domingo, 17 de mayo de 2015

La Familia



Introducción
En el presente ensayo, pretendo dar a conocer el papel que la familia ha desempeñado en la sociedad en el trayecto de la historia.  También la Iglesia nos enseña que la familia es el núcleo y don especial en la historia de la humanidad, la familia es un don tan precioso porque forma parte del plan de Dios para que todas las personas puedan nacer y desarrollarse en una comunidad de amor, ser buenos hijos de Dios en este mundo y participar en la vida futura del Reino de los Cielos: Dios ha querido que los hombres, formando la familia, colaboren con Él en esa tarea.
Desarrollo.
La Sagrada Escritura narra en el Antiguo Testamento específicamente en Génesis 1, 27, sobre la creación del primer hombre y mujer, los hizo varón y mujer, y les mandó a multiplicarse, para que esto fuera posible de un modo verdaderamente humano, Dios ordeno  que el hombre y la mujer se unieran para formar la comunidad de vida y amor que es el matrimonio. Gen 2,19-24. , ese hecho histórico que conecta con toda la humanidad, por ello la familia en la historia de salvación es el eje fundamental en la misión de la Iglesia.
Ahora bien nos remontamos a la familia de Nazaret, el hijo de del hombre tuvo una madre espiritual y biológica – María, y un padre espiritual, pero no biológico – José. Por tanto, María y José entran en el plan y modelo de familias a seguir, es evidente esa relación tan intima que hay entre María, José y la Iglesia en la sociedad, ya que ellos son una familia consciente y excepcional en el plan de la salvación
El ejemplo de la familia de Nazaret debe irradiar, en todas las familias en la actualidad ya que la familia debe tener siempre presente ante los ojos de Dios, el servicio que las familias brindan y así hacer presente el plan de salvación, las familias no deben ser padres, ni patrones, sino que deben ser familias donde se muestre ese afecto protector de familias unidas para que así se logre la verdadera identidad y el papel que les corresponde brindar en la sociedad.
La familia es y será, esa que da sentido a la sociedad, a lo largo de la historia la familia de Nazaret se considera la familia modelo, y es evidente que ese privilegio lo lograron por medio de su vocación abnegada, que les correspondió desempeñar, y por tanto, esto nos debe llevar a la reflexión, que la familia de Nazaret, es el modelo de muchas familias que sueñan con tener un hogar acogedor, un hogar feliz.
Las familias han jugado un papel extraordinario en la historia de salvación muy esencial, las familias son ese lugar como la hoguera que acoge, donde se muestre la paz y el amor, las familias son ese espacio donde se ve crecer y desarrollar a los jóvenes, y además donde se les instruye para que puedan enfrentarse a la vida, qué bello es cuando en un hogar se vive la armonía de la paz, el amor y la esperanza ver partir a quienes deben emprender sus vidas, la familia propicia en sus miembros que estos al formar sus propios hogares también en sus vidas puedan hacer de sus hogares, lugar de perdón y encuentro con el otro.
En la actualidad hay que despertar y darnos cuenta que no basta solo con soñar, la vida no es solo para vivir de sueños. La vida de la familia de Nazaret no era una vida de sueños, era una vida de acción, en ello José formo parte fundamental de esa familia activa, gracias a esas acciones emprendidas por José logró preservar a su familia de todos los males que la asechaban, como en todo momento e historia las familias se ven amenazadas, no obstante hay muchos más motivos para salir adelante, la familia ha sufrido, persecución, maltrato, amenazas de todas índole, pero todo eso ha llevado a las familias a ser más fuertes y resistentes ante todos los embates que ella ha sentido a lo largo de la historia, en la actualidad la familia se ve amenazada por una cultura de la muerte, cuando muchos grupos están a favor del aborto terapéutico, pero las familias que tienen una fe enraizada en los valores y principios religiosos han resistido a todos estos males, y han testimoniado de su fe.
Hay otros fantasma de los cuales las familias se ven amenazadas, tales como la violencia, el odio, el rencor, la envidia, la discordia, la desintegración familiar, que esto se da muchas veces por falta de amor, mas sin embargo estas familias aun pueden y dan testimonio de sus vidas.
Hay muchas familias que dan testimonio de esa unidad e integridad familiar, es evidente destacar hogares donde se vive, el amor, respeto, tolerancia, la integridad, la confianza, la sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, todos estos fantasmas han y afectan a las familias, pero estos les hace ser más resistentes.
A pesar de las dificultades que enfrentan las familias, estas no se amedrentan, vivimos en una cultura de lo desechable, por ejemplo tenemos vasos desechables, pañales desechables, y ante eso las familias han puesto su mirada en Dios que todo lo puedo y supera.
Desde el Antiguo Testamento en Deuteronomio 6, 1 – 7,  se exhorta a las familias a ser luz en medio de las sombras para sus hijos, de esa manera una familia unida enseña el don tan bello de lo que es y significa la familia.  De las familias unidas siempre saldrán personas integras y con altos conceptos de lo que es y debería ser la familia, ya que esta juega un papel trascendental en la vida y misión de la Iglesia.
Al finalizar este corto ensayo, quiero recordar que la misión de la familia, fue y es  un proyecto querido por Dios, la familia realiza una misión desde el silencio, como la familia de Nazaret, muchas veces la misión de la familia se vuelve una misión de sombras, para dar a conocer la luz a los demás, la misión que hoy deben emprender las familias son con un mayor reto, deben crear ese amor fecundo e intimo de acercamiento a Dios y a los demás.

El Presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial



Sacerdocio común y Sacerdocio ordenado
 Levantad vuestros ojos.
«Levantad vuestros ojos y mirad los campos que están dorados para la siega» (Jn 4,35).Estas palabras del Señor tienen la virtud de mostrar el inmenso horizonte de la misión de amor del Verbo encarnado.«El Hijo eterno de Dios ha sido enviado “para que el mundo se salve por medio de Él”.

Habilitados, pues, por el carácter y por la gracia del sacramento del Orden, y hechos testigos y ministros de la misericordia divina, los sacerdotes de Jesucristo se consagran . Los hombres desean encontrar en el sacerdote a un hombre de Dios, que diga con San Agustín: «Nuestra ciencia es Cristo, y nuestra sabiduría es también Cristo. Él plantó en nuestras almas la fe de las cosas temporales, y en las eternas nos manifiesta la verdad »Estamos en un tiempo de nueva evangelización: hay que saber ir en busca de las personas que se encuentran a la espera de poder encontrar a Cristo.

En el sacramento del Orden, Cristo ha transmitido, en diversos grados, la propia condición de Pastor de almas a los obispos y a los presbíteros, haciéndolos capaces de actuar en su nombre y de representar su potestad capital en la Iglesia.

Los sacerdotes «hemos sido consagrados en la Iglesia para este ministerio específico. Estamos llamados a contribuir, de varios modos, donde la Providencia nos pone, en la formación de la comunidad del pueblo de Dios. Nuestra tarea consiste en apacentar la grey de Dios que se nos ha confiado, no por la fuerza, sino voluntariamente, no tiranizando, sino dando un testimonio ejemplar.

Elementos centrales del ministerio y de la vida de los presbíteros
 La identidad del presbítero.

La identidad del sacerdote debe meditarse en el contexto de la voluntad divina a favor de la salvación, puesto que es fruto de la acción sacramental del Espíritu Santo, participación de la acción salvífica de Cristo, y puesto que se orienta plenamente al servicio de tal acción en la Iglesia, en su continuo desarrollo a lo largo de la historia. Él es el siervo de Cristo, para ser, a partir de él, por él y con él, siervo de los hombres.

El ser y el actuar del sacerdote - su persona consagrada y su ministerio - son realidades teológicamente inseparables, y tienen como finalidad servir al desarrollo de la misión de la Iglesia.
Sacerdocio común «Si el sacerdocio común es consecuencia de que el pueblo cristiano ha sido elegido por Dios como puente con la humanidad y pertenece a todo creyente en cuanto injertado en este pueblo, el sacerdocio ministerial, en cambio, es fruto de una elección, de una vocación específica.

«El sacerdocio sacramental, es sacerdocio “jerárquico” y al mismo tiempo “ministerial”. Constituye un ministerium particular, es decir, es “servicio” respecto a la comunidad de los creyentes. Sin embargo, no tiene su origen en esta comunidad, como si fuera ella la que “llama” o “delega”.
El generoso empeño de los laicos en los ámbitos del culto, de la transmisión de la fe y de la pastoral, en un momento además de escasez de presbíteros, ha inducido en ocasiones a algunos ministros sagrados y a algunos laicos a ir más allá de lo que consiente la Iglesia, e incluso de lo que supera su ontológica capacidad sacramental.

