción mariana; sobre la imitación de los santos; un nuevo impulso apostólico vivido como compromiso cotidiano de las comunidades y de las personas concretas; una adecuada pastoral de la familia, un coherente compromiso social y político.

Sin sacerdotes verdaderamente santos sería muy difícil tener un buen laicado, y todo estaría como falto de vida; del mismo modo que, sin familias cristianas –iglesias domésticas–, es muy difícil que llegue la primavera de las vocaciones. Por tanto, es un error enfatizar el papel del laicado descuidando el del sacerdocio ordenado porque, actuando así, se termina penalizando el mismo laicado y haciendo estéril la entera misión de la Iglesia.

En consecuencia, una tarea central de la pedagogía de la santidad consiste en saber enseñar a todos –y en recordarlo sin cansancio– que la santidad constituye el objetivo de la existencia de todo cristiano. El anuncio de la universalidad de la llamada a la santidad exige la comprensión de la existencia cristiana como sequela Christi, como conformación con Cristo; no se trata de encarnar de modo extrínseco comportamientos éticos, sino de dejarse envolver personalmente en el acontecimiento de la gracia de Cristo.

En la sociedad de hoy, marcada por el pluralismo cultural, religioso , étnico, y parcialmente caracterizada por el relativismo, el indiferentismo, el irenismo y el sincretismo, parece que algunos cristianos casi se han habituado a una suerte de “cristianismo” carente de referencias reales a Cristo y a su Iglesia; se tiende así a reducir el proyecto pastoral a temáticas sociales abordadas desde una perspectiva exclusivamente antropológica, dentro de un reclamo genérico al pacifismo, al universalismo y a una referencia no bien precisada a los “valores”.
La evangelización del mundo contemporáneo se verificará sólo a partir del redescubrimiento de la identidad personal, social y cultural de los cristianos. Será preocupación del párroco conseguir que las distintas asociaciones, movimientos y agrupaciones presentes en la parroquia ofrezcan su específica contribución a la vida misionera de ésta. La Iglesia confía en la fidelidad diaria de los presbíteros al ministerio pastoral, empeñados en la propia e insustituible misión de velar por la parroquia encargada a su guía.

Una cultura ampliamente secularizada, que tiende a homologar al sacerdote con las propias categorías de pensamiento, despojándolo de su fundamental dimensión mistérico-sacramental, es fuertemente responsable de este fenómeno.

Sin embargo, no faltan, también desde dentro, peligros como la burocratización, el funcionalismo, el democraticismo, o la planificación que atiende más a la gestión que a la pastoral.
El Obispo, que es ante todo padre de sus primeros y más preciados colaboradores, ha de mostrarse especialmente vigilante en estas situaciones.
Sólo es posible vivir el propio ministerio cotidiano mediante la santificación personal, que debe apoyarse siempre en la fuerza sobrenatural de los sacramentos, de la Santísima Eucaristía y de la Penitencia.

Para profundizar en la vida sacramental y en la formación permanente, es de gran estímulo una vida fraterna entre sacerdotes que no sea simple convivencia bajo el mismo techo, sino comunión en la oración, en los proyectos compartidos y en la cooperación pastoral, junto con el valor de la amistad recíproca y con el Obispo.

Entre otras cosas, podría habilitarse en la Diócesis una Casa para todos los sacerdotes que, periódicamente, tienen necesidad de retirarse a un lugar adecuado para el recogimiento y la oración, para reencontrar allí los medios indispensables para su santificación.



















Comentario.
Es un documento muy preciso y con una clara visión, que presenta a las exigencias y funciones que tiene el sacerdote, en un mundo tan globalizado y cada vez más tecnificado y alejado del plan salvífico de Dios, por tanto los Obispos, sacerdotes y laicos tenemos una misión muy profunda que debemos hacer, para que nuestra Iglesia siga adelante en su misión y no dejemos de vivir en una constante y profunda renovación, una Iglesia dinámica y viva es una Iglesia donde nuestros hermanos que se han alejado de ella puedan regresar y sentirse acogidos, amados y queridos por Dios.

Aplicación a la vida.

Considero que la misión, guía y conducción de los fieles a la Iglesia y sobre todo encaminarlos a la santidad, no es meramente tarea del sacerdote, sino de todos los bautizados, nuestros Sacerdotes son los principales de llevar, anunciar y presentar a Cristo a todos los fieles, mas sin embargo la terea es también nuestra como agentes y laicos comprometidos con nuestra tarea de bautizados. En este documento muy rico por cierto que deben conocerlo todos los sacerdotes se encuentran argumentos muy fundamentales para que la pastoral y cura de almas sea más eficaz, es un documento que sin dudas ayuda mucho a replantear nuestra pastoral, en la actualidad, se necesita una Iglesia que se actualice , viva y sienta como vive y cambia la sociedad para que dé respuestas acertadas y contundentes ante la sociedad cada vez mas secularizada, donde algunos Medios de Comunicación quieren empañar la Imagen de la misma, el documento es bien preciso cuando expresa que el sacerdote no debe ser meramente un administrador parroquial sino un ser especial que se le han confiado almas.



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