 El sacerdote, alter Christus, es en la Iglesia el ministro de las acciones salvíficas esenciales.
El sacerdote hace presente a Cristo Cabeza de la Iglesia mediante el ministerio de la Palabra, participación en su función profética. In persona et in nomine Christi, el sacerdote es ministro de la palabra evangelizadora, que invita a todos a la conversión y a la santidad; es ministro de la palabra cultual, que ensalza la grandeza de Dios y da gracias por su misericordia; es ministro de la palabra sacramental, que es fuente eficaz de gracia.

La unidad de vida.
Sobre este fundamento de amor a la voluntad divina y de caridad pastoral se construye la unidad de vida  es decir, la unidad interior entre la vida espiritual y la actividad ministerial. El crecimiento de esta unidad de vida se fundamente en la caridad pastoral nutrida por una sólida vida de oración, de manera que el presbítero ha de ser inseparablemente testimonio.

 Un camino específico hacia la santidad.
 El sacerdocio ministerial, en la medida en que configura con el ser y el obrar sacerdotal de Cristo, introduce una novedad en la vida espiritual de quien ha recibido este don. Es una vida espiritual conformada por la participación en la capitalidad de Cristo en su Iglesia, y que madura en el servicio ministerial a ella.

La espiritualidad sacerdotal exige respirar un clima de cercanía al Señor Jesús, de amistad y de encuentro personal, de misión ministerial «compartida», de amor y servicio a su Persona en la «persona» de la Iglesia, su Cuerpo, su Esposa. n el misterio de Cristo».
La Eucaristía debe ocupar para el sacerdote «el lugar verdaderamente central de su ministerio», porque en ella está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia y es de por sí fuente y culmen de toda la evangelización.

La fidelidad del sacerdote a la disciplina eclesiástica.
La «conciencia de ser ministro» comporta también la conciencia del actuar orgánico del cuerpo de Cristo. De hecho, la vida y la misión de la Iglesia, para poder desarrollarse, exigen un ordenamiento, unas reglas y unas leyes de conducta, es decir, un orden disciplinar.
Además, la conciencia de ser ministro de Cristo y de su Cuerpo místico implica el empeño por cumplir fielmente la voluntad de la Iglesia, que se expresa concretamente en las norma. La legislación de la Iglesia tiene como fin una mayor perfección de la vida cristiana, para un mejor cumplimiento de la misión salvífica, y por tanto, es preciso vivirla con ánimo sincero y buena voluntad. 

Entre todos los aspectos, merece particular atención el de la docilidad a las leyes y a las disposiciones litúrgicas de la Iglesia, es decir, el amor fiel a una normativa que tiene el fin de ordenar el culto de acuerdo con la voluntad del Sumo y Eterno Sacerdote y de su Cuerpo místico.




 El sacerdote en la comunión eclesial.
Para servir a la Iglesia —comunidad orgánicamente estructurada por fieles dotados de la misma dignidad bautismal, pero con carismas y funciones diversas— es necesario conocerla y amarla, no como la querrían efímeras corrientes de pensamiento o ideologías diversas, sino como ha sido querida por Jesucristo, que la ha fundado. Es también importante, por este motivo, que los presbíteros conozcan, estimen y respeten las características del seguimiento de Cristo propio de la vida consagrada, tesoro preciosísimo de la Iglesia, y testimonio de la fecunda labor del Espíritu Santo en ella.

De modo especial el párroco debe promover pacientemente la comunión de la propia parroquia con su Iglesia particular y con la Iglesia universal. Por lo mismo, debe ser también verdadero modelo de adhesión al Magisterio perenne de la Iglesia y a su disciplina.

Sentido de lo universal en lo particular
«Es necesario que el sacerdote tenga la conciencia de que su “estar en una Iglesia particular” constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana.
Hemos considerado el ser y la acción de todo sacerdote en cuanto tal. Ahora nuestra reflexión se dirige de modo específico al sacerdote constituido en el oficio de párroco.


PARTE II
La Parroquia y el Párroco
 La parroquia y el oficio de párroco.
Los rasgos eclesiológicos más significativos de la noción teológico-canónica de parroquia han sido concebidos por el Concilio Vaticano II a la luz de la Tradición, de la doctrina católica y de la eclesiología de comunión, y traducidos más tarde en leyes por el Código de Derecho Canónico.

La parroquia es una concreta communitas christifidelium, constituida establemente en el ámbito de una Iglesia particular, y cuya cura pastoral es confiada a un párroco como pastor propio, bajo la autoridad del Obispo diocesano. Toda la vida de la parroquia, así como el significado de sus tareas apostólicas ante la sociedad, deben ser entendidos y vividos con un sentido de comunión orgánica entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, y por tanto, de colaboración fraterna y dinámica entre pastores y fieles en el más absoluto respeto de los derechos, deberes y funciones ajenos, donde cada uno tiene sus propias competencias y su propia responsabilidad.

El vínculo intrínseco con la comunidad diocesana y con su Obispo, en comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro, asegura a la comunidad parroquial la pertenencia a la Iglesia universal.
 Otro elemento básico de la noción de parroquia es la cura pastoral o cura de almas, propia del oficio de párroco, que se manifiesta, principalmente, en la predicación de la Palabra de Dios, en la administración de los sacramentos y en la guía pastoral de la comunidad.

 En cuanto a los medios ordinarios de santificación, el can. 528 establece que el párroco debe empeñarse particularmente en que la Santísima Eucaristía constituya el centro de la comunidad parroquial, y que todos los fieles puedan alcanzar la plenitud de la vida cristiana mediante una consciente y activa participación en la sagrada Liturgia, la celebración de los sacramentos, la vida de oración y las buenas obras.
.
Por su parte, el can. 529 contempla las exigencias principales que comporta el cumplimiento de la función pastoral parroquial, configurando así en cierto sentido la actitud ministerial del párroco. Como pastor propio, éste se esfuerza en conocer a los fieles confiados a su cura, evitando caer en el peligro del funcionalismo: no es un funcionario que cumple un papel y ofrece servicios a los que lo solicitan. Como hombre de Dios, ejerce de modo pleno el propio ministerio, buscando a los fieles, visitando a las familias, participando en sus necesidades, en sus alegrías; corrige con prudencia, cuida de los ancianos, de los débiles, de los abandonados, de los enfermos, y se entrega a los moribundos; dedica particular atención a los pobres y a los afligidos; se esfuerza en la conversión de los pecadores, de cuantos están en el error, y ayuda a cada uno a cumplir con su propio deber, fomentando el crecimiento de la vida cristiana en las familias.

Por otra parte, el párroco debe colaborar con el Obispo y con los otros presbíteros de la diócesis para que los fieles, participando en la comunidad parroquial, se sientan también miembros de la diócesis y de la Iglesia universal.

Las funciones que en el Código se confían de modo específico al párroco son: administrar el bautismo; administrar el sacramento de la confirmación a aquellos que están en peligro de muerte, según la norma del can. 883,3; administrar el Viático y la Unción de los enfermos, estando vigente lo dispuesto en el can. 1003,  2 y 3, e impartir la bendición apostólica; asistir a los matrimonios y bendecir las nupcias; celebrar los funerales; bendecir la fuente bautismal en el tiempo pascual; guiar las procesiones e impartir las bendiciones solemnes fuera de la iglesia; celebrar la Santísima Eucaristía con mayor solemnidad en los domingos y en las fiestas de precepto.

Deseando purificar una terminología que podría llevar a confusión, la Iglesia ha reservado las expresiones que indican “capitalidad” —como las de “pastor”, “capellán”, “director”, “coordinador”, o equivalentes— exclusivamente a los sacerdotes.
Para que en una comunidad puedan florecer más fácilmente las vocaciones sacerdotales, es de gran ayuda que exista en ella un vivo y difundido sentimiento de auténtico afecto, de profunda estima, de fuerte entusiasmo por la realidad de la Iglesia, Esposa de Cristo, colaboradora del Espíritu Santo en la obra de la salvación.

Se ha de otorgar una especial acogida a los diáconos, candidatos al sacerdocio, que prestan servicio pastoral en la parroquia. El párroco, de acuerdo con los superiores del seminario, será para ellos guía y maestro, consciente de que de su testimonio de coherencia con la propia identidad, de su generosidad misionera en el servicio y de su amor a la parroquia, podrá depender la donación sincera y total a Cristo por parte del candidato al sacerdocio.
26. A imagen del consejo pastoral de la diócesis, la normativa canónica prevé la posibilidad de constituir –si el Obispo diocesano lo considera oportuno, una vez escuchado el consejo presbiteral un consejo pastoral parroquial, cuya finalidad básica es la de proveer, en un cauce institucional, la ordenada colaboración de los fieles en el desarrollo de la actividad pastoral propia de los presbíteros.

«Todos los fieles tienen la facultad, es más, incluso a veces el deber, de dar a conocer su parecer sobre los asuntos concernientes al bien de la Iglesia, cosa que puede realizarse gracias a instituciones establecidas para tal fin En este mismo sentido, los sistemas de deliberación respecto a las cuestiones económicas de la parroquia, permaneciendo firme la norma de derecho para la recta y honesta administración, no pueden condicionar la función pastoral del párroco, el cual es representante legal y administrador de los bienes de la parroquia.

Los desafíos positivos del presente en la pastoral parroquial.
Si toda la Iglesia ha sido invitada en los inicios del nuevo milenio a alcanzar «un renovado impulso en la vida cristiana», fundado en la conciencia de la presencia de Cristo Resucitado entre nosotros debemos saber extraer consecuencias para la pastoral en las parroquias.
No se trata de inventar nuevos programas pastorales, ya que el programa cristiano, centrado en Cristo mismo, consiste siempre en conocerle, amarle, imitarle, vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su consumación: «un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz»

Son siete las prioridades pastorales que ha individuado la Novo Millenio ineunte: la santidad, la oración, la Santísima Eucaristía dominical, el sacramento de la Reconciliación, el primado de la gracia, la escucha de la Palabra y el anuncio de la Palabra.

La Novo Millenio ineunte evidencia «otro aspecto importante en que será necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como de las Iglesias particulares: aquel de la comunión (koinonia) que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia» (n. 42) e invita a promover una espiritualidad de comunión.

Una verdadera pastoral de la santidad en nuestras comunidades parroquiales implica una auténtica pedagogía de la oración; una renovada, persuasiva y eficaz catequesis sobre la importancia de la Santísima Eucaristía dominical y también diaria, de la adoración comunitaria y personal del Santísimo Sacramento; sobre la práctica frecuente e individual del sacramento de la Reconciliación; sobre la dirección espiritual; sobre la devoción mariana; sobre la imitación de los santos; un nuevo impulso apostólico vivido como compromiso cotidiano de las comunidades y de las personas concretas; una adecuada pastoral de la familia, un coherente compromiso social y político.

Sin sacerdotes verdaderamente santos sería muy difícil tener un buen laicado, y todo estaría como falto de vida; del mismo modo que, sin familias cristianas –iglesias domésticas–, es muy difícil que llegue la primavera de las vocaciones. Por tanto, es un error enfatizar el papel del laicado descuidando el del sacerdocio ordenado porque, actuando así, se termina penalizando el mismo laicado y haciendo estéril la entera misión de la Iglesia.

En consecuencia, una tarea central de la pedagogía de la santidad consiste en saber enseñar a todos –y en recordarlo sin cansancio– que la santidad constituye el objetivo de la existencia de todo cristiano. El anuncio de la universalidad de la llamada a la santidad exige la comprensión de la existencia cristiana como sequela Christi, como conformación con Cristo; no se trata de encarnar de modo extrínseco comportamientos éticos, sino de dejarse envolver personalmente en el acontecimiento de la gracia de Cristo.

En la sociedad de hoy, marcada por el pluralismo cultural, religioso , étnico, y parcialmente caracterizada por el relativismo, el indiferentismo, el irenismo y el sincretismo, parece que algunos cristianos casi se han habituado a una suerte de “cristianismo” carente de referencias reales a Cristo y a su Iglesia; se tiende así a reducir el proyecto pastoral a temáticas sociales abordadas desde una perspectiva exclusivamente antropológica, dentro de un reclamo genérico al pacifismo, al universalismo y a una referencia no bien precisada a los “valores”.
La evangelización del mundo contemporáneo se verificará sólo a partir del redescubrimiento de la identidad personal, social y cultural de los cristianos. Será preocupación del párroco conseguir que las distintas asociaciones, movimientos y agrupaciones presentes en la parroquia ofrezcan su específica contribución a la vida misionera de ésta. La Iglesia confía en la fidelidad diaria de los presbíteros al ministerio pastoral, empeñados en la propia e insustituible misión de velar por la parroquia encargada a su guía.

Una cultura ampliamente secularizada, que tiende a homologar al sacerdote con las propias categorías de pensamiento, despojándolo de su fundamental dimensión mistérico-sacramental, es fuertemente responsable de este fenómeno.

Sin embargo, no faltan, también desde dentro, peligros como la burocratización, el funcionalismo, el democraticismo, o la planificación que atiende más a la gestión que a la pastoral.
El Obispo, que es ante todo padre de sus primeros y más preciados colaboradores, ha de mostrarse especialmente vigilante en estas situaciones.
Sólo es posible vivir el propio ministerio cotidiano mediante la santificación personal, que debe apoyarse siempre en la fuerza sobrenatural de los sacramentos, de la Santísima Eucaristía y de la Penitencia.

Para profundizar en la vida sacramental y en la formación permanente, es de gran estímulo una vida fraterna entre sacerdotes que no sea simple convivencia bajo el mismo techo, sino comunión en la oración, en los proyectos compartidos y en la cooperación pastoral, junto con el valor de la amistad recíproca y con el Obispo.

Entre otras cosas, podría habilitarse en la Diócesis una Casa para todos los sacerdotes que, periódicamente, tienen necesidad de retirarse a un lugar adecuado para el recogimiento y la oración, para reencontrar allí los medios indispensables para su santificación.



















Comentario.
Es un documento muy preciso y con una clara visión, que presenta a las exigencias y funciones que tiene el sacerdote, en un mundo tan globalizado y cada vez más tecnificado y alejado del plan salvífico de Dios, por tanto los Obispos, sacerdotes y laicos tenemos una misión muy profunda que debemos hacer, para que nuestra Iglesia siga adelante en su misión y no dejemos de vivir en una constante y profunda renovación, una Iglesia dinámica y viva es una Iglesia donde nuestros hermanos que se han alejado de ella puedan regresar y sentirse acogidos, amados y queridos por Dios.

Aplicación a la vida.

Considero que la misión, guía y conducción de los fieles a la Iglesia y sobre todo encaminarlos a la santidad, no es meramente tarea del sacerdote, sino de todos los bautizados, nuestros Sacerdotes son los principales de llevar, anunciar y presentar a Cristo a todos los fieles, mas sin embargo la terea es también nuestra como agentes y laicos comprometidos con nuestra tarea de bautizados. En este documento muy rico por cierto que deben conocerlo todos los sacerdotes se encuentran argumentos muy fundamentales para que la pastoral y cura de almas sea más eficaz, es un documento que sin dudas ayuda mucho a replantear nuestra pastoral, en la actualidad, se necesita una Iglesia que se actualice , viva y sienta como vive y cambia la sociedad para que dé respuestas acertadas y contundentes ante la sociedad cada vez mas secularizada, donde algunos Medios de Comunicación quieren empañar la Imagen de la misma, el documento es bien preciso cuando expresa que el sacerdote no debe ser meramente un administrador parroquial sino un ser especial que se le han confiado almas.



Ecumenismo



El instinto tribal.
Las religiones, en cuantos fenómenos culturales, están intrínsecamente ligadas a los referentes vitales de cada grupo humano, y por ello están cargadas de un instinto de supervivencia que tiende a excluir a los demás.

Ninguna religión, ninguna creencia, ninguna confesión está exenta de esta tentación de estar curvada sobre sí misma. La afirmación de la propia identidad tiende a comportar una negación de los demás.

La tentación de absoluto.
Las religiones, polarizadas por su búsqueda del Absoluto, están contaminadas por el instinto de apropiación de ese Absoluto hacia el que aspiran.
La vocación universalista de las religiones está permanentemente amenazada de convertirse en totalitarismo: cuando, en lugar de ofrecerse como oportunidad para todos, se convierte en una compulsión de dominio sobre los otros.

Ídolos Vrs. iconos

Ambos términos significan “imagen” en griego. El ídolo (eidos) se presenta como una imagen saturada que encierra, fija, se posee. En cambio, el icono (eikón) está hecho de trazos que tan sólo insinúan, abren, despliegan, desposeen.
El ídolo se presenta como una imagen que se posee; el icono está hecho de trazos que desposeen.
Lo mismo sucede con los dogmas: hay dogmas-ídolos y dogmas-iconos. Dogma significa “decreto”, y procede del verbo dokeo, que significa “pensar”, “parecer”. Los dogmas se convierten en ídolos cuando se toman como fórmulas definitivas y cerradas; cuando, en lugar de considerarse un dedo que señala a la luna, pretenden convertirse en la luna señalada.

El valor único e irrenunciable de cada religión.
Cada religión se presenta como un todo compacto, que uno no crea según sus apetencias, sino que lo recibe de una Tradición.

Tomar elementos sueltos de las diferentes religiones es delicado, porque supone desintegrarlos de su contexto, con el riesgo de vaciarlos de contenido, ya que su sentido viene dado por el modo de estar constelados en su propio sistema.

Cristo y la vocación universal del cristianismo.
Cristo es Alfa y Omega, el Principio y el Fin, la piedra del fundamento y la clave de bóveda; la Plenitud y lo plenificante.




Los antecedentes tribales del Cristianismo.
La conciencia de Israel como pueblo elegido

El Cristianismo hunde sus raíces en la experiencia religiosa de unas tribus de nómadas que conocieron la esclavitud en Egipto.
El mensaje de los profetas será siempre recordar que la elección no es un derecho, sino un don que se debe convertir en servicio, en testimonio ante los demás pueblos.

La elección de Jesús como el Hijo predilecto no supone una exclusión de los demás seres humanos, sino una radical inclusión de todos ellos en él.
Las tentaciones de Jesús en el desierto expresan esa tendencia innata del ser humano a posesionarse de lo que uno ha recibido para todos.

El Dios verdadero y los dioses falsos.
En el subconsciente cristiano hay otro elemento heredado del Judaísmo que es problemático para el encuentro interreligioso: el Dios de Israel se muestra siempre celoso ante los demás dioses.

Lo que la Biblia revela no es que los dioses de los demás pueblos sean falsos, sino que lo que los falsifica es la relación objetual, posesiva, mágico-instrumental, con ellos. La vida de Jesús es ir de despojo en despojo: cuanto más va sintiendo proceder del Padre, más se va sintiendo Hermano de todos.

La unicidad y la universalidad de Cristo.
La experiencia pascual fue de tal intensidad, de tal calibre, que llevó a decir a los primeros cristianos que Dios se había manifestado “de una vez por todas.

Lo que en la Cruz parece una aniquilación, se revela como la máxima plenitud: la Vida auténtica, la Humanidad Nueva comienza en la Cruz, donde lo divino (eje vertical) se une con lo humano (eje horizontal) en un punto de encuentro que es un Vacío hecho de Luz.

Cristo es la Forma acabada de Dios, su Imagen plena, mientras que el Espíritu es el dinamismo que conforma la Historia hacia esa Forma crística que late en todas las formas.

Un Espíritu que actúa en el mundo antes de la encarnación del Verbo y sigue actuando después. Es el Espíritu Creador que sobrevoló sobre el Caos primigenio (Gn 1,2), dando forma a las Aguas informes. Cristo es la Forma acabada de Dios, su Imagen plena.

Diferentes corrientes teológicas ante el pluralismo de religiones.
En los últimos años, dentro de la teología cristiana –tanto católica como protestante–, se han desarrollado diferentes posiciones ante el pluralismo de las religiones: desde la más cerrada, la llamada teología eclesiocéntrica, de carácter exclusivista, hasta la más abierta, llamada teocéntrica o también pluralista.

En cualquier caso, el diálogo interreligioso nos ayuda a tomar conciencia de la insuficiencia de la formulación del misterio cristiano, hecha siempre a partir de una terminología y de un contexto muy concreto.

La inculturación.
Inculturar, supone impregnarse de los valores explícitos e implícitos de la cosmovisión que una lengua vehicula. La palabra que designa a Dios en cada lengua está cargada de las connotaciones de su propia religión y cultura. Así, por ejemplo, podrá sorprendernos a nosotros, cristianos occidentales, que los cristianos de lengua árabe llamen a Dios Allah.

El Cristianismo primitivo supo inculturarse en la cultura helénica. A partir de sus categorías elaboró, transformándolas, los dogmas principales de nuestra fe. Hoy, al salir al encuentro de otras culturas y valorarlas como tales, hemos empezado a caer en la cuenta de que otros símbolos y formulaciones pueden ser tan aptos como los “nuestros” para contener el mensaje del misterio pascual.

Diferencia entre lo cristiano y lo crístico.
A Cristo no lo poseemos, sino que somos poseídos por Él, y ser posesión suya nos desposee de nosotros mismos.

Es decir, no poseemos la verdad, sino que, en todo caso, somos poseídos por ella. Por el mero hecho de profesarnos cristianos, estamos tan lejos y tan cerca de Cristo y de su mensaje como los que jamás han oído hablar de Él y son fieles a sus propias creencias. Cada cristiano está llamado a recrear y a profundiza.

El diálogo como actitud.

El respeto por el otro.
 La postura que se manifiesta aquí es el radical respeto por el otro, ante el que no se da ni exclusión ni absorción, sino una acogida reverencial. Es decir, para que exista enriquecimiento en el encuentro, cada parte debe aproximarse a partir de lo que es ella misma. El problema está en que la identidad, como ya hemos señalado, suele contener muchos elementos de autoafirmación y de narcisismo.
Valor teologal de la diferencia.
En la teología clásica ya se decía que en la analogía sobre el conocimiento de Dios, es mucho mayor la desemejanza que la semejanza.
Si todas las religiones son susceptibles de pensar esto, significa que, de hecho, no hemos superado la posición de los ciegos. Desde una perspectiva antropológica, ninguna religión puede auto constituirse en una meta-religión que mirara a las demás desde lo alto. Las religiones son puntos de vista. Sólo Dios es el Punto desde el cual todo es mirado.
No se trata de relativizar la verdad de cada religión, sino de creer que hay una Verdad más alta, jamás abarcable por nuestras verdades parciales.


Los cuatro ámbitos del encuentro.
La convivencia cotidiana en la pluralidad de creencias.
El primer testimonio que pueden dar las religiones en un mundo crispado como el nuestro, en el que se recela de las diferencias y se sospecha de lo “otro”, sería el de manifestarse como cauces de acogida y respeto mutuos.
Las religiones están llamadas a testimoniar que la auténtica experiencia espiritual es un fuego purificador y transformador que hace salir de uno mismo, relativiza el yo y lo mío; que la experiencia de Dios es fuente de ternura y de humanización que fecunda por dentro la convivencia humana, dándole una calidad insospechada.

La causa común por la paz y la justicia.
Cada religión está llamada a aportar la especificidad de su propia santidad, la riqueza de su modo de proceder. Así, las religiones occidentales contribuirán con una palabra audaz y profética, con los medios eficaces propios de su cultura, mientras que las religiones orientales aportarán su serenidad y su sabiduría. Las religiones están llamadas a promover con audacia causas conjuntas. La experiencia religiosa es revelar que todos somos uno en el Uno.

El diálogo teológico.

El diálogo teológico es, tal vez, el más difícil de los cuatro ámbitos. Es también el más lento; por eso no debería ser mirado como el decisivo, por necesario que sea. El encuentro interreligioso es una ocasión y una invitación a la experiencia mística, donde unos y otros compartimos una común adoración ante el Ser del que todos recibimos el ser. El diálogo posibilita una mutua fecundación.
La adoración y el silencio compartidos.
Cada Tradición está llamada a aportar lo mejor de su sabiduría y a serenar e iluminar los corazones de muchos. Para ello, los creyentes estamos llamados a ser seres transfigurados, habitantes del Silencio, y a la vez, hermanos apasionados por los otros hermanos. El encuentro interreligioso es una ocasión y una invitación a la experiencia mística, donde unos y otros compartimos una común adoración ante el Ser del que todos recibimos el ser
Conclusión.
El encuentro interreligioso nos ayuda a descubrir nuestras actitudes más profundas, ya que Dios y los demás son lo “otro” de nosotros. El encuentro interreligioso se revela como espacio teofánico, es decir, ámbito de la revelación de Dios y ámbito por el cual testimoniamos a Dios, porque tan sólo encontrándonos y dialogando ya estamos mostrando al mundo el modo de ser de Dios